~
ñ l r
u s é t e
# 197
-pasto urbano literario-
Los buscadores de oro cavan mucho y hallan poco.
Heráclito de Efeso
De nada sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive. Lo único bueno que puede hacer es intentar mejorarlos.
Thomas Carlyle
Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.
Francisco de Quevedo y Villegas
Hemos modificado tan radicalmente nuestro entorno que ahora debemos modificarnos a nosotros mismos para poder existir dentro de él.
Norbert Wiener
PROSA | Wood'stown | Alphonse Daudet |
TALLER LITERARIO | Ciudadano |
CUALQUIERA
| Terrorismo poético
| Hakim Bey
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ENCUESTA
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Wood'stown
El lugar era soberbio para levantar una ciudad. Sólo había que desmontar las orillas del río derribando parte de la selva, de la enorme selva virgen enraizada allí desde el principio del mundo. Entonces, rodeada por completo de colinas, la ciudad bajaría hasta los muelles de un puerto magnífico, instalado en la desembocadura del Río Rojo, a sólo cuatro millas del mar.
Una vez que el gobierno de Washington acordó la concesión, carpinteros y leñadores pusieron manos a la obra: pero nunca habían visto una selva semejante. Aferrada al suelo con todas las lianas, todas las raíces, cuando se la derribaba por un extremo volvía a crecer por otro, recobrándose de las heridas, y cada hachazo hacía surgir yemas verdes. Las calles, las plazas de la ciudad apenas trazadas, eran invadidas por la vegetación. Las paredes crecían con menos velocidad que los árboles, y en cuanto se elevaban caían bajo el esfuerzo de las raíces siempre vivas.
Para terminar con esa resistencia que trababa la hoja de las hachas, se vieron obligados a recurrir al fuego. Día y noche una humareda sofocante inundó la espesura de arbustos, mientras los grandes árboles llameaban encima como cirios. La selva trató de luchar aún, retrasando el incendio con corrientes de savia y el frescor sin aire de sus follajes apretados. Por fin llegó el invierno. La nieve se abatió como una segunda muerte sobre los grandes terrenos llenos de troncos ennegrecidos, de raíces consumidas. Ahora podían construir.
Pronto una ciudad inmensa, toda de madera, como Chicago, se extendió en las orillas del Río Rojo, con largas calles alineadas, numeradas, que partían como rayos desde las plazas, la Bolsa, los mercados, las iglesias, las escuelas, y todo un apara-taje marítimo de cobertizos, aduanas, muelles, almacenes, astilleros para construir naves. La ciudad de madera –Wood'stown, como pronto la llamaron–, fue rápidamente poblada por los estrenadores de casas de las ciudades nuevas. Una actividad febril circuló por todos los barrios; pero sobre las colinas circundantes, dominando las calles llenas de gente y el puerto colmado de navíos, una masa sombría y amenazante se desplegaba en semicírculo. Era la selva que miraba.
Miraba esa ciudad insolente que le había robado su lugar a orillas del río. Toda Wood'stown estaba hecha con su propia vida. Los palos mayores que oscilaban abajo, en el puerto, los techos incontables que se inclinaban unos sobre otros, hasta la última cabaña del suburbio más alejado: ella había suministrado todo, hasta las herramientas, hasta los muebles, midiendo sus servicios sólo por la longitud de sus ramas. ¡Qué rencor terrible sentía contra esa ciudad de saqueadores!
Mientras duró el invierno no advirtieron nada. Los habitantes de Wood'stown oían a veces un crujido sordo en los techos, en los muebles. De vez en cuando, una pared se agrietaba, el mostrador de un negocio se partía en dos bruscamente. Pero la madera nueva está sujeta a esos accidentes, y nadie les daba importancia. Sin embargo, al acercarse la primavera –una primavera brusca, violenta, tan rica en savia que se la oía bajo tierra como un rumor de correntada–, el suelo empezó a agitarse, movido por fuerzas invisibles y activas. En cada casa los muebles, los tabiques de las paredes se inflaron, y en las tablas aparecieron amplias protuberancias, como las que hace un topo al pasar. Nada funcionaba ya: ni puertas ni ventanas. “Es la humedad”, decían los habitantes. “Ya pasará todo cuando se vaya el calor.”
De repente, al día siguiente de una gran tormenta llegada del mar, que trajo el verano en sus relámpagos ardientes y su lluvia tibia, la ciudad lanzó un grito de estupor al despertar. Los techos rojos de los monumentos públicos, los campanarios de las iglesias, los tabiques de las casas y hasta la madera de las camas, todo estaba cubierto por un tinte verde, delgado como moho, liviano como un encaje. Al mirarlo de cerca, se descubría que estaba formado por una cantidad de yemas microscópicas, donde ya se veían hojas curvándose. Aquella extravagancia de las lluvias divirtió sin inquietar; pero antes de que llegara la noche manojos de verdor se desplegaron en todas partes sobre los muebles y las paredes. Las ramas crecían a simple vista: si se las retenía levemente en la mano, se las sentía aumentar y agitarse como alas.
Al día siguiente, todos los departamentos parecían invernaderos. Las lianas seguían las rampas de la escalera. En las calles estrechas, las ramas se unían de un techo a otro, colocando por encima de la ciudad ruidosa la sombra de las avenidas selváticas. Aquello ya era inquietante. Mientras los sabios reunidos deliberaban sobre ese caso de vegetación extraordinaria, la multitud se apiñaba afuera para ver los distintos aspectos del milagro. Los gritos de sorpresa, el rumor asombrado de todo aquel pueblo inactivo otorgaban solemnidad al extraño acontecimiento. De pronto alguien gritó: “¡Miren la selva!”, y se dieron cuenta con terror de que, desde hacía dos días, el semicírculo verde se había acercado mucho. La selva parecía bajar hacia la ciudad. Toda una vanguardia de zarzas y de lianas se estiraba hasta las primeras casas de los suburbios.
Entonces Wood'stown empezó a comprender y a tener miedo. Era evidente que la selva llegaba para reconquistar su sitio a orillas del río; y sus árboles, derribados, dispersos, transformados, se libraban de sus prisiones para adelantarse a ella. ¿Cómo resistir la invasión? Con el fuego, se corría el riesgo de incendiar la ciudad entera. ¿Y qué podían las hachas contra aquella savia que renacía sin cesar, aquellas raíces monstruosas que atacaban el suelo por debajo, aquellos miles de granos voladores que germinaban al romperse y hacían crecer un árbol en cuanto sitio caían?
Sin embargo, todo el mundo puso manos a la obra valerosamente, con guadañas, rastrillos, grandes hachas: y derribaron una enorme cantidad de follaje. Pero en vano. Con cada hora que pasaba las selvas vírgenes, cuyas lianas entrelazadas unían árboles gigantescos, invadían más las calles de Wood'stown. Ya irrumpían los insectos, los reptiles. Había nidos en todos los rincones y grandes aletazos, y cantidades de pequeños picos parlanchines. En una sola noche, los graneros de la ciudad fueron vaciados por todos los pichones recién nacidos. Después, como una ironía en medio del desastre, mariposas de todo tamaño y color volaron sobre los racimos floridos, y las abejas previsoras, que buscan abrigo seguro, instalaron en los huecos de esos árboles crecidos con tanta rapidez sus panales de miel, como una prueba de permanencia.
Vagamente, en el oleaje ruidoso del follaje, se oían los golpes sordos de las hachas; pero al cuarto día se reconoció que todo trabajo era imposible. La hierba era demasiado alta, demasiado densa. Lianas rastreras se aferraban a los brazos de los leñadores, les abarrotaban los movimientos. Por otra parte, las casas se habían vuelto inhabitables; los muebles, cargados de hojas, habían perdido su forma. Los techos se hundían, atravesados por la lanza de las yucas, la larga espina de las caobas; y reemplazando los techos se instalaba la cúpula inmensa de las catalpas. Era el fin. Había que huir.
A través de la red de plantas y de ramas que cada vez se estrechaban más, los espantados habitantes de Wood'stown se precipitaron hacia el río, llevando todas las riquezas y los objetos preciosos que podían. ¡Pero qué esfuerzo para llegar a orillas del agua! Ya no había muelles. Sólo cañas gigantescas. Los astilleros que albergaban las maderas para construcción habían dejado paso a bosques de pinos; y en el puerto completamente en flor, las naves nuevas parecían islotes de verdor. Por suerte había algunas fragatas blindadas sobre las que se refugió la multitud y desde donde pudo ver cómo la vieja selva se unía victoriosamente con la selva nueva.
Poco a poco los árboles fundieron las copas, y bajo el cielo azul lleno de sol la enorme masa de follaje se extendió desde el borde del río hasta el horizonte lejano. Ni rastros de ciudad, de techos o de paredes. De vez en cuando se oía un ruido sordo de desmoronamiento, último eco de la ruina, o resonaba el hachazo de un leñador enfurecido en las profundidades del follaje. Después, sólo el silencio vibrante, zumbante, nubes de mariposas blancas que giraban sobre el río desierto y más allá, hacia alta mar, un navío que huía, con tres grandes árboles verdes erguidos entre las velas, llevando los últimos emigrados de lo que una vez había sido Wood'stown...
Alphonse Daudet (1840-1897), francés. Fue cronista de Le Figaro y publicó en forma de folletín en L'Événement sus Crónicas provinciales. Escribió poemas, novelas (Poquita cosa; Fromont hijo y Risler padre; Jack; El nabab; Los reyes en el exilio; Numa Roumestan; Sapho; El inmortal; entre otras), teatro (El último ídolo; Los ausentes), relatos (Cuentos del lunes) y dos libros de memorias: Recuerdos de un hombre de letras y Treinta anos de París. En 1872 creó a su personaje más célebre, Tartarín de Tarascón (luego aparecerían Tartarín en los Alpes y Port-Tarascon).
"A. admiro tu presencia imposible de igualar. L." En Chorroarín y Del Campo, justo en la parada del 113.
"Si te pega, no te quiere". En Av. Boedo al 1200, justo en la esquina.
"C'est la vie". (Es la vida). En Moldes al 1400.
"Lo que siento por vos no se borra con nada". En El Salvador entre Thames y Uriarte.
"Gordo, dejá de lastimarte la cola". En Soler entre Thames y Uriarte.
"No importan las copas
El Doke toma del pico". En Núñez y Campana, Dock Sud. Lo vio Fernando.
Empecé a correr más fuerte y doblé en una esquina
con tanta mala leche que caí en un callejón sin salida pero en la pared del
fondo había una enredadera robusta y tupida. Me entré a trepar no sé cuántos
metros hasta que apareció una ventana y me mandé. Vi un gordo tirado en un
sillón mirando un partido y cuando el tipo se da vuelta lo reconozco: El Loco
Diente de Pesto. Lo barajé en pleno desconcierto. "Diente, ¿te acordás de mí? Me
tenés que hacer una gauchada."
Imprevisibles y gratos,
encuentros de leer y escribir.
Cooperan:
Fernando Aíta
Alejandro Güerri
Más información acá
O preguntá en: niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller literario).
Terrorismo poético
Bailes inverosímiles en cajeros automáticos nocturnos. Despliegues pirotécnicos ilegales. Land art, obras terrestres como extraños artefactos alienígenas desperdigados por los parques naturales. Allana moradas pero en vez de robar, deja objetos poético-terroristas. Secuestra a alguien y hazlos felices.
Elige a alguien al azar y convéncele de ser el heredero de una inmensa, inútil y asombrosa fortuna -digamos 5000 hectáreas de Antártida, o un viejo elefante de circo, o un orfanato en Bombay, o una colección de manuscritos alquímicos. Al final terminará por darse cuenta de que por unos momentos ha creído en algo extraordinario, y se verá quizás conducido a buscar como resultado una forma más intensa de existencia. Instala placas conmemorativas de latón en lugares (públicos o privados) en los que has experimentado una revelación o has tenido una experiencia sexual particularmente gratificante, etc.
Ve desnudo como un signo.
Convoca una huelga en tu escuela o lugar de trabajo sobre las bases de que no satisfacen tus necesidades de indolencia y belleza espiritual.
El arte del graffiti prestó cierta gracia a los latidos subterráneos del metro y a los rígidos monumentos públicos; el TP también puede ser creado para lugares públicos: poemas garabateados en los lavabos del juzgado, pequeños fetiches abandonados en parques y restaurantes, arte en fotocopias bajo el limpiaparabrisas de los coches aparcados, Consignas en Grandes Caracteres pegadas por las paredes de los patios de recreo, cartas anónimas enviadas a destinatarios conocidos o al azar (fraude postal), retransmisiones piratas de radio, cemento fresco.
La reacción o el choque estético provocados por el TP en la audiencia han de ser al menos tan intensos como la agitación propia del terror -asco penetrante, excitación sexual, asombro supersticioso, angustia dadaesca, una ruptura intuitiva repentina- no importa si el TP va dirigido a una sola o a muchas personas, no importa si va "firmado" o es anónimo, si no transforma la vida de alguien (aparte de la del artista) es que no funciona.
El TP es un acto en un Teatro de la Crueldad que no tiene ni escenario, ni filas de asientos, ni localidades, ni paredes. Con objeto de que funcione en absoluto, el TP debe desvincularse categóricamente de toda estructura convencional del consumo de arte (galerías, publicaciones, media). Incluso las tácticas de guerrilla situacionistas de teatro callejero resultan ya demasiado conocidas y previsibles.
Una seducción exquisita -conducida no sólo por la causa de la mutua satisfacción sino también como acto consciente en una vida deliberadamente bella- puede ser el TP definitivo. El terrorista P se comporta como un estafador cuyo objetivo no es el dinero sino el CAMBIO.
No hagas TP para otros artistas, hazlo para gente que no repare (al menos por un momento) en que lo que has hecho es arte. Evita las categorías artísticas reconocibles, evita la política, no te quedes a discutir, no seas sentimental; se implacable, arriésgate, practica el vandalismo sólo en lo que ha de ser desfigurado, haz algo que los niños puedan recordar toda la vida -pero no seas espontáneo a menos que la musa del TP te posea-.
Vístete. Deja un nombre falso. Sé legendario. El mejor TP está contra la ley, pero que no te pillen. Arte como crimen; crimen como arte.
Hakim Bey
~ ¿Puede recomendar un espacio verde...?
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La búsqueda de la ciudad
el ratón le dice al gato “búscame o buscame”
te ofrezco siempre una pista
te dejo que casi me alcances
salvo que este no soy yo
ahora estoy aquí
no preguntes dónde
allí es dónde
it is possible to catch me
provided that you arrive at the right time
and I arrive in the right mood
¿no me ves?
mirame
estoy aquí
en la alcaldía o en la alcancía
en las alamedas o en los almiares
soy el que construye algo
una ciudad
y no sabe dónde queda
estoy en el baile de los culones
los que piensan que las ciudades pertenecen a
siempre
ella levanta la pierna como si fuera un milagro
él la sostiene de una cintura inasible
¿bailaste alguna vez con culones?
sirven para dar sombra en ciertos días
ahora se anima a salir el sol
la ciudad brilla
ahora es de noche
la ciudad suda
oh calor que aumenta las emanaciones
no te fuiste con la luz
husmeá olé
probá encontrarme donde la gente se junta por
ejemplo
cherchez-moi à la présentation d'un livre
la autora es una joven de setenta años
van a referirse a su obra tres intelectuales
todos tienen más de ochenta
necesitan mostrar autoridad
en cuanto al público
[que inevitablemente aplaude y aplaude]
la ciudad es más que eso
más que un casi
yo soy un casi menos
búscame o buscame a la salida
¿hay salida?
ahí no me vas a encontrar
ahora estoy aquí
sobre el escenario
el cráneo que tengo en la mano
podría haber sido de un héroe de la patria
alguien cazado como una rata por otro héroe de la
patria
jamás un pariente mío
cuando lo apoyo en la mesa el cráneo salta
tiembla, elude el reposo
como el cazador
que elude la presa que lo tienta
ahora estoy por introducir la cuestión del no ser
y tiemblo
zarpazo de miel llamó el poeta a la casualidad
justo cuando el cráneo reposaba
el terremoto hizo dar a la mesa pequeños saltitos
tengo un cráneo de plástico apócrifo, que rima
con una tumba vacía
en una ciudad que resiste mal los terremotos
búscame o buscame
gato
ahora estoy aquí
en el cuarto de este hotel
lo elijo
porque una vez estuvo Charles Olson
Il meglio fabbro qui puosse incontrare
¿alguna vez oíste hablar del gigante?
quizá no consiguió dormir esa noche
caminó de un lado al otro de la habitación
excitado
por una idea: el movimiento
cómo
el cruce fortuito de los cuerpos forma
una coreografía espontánea
y luego al querer bañarse shower not included
tuvo que salir a buscar jabón soap not provided
mojado de pies a cabeza
como yo que sudo más que transpiro
tratando de conciliar algo que no es el sueño
y busco en no sé dónde mi ciudad el jabón
eso que tengo a mano
y se me resbala
olisqueame
si querés alcanzarme gatito
alzá la cabeza al aire buscá
en qué dirección viaja el aroma
con qué intensidad avanzan sus ondas
olfato almizclado llamó el poeta a la intuición
ella y él no se conocían
antes que tocara a la puerta él le abrió
me encontraste dijo ella
me buscaste dijo él
y colorín colorado este cuento ha comenzado
oler la peste con otro sentido
no con la nariz con el tacto
no para reconocer para convertir
que lo que hiede hieda pero no contagie
cuando el deseo no obra
cuando el deseo sobra
la peste nace
la ciudad es su madre
la belleza su hermana
las personas la convocan
búscame buscame
tómámé hazme tuya
yo trato de construir una ciudad
dice el ratón
le pongo una piedra en la frente
dos ventanas por ojos
que la boca sea del pueblo
que la puerta esté bajo el ombligo
me piden que levante una muralla
que defienda la plaza de la verdad
¿para qué? la verdad es lo contrario de la peste
es la invitada que nunca va a querer entrar
aunque la ciudad fue construida para ella
levanta una ciudad para embellecer el mundo
para albergar un mundo
trabaja a la intemperie
la verdad le dice
ratón ahora vas a ser el gato
provocá los episodios
en esta ciudad tomada por espectadores
no te resignes a ser un mirón
búscame o buscame
el ratón busca
busca por los suburbios y márgenes
busca en el lugar del equívoco
busca
sueña
sueña que es un albañil
o un ratón de albañal
o un gato que trabaja en la construcción
de algo que no va a ver
alguien a quien la muerte va a encontrar
apenas un poco tarde
hola muerte
qué encontraste
ese es mi cadáver no yo
iuuuju
estoy aquí
búscame o buscame
Jorge S. Perednik (Buenos Aires, 1952) en La querella de los gustos. Publicó como poeta Los mil micos (1979), El cuerpo del horror (1981), El shock de los lender (1985), Un pedazo del año (1986), El fin del no (1991) Variaciones pad- in (1996), La desconocida -Circo macedonista sobre "Adriana Buenos Aires" (1998), El gran derrapador (2002), El todo, la parte (México, 2005) y La querella de los gustos (2006). También libros de ensayos y traducciones de poesía inglesa (p. ej. de e.e. cummings). En 1980 fundó la revista Xul. Signo viejo y nuevo y desde 1995 co-dirige la revista DERIVA de la literatura.
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Una carta de amor de primavera
piú belo dijo:
María,
cuando me acuerdo de todas las cosas hermosas que me decís cada vez que nos
vemos, me da no sé qué haber tenido que dejar de verte y cambiar el celular
porque tu novio me amenaza de muerte. No soy reconcoroso y tengo el corazón
lleno de amor, así que con vos está todo más que bien y ojalá vuelvas a venir a
casa. Tampoco me jode tu novio pero si queire matarme no me hace ni medio de
gracia. Compré unas flores para vos que ojalá te las dé antes de que se pudran.
Besos mi pochola,
Tu piú belo
Gonzalo Cazas, Julieta Otero, felices cumples. Niki, Juancho, Esteban Güerri, felices aniversarios. Lina Carando, Andrés Linetzky, Lady Mik, felices años. Vale Galliso. Manuel López de Tejada. Juancino, bienvenido de vuelta. Daniel Liñares. Mariano Fiszman. Mariana Roca. Ignacia Etcheverry. Fede Merea. Chevy Pérez. Mancu. Ensayos en vivo. Elvio Gandolfo. Osvaldo Aguirre. Leticia Piazza. Aldo Luis Novelli. Andrés Vallejo. Ana Conde. Patricia Díaz Bialet. Yamila Greco. Clara Encabo. A vos
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