n õ s l e t e r
-personajes nocheros de literatura disfrazada-
# 147
"Estoy perdiendo el color / me estoy durmiendo al amanecer / estoy perdiendo el calor / me estoy muriendo y no sé / por qué. // Ya no pienso en eso / no soy yo / el que ronda por las noches / loco por saciar esa sed. " Carlos García
"No tema, señorita, acabo de arreglar / mi extenso guardarropa. Los siglos / no trabajan en vano, poseo colmillos / de todos los estilos, indoloros. / / Créame, la tradición opera sobre mí / con maestría. Primero es revoleo / de capa; después, civil genuflexión / tomándole suave la muñeca. [...]" Javier Adúriz
ÍNDICE
PROSA | Soy
leyenda |
Richard Matheson |
ETIMOLOGÍA | Sacar |
GRAFFITTI
ÑUSLETER
en VIVO
| Taller por Computadora |
AGRADECIMIENTOS
ENCUESTA
POEMAS | Retrato | Resurrección | Cecilia Meireles |
DEFINICIÓN | Vampiro |
ENLACES | Más vampiros |
Disfrazados | Más cosplay
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| Tres lugares de una ciudad |
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Soy
leyenda
I - Enero de 1976
1
En aquellos días nublados, Robert Neville no sabía con certeza cuándo se pondría el sol, y a veces ellos ya ocupaban las calles antes de que él regresara. Durante toda su vida, la hora del crepúsculo estaba relacionada con el aspecto del cielo, y por lo general, prefería no alejarse demasiado.
Paseaba alrededor de la casa, bajo una luz grisácea y débil, con un cigarrillo
en la boca y un hilo de humo por encima del hombro. Comprobó que las ventanas
no tuvieran alguna madera suelta. Los ataques más violentos dejaban tablones
rotos o medio arrancados, y debía remendarlos. Odiaba esta tarea. Hoy
afortunadamente, sólo faltaba un tablón.
Cuando estuvo en el patio revisó el invernadero y el depósito de agua. A veces
los hierros que cubrían el depósito se aflojaban y las cañerías
estaban retorcidas o rotas. A veces, en el invernadero, las piedras que
arrojaban por encima del muro agujereaban los cristales y había que cambiarlos.
Pero el depósito y el invernadero estaban intactos en esta ocasión.
Regresó a la casa. Cuando abrió la puerta de calle apareció en el espejo una imagen de sí mismo absolutamente distorsionada. Hacía un mes que había colgado allí aquel espejo agrietado. Al cabo de pocos días, algunos trozos caían en el porche. Puede caer entero, pensó. No tenía idea de colgar allí otro maldito espejo; no valía la pena. En cambio, había puesto algunas cabezas de ajo. Darían mejor resultado.
Cruzó
lentamente la sala, sumida en el más absoluto silencio, dobló por el oscuro
pasillo de la izquierda, y entró en el dormitorio.
En otro tiempo, la habitación había estado abarrotada de adornos, pero ahora
todo era completamente funcional. Como la cama y el escritorio ocupaban muy poco
espacio, había convertido una pared en almacén.
En el estante se podía encontrar un serrucho, un torno y una piedra de esmeril.
Y en la pared, un muestrario completo de herramientas.
Neville cogió el martillo y encontró, en medio del desorden de una caja, unos
cuantos clavos. Volvió a salir, y clavó rápidamente el tablón que se había
estropeado, arrojando los clavos restantes en la derrumbada puerta próxima.
Permaneció allí durante un rato, de pie en el jardín, contemplando la calle
larga y silenciosa. Era un hombre alto, tenía treinta y seis años y su
ascendencia era inglesa y alemana. En su rostro, nada llamaba especialmente la
atención, excepto la boca, ancha y firme, y los brillantes ojos azules, que
observaban ahora las ruinas de las casas vecinas. Las había quemado para evitar
que se acercaran por los tejados.
Pasados algunos minutos, respiró hondo y volvió a entrar. Arrojó el martillo
sobre el sofá de la entrada, encendió otro cigarrillo y tomó la copa de la
media mañana.
Poco después entró en la cocina de mala gana. Debía deshacerse de la basura
acumulada en el vertedero. Debía también quemar los platos y vasos de papel, y
quitar el polvo a los muebles, y lavar el fregadero y la bañera, y
cambiar las sábanas y la funda de la almohada. Pero vivía solo, y esas cosas
podían esperar.
A
mediodía, Neville estaba en el invernadero recogiendo cabezas de ajo.
Al principio su estómago no podía soportar el olor de ajo. Ahora lo tenía
impregnado en las ropas, y a veces pensaba que hasta en la piel, y casi no lo
notaba.
Cuando le pareció que tenía suficientes volvió a casa y los colocó en el
vertedero.
Accionó
el interruptor de la pared. La luz vaciló unos instantes antes de brillar
normalmente. Neville dejó escapar un chasquido de disgusto entre las mandíbulas
apretadas. Otra vez el generador. Tendría que repasar el maldito manual y
comprobar los cables. Y si la reparación era demasiado complicada, debería
comprar un nuevo generador.
Se sentó, malhumorado, en un taburete junto al vertedero y sacó un cuchillo.
Primero, fue separando los pequeños dientes rosados entre sí, luego los
cortó por la mitad. El acre y penetrante olor inundó la cocina. Puso en
funcionamiento el acondicionador de aire y la atmósfera quedó bastante limpia.
Luego, con un punzón, practicó un agujero en cada mitad de diente y las
atravesó con un alambre hasta formar unos veinticinco collares.
En un principio colgaba estos collares en los cristales, pero la pedrea le había
obligado a tapar todos los cristales con madera terciada. Finalmente había
sustituido estas maderas por tablones, con lo que la casa se había convertido
en un lúgubre sepulcro; pero había puesto fin a aquella lluvia de piedras y
vidrios rotos que entraba todas las noches en las habitaciones. Y una vez
instalados los tres acondicionadores de aire, se pudo respirar mejor. Un hombre
puede acostumbrarse a todo.
Cuando tuvo terminados los collares, salió y los clavó en los tablones de las
ventanas, y retiró luego los viejos porque ya habían perdido casi todo el
olor.
Realizaba este trabajo dos veces por semana. No había otra forma de defenderse
mejor que ésta, por el momento.
¿Defenderse?, pensaba a menudo. ¿Para qué?
Durante la tarde pasó el rato haciendo estacas.
Con la ayuda del torno reducía los tarugos de madera a estacas de veinte centímetros.
Luego
les afilaba la punta en la piedra de esmeril.
Era un trabajo agobiante y monótono, y el aserrín flotaba en el aire con su
tibio olor y le penetraba los poros y los pulmones, y le provocaba la tos.
Pero las estacas nunca alcanzaban, independientemente de las que hiciese. Y los
tarugos escaseaban cada vez más. Pronto tendría que usar tablas. Pensó,
irritado, que eso sería el colmo.
Todo era demasiado deprimente y debía pensar en cambiarlo. ¿Pero cómo,
si no podía dedicar ni un minuto a pensar?
Mientras torneaba, el altavoz del dormitorio dejaba llegar el sonido de la
Tercera, la Séptima y la Novena de Beethoven. Con la música llenaba el
terrible vacío del tiempo.
A partir de las cuatro de la tarde empezó a contemplar el reloj de pared.
Trabajaba en silencio, con los labios apretando el cigarrillo, los ojos clavados
en el taladro que mordía la madera sembrando el suelo de un polvo blanquecino.
Las cuatro y cuarto. Las cuatro y media. Las cinco menos cuarto.
Sólo faltaba una hora y los asquerosos bastardos rodearían la casa. Tan pronto
como se pusiera el sol, aparecerían.
Se
detuvo ante la enorme nevera para elegir su cena. Los ojos indecisos se pasearon
por las carnes, los vegetales congelados, los panes y los pasteles, las frutas y
cremas.
Sacó al fin dos costillas de cordero, unos guisantes y una botella de zumo de
naranja. Luego, empujó la puerta con el codo para cerrarla y se acercó a las
latas de conserva que se apilaban hasta el techo. Tomó una de jugo de tomate y
salió de la habitación. En otro tiempo Kathy dormía allí. Ahora era el
refugio de su estómago.
Cruzó la sala. El mural que tapizaba la pared del fondo mostraba un acantilado,
con un hermoso océano verde y azul. Las olas se rompían contra unas rocas
negras. Muy arriba, en el cielo azul, las gaviotas estaban suspendidas en el
aire, y a la derecha un árbol torcido colgaba sobre el abismo y las ramas
oscuras quedaban recortadas contra el cielo.
Neville
entró en la cocina y dejó caer los alimentos sobre la mesa, con los ojos fijos
en el reloj. Las seis menos veinte. Faltaba poco.
Puso un poco de agua en una olla y esperó a que hirviera. Luego quitó el hielo
a la carne y la colocó en la parrilla. Cuando el agua estuvo a punto, metió
los guisantes en la olla. El mal funcionamiento del generador, sin duda, era
debido a la cocina eléctrica.
En la mesa cortó dos rebanadas de pan y se sirvió un vaso de jugo de tomate.
Se quedó mirando el segundero que giraba lentamente en la esfera del reloj.
Después de beber el jugo de tomate fue hasta la puerta y salió al porche. Dio
unos pasos más, atravesó el césped y llegó a la acera.
El cielo se estaba ennegreciendo y soplaba un frío viento. Miró a lo largo de
la calle.
Oh, en realidad, no eran peores que aquellas malditas tormentas de arena. Se
encogió de
hombros, atravesó el jardín y volvió a entrar en la casa. Cerró la puerta
con llave y colocó la tranca en su lugar correspondiente. Regresó a la cocina,
dio la vuelta a las costillas de cordero y apagó la placa en donde hervían los
guisantes.
Estaba sirviéndose la cena cuando se detuvo para mirar el reloj. Hoy habían
llegado a las seis y veinticinco. Ben Cortman gritaba:
—¡Sal, Neville!
Neville se sentó y empezó a comer, suspirando.
Después de cenar, en la sala, trató de leer. Se había preparado un whisky con
soda y lo tenía en la mano mientras hojeaba un texto de fisiología. Del
altavoz instalado en la puerta del vestíbulo le llegaba a gran volumen una obra
de Shoenberg.
No suena bastante alto, pensó. Los oía aún afuera. Oía sus murmullos y sus
pasos, sus gritos, sus gruñidos y sus peleas. De vez en cuando una piedra
o un ladrillo golpeaban la casa. A veces ladraba un perro.
Y todos se reunían allí para lo mismo.
Cerró los ojos por un instante. Luego encendió un cigarrillo con resignación
y dejó que el humo le llenara los pulmones.
Si tuviese tiempo aislaría la casa y evitaría los ruidos. Todo sería mejor si
no tuviera que escucharlos. Aún después de seis meses le destrozaban los
nervios.
Ya ni siquiera los miraba. Al principio había abierto una mirilla en la puerta
para espiarlos. Pero un día las mujeres se dieron cuenta y le incitaban a salir
de la casa con ademanes obscenos.
Dejó el libro y clavó los ojos en la alfombra, escuchando la música de Verklärte
Nacht.
Podía
ponerse tapones en los oídos y no oiría los ruidos de la calle; pero entonces
tampoco oiría la música, y no quería quedarse encerrado en un caparazón.
Volvió a cerrar los ojos. La presencia de las mujeres complicaba las cosas,
pensó; las mujeres, como muñecas lascivas en la noche. Esperaban
provocarle y que se decidiera a salir.
Se estremeció. Todas las noches sucedía lo mismo: empezaba a leer y a escuchar
música. Luego pensaba en aislar la casa, y finalmente pensaba en las mujeres.
De nuevo aquel calor insoportable en las entrañas. Conocía muy bien
aquella sensación y le enfurecía no poder dominarla. El calor era cada vez más
fuerte, hasta que tenía que incorporarse y pasearse por la sala con los puños
apretados. Entonces encendía el proyector y veía una película, o comía
mucho, o bebía mucho, o aumentaba el volumen de la música hasta lastimarse los
oídos.
Sintió que el estómago se le retorcía como un alambre. Recogió el libro e
intentó leer, concentrándose en cada palabra.
Pero un segundo después el libro estaba otra vez sobre sus rodillas. Miró
hacia la biblioteca. Aquella sabiduría no calmaría nunca su fuego; siglos y
siglos de palabras no podían satisfacer aquel deseo imperativo e irracional.
Se sintió enfermo, humillado. Se le habían terminado todas las posibilidades.
Lo habían obligado al celibato, y debía asumirlo.
Extendió la mano, aumentó el volumen de la música y trató de leer una página
entera sin detenerse. Leyó algo sobre corpúsculos sanguíneos que atraviesan
membranas, y pálidas linfas y nódulos linfáticos, y linfocitos y fagocitos...
...
para terminar en el hombro izquierdo, cerca del tórax, en una de las venas
largas del sistema circulatorio...
Cerró el libro de un golpe.
¿Por qué no le dejaban tranquilo? ¿Creían que sería de todos?
¿Eran tan estúpidos? ¿Por qué venían todas las noches? Después
de cinco meses podían haber desistido y probar suerte en otro lugar.
Fue hasta el bar y se sirvió otra copa. Mientras volvía a su sitio oyó que
unas piedras rodaban por el tejado y caían entre los arbustos del fondo de la
casa. Además del ruido de las piedras, se oían los acostumbrados gritos de Ben
Cortman:
—¡Sal, Neville!
Algún día agarraré a ese bastardo, pensó mientras bebía de un sorbo el
amargo líquido. Algún día lo encontraré y le clavaré una estaca, justo en
el centro de su maldito pecho.
Mañana. Mañana aislaría la casa. No quería pensar más en las
mujeres. Si la aislaba quizá dejaría de pensar en ellas.
La música cesó y Neville sacó los discos del plato y los guardó en sus
fundas. Ahora los sonidos de la calle le llegaban claramente. Cogió un disco
cualquiera, lo puso en el tocadiscos y elevó el volumen.
El año de la plaga, de Roger Leie, le llenó los oídos. Los
violines chirriaban y gemían; los tambores sonaron como los latidos de un corazón
agonizante; las flautas tocaron una extraña melodía atonal.
Sacó, furioso, el disco, y lo rompió en su rodilla derecha. Hacía tiempo que
deseaba hacerlo. Caminó luego rígidamente hasta la cocina y echó los pedazos
al cubo de basura. Allí permaneció un rato, en la oscuridad, con los ojos
cerrados y apretando los dientes, tapándose los oídos con los puños.
Dejadme sólo, dejadme solo, ¡dejadme solo!
Era inútil. No podía vencerlos de noche. Era inútil intentarlo; la noche les
pertenecía. Estaba comportándose como un estúpido. Haría mejor mirando una
película, pero no, no tenía ganas de instalar el proyector. Se iría en
seguida a la cama con tapones en los oídos. Al fin y al cabo, así terminaban
todas sus noches.
Rápidamente, tratando de no pensar en nada, entró en el dormitorio y se desnudó.
Se puso los pantalones del pijama y fue al cuarto de baño. Nunca usaba
chaqueta para dormir. Se había acostumbrado en Panamá, durante la guerra.
Se miró en el espejo mientras se lavaba. Contempló el pecho ancho y velludo y
el tatuaje que le habían hecho en Panamá, una noche. durante una borrachera.
Qué estúpido
era en esa época, pensó. Bueno, quizá aquella cruz adornada le había dado
suerte.
Se cepilló los dientes cuidadosamente. Ahora era su propio dentista. Muchas
cosas podían irse al diablo, pero su salud era muy importante. ¿Por qué
no dejo también el alcohol?, pensó, ¿Por qué no acabo con aquel
infierno?
Antes de irse a la cama recorrió la casa, apagando luces. Contempló el mural
durante unos minutos y trató de pensar que era realmente el océano. ¿Pero
cómo podría concentrarse con todos aquellos chillidos y gritos nocturnos?
Apagó la luz de la sala y entró en el dormitorio.
Una mueca de disgusto se dibujó en su cara. El aserrín cubría las sábanas.
Lo sacudió con
la mano pensando que debía separar el almacén del dormitorio. Sería mejor
hacer esto, sería mejor hacer aquello, pensó cansadamente. Había tanto que
hacer. Nunca resolvería el verdadero problema.
Se puso los tapones en los oídos y se hundió en el silencio. Apagó la luz y
se deslizó entre
las sábanas. Eran poco más de las diez. Qué más da, pensó, me levantaré más
temprano.
Tendido en la cama, aspiró profundamente en la oscuridad, esperando que le
viniera el sueño. Pero el silencio no era una gran ayuda. Aún los tenía
grabados; hombres de caras blancas que se arrastraban por la calle, buscando
incesantemente cómo llegar a él. Algunos, quizá en cuclillas, acechando como
perros, chirriaban los dientes y se balanceaban hacia adelante y hacia atrás,
hacia adelante y hacia atrás.
Y las mujeres... ¿Pero iba a pensar otra vez en ellas? Se acostó boca
abajo profiriendo una maldición y apretó la cabeza contra la almohada. Así se
quedó durante un rato, respirando pesadamente, retorciéndose.
Todas las noches pronunciaba mentalmente el mismo deseo: ¡Que llegue la mañana,
Dios, haz que llegue la mañana!
Soñó con Virginia y gritó durante el sueño y los dedos se le
clavaron en la colcha como garras.
Richard Matheson (Nueva Jersey, 1926) empezó a escribir a los siete años y comenzó a publicar en un periódico de Brooklyn y luego en la popular Magazine of Fantasy and Science Fiction (p. ej. el cuento "Nacido de hombre y mujer"). En 1954 apareció la novela cuyo primer capítulo usted (tal vez) acaba de leer, que fue llevada al cine (El último hombre sobre la tierra, con Vincent Price, y The Omega Man, con Charlton Heston) al igual que El hombre menguante (de 1957, con Matheson como guionista). Más tarde publicó, entre otros: Las playas del espacio (algunos de sus cuentos se convirtieron en capítulos de la serie de TV La dimensión desconocida), El último escalón, y La casa infernal (también hechas película).
SACAR,
947.
Voz exclusiva del castellano y el portugués, y ajena a las demás lenguas
romances, salvo el francés antiguo y dialectal sachier 'arrebatar',
'tironear', siglo XII. En la época primitiva sacar aparece sobre todo en
textos legales, con el sentido de 'obtener judicialmente', 947, y otras veces
'desposeer, eximir', siglo XI. Luego es probable que venga del gótico SAKAN
'pleitear'. De las citadas acepciones jurídicas se pasó a 'proporcionarse' y a
'extraer, quitar', ya corrientes en el S. XII.
DERIV.
Saca 'derecho de retracto', S. XIII, 'multa judicial', 'acción de
sacar': del gótico SAKA 'causa legal, pleito' (comparar el alemán sache 'causa',
'cosa', inglés sake 'causa'). Saca y resaca, 1492, se
aplicaron al flujo y reflujo del mar, cuando éste saca y vuelve a chupar los
objetos que están junto a la orilla, de donce resaca 'retroceso de las
olas'; resaquero. Saque, 1739. Entresacar, 1495. Sonsacar, fines
del S. XVI, antes sosacar, 1220-50, propiamente 'sacar furtivamente, por
debajo', 'sacar con cautela'. Asacar, fines del S. XIII.
COMPUESTO. Sacabalas. Sacabuche, 1470, del francés saqueboute 'lanza armada de un hierro ganchudo que se empleaba para sacar del arzón a los jinetes enemigos, tironeando y empujando alternativamente', compuesto de saquer (variante del sachier aludido arriba) 'tironear' y bouter 'arrojar'; en los siglos XV-XVI pasó a aplicarse al sacabuche o trombón, por los movimientos de alargamiento y acortamiento que caracterizan este instrumento musical; en castellano se cambió la terminación extranjera -boute en -buche, pensando en el buche o carrillo hinchado del músico. Sacacorchos, S. XIX. Sacaliña, 1435, y después socaliña, principios del S. XVII (por influjo de sonsacar, sinónimo de socaliñar); primero significó 'zancadilla', 1438 –formado con liña 'línea', porque consiste en sacar de la línea vertical–, de donde 'ardid con que se saca lo que uno no está obligado a dar', 'el pago que así se saca', 1604 (de 'zancadilla' a 'garrocha', 1495, quizá pasando por lanza ganchuda para derribar al enemigo'); socaliñar, 1605. Sacamanchas. Sacamuelas. Sacapotras. Sacatrapos 'tirabuzón para sacar tacos y trapos del cuerpo de una arma de fuego', principios del S. XVII, y de ahí 'sacacorchos'.
"Jaqueline: sos una potra por tu orto" En Gral. Hornos al 3500, Caseros. Anotado por Anía.
"Creo en Damián" En Mujeres Argentinas y Pasaje Ensenada, Sarandí.
... entré a las doce como para salir tres, tres y media... la cosa es que hago de todo, no sabés, una loba jugosa, bueno, ducha, prendo la tele, me arrumaco, y como un nabo, estaba cansado la verdad -me quedé dormido... por suerte tengo una pesadilla y a las cuatro y algo me despierto, ya la oscuridad no era tan negra por la persiana y me vine loco, la levanté a los zarandeos, salgo zapateando... apuráte despacio decía mi abuelo, el taxi que me tomo agarra, va y choca.. no hay heridos, lo dejé ahí arreglando con el del otro coche y paro uno que venía, no me quería llevar nadie, no sabés la desesperación, el taxi arranca de nuevo y nos deja ahí paraditos como para que nos vinieran a robar, y dicho y hecho, al minuto viene un cabezón con un cuchillo...
Vivir para contarlo.
Taller Literario. Encuentros de leer y escribir.
Averigüe acerca del Taller por Computadora.
Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Más información: 4896 0140 y 4205-4284 ó niusleter@niusleter.com.ar
Andrés Pezzola, feliz año nuevo
Mauro Oliver
Mariano Valcarce
Pilar Lagos
Daniel Liñares
Mariano Cerrutti, feliz cumple
Diana Cegelnicki
Gustavo Berriel
Viviana del Villar
A quienes reciben por primera vez
A las invitaciones
A la gente que se reúne
A las noches de calor
Si la/lo invitáramos a una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría? ¿Cómo?
Envíe su disfraz (en 50 palabras) a: niusleter@niusleter.com.ar
POEMAS
Retrato
Yo no tenía este rostro de hoy,
tan calmo, tan triste, tan delgado,
ni estos ojos tan vacíos,
ni este labio amargo.
Yo no tenía estas manos sin fuerza,
tan detenidas y frías y muertas;
yo no tenía este corazón
que ni se muestra.
Yo no advertí este cambio,
tan simple, tan cierto, tan fácil:
¿En qué espejo se perdió
mi imagen?
Resurrección
No cantes, no cantes, porque vienen de lejos los náufragos,
vienen los presos, los tuertos, los monjes, los oradores, los suicidas.
Vienen las puertas, de nuevo, y el frío de las piedras, de las escalinatas,
y, con un ropaje negro, aquellas dos manos antiguas.
Y una vela de móvil llama humeante. Y los libros. Y las escrituras.
No cantes, no. Porque era la música de tu voz lo que se oía.
Soy una muerta reciente, aún con lágrimas.
Alguien escupió distraídamente sobre mis pestañas.
Por eso vi que ya era tarde.
Y dejé en mis pies quedarse el sol y andar las moscas.
Y de mis dientes se escurrió una lenta saliva.
No cantes, pues trencé mis cabellos, ahora,
y estoy ante el espejo, y sé bien que ando en fuga.
Cecilia Meireles creció en Rio de Janeiro, al cuidado de una abuela. A los dieciocho publicó su primer poemario, Espectros. También estudió canto y violín, se dedicó a la educación como docente y como periodista en distintos medios. Participó de la vanguardia modernista de Rio, el grupo Festa entre 1927 y 1935. Algunos de sus títulos: Viagem (Premio de Poesía de la Academia Brasileña en 1835), Música vaga, Mar absoluto, Retrato Natural , Elegía, Romancero de la desconfiada, Poemas escritos en la India, Cántico (póstumo). Escribió también obras de teatro, libros para niños, ensayos y crítica literaria, y tradujo a Anouilh, Ibsen, Tagore, Rilke, Virginia Woolf, Maeterlink, García Lorca y Pushkin. Sus fechas: 1901 y 1964.
Vampiro, s. Demonio que tiene la censurable costumbre de devorar los muertos. Su existencia ha sido disputada por polemistas más interesados en privar al mundo de creencias reconfortantes que de reemplazarlas por otras mejores. En 1640 el padre Sechi vio un vampiro en un cementerio próximo a Florencia y lo espantó con el signo de la cruz. Lo describe dotado de muchas cabezas y de un número extraordinario de piernas, y no dice que lo vio en más de un lugar al mismo tiempo. El buen hombre venía de cenar y explica que si no hubiera estado "pesado de comida", habría atrapado al demonio contra todo riesgo. Atholston relata que unos robustos campesinos de Sudbury capturaron un vampiro en un cementerio y lo arrojaron en un bebedero de caballos. (Parece creer que un criminal tan distinguido debió ser echado a un tanque de agua de rosas). El agua se convirtió instantáneamente en sangre "y así continúa hasta el día de hoy", escribe Atholston. Más tarde el bebedero fue drenado por medio de una zanja. A comienzos del siglo XIV un vampiro fue acorralado en la cripta de la catedral de Amiens y la población entera rodeó el lugar. Veinte hombres armados con un sacerdote a la cabeza, llevando un crucifijo, entraron y capturaron al vampiro que, pensando escapar mediante una estratagema, había asumido el aspecto de un conocido ciudadano, lo que no impidió que lo ahorcaran y descuartizaran en medio de abominables orgías populares. El ciudadano cuya forma había asumido el demonio quedó tan afectado por el siniestro episodio, que no volvió a aparecer en Amiens, y su destino sigue siendo un misterio.
En el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce
Gente que se disfraza de sus ídolos
¿Qué tres lugares poco conocidos de su ciudad recomendaría a un/a turista?
La isla Maciel, un buen lugar de recogimiento y sabiduría a flor de piel (lleven forros).
Mi casa, esta recién pintada, arreglada, con muebles nuevos y todo.
Un karaoke que esta a 3 cuadras de mi casa, es posta posta japonés, hay mesas bajitas con chicas japonesas, o por lo menos parecen serlo, que te sirven los tragos que quieras y si queres te llevas la botella de whisky y si no te la tomas toda te la guardan para la próxima vez que quieras ir a entonar las coplas del lejano norte jujeño. Hay televisores donde cuando elegís la canción que queres interpretar aparece la letra, es muy bueno, propongo ir, turistas o no.
Estela
1* Un restaurant llamado "Bombife"...de ambiente tan casero que nadie se sorprenderia de ver pasar al dueño en calzoncillo y chancletas.
2* El techo de la casa de Julian Podesta, en donde uno puede revolear más de media docena de huevos a dos paradas diferentes de colectivos, sin duda un punto estrátegico.
3* Mi living, con cuatro parlantes Edifield... especial para escuchar "High Voltage" de AC/DC o cualquiera de Jhetro Tull en donde se escucha la respiración de Anderson.
JeRe
1.- mi recámara
2.- un tianguis -mercado popular- (pero con los ojos cerrados)
3.- una visita guiada al drenaje profundo
Araceli Zúñiga desde México.
La ciudad, Buenos Aires.
1.- La parrilla y restaurante "El puentecito" en el viejo puente que unía Capital y Avellaneda;
2.- Las inmediaciones del puente viejo citado en 1;
3.- Las quintas de la costa del río en Sarandí, Avellaneda. Aprovechen para comprar vino patero.
P. Martínez
1- Ir al boliche Metropoli, un lugar diferente donde apreciar una "realidad" paralela (pero no menos real).
2- Un viaje de ida y vuelta (de día y fuera de hora pico) por la línea San Martín o la Roca, un paseo muy instructivo.
3- Un paseo a partir de las 23:00 arrancando en Florida y Corrientes y siguiendo por ésta hasta Pueyrredón, para recorrer librerías no convencionales, teatros under, ver a "los locos lindos", los freaks, el submundo; a pesar de no ser "un lugar" en sí, es un paseo digno de recorrer.
Roberto López
3 lugares para turistas: Una ciudad es un lugar imposible de mostrar, pero ya que él insiste lo llevaría a caminar de noche por mi barrio, dónde no hay nada para ver. Al otro día daríamos un paseo matinal por el barrio Goes dónde hay muchas casas imposibles y abandonadas. Terminaríamos de tardecita al lado del monumento del "che" en la cima del cerro, tomando algo. Quizás por esto último se atrevería a volver a Montevideo.
Pedro
A un turista le recomendaría conocer el bar Brasilia de Necochea y Brandsen (La Boca); viajar en la interisleña hasta la segunda sección del delta y cruzar el Paraná de las Palmas; y el cementerio de El Mollar (Tucumán).
María de La Boca
La casa de PRODE en Aguero y Bulnes, barrio norte. Si tiene pila, apretar la nariz de la bruja colgada en la pared Oeste del local y jugarle al número que le salga. No se si funciona, pero vale la pena probar.
La librería de libros viejos "Lomito completo de literatura y Usados" en avenida de mayo.
Y ahhh puerto madero de noche tomarse un helado y pasearse en buena compaiía y agarrado de la mano de la buena compania por la rambla siguiendo el cauce del río espeso y sucio disimulado por la oscuridad reflejando las pantallas de plasma de los lofts renovados en los docks y sacarse una foto con flash que igual para que si no sale nada o en el caso de no poseer camara reposarse en la baranda pegajosa (dulce de leche massera: recomendado) y olvidar lo táctil y detenerse a no pensar en el río abierto que una vez embudo la ambición abierta de nuestros conquistadores.
Lucio Castro
1) el barrio "don bosco", de ramos mejía (para que huelan y afanen flores felices e impunes).
2) la heladería "don alberto" (para que conozcan de una vez lo que es "el helado"...maquéfreddonifreddo!!!!!!!).
3) cualquier vagón del "don sarmiento" a la hora que elijan, para moreno o para once (para que tengan su cuota de aventura, su cuota sacrificio, su cuota de terror!).
anía
Lugares que recomendaría en Bs. As. para escapar del humo:
-La hemeroteca presurizada (¡cómo me gusta decir presurizada!) de la Biblioteca Nacional en Agüero y Las Heras.
-El pasaje Monpox y El pasaje Sabadell en Parque Patricios (no pasan casi autos).
-Y por Rivadavia al 2600 hay una especie de pasaje colonial con casas en donde tampoco hay ruido y uno está cerca de todo.
Juliette ;)
La llevaría al mágico Pasaje Cabrera, en Palermo, con esas misteriosas luces que emergen desde las baldosas mismas y gatos de mirada diabólica, como guardianes pretorianos. Cuentan que, agazapado entre las sombras anda beso suelto y quien lo recibe no vuelve a ser besado jamás. Una dama invisible prodiga besos de clausura. Según la leyenda, la joven Isabel, estaba por recibir su primer beso cuando su novio fue ultimado por la policía, en sus brazos... Años más tarde ella murió de pena y casta de besos. Ahora su espíritu merodea el pasaje arrebatando besos a los desprevenidos transeúntes, condenándolos. Dicen que el antídoto, es besar a la primera mujer de carne y hueso que se nos cruza para anular sus efectos. (Solo válido para llevar turistas francesas o suecas, menores de 33 años).
JRD
"A la semana de suscribirme me pagó una deuda un primo y otra una vecina", cuenta Belinda, 28 años, desde Quito.
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