Ñ u s l e t e r
#
-mensaje inédito de divulgación literaria-
"Si no vos ¿quién?
Si no ahora ¿cuándo?"
Visto en una pared en Forest y Teodoro García (Chacarita).
ETIMOLOGÍA
| Antología |
PROSA |
Antología de inéditos #2
| Varios autores varios |
AGRADECIMIENTOS
FIGURITAS |
El adjetivo y sus arrugas | Alejo
Carpentier |
RESPUESTAS
TALLER LITERARIO
| Plural |
FIGURITAS |
La corrección | Roland Barthes |
SUSCRIPCIONES
ANTOLOGÍA: Compuesta por las voces griegas anthos, flor y légein, recoger. Ramillete escogido, o sea.
Primicia exclusiva
Llegaron a nuestras manos una serie de textos nunca antes vistos: gente que hace cosas dormida; hongos que cantan tras los decorados; ciclismo erótico virtual; sexo y charlas con desconocidos; fluído ascensorista; un pasaje atrás del que maneja; estar en el medio de un quilombo; un abuelo que te saca la ficha; un crimen cometido y un crimen por cometer. Léalos en:
Antología de textos inéditos #2:
http://niusleter.com.ar/antologia/antologia2.html
Vas
a ser la Revelación del Año cuantos años vivas, Mariano Valcarce, Soporte
Técnico.
Gabriela García, Virginia Elías, Diana Cegelnicki, Adriana Blanco, Gustavo Zini,
Marcos Bruzzo, Alicia González, Johana Gómez Arn, Hilario González, por
convidarnos sus textos.
Marcelo Carnero,
Laura Román, Natalia Licovich, Eduardo González, Fabiana Pouso, Pablo Snieg,
Maxi Maro, Agnieszka Ptak, Mei, Fede Merea, Sergio Scalea, Mauro Oliver, por las
lecturas compartidas.
Evaristo Bertora.
Pilar Lagos.
Daniel Liñares.
Y a todos los desprejuiciados.
Mariano Valcarce, Soporte Técnico, avisa "el que elije no coge".
El adjetivo y sus arrugas
Los adjetivos son las arrugas del
estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin
acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber
dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo,
cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga
dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más,
hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga.
Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los
sustantivos.
Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la
haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las
aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo
su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando
Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el
leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar
a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta,
servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una
esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el
adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", "Tanto va el cántaro a la
fuente...", "El muerto al hoyo...", etc. Y es que, por instinto, quienes
elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo,
porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus
faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas. El romanticismo, cuyos poetas
amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de
adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante,
tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los
simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos,
remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los
tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos,
samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en
sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y
aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el
ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos
que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus
vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine
para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y
remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo
fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En
cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e
irritantes. Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el
academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores
reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de
matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio.. Y cuando hoy decimos que
el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos re ferimos al
fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la
adjetivación. Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por
una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los
adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad,
consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la
Biblia, como por quien escribió el Quijote.
Alejo Carpentier
¿Qué
cosas le gusta hacer en simultáneo?
Abrir varias ventanas del Explorer y escuchar la radio y mientras tanto hablar
por teléfono y enojarme pensando las boludeces que me están diciendo y llamar a
mi hija para que se vaya a bañar y entristecerme por las cosas que me pasaron la
noche anterior y tratar de recomponer algo imposible, lo que fue, fue.
Mystica
Rascada de oreja y Guiño de ojo. Merienda y Cena. Ser mediocre y Creerme mejor.
Epifrinio
Escuchar la radio
mientras me afeito, tomar mate mientras leo los diarios argentinos en internet,
y escuchar música mientras cocino o mientras trabajo. Hay cosas que deben
hacerse sí o sí en simultáneo: ¿alguien puede lavar platos o limpiar el baño sin
una música de fondo estilo "Rocky" o "Carrozas de fuego" que disfrace con un
poco de gloria y heroicismo una tarea tan pedorra?
Pez
La paja, hacerla mientras me la hacen
Rodolfo Soto
hablar y pensar...
pocas veces se logra
María Eugenia Pérez
¿En qué ocasiones se le mezclan realidad
e imaginación?
Muy seguido, por suerte. Sueño mucho despierto.
Pez
Mezclan el ocaso con
iones de la imagenación en el clan del mes.
Diana Cegelnicki
A la noche, antes de dormirme, y cuando hablo con mi abuela, se cuelga o me
cuelgo yo de la palmera, y así vemos que todos los caminos conducen a Roma.
Mystica
en el sexo
María Eugenia Pérez
Por ejemplo el otro día cuando fui al dentista, donde primero me apuntaron un
nervio para que no sienta más nada, y después me injertaron unas cosas de metal,
una mezcla del Hombre de Ojalata y Terminator.
Gustavo Stefani
Realidad y fantasía: Cuando hago el amor....
Alejandra
Cada vez que estoy en Simultáneo y se acerca el mozo, hombrecito azul con un ojo
marciano en la frente, vistiendo unas seductoras polleras, que pretende, en
Simultáneo, hacerme creer que es el guardia y que debo bajar porque saqué de
0,80 en lugar de 1,25.
María Ferreyra
Justamente hace dos noches tuve la peor pesadilla de mi vida y cuando me levanté
dudaba si era real o no (obviamente seguía bastante dormida). Soñé que estaba
con mi flia de vacaciones. Mi hermana mayor y yo, por un error, o no se bien por
qué, matábamos a un tipo y a su hijo. Los quemábamos, mutilábamos y enterrábamos
las cenizas para que no nos descubrieran. Nadie se enteraba de nada. Cuando me
desperté tenía una angustia terrible. Me preguntaba cómo podía hacer para vivir
con esa carga, después me puse a pensar en qué vacaciones había sido y ahí, a
medida que iba recuperando la cordura, caí en la cuenta de que todo había sido
un sueño y que no era real. Gracias a Dios no había matado a nadie. Y yo pensaba
que mi peor pesadilla había sido cuando soñé por tercera vez que el Diablo me
perseguía (siempre era exáctamente el mismo sueño y era bastante chica).
Jul
Cuando mirás a esa persona especial a los ojos y pareciera que te absorven y te
transportan a un mundo totalmente diferente hasta que la conexión se corta de
golpe en un pestañeo.
Lucas Aguilar
En transición vigilia-sueño. En ver mi nariz. En crónicaTV.
Epifrinio
¿Y entonces?
Y así empezamos a caminar, llegamos a Roma o a no sé donde, pero llegar,
llegamos. Seguro.
Mystica
Tu vieja es una mala burra, mater tua mala burra est: tu vieja come manzanas
rojas (maltellamo latín castellano)
Diana Cegelnicki
ENCUESTA | Hic et nunc | aquí y ahora: alquila y ahorra
Y entonces nada, es así y listo. Supongo que no me gustaría un día "100%
realidad". Después de todo, eso en buena medida lo elige cada uno, ¿o no?
Pez
Ah, no, y entonces no. Lo siento.
Epifrinio
a disfrutar más y pensar menos
María Eugenia Pérez
Y entonces...
entonces ¡KA-BUUUM!
Gustavo Stefani
-Yo me enteré
por internet.
-En un mes 16 kilos.
-A mí se me pasó la amnesia.
-Sí, ¿te acordás?
-¿Vos no tenías mal aliento?
-¿A quién le decís?
Opiniones encontradas.
Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.
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La corrección
(fragmento)
Los retoques que los escritores aportan a sus manuscritos se dejan clasificar
cómodamente sobre los dos ejes del papel sobre el que se escriben; sobre el eje
vertical se ubican las sustituciones de palabras (son las "tachaduras" o
"vacilaciones"); sobre el eje horizontal, las supresiones o agregados de
sintagmas (son las "refundiciones"). Ahora bien, los ejes del papel no son otra
cosa que los ejes del lenguaje. Las primeras correcciones son sustitutivas,
metáforicas, apuntan a reemplazar el signo inicialmente escrito por otro signo
extraído de un paradigma de elementos afines y diferentes; esas correcciones
pueden por lo tanto recaer sobre los fonemas (Hugo sustituyendo púdico a
encantador en El Edén encantador y desnudo se despertaba) o sobre los fonemas
cuando se trata de eliminar asonancias (que la prosa clásica no tolera) o de
homofonías muy insistentes consideradas ridículas (Apres cet essai fait:
cétécéfé). Las segundas correcciones (correspondientes al orden horizontal de la
página) son asociativas, metonímica, afectan la cadena sintagmática del mensaje,
modificando por disminución o por acrecentamiento su volumen conforme a dos
modelos retóricos: la elipsis y la catálisis.
El escritor dispone en suma de tres tipos principales de
corrección: sustitutivas, diminutivas y aumentativas: puede trabajar por
permutación, censura o expansión. Estos tres tipos no poseen el mismo status y
por otra parte no han corrido la misma suerte. La sustitución y la elipsis se
ejercen sobre conjuntos delimitados. El paradigma está cerrado por las
sujeciones de la distribución (que en principio obligan a permutar sólo términos
de la misma clase) y por las del sentido que imponen cambiar términos afines. De
la misma manera que no se puede sustituir un signo por cualquier otro signo, no
se puede tampoco reducir una frase infinitamente; la corrección diminutiva (la
elipsis) termina chocando, en cierto momento, contra la célula irreductible de
toda frase, el grupo sujeto-predicado (se sobreentiende que prácticamente los
límites de la elipsis se alcanzan a menudo antes en razón de las diversas
sujeciones culturales como la euritmia, la simetría, etc.): la elipsis está
limitada por la estructura del lenguaje. Por el contrario, esta misma estructura
permite dar libre curso sin límite a las correcciones aumentativas; por un lado
las partes del discurso pueden ser indefinidamente multiplicadas (lo que
ocurriría mediante la digresión), y por el otro (es sobre todo lo que nos
interesa aquí), la frase puede provista hasta el infinito de incisos y de
expansión: el trabajo catalítico es teóricamente infinito; aun si la estructura
de la frase está de hecho reglada y limitada por los modelos literarios (a la
manera del metro poético) o por construcciones físicas (los límites de la
memoria humana, por otra parte relativos puesto que la literatura clásica admite
el período poco menos que desconocido por el habla corriente), no es menos
cierto que el escritor enfrentado a la frase experimenta la libertad infinita
del habla, tal como se inscribe en la estructura misma del lenguaje. Se trata
por lo tanto de un problema de libertad y es necesario hacer notar que los tres
tipos de correcciones de los cuales hemos venido hablando no han tenido la misma
suerte; según el ideal clásico del estilo, el escritor está obligado a trabajar
sin interrupción sus sustituciones y sus elipsis en virtud de los mitos
correlativos de la "palabra exacta" y de la "concisión", ambos garantes de la
"claridad", mientras que se lo desvía de todo trabajo de expansión; en los
manuscritos clásicos abundan permutaciones y tachaduras pero no se encuentran
correcciones aumentativas salvo en Rousseau y sobre todo en Stendhal, de quien
conocemos su rebelde actitud contra el "bello estilo".
Tomado de "Flaubert y la frase", de
Roland Barthes, incluido en su libro Nuevos ensayos críticos,
Editions du Seuil, París, 1972.
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