r e t e l s u Ñ
-aparición periódica de literatura-
# 153
"La noche negra y pavorosa envolvía la tierra. Una
ominosa llamarada roja ardió en la distancia. Yo me aproximaba a una figura
fantástica que se delineaba ante mí, a medida que me acercaba a ella."
Piotr Ouspensky
ÍNDICE
ETIMOLOGÍA
| Luz |
PROSA
| Rodríguez
| Francisco Espínola
|
ÑUSLETER en VIVO
| Endiablado |
DEFINICIÓN
| Ociosidad |
ENCUESTA
AGRADECIMIENTOS
POEMAS
| Consejos
maternales
|
Virgilio |
GRAFFITTI
ENLACES
| Entrevistas | Demoníacas |
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LUZ, 1220-50. Del latín, LUX, LUCIS, ídem.
DERIVADOS. Lucero, 1220-50. Luciérnaga, 1495 (luziérnega, 1251), derivado del latín LUCERNA 'candil, lámpara' (que dio el catalán lluerma 'luciérnaga'). Lucir, 1220-50, del latín LUCERE ídem; lucido; luciente; lucimiento, 1495; deslucir, 1495, deslucido ídem; enlucir, 1495; relucir, 1438; reluciente; traslucir, principios del siglo XIV; trasluz.
Lucio, hacia 1330, latín LUCIDUS 'brillante', 'luminoso'; por vía culta lúcido, 1444, lucidez; dilucidar; translúcido. Elucubración, S. XIX, y en forma más académica lucubración, S. XVII, derivado del latín lucubrare, elucubrari, 'trabajar a la luz del candil' (de ahí 'trabajo hecho a horas nocturnas').
COMPUESTOS. Contraluz.
Rodríguez
Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el
medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los
sauces de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en
la pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el
respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el
otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento... y se
le apareó. Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda,
renegrida. A los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos
mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco
que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le
sentaba.
—¿Va para aquellos lados, mozo? —le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar
la mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quién era el
importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance a través de la
gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.
—¡Lo que son las cosas, parece mentira!. . . ¡Te vi caer al paso, mira... y
simpaticé en seguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el
interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mira que era un cuchillo de
punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del
cordero.
—Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta
la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin
respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez
volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un
lado del zaino, escupió.
—Alégrate, alégrate mucho, Rodríguez —seguía el ofertante mientras, en el
mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote. —Te
puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?. . .
Agenciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el
poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho
comisario o jefe político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos
los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la
mirada hacia adelante, Rodríguez.
—Mirá, vos no precisás más que abrir la boca…
—¡Pucha que tiene poderes, usted —fue a decir, fue a decir Rodríguez; pero
se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso.
Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido
como por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces al
otro... Después, su cabeza se abatió sobre el pecho, pensando con intensidad. Y
pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los
jinetes y de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de
turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.
A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con
tabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar.
Entonces, en brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su
oscuro, que casi se dio contra unos espinillos. Separado un poco así, pero
manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
—¿Dudas, Rodríguez? ¡Fíjate, fíjate en mi negro viejo!
Y siguió cabalgando en un tordillo como leche.
Seguro de que, ahora sí, había pasmado a Rodríguez y, no queriendo darle
tiempo a reaccionar, sacó de entre los pliegues del poncho el largo brazo puro
hueso, sin espinarse manoteó una rama de tala y señaló, soberbio:
—¡Mirá!
La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer librarse
de la tan flaca mano que la oprimía por el medio y, cuando con altanería el
forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos entre los pastos.
Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante,
sorprendido del propósito, le fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de calma
que le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con forzada solicitud, otra
vez muy montado en el oscuro:
—¡No te molestes! ¡Servite fuego, Rodríguez!
Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita
brotó entre ellos. Corrióla entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí
paradita, la presentó como en palmatoria.
Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercó Rodríguez inclinando la cabeza,
y aspiró.
—¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?
—Esas son pruebas —murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre
pensando qué hacer para sacarse de encima al pegajoso.
Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua
fría. Cuando consiguió recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco, la mente
hecha un volcán.
—¿Ah, sí? ¿Conque pruebas, no? ¿Y esto?
Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de
que se lo abrieran de una cornada. Porque el importuno andaba a los corcobos en
un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en los ojos que milagro parecía no
le estuviera ya echando humo el cuero.
—¿Y esto otro? ¡Mira qué aletas, Rodríguez! —se prolongó, casi hecho
imploración, en la noche.
Ya no era toro lo que montaba el seductor, era bagre. Sujetándolo de los
bigotes un instante, y espoleándolo asimismo hasta hacerlo bufar, su jinete lo
lanzó como luz a dar vueltas en torno a Rodríguez. Pero Rodríguez seguía
trotando. Pescado, por grande que fuera, no tenía peligro para el zainito.
—Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡Por favor, fíjate bien!... ¿Eh?.. .
¡Fíjate!
—¿Eso? Mágica, eso.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo,
el bagre quedó clavado de cola.
—¡Te vas a la puta que te parió!
Y mientras el zainito —hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido
entre un ahogo— seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando
distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos
patas enseñando los dientes, para volver a apostar a su jinete entre los sauces
del paso.
Francisco Espínola, 1901-1963,
uruguayo nacido en San José. Estos son sus libros:
Raza ciega
(1926),
Saltoncito
(1930), La
fuga en el espejo
(1937),
El rapto y otros cuentos
(1950), Milon y el ser del circo (1954) y
.las novelas
Sombras sobre la tierra
(1933) y
Don Juan el Zorro (1968).
-El que te saludó segundo es el verdadero.
-¿Cuál?
-El más gordito, el de moño rojo.
-¿Cómo sabés?
-Porque se presenta todos los años con el mismo disfraz y nunca gana. Pero como
no soporta perder, después achura a alguno del jurado.
-¿Y con vos por qué no se la agarra?
-Hice un pacto con él. Yo lo voto y él me da otro año de vida.
Que nada lo presione. Taller Literario.
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Ociosidad, s. Granja modelo donde el diablo experimenta las semillas de nuevos pecados y promueve el crecimiento de los vicios básicos.
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¿Bajo qué forma le tienta más un/a diablo/a ? (50 palabras)
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Amigos de El Extranjero
mei
Topador, Yani y Tommy
Carrara, Chevy, Campa, Lolo Jacobi, Hernán La Greca
Jorge Sierra
Mariano Fiszman
Emi Rodríguez Nuesch
Virginia Elías
Lalo Aíta
Silvian Tymieniecki
Marién B.
Ricardo Costa
Juan Pomponio
A las noches largas
Al descanso
A las personas que andan medio voleadas
Consejos maternales
Yo misma, cuando el sol encienda las hogueras
del mediodía, cuando más sed tengan las hierbas
y resulte la sombra más grata a los rebaños,
te llevaré al refugio del anciano,
allí donde, cansado de las olas, se retira,
para que, mientras duerme, lo asaltes.
Pero cuando tus manos lo hayan encadenado,
tratará de burlarte bajo diversas formas:
tomará, de improviso, la apariencia de horrendo
jabalí, tigre fiero, escamoso dragón, leona
de cerviz rojiza, o bien dejará oír el acre
ruido de la llama, y de ese modo intentará
liberarse de tus vínculos, o pretenderá irse
deslizándose en forma de agua tenue.
Cuanto más él se mude en apariencias varias,
tanto más, hijo, apretarás las fuertes ligaduras,
hasta que vuelva al cuerpo en que lo viste,
cuando el sueño inicial apagaba sus ojos.
Virgilio
(71-19 a.C). Poeta romano. Escribió las Bucólicas, diez églogas breves; las
Geórgicas, a las que perteneces el poema de arriba; y la Eneida.
"Te sueño entre sueños / donde vos nunca faltás". En Olaf Palme al 4000 (Saavedra).
Entrevistas (en inglés) a muchos escritores
Al diablo con el auto fantástico
En diez palabras...
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
C h i n g a d e r a
Araceli Zúñiga, desde México.
clepsidra
naranja
esdrújulo
voz
sexo
mar
amar
cindor
casa
mío
Anía Sambuco
temo que la imbecilidad termine de ganar a los espíritus.
Emilce Pinazo
La libertad... me encanta... me asusta... la necesito... me duele.
Vanesa (desde la lejanía y la cercanía de muchas cosas)
AMOR
VIDA
HERMANO
ALMA
SOLIDARIDAD
HUMANO
MANDALA
VERDAD
SUEÑOS
REENCARNACION
Jorge Lépore
Me preocupa usar diez palabras en preocuparme por su escasez.
Andrés Wassington
Palabras prestadas pavadas plasmadas pedantes e
hirientes, pidiendo por favor perdón
Marcelo De Sousa
verde que te quiero verde
y al verde, verde limón.
n*
Estoy aburrido de demostrarme y de demostrar mi absoluta genialidad
Roberto López
Tengo palabras ahogadas, ásperas, belicosas, andantes y hasta camufladas en
gestos sin importancia
Javier Romero
Una oferta del demonio
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