Ñ u s        Pte.   

 

 

L é t e r        Vice.     

 

 

~

 

 

Lista #184

 

 

-demogracia-

 


 

"¿Cómo puedo yo, estando ahí esa chica,

fijar mi atención

en la política romana, rusa

o española?"
William B. Yeats

 

    "'Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados'. Chau, loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían acercar, pero ella les decía: 'Ahora debo irme, debo volver al cielo' decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y chau, loco, si te quedabas down era imbancable. Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife."

Néstor Perlongher  en "Evita vive" 

 

 

"El iluso y los incrédulos 

 

    Hace calor. En el bar un grupo de hombres miran sin mirar los polvorientos rayos de luz que se filtran a través de la persiana. 

    -Puedo caminar por esos rayos -dice el iluso. 

    Los hombres se ríen y hacen apuestas. El iluso se trepa a uno de los rayos de luz, intenta dar un paso, tambalea y se cae. Los incrédulos cobran sus apuestas." Ana María Shúa

 


 

ÍNDICE

 

PROSA | El fin de lo mismo | Marcelo Cohen |  

ETIMOLOGÍA | Elegir | 
TALLER LITERARIO | Gestión 2008 |

FIGURITAS | El pasado perfecto |
ENCUESTA

POEMAS | Todo tiende a cumplir un objetivo | Waldo Rojas |  
GRAFFITTI  

ENLACES | Preguntas |

AGRADECIMIENTOS

SUSCRIPCIONES  

RESPUESTAS | Accidentes |
CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar | 

 

Ñusleter 24hs

 


 

PROSA

 

El fin de lo mismo

A Maru

 

1- Las Dalias.

    Todas las noches a las nueve y cuarto, por el canal ocho de televisión, El Hijo de la Ira auguraba más trastornos para las semanas álgidas y una leve entropía hacia el fin del verano. Gumpes nunca lo oía porque a esa hora se estaba duchando. Era indefectible. Después de cenar, sin colonia y con camisa limpia, a eso de las diez se sentaba en la terraza de Las Dalias a leer libros de mitología. De vez en cuando alzaba los ojos como quien columbra que un espigón va a romperse, y en el yeso agrietado del cielo no encontraba explicaciones del mundo sino, al parecer, anuncios entusiasmantes. Por la acera, raudos, rabiosos, pasaban grupos de desocupados con armas contundentes; por la calzada, aventando gases, volvos o landróveres de las patrullas vecinales. Entonces, con las vibraciones, la única jarra de cerveza que Gumpes bebía por noche (cuarto litro) se desplazaba sobre la fórmica, temblequeando, unos cuantos centímetros. Gumpes sonreía y, entre la luz que chorreaba el shopping center y el follaje humoso del parque botánico, sus ojos ecuánimes aplacaban los disturbios. Otros llegaban más tarde a charlar, y también Mársico, el director del parque. El parque era el blasón de nuestro barrio, Mársico un biólogo competente y Gumpes un hombre agradecido, así que no les había costado mucho intimar. Según Mársico, Gumpes esperaba que algo apareciese en su vida para pedirle entrega, y lo esperaba sin colonia, sin esperanza, pero desde hacía muchos años y con demasiada firmeza. Según Mársico, al metódico deseo de Gumpes le faltaba algo, no bonhomía, por su puesto, tampoco instinto depredador o avidez, sino acaso inspiración. El defecto no era fácil de captar porque, cuanto más crecían en la ciudad los trastornos, más conmovedor resultaba que en el mundo sentimental de Gumpes mandase el equilibrio. Sin embargo Mársico, que debía tener sus razones, supuso que se imponía un cambio y decidió presentarle a la muchacha ésa, Olga Palapot, a ver qué pasaba.

 

2- Linóleo. 

    No estaba muy vista, la figura de Olga Palapot, porque Olga trabajaba muchas horas en el vivero del parque, más allá del estanque donde siempre aparecía algún herido. Los cuerpos, algunos ahogados del todo, flotaban como nenúfares rojos en el agua mugrienta, con una rana cantando sobre las nalgas. Olga era rubia, jardinera, alquilaba desde hacía ocho meses un departamento del monobloc beige frente al río, y cuando caminaba por el linóleo del shopping center todos los planos del consumo, los fluorescentes, los reflejos de los escaparates, los cajones de verdura, las articulaciones de los maniquíes se dislocaban en la vacilación de sus hermosas piernas: una especie de asimetría que, por distante que ella fuese, le restaba presunción y la adaptaba a las convulsiones del mundo inflacionario. Algunos, en Las Dalias, le advirtieron a Gumpes que esa mujer tenía demasiados ángulos variables. Es una histérica, le decían, aunque no pudiesen demostrarlo. No es rica pero la visitan ciertos tipos; un actor a veces, otras un fabricante de plásticos, y varios más, y raramente sale a pasear, y jamás sin bléiser; nunca hubo un hombre que le durara, pero tampoco tiene amigas. No parecía antipática, con todo. Un interrogante, sin tocarla, se inflamaba detrás de Olga Palapot cuando salía a la calle, como una flecha ladeada, para comprar pan o pilas o tabaco, siempre en un vagabundeo certero. Mársico era uno de los pocos que le conocían bien la voz. Había trabajado con ella en otros lugares y quería ayudarla, o ella se lo había pedido.

 

3.- Ese verano. 

    En las manos de los consumidores el dinero, como un mundo en contracción, se reducía tanto como aumentaba la fuga de las cosas comprables; y además de las deudas movedizas, en el horizonte inflacionario cada cual tenía por lo menos un motivo de pánico. A modo de bálsamo ambiental, todas las noches a las nueve y cuarto el canal ocho de la tele propagaba el alivio fascinante de la desconfianza. Berto Ugambide, un comunicador de sexo blindado y ambiguas exaltaciones, El Hijo de la Ira, en su tribuna del noticiero: 
    “¡La gente de esta ciudad ha dicho Basta”.
    Catorce equipos móviles de video hurgando en los barrios; el asalto, el ultraje, el susto, la contienda, el tajo, la venganza del farmacéutico, el espasmo del abstinente, el ómnibus secuestrado, la colegiala karateka en el flash cortante de los reporteros. El Hijo de la Ira, gravedad viril, compasión que se hace fuerte en la gomina, sudaba bajo los focos, pastor que la inestabilidad del mundo ha vuelto depravado. Mientras sus anunciantes ofrecían asistencia técnica y material a los vecinos, Berto los llamaba a abandonar el egoísmo íntimo. Ese verano muchos de ellos, padres en general, salían a patrullar las calles. En cada descampado de la ciudad fractal se repetía el mismo tumulto. Sin embargo los navajeros se habían vuelto cautos, aunque no menos efectivos, y el prisma de la desocupación mantenía a las bandas juveniles obstinadas en sus diferencias. El Hijo de la Ira quería pulverizarlas.
    “Nuestro programa llegará a cada barrio para iniciar controles”, anunció, “no sólo de seguridad, sino también sanitarios. Porque, amigos míos, con el otoño va a arreciar la entropía y habrá que tener el organismo sano.”
    Gumpes, como unos pocos, creía que la inseguridad importaba un bledo. También él un objeto fractal, cada pedacito de su cuerpo era una réplica de la ansiosa vigilia que lo pintaba entero. Trabajaba en la agencia de turismo del shopping center (había viajado poco); de noche iba a Las Dalias, a fumar erguido en la silla, un codo sobre la mesa junto al libro, frente perfecta, mechón bohemio. Enfrente del café, por encima del paredón del parque, los vahos del río agriaban las ramas de los aromos. Gumpes había conocido la pareja y otras variaciones del amor: no la correspondencia. Quería, decía su estribillo, un mito privado. Como un tablón busca brindarse al ebanista, más que el amor él esperaba, le dijo a Mársico (y me dijo a mí), la ocasión de la entrega.

 

4- Tropezón. 

    La cita era a las nueve. Como el portero eléctrico del monobloc estaba descompuesto, Olga les tiró la llave por la ventana, envuelta en un pañuelo. Cuando Gumpes y Mársico llegaron al quinto piso, por el pasillo a oscuras se replegaban sombras aviesas, pero por la puerta D, que estaba entreabierta, se escurría una luz hospitalaria. Olga, en el balcón, los codos apoyados aún en la baranda, como esperando que todo, las baldosas, las acacias, la brea de la ribera, la lejana antorcha de la refinería, la luz de alarma del shopping center, subiese a convertirse en una sola superficie adaptable a su cuerpo. Vaciló un poco al girar cuando ellos se acercaron, y apoyó un hombro en la pared, esperando todavía más. Ojos marrones expatriados. Vadeaba fácilmente la incomodidad. Chaqueta de punto sobre los hombros: demasiada elegancia para el calor de ese verano, se habría dicho. Gumpes sintió alguna vergüenza de mirarle la sonrisa, porque se le detenía bastante antes de llegar a destino, como un regalo requisado por gendarmes. Adentro, en el comedor, desde la tele encendida, El Hijo de la Ira premiaba la honradez de un mendigo soplón regalándole un triciclo motorizado de reparto. Mársico entró a apagar. Olga y Gumpes lo siguieron. Los filos del departamentito rectangular se disolvieron en las disparidades del cuerpo de ella. Gumpes se llevó una silla por delante.
    “¡Eh, no te caigas!”, dijo Olga.
    “Yo no me caigo nunca. De veras”, dijo Gumpes sinceramente, y le pareció que ella se reía como si supiera, quizá desde hacía no mucho, que algo de lo femenino que hay en los hombres no es incapaz de tolerarse a sí mismo. En seguida fue Mársico el que tropezó con una silla, con otra. Entonces Olga propuso que se sentaran a cenar. Les pidió que descorchasen el vino, puso la cazuela de arroz en la mesa y antes de servir, negligente y tímida, se quitó la chaqueta de punto. Tenía tres brazos.

    

[...]

 

Para seguir, vaya acá

 

Marcelo Cohen nació (en 1951) y vive en Argentina, pero entre el '75 y el '96 residió en Barcelona. Ha colaborado con reseñas, ensayos y artículos en diarios y revistas españoles (El País, Quimera, La Vanguardia) y argentinos (Clarín, Página). Tradujo al español, entre otros, a Christopher Marlowe, Ben Johnson, Jane Austen, Henry James, T. S. Eliot, Wallace Stevens, William Burroughs y Clarice Lispector. Ha publicado las novelas El país de la dama eléctrica (1984), Insomnio (1985), El sitio de Kelany (1987), El oído absoluto (1989), El testamento de O’Jaral (1995) y Donde yo no estaba (2006); las nouvelles Inolvidables veladas (1996) y Hombres amables (dos, 1998); los cuentos de El fin de lo mismo (1992) y Los acuáticos (2000); y los ensayos de Realmente fantástico (2003).

 


 

ETIMOLOGÍA

 

ELEGIR, 2° cuarto del S. XV (antes esleer, mediados del S. XIII). Tomado del latín eligere 'escoger', propiamente 'sacar, arrancar' (derivado de legere 'recoger').

DERIVADOS. Elegible. Elegido. Elección, 1220-50, del latín electio, -onis, ídem; eleccionario. Electo, siglo XIII, del latín electus, participio de eligere. Electivo, 1607. Elector, 1220-50; electorado, 1705; electoral, 1705; electorero. Electuario (o letuario), 1220-50, latín tardío electuarium ídem, propiamente 'preparado con materiales seleccionados'.

Ecléctico, mediados del S. XVIII, del griego eklektikós 'miembro de una escuela filosófica que escogía las mejores doctrinas de todos los sistemas', derivado de eklégo 'escojo' (hermano del latín eligere); eclecticismo. Égloga, 1449, latín ecloga 'selección, extracto', 'pieza en verso', 'égloga', del griego eklogé 'selección', derivado de dicho verbo; eclógico. Selecto, mediados del S. XVIII, del latín selectus, participio de seligere 'escoger poniendo a parte' (del mismo origen que eligere, con otro prefijo). Selección, 1739; seleccionar; selectivo.

 


 

 asunto: TALLER LITERARIO

 

    "Hola, que pena no nos coinciden los horarios, el costo me parecia escaso y la propuesta muy tentadora.

    Me enteré de uds hace poco.

    No hacen alguno en el centro?

    Por qué les queda una vacante?

    Avisen si cambian de día.  

    Dale, che,

 

    L."

 

                                    Ñusléter en vivo

Termine el año arriba con

Encuentros de escribir y leer.

 

Fernando Aíta - Alejandro Güerri

             Conducción

 

Más sobre el taller.

O pregunte en: niusleter@niusleter.com.ar  

(Asunto: Taller literario).

 

 


 

ENCUESTA

 

A ~ ¿Qué es un peronista? ¿Qué es un facho? ¿Qué es un zurdo? (30 palabras c/u)

 

Escriba sus respuestas en este blog

 

 

B ~ Cuando puede elegir, ¿qué elige? (50 palabras)

 

Deje su respuesta acá

 


 

FIGURITAS

 

El Pasado Perfecto

    Una recomendación sobre el uso de flashbacks: ¡Cuidáte del pasado perfecto! El pasado perfecto te puede introducir en un flashback, pero a veces podés no encontrar la forma de salir. En el siguiente, el pasado perfecto está en cursiva:

    Había sido un buen trabajador en aquellos días. Había tenido su propia camioneta y un equipo de dos. Cada mañana había ido al correo y esperado los primeros movimientos de vida en el pueblo, y para las nueve siempre había conseguido un trabajo. Había vuelto a casa todas las noches con plata en el bolsillo.

Bueno, se entiende la idea. Por alguna razón los escritores inexpertos caen en estas relaciones tan obvias con el pasado perfecto al escribir flashbacks. Una vez que agarran la onda, no se pueden salir. Pero el uso continuado de “había hecho” y “había dicho” sirve sólo para recordar a los lectores una y otra vez que esto es un flashback y no la historia real, lo que hace al movimiento de la historia lento y poco interesante.

No tengas miedo de salir del pasado perfecto rápida, incluso inmediatamente. En el siguiente ejemplo, el pretérito imperfecto le da al flashback un movimiento de avance propio. (El verbo introductorio en pasado perfecto está en cursiva.)

    Había sido un buen trabajador en aquellos días. Tenía su propia camioneta y un equipo de dos. Cada mañana iba al correo y esperaba los primeros movimientos de vida en el pueblo, y para las nueve tenía un trabajo. Volvía a casa todas las noches con plata en el bolsillo...

 

Monica Wood, en su libro Description. 

 

Más sobre Flashback en: http://niusleter.com.ar/figuritas.html#FLASHBACK 

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POEMAS

 

Todo tiende a cumplir un objetivo

 

Todo tiende a cumplir un objetivo.

Al César lo que fuera del hombre.

Y el hombre que mirábamos correr esa mañana

debió llegar alguna vez hacia algún sitio.

Las Vespasianas del Parque

con su barroco estilo orinal

ocultan bajo tierra lo infamante:

                                por un lado los hombres,

                                las mujeres por el otro,

descensos e irrupciones a una abrumadora superficie

que todo lo confunde.

El pulgar del César ya no desata lo inminente

en tanto que los Leones de Piedra Municipales

se están descascarando de indiferencia,

corazones y alfabetos.

 

 

Waldo Rojas nació en Concepción, Chile, en 1943. Publicó los poemarios: Agua removida Pájaro en tierra, Príncipe de Naipes, Cielorraso, de donde este. Hizo estudios de arquitectura y literatura. 

 

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GRAFFITTI

 

"Negro: La gorda Calzia está incompatible". En Artigas y Almafuerte, Concepción del Uruguay, E. Ríos.

 

"Escopeta: Sos un tiro en mi corazón". En Charlone, esquina Teodoro García (Chacarita). Lo mandó José Esses.

 

"Un poko de veneno al principio pa'aliviar el dolor y mucho al final para un morir placentero". En Virrey Olaguer y Feliú, esquina Ciudad de la Paz, al lado de una verdulería.

 


 

ENLACES

 

~ Preguntas de Ñusléter

Anímese y responda:

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AGRADECIMIENTOS

 

Julieta Otero, Lady Mik, Gonzalo Cazas, Esteban Güerri, Juancho Ghigliani, felices años nuevos

Bo-K Sucia y Flia. Tamburlini

Concepción del Uruguay y San José

Andrea Denis

Malena Bystrowicz

Patricia Vegetti

Alfredo Lemon

María Vincens

Luciano Díaz

Sergio Peralta

Jopez

Priscilla Decoufled

Mei

Hernán La Greca

Julián Cánepa

Mariano Mancusso

Natalia Cianni y Santi

Sebastián Pérez

María Eugenia Iudicissa

Gastón Tessoni

Gabriel Díaz Velar

Mariano Carrara

Laura Román y Patricio Buzzi

Harvey

A mis papás

A la gente que está afuera de la oficina

A la gente que todavía no les respondimos

A la gente que, por más que se equivoque, elige con certeza

A la gente

 


 

SUSCRIPCIONES

 

Claridad en el cuarto oscuro.

Lista #184 

Ñus Pte. - Léter Vice.

 

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RESPUESTAS

 

¿Podría contar en 100 palabras algún accidente que haya tenido mientras tenía sexo?

¡Ay, la playa es tan romántica! Noche de verano besos y arrumacos y algo me estaba picando en el pie. Pero estaba tan lindo, que mejor seguimos. Y siguió la picazón, y el amor. Hasta que mi novia me mira con cara de horror. ¿Qué te pasó en la boca? No te preocupes nena es solo alergia a la picaduras de hormigas, vamos a continuar que despuès voy a la emergencia.
Nilipe

 

Soy un fumador compulsivo, desde el mismo día en que empecé a fumar. Un vez me estaban saboreando el habano mientras yo sostenía un faso entre los labios y ocupaba las manos en otros menesteres. Quise exclamar ese "ah" que te obliga a separar las mandíbulas, y ahí cayó el pucho sobre el hombro de la degustadora. Difícil describir el grito de alguien que tiene la boca ocupada hasta la garganta, y ni hablar de la contundencia de los dientes. Urgencias en el interzonal, corte de frenillo sin puntos, consejo de dejar de fumar y tres semanas de veda cubana.
elale

 

una vez, a la salida de un lugar en el centro, se me ocurrió amanecer adentro de un cine porno. Deberían ser como las cinco y me metí en ese que estaba cerca del Dorado. Entré a ver que pasaba y cuando vi que no pasaba nada encaré para el baño. Lo menos. Lo pior de lo pior; el ambiente más sórdido y la fauna más increíble de la noche de Buenos Aires. Ahí confluían los que venían de Consti, del Moroco y, por supuesto, del Dorado también. Eso sumado a los habitúes del lugar.
A la entrada del baño, o unos metros antes, no me acuerdo bien, un pibe, medio drogado (o medio tonto) se me vino al humo. Lo primero que pensé fue que vendría a pedirme guita pero al toque me di cuenta que estaba equivocado.
-Cogeme… cogeme…
Me tironeaba molestamente de la ropa y me pedía. Sin siquiera contestarle, lo llevé para el fondo del cine y entre las cortinas de felpa bordó y la alfombra del mismo color se la empuje con todo.
En un momento, el menos apropiado para que yo le llevara el apunte, se le ocurrió lanzar una advertencia completamente desoída por mí.
-Sacala que me cago.
Sin dudas, debí prestar atención al único momento de lucidez que había recobrado este infeliz. Aunque ese no fue el accidente en sí.
Cuando fui al baño noté que la parte superior de mis bermudas, lado interior y exterior, estaban llenos de mierda. La parte de abajo de mi remera también. En el baño traté de limpiar el asco ese y me fui a tomar el 98 con toda le vergüenza del mundo, y la mierda también. 
MB

 


 

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