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-recordatorio de divulgación-
#118
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"Aprovecho la hora del almuerzo / para hacer un examen de conciencia / ¿Cuántos brazos me quedan por abrir? / ¿Cuántos pétalos negros por cerrar? / ¡A lo mejor soy un sobreviviente!" Nicanor Parra
POEMAS | La verdad es la única realidad | Francisco Urondo | | Ezeiza | Fabián Casas |
TALLER
LITERARIO
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PROSA | Notable
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Arno Schmidt
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RESPUESTAS
SUSCRIPCIONES
DEFINICIÓN | Estructuras |
La verdad es la única realidad
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero
pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como
la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.
Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973
Francisco Urondo (Santa Fe, 1930 - Mendoza, 1976). Más detalles, bibliografía y otro poema en Ñusleter #34
Ezeiza
Mi primo ya no es un gigante
en el crepúsculo de esta terraza
donde estamos sentados.
Dos casa más allá,
con broches en los labios
y pañuelo azul en la cabeza
una mujer cuelga la ropa.
Desde que se fue el libretista
el color whisky del pelo de mi primo
empezó a clarear
y en alguna feria americana
los jóvenes modernos
deben estar probándose
su vieja melena, sus pantalones oxford,
los suecos que yo a veces le robaba
para mirarme en el espejo...
Príncipes violentos de los setenta
¿Qué podemos hacer por ustedes?
No se convirtieron en políticos
ni se exiliaron, ni están
con dos enes en el pecho debajo de la tierra...
Ustedes,
que se colgaron de los árboles de Gaspar Campos
y fueron a esperar el Duce a Ezeiza,
tuvieron que soportar
que el viejo no les trajera la revolución
sino la peste.
"Pero no éramos -dice mi primo-
estetas de la muerte o fanáticos del dolor.
Simplemente buscábamos Tao..."
A la gente le gusta pensar
que la vida cambia. Y muchos viven pendientes
de cosas que no le van a suceder nunca.
Ahí está la vereda cubierta de arroz
del Registro Civil; el libro donde dice:
"Antes vine como el Cordero,
ahora he vuelto como el León".
Relatos, fábulas para un pueblo construído
de agua y de fe.
La silla de mi primo está vacía.
El viento agita los árboles en la calle.
Es cierto. Todo terminó más rápido
que un día de franco.
Después pasó el tiempo,
viajamos con las tribus del norte hacia el sur.
Algunos se reprodujeron.
Otros aprendimos que el miedo
es la distancia que existe
entre el dolor y la nada.
Yo crecí y me convertí en el líder.
En cuanto al Guerrero del camino,
nunca más lo volví a ver.
Ahora él vive
sólo
en mi memoria.
Fabián Casas nació en abril de 1965 en Buenos Aires. Se dedica al
periodismo y tiene publicados: en poesía, Tuca (1990), El Salmón
(1996), Oda (2003, de ahí este poema) y El spleen de Boedo (2003);
en narrativa, del 2000 para acá, Ocio, Cuatro fantásticos, El
bosque pulenta y Los Lemmings.
"Un juez es un policía recibido de abogado." En Av. de Mayo al 800 (Microinfierno).
"Sin tu risa la vida dejaría de ser milagro. Marcos." En Cerrito y Misiones (Montevideo).
"Todo lo que leyó y le dejó un eco en el alma; todo lo que no alcanzo a decirle a ese viejo amor de su vida, y todo lo que le dijo sin pensarlo, sin necesidad, y ahora le da orgullo o vergüenza; las facturas que no pudo pasarle a sus familiares, que le hicieron atragantarse con las pastas, o le arruinaron cumpleaños, o relaciones, o no le devolvieron cosas prestadas o las devolvieron rotas; lo que imagina mientras debería estar trabajando, y las ensoñaciones en que se sumerge mientras alguien le comparte sus problemas o le confía sus culpas, al igual que las historias que se le ocurren al observar una arañita descolgarse del techo por un hilo invisible; las fantasías que le encienden la piel al rozar el codo con personas desconocidas o íntimas, los ratones que le corren el altillo a causa de esa voz en el teléfono; los terrores que enfrenta al dormir y los sueños de los que regresa con gotas en la frente, algo jadeante, porque su intensidad le hace preguntarse qué es más real; sus valores, sus ideales y sus aspiraciones; todo eso, NO NOS INTERESA, salvo por escrito (y en estricta ficción)."
No es
terapia,
es TALLER
LITERARIO
- Encuentros de
lectura y escritura.
Promueven:
Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Si desea más precisiones envíe un mensaje con asunto "Más precisiones" a: niusleter@niusleter.com.ar
Notable parecido
—Oh, ya lo creo que sabe
historias el señor consejero: hasta podría atraer pájaros de los árboles —dijo a
tiempo que me miraba, de abajo arriba, desde sus relucientes ojos de vejez.
—Sí, sí, Hagemann —intervine yo, diplomáticamente—, pero,
¿serán todas ciertas?
Al punto echó los brazos hacia el aire (con sus dos fuertes
puños hacia delante).
—Pero, ¿cómo que no? —lloriqueó evidentemente molesto—. ¡Con
todas las cosas que han pasado aquí en estos años!... Y después las
complicaciones. Oh, Dios, Dios, si no tuviera yo una cabeza tan firme... Dicho
esto se alejó envuelto en una ola de murmuraciones; por mi parte, lleno de
curiosidad, regresé a la terraza donde me esperaban. El ex consejero agrimensor
Stürenburg estaba ocupado en explicarle al capitán que aun como aficionado podía
obtener mapas de una determinada región, mejores que los que generalmente son
tenidos por el non plus ultra en esa materia.
—Cualquier oficina de catastro se los vende a usted sin
ninguna clase de problemas... creo que sólo a 6 marcos; se trata de los llamados
“mapas planimétricos”, en escala de I:5000, que precisamente traen toda la
topografía. Allí tiene usted señalado cada edificio: las casas comunes están
diferenciadas de los galpones y demás por medio del sombreado o del lineado; con
los nombres de las calles, etc. Realmente es cosa muy recomendable.
Asintió con un aire de gran conocedor, y en seguida con ayuda
de un cortaplumas le dio a su cigarro el corte de rigor.
—Claro está que también hay —continuó diciendo— planos en
escala mucho mayor, confeccionados según el registro catastral; en los casos
necesarios se los completa en un abrir y cerrar de ojos.
Una vez que habló así balanceó a un lado y a otro la poderosa cabeza y soltó un
suspiro quejumbrosamente evocativo.
De la parte del mar soplaba perezosamente el viento... en
rigor de verdad no podía decirse que “golpeaba”, ya que el mar del aire estaba a
la sazón de muy buen talante: deslizábase deliciosamente sobre nuestras manos y
desnudaba los antebrazos.
—Ideal para la cosecha —observó el boticario Dettmer con
gesto de importancia; y al punto la doctora Waring aseveró lo mismo con aire de
propietaria rural (aunque vaya a saber el diablo lo que ella entendía de todo
aquello); con todo disimulo Emmeline estiró las piernas (¿una de ellas
señalándome directamente a mí?), y mientras con malicia me miraba de pasada,
Stürenberg ya había tomado nuevamente la palabra:
—Ustedes ya saben que hace 25 años, durante el Tercer Reich,
fui jubilado antes de tiempo, y lo digo porque ello está relacionado con el tema
de los mapas catastrales mencionados recién. Por esos años yo tenía algunas
funciones catastrales bajo mi responsabilidad al Oeste del Ems, y en cierta
ocasión que viajaba en auto camino de Meppen, de pronto me veo frente a dos
agrimensores trabajando cerca de una villa instalada en un hermoso paraje: uno
de ellos ya había armado el trípode; dos ayudantes estaban pintorescamente
apoyados en las varas pintadas de rojo y blanco... como es de práctica. En aquel
momento, según recuerdo, no había nada más allí... Mando a Hagemann que detenga
el coche, bajo y me doy a conocer al individuo que estaba mirando por el anteojo
largavista. Sin levantar siquiera la cabeza, me dice de mala manera: ¡Siga por
su camino! Esto ya no me gustó nada ¡Al fin y al cabo yo era su superior
jerárquico! Por lo demás, a cualquier geodesta auténtico y de corazón lo hubiera
sublevado la forma en que el anteojo largavista estaba enfocado para cualquier
lado apuntando hacia la villa. Ante una formal protesta mía por este detalle
profesional, aquel sujeto volvió a decirme en tono amenazador: ¡Le he dicho que
siga por su camino! y levantó la cabeza del aparato. Era el suyo un rostro que
yo no había visto nunca todavía, y conste que conocía a todos mis empleados, ¡y
que me los conocía de memoria! El asunto me inspiró serias sospechas; por lo
menos había allí “una usurpación de atribuciones profesionales”. De modo que me
adelanté y le exigí que me acompañara hasta el coche, con el propósito de
llevarlo al primer puesto policial. Semejante cosa no hizo sino desfigurarle el
rostro ya bastante desagradable de suyo. De momento se achicó todo, pero emitió
un silbido llamando a sus compinches para el ataque. Todos se lanzaron a una
contra mí, y me hubieran metido de cabeza en el auto si en aquel momento no
hubiese intervenido Hagemann. Empezó arrojando de cabeza—en movimiento
perfectamente estratégico— al cabecilla de todos ellos dentro de la zanja al
costado del camino... llena de barro y porquería, como es lógico. En segunda
vino en mi ayuda. Para felicidad nuestra los dos restantes se figuraron que
tenían que romper sus estacas en la cabeza de Hagemann. ..y a partir de aquel
momento nuestra victoria fue un hecho. Por medio de sus golpes de puño, sus
empellones y rechinar de dientes arremetía la cabeza de Hagemann, escudo y arma
de ataque a la vez, de manera irresistible; uno de ellos ya había perdido a
jirones el saco y la camisa, mientras que la nariz del otro sangraba
abundantemente bajo mis golpes. Entretanto del fondo de la zanja pantanosa
emergió la hirsuta cabeza del jefecillo. Gritó algunas instrucciones a su gente,
tras lo cual los otros comenzaron a retroceder, se lanzaron desordenadamente
hacia tres motocicletas ocultas entre la maleza y se dieron a la fuga.
Con evidente interés había escuchado el capitán la
descripción de la pelea. En una pequeña pausa tomó un buen trago de coñac, y en
seguida Stürenberg continuó diciendo:
—Mi primera preocupación fue mirar por el anteojo tan
misteriosamente orientado: apuntaba precisamente al centro de cierta casa. Sin
pérdida de tiempo corrí allá y requerí la presencia del dueño. Era un hombre
alto, desgarbado y seco, de rostro cenizoso por efectos del miedo. Luego que le
hube informado todo lo sucedido me rogó que atravesase la puerta; echó cerrojo a
nuestras espaldas y brevemente me comunicó que él era judío y que su casa desde
dos días atrás estaba vigilada por sujetos de la Gestapo disfrazados, a la
espera de que uno de sus parientes, buscado desde mucho tiempo, llegase a
esconderse a esa casa; ¡luego los “llevarían” a los dos! Tan pronto como se
enteró de que sus vigías hablan sido puestos en fuga, con toda clase de
instancias me rogó —temblando todo el cuerpo, pobre hombre; y con razón, porque
en ello “le iba la vida”— me rogó que lo llevara en mi auto hasta la próxima
frontera con Holanda. Cuando le dije que lo haría corrió escaleras arriba y no
tardó en volver con una “valijita hecha a la ligera” y preparada desde bastante
tiempo.
[...]
Continúe esta historia acá.
Arno Schmidt nació en Hamburgo en 1914. Estudió matemáticas y astronomía en Breslau. Tradujo al alemán autores como Joyce, Poe o Faulkner. A partir de 1949 elaboró una obra llena de ironía y experimentación lingüística, donde retrató la Alemania de la guerra y de la posguerra. Sus títulos más representativos son Leviathan (1949), Escenas de la vida de un fauno (1953), La república de los sabios (1957) y El sueño de Zettel (1970), inspirada en la vida de E. A. Poe. Falleció en 1979.
¿Qué haría si fuera usted pero con
una joroba?
Si tuviera una joroba lo primero que haría sería comprar mi propio campanario y
aturdir a todos los vecinos con los tañidos de mis campanas. Los vecinos
molestos pagarán grandes sumas por mi silencio. Reinvertiré lo ganado en nuevos
campanarios y, luego de una brillante campaña de marketing, venderé las
franquicias sólo a jorobados. Los no jorobados envidiarán el poder dinero, fama
y mujeres (convencidas de que vigor sexual es directamente proporcional al
tamaño de la joroba) de los jorobados y harán enormes esfuerzos para parecer
jorobados (jorobas de siliconas). Bueno, un plan demasiado simple para un tipo
jorobado como yo.
Alejandro T.
“SOY” una joroba.
Araceli Zúñiga (México)
¿Qué habría hecho con su cabeza de ahora a los quince?
Seguiría siendo una cabe(cit)a
loca.
Araceli Zúñiga
Si fuera un/a genio, ¿qué tres deseos le concedería a quién?
Soy UNA genia, así que puedo
otorgar: a) el ser invisible, B) el NO SER invisible y, c) el saber la
diferencia.
A. Z.
Es silencioso y no ocupa lugar.
Consígalo así:
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Hugo Mendez
Hernán La Greca
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Lautaro Lupi
La Guacha
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Celia Zavala
Marcelo L. López
mei
Alejandro T.
Fabiana
Daniele Pegoretti
Gabriel Reches
Angeles Viacava
Norah López Anderson
Laura Las Heras
Susana Torres
Diana Lenton
Fede Pérez
Roxana Salpeter
Rolando Revagliatti
Erica Jacquemain
Mariano y Luqui Fiszman
Griselda García
Tonga Tessoni
Gabi Brener
Paco Savio
Estructuras: "Hay que cambiarlas." (J. Miranda, Diccionario de frases hechas).
Del Diccionario del argentino exquisito, Adolfo Bioy
Casares.
MÁS
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