Ñusléter
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#207
ESTAR EN BABIA: Babia es un territorio montañoso situado al noroeste de España, en la provincia de León. Allá por los siglos XI o XII, cuando León era un reino, los monarcas tenían en ese sitio su residencia de descanso, a la que habían dotado de todos los lujos y comodidades introducidos por los árabes en la península: baños, fuentes, espléndidos jardines. Cuando la Corona corría peligro o querían evitar asuntos fastidiosos, los reyes se refugiaban allí para recrearse y gozar del clima y el paisaje. A los súbditos que acudían a la Corte con alguna demanda, los servidores tenían orden de contestarles: "Los reyes están en Babia". De donde el dicho pasó a cobrar el significado de vivir en las nubes, de ser un distraído.
En Tres mil historias de palabras y frases que decimos a cada rato, Héctor Zimmerman.
Vea este número de Nusléter según Nusléter
POEMAS | Dies Irae | San Juan Bautista en el desierto | Diego Muzzio |
ETIMOLOGÍA | Origen |
ENCUESTA
GRaFiTi | Escritos en la calle |
FIGURITAS | Consejos y trucos | Monica Wood |
SERVICIOS | Friláns |
PROSA | La paz ausente | Edwidge Danticat
|
RESPUESTAS
| Asociaciones |
ENLACES | Fotos y textos
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CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar |
"Toc, toc, La Segunda Venida."
Jack Keruoac
Hola, desvístanse: nos vamos. No, no, no, ya no hay tiempo
no hay tiempo para nada. Que los trenes se detengan
que desciendan aviones y naves espaciales
que los barcos sean remolcados a sus puertos
apaguen los televisores, desconecten los teléfonos:
un minuto de silencio antes del silencio eterno.
Mientras unos desenrollan las sogas engrasadas del diluvio
Y otros cuelgan de las ubres de las nubes los carteles
que anuncian la Última Hora del Último día, orad, hermanos,
por aquellos que durmieron en la esperanza de la resurrección,
aquellos que resucitan hoy y están aquí de pie junto a nosotros
extendiendo sus vencidas tarjetas de crédito para pagar
el viaje de placer al Paraíso; pero de pronto encuentran
que la carne es amarga y es pesada la carne
y comprenden que Jesús no viene esta vez con su cruz
pero viene, mentalmente yermo, drogado de dolor,
improvisando una estructura general de destrucción
salvaje y definitiva. Porque si una vez
la furia del Padre provocó el diluvio,
la furia del Hijo debe cerrar el círculo
y ahora es hora de que nos inunde el fuego.
San Juan Bautista en el desierto
Las casa y edificios se han llenado de palomas:
revolotean, ciegas, a lo largo de los corredores,
se amontonan en los ascensores, chocan contra las ventanas
caen sobre las camams donde los matrimonios descansan
de toda una vida de decepción y oscuridad,
embisten las paredes, los espejos, se devoran unas a otras
en blancas bañaderas salpicadas de pelos, destrozan frascos,
se inmolan sobre las llamas de las hornallas,
rozan con sus alas las mejillas de los niños en sus cunas.
Se anuncia el combate de la noche:
dos espítirus luchan en el interior de un iceberg
y el trofeo es en una olla de carne, el privilegio de ascender
un peldaño en la escalera que guía a la lejana
contemplación del Rostro del Señor.
De todos modos hoy iremos de compras.
El cuerpo vive de pan, y la lista escrita por la mano temblorosa
de una mujer sobre la mesa de la cocina, indica que hace falta
hígado, huevos, legumbres, conservas, pescado,
y, si fuera posible encontrar entre las últimas góndolas
que se pierden en la bruma, la cabeza congelada del Bautista,
aquel que oró entre las hormigas carnívoras de la City,
y que luego fue amado, tentado y encarcelado por el Comisario,
sometido a un baño de electricidad dentro de su celda,
su cabeza cercenada y su cuerpo muerto entregado
a un largo festín de necrofilia en las dependencias policiales.
Miles de fumigadores invaden los edificios.
El gas sube desde las ventanas, asciende al cielo,
se mezcla con las nubes. Las palomas muertas son retiradas,
cargadas a paladas en las cajas de camiones amarillos
que se internan como barcas rebosantes de pesca en los suburbios.
A lo lejos arden las hogueras. Y los sacerdotes
organizan nuevos sacrificios para expirar la ira de los dioses,
cortan la cérviz de los bueyes, quiebran patas de cordero,
arrojan muslos y entrñas y huesos a las brasas,
y la ciudad retoma el ritmo habitual de sus negocios.
la gente duerme, come, procrea, muere y son enterrados
en peceras donde bulle una sonora arquitectura de gusanos.
Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969). Tiene publicados estos libros de poemas: El hueso del ojo (1991), Sheol Sheol (1997), Gabatha (2000) y Hieronymus Bosch (2005), de donde salen los de acá arriba. También pueden leerse: La asombrosa sombra del pez limón (cuentos infantiles, 2005); y Mockba (cuentos, 2007).
ORIGEN, 1495. Tomado del latín origo, -inis, ídem, derivado de oriri 'salir (los astros)', 'ser oriundo'.
DERIV.
Original, hacia 1330, del latín originalis; originalidad. Originar. Originario, siglo XVII. Aborigen, del latín aborigenes, propiamente 'los que están desde el origen'. Otro derivado de oriri es oriundus, de donde el castellano oriundo, siglo XIX; oriundez.
¿Qué está haciendo o podría hacer usted para que el mundo se ponga más copado?
Mande
a:
www.niusleter.blogspot.com
GRaFiTi - escritos en la calle
"Colo la piba quieren chacha".
En Costa Rica, entre Serrano y Thames (Palermo).
Amigas y amigos, mientras descansaba Ñusléter emprendimos un nuevo proyecto: la idea es compartir grafitis con dirección (como venimos haciendo hace años), y ahora también con foto.
El diseño y la programación del sitio están en desarrollo, pero ya pueden empezar a ver algunas imágenes e ideas en www.escritosenlacalle.com.
Pasen vean, comenten. Y si se copan y nos quieren mandar fotos de grafitis, aquí les decimos cómo, y gracias:
Mandar la foto de un grafiti como Archivo adjunto a niusleter@niusleter.com.ar
En el asunto del mensaje, poner el texto del grafiti.
En el cuerpo del mensaje, poner:
Muchas gracias, de nuevo.
Consejos y trucos
Expandí tu campo de visión. Cuando observés a la gente o a la naturaleza, no hagás demasiado foco en el cielo hasta perder de vista qué pasa en la tierra. La rótula de la rodilla puede decirnos tanto acerca de una persona como su nariz. El chirrido de los zapatos de alguien puede ser tan significativo como el chirrido de su voz. Mirá arriba, abajo y todo alrededor para dar con los detalles que mejor capturen la cosa que estás describiendo.
Marcá con un círculo tus adverbios. Demasiados adverbios son un signo de que no estás trabajando lo suficientemente duro como para dejar que el lenguaje transfiera la escena de tus ojos a los del lector. Cuando revisés tus escritos, fijáte si hay adverbios innecesarios, irrelevantes o extraños (en especial, lo que terminan en "mente"). Si describís a tu protagonista como alguien que se comporta "amorosamente" y que trabaja "infatigablemente" sólo para llegar a casa y estar con una familia que la trata "terriblemente", lo cual le hace hablarles "amargamente", entonces tenés un problema de descripción. Estás describiendo cosas en abstracto más que con la mirada puesta en alguien en particular. En vez de contarnos que tu heroína trabaja infatigablemente, describí los callos que tiene en las manos o su andar pesado y lento. Examiná tus adverbios para asegurarte de que no los estás forzando a hacer por vos el trabajo duro de observar. No pueden.
Y ya que estás, marcá tus adjetivos. Una buena descripción no se define por el número de adjetivos que haya en cada oración. Cuando estés en la etapa de revisión, contá cuantos adjetivos hay en un párrafo cualquiera. Paradójicamente, una cadena de adjetivos (no importa qué tan claros y llamativos) puede disminuir el poder descriptivo de un momento. Por ejemplo, una oración como "Giró su cara indolente y colorada, hacia el blanco sol abrasador del mediodía" puede ser blanda y pasar desapercibida por la cantidad de adjetivos. "Giró su cara hacia el blanco sol abrasador" es directa y más dramática.
Convertí un símil soso en un adjetivo vívido. A veces, los símiles pueden ser intentos desesperados de un escritor por pintar un mundo vívido. Transformar símiles en adjetivos [o frases] te puede ayudar a variar tu estilo descriptivo y a mantener las comparaciones que ayudan al lector a ver lo que ves. "Tenía una cara como un repollo" puede convertirse en "su cara de repollo". O "Santiago se deslizó del techo al balcón, rápido como un gato" puede ser "su salto felino". Una descripción así, "Cuando Jorge se reía, parecía rugir como un león", puede volverse más efectiva con adjetivos: "Jorge soltó el rugido leonino de una risa."
No mezclés metáforas. Las metáforas mezcladas ponen en evidencia a los escritores novatos. Ejemplo: "Sin ella, él era un pájaro caído del cielo por un disparo, sus cimientos desmoronándose bajo las vigas podridas de su viudez." Optá por el pájaro o por la casa, pero no incluyas ambas. Los pájaros no tienen cimientos ni vigas podridas, y las casas no caen del cielo por un disparo. Podrías probar algo así: "...él era un pájaro al que le disparan en el cielo, súbitamente sin alas, que llora de pena" o ".él no era más estable que una casa al otro lado del camino, sus cimientos desmoronándose bajo las vigas podridas de su viudez." En cualquier caso, no hagas las metáforas demasiado obvias, como las dos anteriores.
Moderá tus metáforas. En el consejo anterior, si querés comparar al pobre hombre con un pájaro sin alas, podés explayarte con la sugestión de un pájaro en vez de decir directamente "él era un pájaro...". Por ejemplo, podría estar sentado en un jardín mirando cómo los pájaros se muestran en pares para la temporada de anidar, o quizás podría recordar cuando era nino y le disparaba a los pájaros y ellos "lloraban de pena". Las metáforas que comienzan "él era un león" están siempre demasiado cargadas al comienzo como para funcionar. Alcanza con la mera sugestión para pintar un cuadro.
Revitalizá tu prosa, mezclando los sentidos. Cuando un pasaje descriptivo falla por alguna razón que no podés discernir fácilmente, prestá atención a los detalles sensoriales. ¿Son todos visuales? Agregá un sonido o un aroma para hacer que la prosa avance de nuevo.
No exagerés con los detalles. Demasiados detalles en un pasaje de prosa pueden oscurecer su significado. Por ejemplo, la historia de una asistente social que visita la casa de una familia notoriamente recalcitrante, puede empezar así:
El barro en el patio sin pasto era de dos pulgadas de espesor más o menos, primero esponjoso, y se deslizaba bajo sus pies. Ella avanzó hacia la casa a través de un sendero atiborrado de basura, de partes de autos olvidadas hace tiempo, trozos de soga, [...] y una inexplicable variedad de barriletes en distintos estados de decadencia. Alicia eligió su camino a través del sendero de obstáculos, [...] Ella buscó con la vista a la senora de la casa, una mujer maciza con un delantal de algodón, contemplando como una lechuza detrás de la puerta biombo. Alice sonrió y tambaleó a medida que el barro comenzó a tirar de sus zapatos, haciendo que cada paso hacia adelante pareciera un salto a través del tiempo y el espacio.
Estos son demasiados detalles, y en la historia adecuada podrían funcionar bien. Es bueno saber, sin embargo, que siempre tenés la chance de suprimir detalles para que el lector vea el bosque a partir de los árboles. No es necesario que, al armar una escena, describas todo, desde el clima hasta los botones de la camisa del personaje. Tené en mente la imagen central que vos mismo/a podés ver cuando entrás al mundo de tu personaje:
Alicia eligió su camino a través del barro fresco, su ojo en la maciza mujer detrás de la puerta biombo. Cada paso era más duro que el anterior -aparte del barro, ella tenía que mirar partes de autos abandonadas y juguetes rotos- y empezó a creer que se estaba moviendo en grandes, agonizantes saltos a través del tiempo y el espacio.
No siempre es mejor incluir más detalles. !Es bueno que cada tanto te acuerdes de darle un respiro a tu prosa!
Usá adjetivos de forma sorprendente. Tratá de escribir descripciones que contengan sorpresas verbales. Un adjetivo como "dulce" no siempre tiene que describir azúcar, o un gatito, o un bebé. ¿Qué tal un dulce tractor, o un huracán dulce? Flexibilizá esos adjetivos. En la historia correcta, las combinaciones adjetivo-sustantivo sin relación aparente -bondad temible, collar feroz, cuerpo de granero- pueden dar la nota descriptiva que buscás.
No uses los adjetivos inusuales dos veces. Los adjetivos comunes como "pequeno", "grande", "marrón" o "mojado" pueden repetirse en una historia, a veces tres o cuatro veces, sin llamar la atención. Los adjetivos menos comunes, sin embargo -"grácil", "electrizante", "quisquilloso", "siniestro"- hay que usarlos una sola vez por historia. Un buen adjetivo repetido se vuelve una mala elección de palabra.
Revisá la consistencia descriptiva. Si Yamila tiene ojos celestes en la página dos, mejor que tenga ojos azules en la página nueve. Te sorprendería lo seguido que aparecen incosistencias. Si escribís solamente los fines de semana, o estás reescribiendo una historia que empezaste hace cinco años, vas a estar propenso/a a tener inconsistencias descriptivas.
No mezcles el punto de vista. Cualquier descripción de un personaje o lugar o evento toma una perspectiva particular. Esa perspectiva puede ser la tuya propia, o un narrador en primera persona, o un narrador en tercera persona -cualquiera que sea el punto de vista que elijas, mantené la consistencia. El narrador en tercera persona puede ver el cielo azul limpio como ominoso; el personaje central podría ver el mismo cielo como un signo de buena suerte; el "ojo de la cámara" grabaría objetivamente el cielo como azul. No digas el cielo ominoso en la página uno y afortunado en la página cinco a menos que clara y deliberadamente hayas cambiado el punto de vista. Decidí quién manda en la descripción desde el comienzo.
No te esclavices a "mostrar". "Mostrá, no cuentes" es una pauta, no una regla. A veces contar es más efectivo que mostrar. Una breve afirmación -"Elena era gato. Así de simple"- puede ser mucho más efectivo que una escena de dos páginas para mostrar a Elena trabajando de gato. Contar puede ser tan emocionante como mostrar siempre y cuando la prosa sea interesante y atrapante.
Evitá el sentimentalismo y el melodrama. El sentimentalismo prolifera cuando escribimos abstracciones: "Estaba atormentada por el dolor". "Su felicidad no tenía límite". Para evitar el melodrama, ceníte a imágenes accesibles y concretas: "Se cubrió la cara con las manos". "Bajó corriendo por el césped de la loma, el pelo largo brillaba como pirotecnia". Describí las cosas que podemos ver y oír... [...]
Evitá los detalles "realistas" que alejan a los lectores. Imagináte que estás escribiendo una historia sobre un ornitólogo. Vos no sabés mucho de pájaros, así que vas a la biblioteca e investigás sobre la ciencia de los pájaros. Está bárbaro. Empapáte... [...] Pero cuando te sientes a escribir la historia, no les regales a tus lectores los frutos de tu labor. Vos tendrías que saber la diferencia entre altricial y precocial, pero los lectores no necesariamente. A la gente le encanta aprender cosas nuevas a través de la ficción, pero siempre que la historia se mantenga en el centro de la escena. Meté palabras poco familiares o datos como parte del desarrollo natural de la historia. Resistí la tentación de cancherear; el trabajo sucio debería ser invisible para cuando llega a la página. El único propósito de tu investigación es hacer al personaje creíble. Las palabras en jerga distancian a los lectores, mientras que los términos no especializados les permitirán entrar al fascinante mundo de los pájaros. [.] Si sos tan experto/a en los patrones migratorios de los papamoscas cola de tijera, ¿por qué no lo explicás en criollo? [...]
Algunas palabras poco familiares se pueden sacar por contexto -no querés insultar a los lectores por ser demasiado simplista. Pero acordáte de que estás escribiendo una historia, no un manual, y que el personaje debería ser más interesante que su trabajo.
No abuses de los sinónimos. Los sinónimos son salvavidas, pero no pueden hacer buena la prosa mala. Si estás mirando el diccionario cada cinco minutos, entonces no estás trabajando lo suficiente. Si buscás la palabra justa para descibir el jardín de tu mamá, no esperes que el diccionario te la dé. Mejor sentáte en el jardín media hora y asimilá la experiencia de lo que te gustaría describir.
Usá descripciones para poner los diálogos en contexto. Las conversaciones no ocurren en un vacío. La gente charla mientras come, limpia la casa, palea nieve, aprecia joyas, comete homicidio. Un agregado descriptivo tan simple como "...dijo, mientras le daba otra vuelta a la mezcladora de cemento" puede recordarles a los lectores que los personajes no son cabezas que hablan y que la historia está avanzando.
Sobre todo, ¡divertíte! Todos tenemos algo que decir. Todos tenemos alegrías y penas y momentos mágicos en nuestro pasado que forman nuestra visión única de la condición humana. Compartir nuestra visión a través de la palabra escrita debería ser lo más fácil del mundo. Pero no lo es; a veces es lo más difícil. Escribir es un trabajo. Requiere tiempo, y concentración, y confianza, y una paciencia extraordinaria. Esto es cierto así estés escribiendo tu primera o tu centécima historia. Como el proceso de escribir requiere tanto de nosotros, a menudo nos frustramos o desalentamos o nos ponemos furiosos con todo el asunto. Cuando pasa esto, acordáte: se supone que escribir sea divertido. No te lo tomés tan en serio. Si la historia que estás escribiendo ahora no se publica, ¿qué hay? Me puedo acordar de un montón de historias inéditas y verlas como los escalones que me llevaron a las historias publicadas. Nada de los que escribas es un desperdicio. Igual que el basquetbolista que se pasa cada manana tirando solo triples, tenés que practicar para mejorar. Esos días que te sentís como un/a escritorzuelo/a cohibido/a, acordáte de por qué escribís. Acordáte de la alegría que te pueden dar tus propias palabras. Acordáte de lo bien que se siente un primer borrador terminado. Acordáte de lo satisfactorio que es finalmente mandar una historia con esperanza y los dedos cruzados. Es el proceso, no el producto, lo que da más satisfacción. No todos veremos el producto -una historia publicada- pero el proceso es todo nuestro. No hay cuota de inscripción, no hay pre-requisitos -solamente un lápiz y una idea.
Mónica Wood en Description (1995).
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La paz ausente
Me levanté decidida a correr al otro lado del terreno, pero él me atrapó las piernas y de un tirón me tumbó de nuevo.
-¿No te sientes mujer cuando estás conmigo? -me hizo cosquillas en el cuello-. ¿No te sientes hermosa?
Cuando me soltó la cintura me volví hasta quedar tendida de espaldas. El sol se deslizaba detrás de las colinas y con el destello las rocas relucían como pedazos de oro.
-Yo sé que puedo hacerte sentir mujer -dijo-. ¿Por qué no me dejas?
-Mi abuela dice que podría tener bebés.
-Olvídate de tu abuela.
-¿Me cuentas otra vez cómo quedaste cojo? -dije para distraerlo.
Era una pregunta que le gustaba responder, una oportunidad de exhibir su coraje.
-Si te lo cuento, ¿me dejarás tocarte los pechos?
-Que lo preguntes ya es un insulto.
-¿Me dejarás?
-Si no me cuentas la historia no lo sabrás nunca.
Cerró los ojos como si tuviera los detalles al alcance en el reverso de los párpados. Yo ya conocía bien la historia.
-Una noche estaba de guardia -dijo, tomando aliento teatralmente-. Nadie me avisó que en Port-au-Prince había habido un golpe de estado. Todavía llevaba el uniforme del antiguo régimen. Mi amigo Toto, del cuerpo juvenil, dijo después que no sabía si yo era del antiguo régimen o del nuevo. Así que por las dudas empezó a disparar. No a mí sino al uniforme.
"Los tiros venían tan seguidos que me entró miedo y me olvidé la contrasena. Entonces una bala de Toto me dio en la pierna y la recordé. Dije la contrasena a los gritos y él paró de disparar."
-¿Y por qué no te quitaste el uniforme? -pregunté yo riendo.
Sin hacer caso a la pregunta, dejó vagar la mano entre los botones de mi blusa.
-¿Recuerdas la contrasena? -preguntó.
-Sí.
-No se la digo a cualquiera. Acércate y dímela al oído.
Yo me acerqué de veras y se la susurré.
-No la olvides nunca, por si estás en apuros -dijo él. -Te podría salvar la vida.
-La recordaré.
-Dímela de nuevo.
Tragué una bocanada de aire polvoriento y dije:
-Paz.
Una descarga de fusilería atronó el atardecer. Se acercaba el toque de queda.
-Tengo que volver -dije.
Sin hacer esfuerzos por levantarse, él se llevó la mano a los labios y me sopló un beso.
-Cuídate esta noche -le dije.
-Paz.
Camino a casa atravesé una hilera de esqueletos de casas incendiadas la noche del golpe. Había muerto un montón de seguidores del antiguo régimen. Otros habían huido a las colinas o se habían embarcado en balsas rumbo a Miami.
Apretando el paso dejé atrás un cementerio donde a veces los agentes de seguridad enterraban cadáveres del antiguo régimen. Lo rodeaba una valla con candado. Pero de tanto en tanto, si una miraba con atención, veía asomar del suelo una cabeza enmaranada.
Detrás del cementerio, en el camino había un lecho de hibiscos rojos. Me tapé la nariz, arranqué unas flores y con ellas corrí a casa.
Delante de la casa, sentada en una mecedora, mi abuela hacía nudos en la cuerda de sisal que le rodeaba la cintura. Me quitó los hibiscos de las manos y los tiró al suelo.
-¿Cuántas veces tengo que decírtelo? -dijo. -Eso crece juntando sangre.
Me sacudió una hoja del pelo, me dio una palmada en el hombro y me empujó hacia dentro.
-Alguien alquiló las dos piezas de la casa amarilla -dijo, y entre los dientes delanteros se le escaparon gotas de saliva. -Quiero que le lleves agujas e hilo.
Mi abuela había arreglado muy bien la casa amarilla para que pudiéramos alojar gente de paso por Ville Rose. A veces los huéspedes eran periodistas franceses o norteamericanos que fotografiaban el cementerio en el que los cadáveres estaban a la vista.
Salí al jardín de la abuela con la esperanza de entrever al nuevo huésped. Luego fui hasta el tanque de agua de lluvia que había en el patio y me desnudé. La abuela me frotó la espalda con hojas de menta y me peinó el pelo.
-Es una dama -dijo. -No le vayas a ir con preocupaciones. Lo que digas y lo que pienses decidirá cómo te traten.
-¿Está sola?
-Es igual que todas las extranjeras. Le parece que puede estar sola. Y además fuma -la abuela soltó una risita. -Fuma como las viejas cuando la vida se pone difícil.
-¿Fuma pipa?
-Las damas de su edad no fuman pipa.
-Entonces cigarrillos.
-No quiero que le pidas ni uno solo.
-¿Es periodista? -pregunté.
-Eso no me concierne -dijo la abuela.
-¿Es inteligente?
-Ser inteligente no es sólo leer y escribir.
-¿Es del antiguo régimen o del nuevo?
-Es como nosotras. El único régimen en el que cree es el régimen de Dios. Dice que quiere dejar las cosas escritas para la posteridad.
-¿Y cuando dijo eso, qué le contestaste?
-Que yo posteridad ya tengo. En un tiempo fui una bebé y ahora soy vieja. Eso es posteridad.
-Si me hace preguntas yo voy a contestarle -dije.
-El que mete los dedos en el estofado acaba quemándose. Le avisé que tuviera cuidado con lo que habla. Le dije que se cuidara de vagos como Toto y Raymond.
-Yo ni los miro a la cara.
-Eso también se lo dije -replicó mi abuela mientras tiraba las hojas de menta.
Sentía el cuerpo terso y despejado. Contemplando el lustre de la limpieza, a mi abuela se le suavizó la cara.
-Mira qué linda puedes ser -dijo, entregándome su precioso bolsito de agujas, hilo y dedales. -Puedes ser muy bonita. Como era tu madre.
Una racha de aire nocturno me enfrió la cara cuando iba hacia la casa amarilla. Me había puesto la ropa de domingo, un vestido de encaje blanco que dos años antes había usado para la confirmación.
Al primer llamado la senora asomó la cabeza por la rendija de la puerta.
-¿Mademoiselle Gallant?
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Me envía mi abuela.
Llevaba un par de abakos, blue jeans norteamericanos.
-Parece que tu abuela te ha dado un encargo fastidioso -dijo. Luego me guió hasta la habitación delantera, con sus desmesuradas sillas de caoba y un escritorio que la abuela había comprado especialmente para los periodistas. -En realidad me llamo Emilie -agregó en creóle, con fuerte acento norteamericano. -¿A ti como te llaman?
-Lamort.
-¿"Muerte"? ¿Y eso cómo ha sido?
-Mi madre murió cuando yo nací -le expliqué. -Mi abuela se puso furiosa conmigo.
-Te han debido poner el nombre de tu madre -dijo, tomando la bolsita de agujas, hilos y dedal. -Así ha debido ser.
Fue hasta la mesa del rincón y levantó la jarra de limonada que mi abuela hacía para los huéspedes el primer día.
-¿Quieres un poco? -preguntó, sirviendo ya.
-Oui, Madame, por favor.
Me tendió una caja de galletas de mantequilla. Yo tomé una sola, como habría hecho mi abuela.
-¿Usted es periodista? -pregunté.
-¿Por qué lo preguntas?
-Los que paran en esta casa suelen ser periodistas.
Encendió un cigarrillo. El humo le entraba y salía de la boca igual que el aliento.
-No soy periodista -dijo. -He venido a hacer una visita.
-¿A quién viene a visitar?
-A una gente.
-¿Y por qué no duerme en la casa de ellos?
-No quería molestarlos.
-¿Son del antiguo régimen o del nuevo?
-¿Quiénes?
-Su gente.
-¿Por qué lo preguntas?
-Porque lo que una dice y lo que una piensa decide cómo la tratan.
-Da la impresión de que aquí la periodista eres tú.
-¿Usted en qué cree? ¿En el régimen antiguo o en el nuevo?
-Tu abuela me dijo que a todos los interesados en la cuestión les contestara que creo únicamente en el régimen de Dios. Apuesto a que para los periodistas tú eres una fuente de primera. ¿Tienes instrucción?
-Un poco.
De nuevo me puso delante la caja de galletas. Tomé una más, pero ella no movió la mano. Así que tomé otra, y otra, y así hasta vaciar la caja.
-¿Puedes leer lo que dice aquí? -me preguntó senalando una línea de letras rojas.
-No sé leer norteamericano -dije yo. Aunque muchos periodistas alojados en la casa amarilla habían intentado ensenarme, no había aprendido.
-No es norteamericano -dijo ella. -Son galletas francesas. Dice: Le Petit Écolier.
De pura vergüenza me llené la boca.
-La inteligencia no es sólo leer y escribir -dije.
-No era por ofenderte -dijo ella, y apagó el cigarrillo en el vaso de limonada que tenía en la mano. -Quiero hacerte una pregunta.
-Si puedo contestaré.
-Mi madre era del antiguo régimen -dijo. -Ella sí era periodista. En Port-au-Prince, de un diario llamado Libeté.
-¿Y se vino a Ville Rose?
-Tal vez. O a otro pueblo. No lo sé. Los que trabajaban con ella en la capital dicen que podría estar en esta región. ¿Recuerdas haber oído disparos la noche del golpe?
-Hubo muchos disparos -dije yo.
-¿Viste algún cadáver?
-La abuela y yo nos encerramos en casa.
-¿Y no llamó a su puerta una mujer? ¿No saben de ninguna casa adonde haya llamado, una mujer de vestido púrpura?
-No.
-Me han dicho que hay una fosa común -dijo. -¿La conoces?
-Sí. He llevado periodistas allí.
-Me gustaría ir. ¿Puedes llevarme a mí?
-¿Ahora?
-Sí.
Abrió la cartera y puso unas monedas sobre la mesa.
-Tengo más -dijo.
Del bolsillo trasero de los jeans sacó un sobre lleno de fotos. Pasé los dedos por el papel satinado que congelaba a su madre en toda clase de poses sonrientes: una mujer morena y flaca de cortos bucles negros lustrosos.
-No la he visto nunca -admití.
-Puede que haya llegado después al atardecer, y el hecho es que el golpe fue en medio de la noche. ¿Sabes si al día siguiente encontraron mujeres muertas?
-Cadáveres no hubo -dije yo-. Quiero decir, no hubo entierros.
Antes de que mi abuela llamara a la puerta yo ya le había oído los pasos.
-Si le cuenta que estoy aquí no podré acompanarla.
-Vete a esperarme en la otra habitación.
La abuela golpeó una vez y luego otra. Corrí a la habitación de al lado y me encogí en un rincón.
Una gran tela púrpura había reemplazado las sencillas sábanas que solían cubrir la cama. En el suelo de cemento había muchos retazos de tela formando cuadrados.
-Gracias por enviarme las agujas -oí que le decía Emilie a la abuela. -Pensé que había empacado algunas en la maleta, pero debo haberlas olvidado.
-Mis ojos ya no son lo que eran -dijo la abuela con el tono tímido, humilde, que reservaba para las oraciones y los completos extraños. -Pero si necesita puedo hacerle los remiendos.
-Gracias -dijo Emilie. -Me las arreglaré sola.
-Muy bien, entonces. ¿Mi nieta está aquí?
-Salió deprisa -dijo Emilie.
-¿Y sabe adónde fue?
-No. Parecía vestida de fiesta.
Callada por un momento, la abuela golpeteó la puerta con los nudillos.
-La dejaré descansar -dijo.
-Gracias por las agujas -dijo Emilie.
Cerró la puerta mientras mi abuela se iba. Luego entró en donde yo estaba con una linterna y su pasaporte estadounidense.
-¿Hay algún modo de que salgamos sin que te vea? Cuando vuelvas a casa tal vez te den un coscorrón.
-¿Para qué son esos trozos de tela? -pregunté yo.
-Voy a coserlos a esa tela púrpura. Toda su vida mi madre quiso coserle unas cosas viejas.
Alzó un trozo de encaje blanco sobre su cabeza:
-Éste es del vestido de novia de mi madre.
Recogió un retazo de tela de toalla rosada.
-En un tiempo esto fue un babero.
Los ojos se le nublaron de llanto. Luchó por contenerlo echando la cabeza atrás:
-El púrpura era el color favorito de mamá.
-Puedo preguntarle a mi abuela si la vio -dije yo.
-Esta tarde al llegar le ensené las fotos, como a ti, y dijo que no.
-Si la hubiéramos visto se lo diríamos.
-Quiero ir al cementerio. Dices que has llevado a otros.
-Yo paso por allí todos los días.
-Entonces vamos.
-A veces por la noche hay guardias -la previne.
-Tengo pasaporte de los Estados Unidos. Tal vez eso ayude.
-A los soldados les da lo mismo. La mayoría son como yo. Tampoco serían capaces de identificar sus galletas.
-¿Cuántos años tienes¿ -preguntó.
-Catorce.
-Para tu edad ya te has hecho una reputación muy amplia. Tengo un amigo periodista que se alojó aquí. Él me dijo que eras la única persona capaz de llevarme al cementerio.
A mí no se me ocurría ningún periodista en especial que hubiese podido recomendarme así, tantos habían pasado por la casa.
-Mejor tener buena fama que mala -dije.
-Yo estoy lista -anunció ella.
-Si la encuentra, ¿se la llevará?
-¿A quién?
-A su madre.
-No he previsto tanto.
-¿Y qué hará si ve que se la llevan ellos? Porque entonces dejará de ser suya.
-Dicen que una muchacha se hace mujer cuando pierde a su madre -contestó. -Tú, nina, naciste mujer.
Enfilamos por el sendero del jardín de mi abuela, hacia el camino principal.
-Últimamente he tenido unos suenos espantosos -murmuró Emilie, arrancando unas hojas de calabaza. -Veo que mi madre se hunde en un río y me llama a gritos.
Una serie de disparos resonó a lo lejos, senales entre guardias nocturnos que no tenían otra forma de hablarse.
Antes de reanudar la marcha paramos un momento al borde del camino.
El aire de la noche me traía a la nariz un hedor de carne podrida.
Rodeamos cautelosamente el cementerio hasta encontrar una entrada. Se oía un crujido como de lata rascando la tierra mojada.
-¿Quién anda ahí?
Me pareció que al sonar la voz a ella se le cortaba el aliento.
-Soy una periodista norteamericana -dijo Emilie en un creóle desfalleciente.
Sacó el pasaporte y lo esgrimió ante un haz cegador. El guardia apartó la luz de nuestras caras.
Era Toto, el amigo de Raymond; el que le había disparado. Alto y escuálido como era, apenas aparentaba dieciséis años. Me miraba fijamente, como poseído por un espíritu. A oscuras no me reconocía.
Tomó el pasaporte y pasó rápidamente las hojas.
-¿Qué están haciendo aquí? -preguntó devolviéndolo. -Hay toque de queda.
-La dama no se sentía bien -dije yo. -Y me pidió que la acompanara a dar un paseo.
-¿No oyeron la senal? -preguntó Toto-. El toque de queda ya empezó. No querrás que te manchen de sangre ese vestido de primera comunión tan bonito.
Otros dos soldados pasaron cerca rumbo a las fosas. Arrastraban el cadáver ensangrentado de un hombre con barba y una camiseta con un antiguo eslogan: SOLOS SOMOS DÉBILES. JUNTOS SOMOS UN TORRENTE. Lo llevaban con los pies por delante, como un bebé naciendo de nalgas.
Emilie dio un paso hacia el cuerpo, quizá para ver mejor.
-Usted no ha visto nada -dijo Toto, estirando el brazo para volverle la cara. Al sentir la mano en la mejilla Emilie torció los ojos.
-Dios del Cielo, !esto le hacen a la gente! -gritó en un creóle candente.
Toto soltó una carcajada.
-A ese pobre indigente le hacemos un favor enterrándolo.
Emilie hizo ademán de seguir a los guardias.
-No ha visto nada -dijo Toto otra vez, apretándole la cara. Ella alzó la mano como si fuera a pegarle. Él le agarró la muneca en el aire y le sujetó el brazo a la espalda. -No ha visto nada -siseó entre dientes-. Repita conmigo. No ha visto nada.
-No he visto nada -dije yo en su lugar-. La dama no entiende.
-Te veo a ti -dijo ella en creóle-. ¿Entonces tú eres nada?
-Paz -dije yo-. Suéltala.
-Eres un cobarde -le dijo ella a Toto.
Él bajó la cabeza para mirarla bien a los ojos. Le retorció el brazo como un trapo mojado.
-Paz, ten piedad -dije yo.
-Que pida ella -dijo Toto.
Ella le pisó una bota. Soltándola, Toto le dio con el fusil en el hombro. Emilie lo miró enfurecida y atónita. Él retrocedió apuntándole a la cabeza, cerrando un ojo como si fuera a disparar.
-!Paz! -aullé yo.
Mis ojos toparon con Raymond, que venía cruzando el campo. Rogué ayuda voceando una y otra vez la palabra. Paz. Paz. Paz.
-Se irán -le dijo Raymond a Toto.
-!Que se vayan ya, entonces! -gritó Toto. -A ver cómo se van.
-Vámonos -le dije yo a Emilie. -Si me matan la abuela se pondrá furiosa.
Raymond fue hasta el camino detrás de nosotras.
-Han cambiado la contrasena -dijo. -Así que deja de decir "paz".
Cuando me volví a mirarlo a la cara había desaparecido.
En el camino de vuelta Emilie y yo no nos dijimos nada. La noche seguía atronada de disparos.
-No los mire nunca a los ojos -le dije ya en el umbral de la casa amarilla.
-¿Así hacen ustedes?
La ayudé a subir los escalones.
-Esta noche coseré los retazos a la colcha de mi madre -dijo ella.
Sacó una aguja del bolsito de mi abuela y se puso a coser. Los dedos se movían velozmente al unir los retazos.
-Tengo que irme -dije, atisbando las monedas que seguían sobre la mesa.
-Quédate, por favor. Si te quedas hasta manana te pagaré más.
-Mi abuela se va a afligir.
-¿Cómo es que se llamaba tu mamá?
-Marie Magdalene -dije.
-Tendrían que haberte puesto ese nombre, no el que llevas. ¿Era bonita tu madre?
-No lo sé. Nunca se hizo retratos como la suya.
-¿Tú conoces a esos hombres del cementerio?
-Sí.
-No peleé más porque no quería traerte problemas -dijo. -Deberíamos anotar sus nombres. Para la posteridad.
-Nosotras ya hemos tenido posteridad.
-¿Cuándo?
-Fuimos bebés y hemos envejecido.
-Todavía eres joven -dijo ella. -Tú no eres vieja.
-Mi abuela se ha hecho vieja en mi lugar.
-¿O sea que si ella ha envejecido por ti no importa que tú llegues a vieja? No puedes andar diciendo lo que ella quiere que digas -dijo. -Si yo no peleé con esos hombres fue para que no te hicieran nada.
-Me quedaré con usted -dije-, porque tiene miedo.
Me ovillé en el suelo junto a ella y me dormí.
Cuando a la manana siguiente me desperté, había cosido los retazos a la colcha púrpura. En el suelo, a su alrededor, estaban las fotos de la madre.
-Anoche me hice mujer -dijo-. Perdí a mi madre y todos mis suenos.
Hablaba con una voz lastrada de miedo y cansancio. Tomó las monedas de la mesa, anadió un dólar y me lo puso todo en la mano.
-¿Me dices sus nombres al oído? -pidió. -Quiero dejarlos escritos.
-Uno es Toto -dije yo. -El que la golpeó.
-¿Y el que nos siguió?
-Ése es Raymond. Le encantan las hojas con forma de mariposa.
Apuntó los nombres detrás de una de las fotos de su madre y me la dio.
-Mi madre se llamaba Isabelle -dijo. -Guárdala para la posteridad.
Fuera el sol de la manana salía ya a encontrarse con el día. Emilie se sentó en el porche y me miró volver a casa de la abuela. Mal cosidos a la tela púrpura que le cubría los hombros, los retazos de colores empezaban a desprenderse.
La abuela me esperaba sentada delante de la casa. Al verme ni se movió. Tampoco hizo ningún ruido.
-Hoy quiero que me llames por otro nombre -dije.
-Las chicas altaneras no llegan lejos -dijo ella levantándose.
-Quiero que me llames por el nombre de ella.
Me miró acercarme con una expresión dolorida.
-¿Marie Magdalene?
-Sí, Marie Magdalene -dije-. Quiero que me llames Marie Magdalene.
Me gustaba el sonido de ese nombre.
Edwidge Danticat (Port-au-Prince, Haití, 1969). Libros de cuentos: ¿Cric? !Crac!, The Book of the Dead. Novelas: Breath, Eyes, Memory; Cosecha de huesos (American Book Award), The Dew Breaker. Literatura "juvenil": Tras las montanas y Anacaona: Golden Flower, Haiti, 1490. Lbros de viajes y crónicas: After the Dance: A Walk Through Carnival in Jacmel, Haiti, Brother, I'm Dying.
~ ¿Qué cinco cosas relaciona con...?
1- política:
2- amistad:
3- 2010:
4- semana:
5- equipo:
nico serru dijo...
política: noticieros en la televisión
amistad: la vez que entramos al mar con mi hermano a las 3 de la madrugada a pescar cornalitos con una red
2010: película de ciencia ficción
semana: estudiar y trabajar
equipo: el fútbol y mis companeros de laburo
Anónimo dijo...
Política: tienen estructuras imposibles:la unión
Amistad: de las ramas centrales (comparten
2010: un tallo) y unos tallos
Semana: que se separan y se reúnen.
Equipo: una especie de tubérculos cortados
por la mitad de donde salen las ramas.
Manuscrito Voynich
~ Adonde va la lluvia
Colectivo de fotografía estenopeica
http://www.adondevalalluvia.blogspot.com
~ Sitio de Alejandro Güerri
Vivir escribiendo.
http://www.alejandroguerri.com.ar
Leticia Piazza. Simón Ingouville. Valeria Galliso. Juan Alberto Crasci. Julián Cánepa. Federico Merea. Matías Puga. Lalo Aíta. Ariel Pennisi. Andrés Pezzola. Daniel Liñares. Nahuel Valcarce. Fede Caivano. Elina y Paula Aguirre. Tomás Lucadamo. Carlos Pereiro. Santa Cruz de la Sierra. Noé Martinez y Ruth Baute. Plataforma Unidos. Volens. Agustín Valle. Sebastián Pérez. Oscar Brahim. Mariano Carrara. Darío Plantt. El Social Argentino. ¡Feliz cumple, Agus Güerri!
Que no se corte el ida y vuelta.
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