Ñ u s l e t e r


#
66

-bicho periódico de divulgación literaria-

 



"Ay, vuestro querido amigo y servidor Galileo ha estado totalmente ciego durante el último mes; así que este cielo, esta tierra, este universo, que por medio de maravillosos descubrimientos y claras demostraciones había yo agrandado cien mil veces más allá de las creencias de los hombres sabios de los tiempos pasados, de ahora en adelante para mí se han reducido a un espacio tan pequeño que lo llenan mis propias sensaciones corporales". 
Galileo Galilei

"Logré apenas/ soportar la tensión con que el insecto/ arqueaba hacia abajo su desnuda materia/ y vi dos ojos de púrpura estriada/ vueltos al resplandor desde una sombra remota./ El mundo allí alcanzaba otra imagen, acaso/ demasiado esquemática para ser soportada/ por el conocimiento."
Joaquín Giannuzzi 

"No se animan a ver la realidad escueta y simple: estoy sin ropas porque las polillas me las comen".
Antonio Di Benedetto 

 



ÍNDICE


ETIMOLOGÍA | Bicho | 
POEMAS | A un caracol | Sin embargo, | Marianne Moore
GRAFFITTI
DEFINICIÓN | Mosca |
CUALQUIERA | Vida de las hormigas  |
TALLER LITERARIO | Bicherío | 
SUSCRIPCIONES
ENCUESTA
ENLACES
| Insectos | Universidades | 
RESPUESTAS
AGRADECIMIENTOS
PROSA | La mosca | Katherine Mansfield


ETIMOLOGÍA

BICHO: Del latín vulgar bestius, animal. Del mismo origen es bichoco, aplicado primero al caballo ya viejo y por extensión a la persona que sufre los achaques de la edad. 


POEMAS

A un caracol

Si "la comprensión es la primera gracia del estilo",
tú la tienes. La contractibilidad es una virtud
como es virtud la modestia.
No es la adquisición de cualquier cosa
capaz de adornar,
o la cualidad incidental que se da
como concomitancia de algo bien dicho
lo que valoramos en el estilo,
sino el principio oculto:
en ausencia de pies, "un método de conclusiones";
"un conocimiento de principios"
en el curioso fenómeno de tu cuerpo occipital.


Sin embargo,

has visto una frutilla
    que ha tenido una lucha, aunque
    era, donde los fragmentos se juntaban,

un erizo o una estrella
    de mar por la multitud
    de semillas. ¿Qué alimento mejor

que las semillas de manzana -el fruto
    dentro del fruto-, encerrado 
    en similares, gemelas, pardas

pepitas contracurvas? La helada que mata
    a las pequeñas hojas de
    gomero de los tallos de kok-saghyz no

daña a las raíces; crecen todavía
    en la tierra congelada. Donde una vez
    había una hoja

de tuna aferrada al alambre de púas
    una raíz saltó dos pies
    para crecer en la tierra de abajo;

como las zanahorias forman mandrágoras
    o a veces raíces de cuerno de
    carnero. La victoria no vendrá

a mí si yo no voy
    a ella; un zarcillo de uva
    ata nudo sobre nudo

hasta anudarse treinta veces -así
    el vástago apresado que ha ido demasiado
    arriba o demasiado abajo, está inmovilizado.

Lo débil supera su
    amenaza, lo fuerte a sí mismo 
    se supera. ¡Nada hay

como la fortaleza! ¡Qué sabia
    corrió por esa fibra tan pequeña
    para hacer roja a la cereza!


Marianne Moore
, poeta norteamericana que vive entre 1887 y 1972. Edita la revista Dial. Publica sus primeros poemas con los Imaginistas. (Entabla amistades con un Pound, te digo un Eliot, un Williams Carlos Williams). Traduce a La Fontaine. Escribe estos libros (digo algunos): Observaciones, Qué son los años, Sin embargo, y una antología amplia. Tiene un libro de ensayos. 

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GRAFFITTI

"Sigue al dragón y su zigzagueante camino". En Marcos Sastre y Ricardo Gutiérrez (La Paternal). 

"Podrás dejar de verme pero olvidarme jamás". Visto por Ernesto G. en el respaldo del asiento de un chófer de la línea 106. 


DEFINICIÓN

MOSCA: Ya los clásicos españoles le daban el sentido de dinero, que conserva entre nosotros. Quevedo en una de sus obras, por ejemplo, da a los lectores "muchos y saludables consejos para guardar la mosca". Tal vez porque, al igual que el dinero, llega y se va volando. Un sueño muy argentino es tener la mosca loca.

Bichado en Tres mil historias de palabras y frases que decimos a cada rato, Héctor Zimmerman, Aguilar, Buenos Aires, 1999. 


CUALQUIERA

Vida de las hormigas

    (...)
    Es curioso que en las familias menos evolucionadas se dedican exclusivamente a la caza alimentándose de otros animales como sucede con las hormigas legionarias cuyas hordas recorren el territorio en cantidades fabulosas de obreras ciegas que devoran a todo ser viviente que encuentran a su paso, incluidos otros hormigueros.
    En un estado de adaptación más avanzado otras hormigas se alimentan ya sea del néctar o savia de las plantas o bien aprovechan el exudado azucarado de los pulgones, cochinillas y otros insectos chupadores que sorben la savia de las plantas y a veces llevan a estos pulgones a los hormigueros donde los "ordeñan" con suaves golpecitos de las antenas excitando la secreción de los jugos de sus apetencias. Es un verdadero estado de sociedad pastoril.
    Avanzando más aun en una organización social y "económica" las hormigas "cosechadoras" recogen y almacenan semillas en depósitos como si fueran graneros y en otros casos existe una real horticultura pues cultivan hongos y los cuidan y reproducen con ajustada técnica.
Cuando las hormigas llevan las hojas al hormiguero, las mastican e insalivan formando un substratum enriquecido donde comienzan a formarse los hongos. Las hormigas se alimentan del cuerpo fructífero y lo podan continuamente para que no se alargue demasiado -de allí el nombre de podadoras - y así el vegetal produce pequeñas formaciones albuminosas a manera de tumefacciones, las "cabecitas de colinabos" que constituye su alimento.
    No faltan en estas sociedades diminutas y perfectas lo que desde el punto de vista humano se considera un sistema de vida "deshonesto" pero en la naturaleza ello no tiene ningún sentido pues son simplemente adaptaciones biológicas de ciertas especies para su mejor supervivencia.
Hay hormigas depredadoras y criminales que arrasan todo a su paso -como las huestes de Atila, aquél que donde pasaba no volvía crecer el pasto, y muchos otros en la historia similares pero en menor escala- otras son ladronas consuetudinarias y no pocas son esclavistas y parásitas -de lo cual también abundan ejemplos en la historia de todas las épocas incluso de la actual. (...)

El vuelo nupcial

    En un día plácido de verano se llena el aire de hormigas voladoras que surcan el cielo azul ebrias de luz y de amor. Son las hembras y los machos alados que van a celebrar sus esponsales sin más preámbulos que el instinto más fuerte de la naturaleza que es la conservación de la especie.
    Realizada la fecundación en el marco dorado y tibio del sol retorna la reina que es portadora de ciento de miles de células fecundantes masculinas que alberga en un receptáculo especial anexo a su aparato reproductor y que puede liberar a voluntad por un esfínter especial y, con un destino prefijado por el instinto desde hace millones de años, comienza a escarbar la tierra con su boca y sus patas, rompiendo descuidadamente sus alas que ya no utilizará más, pues el vuelo nupcial fue el primero y el último de su vida, ya que en adelante se dedicará solamente a poner huevos fundando una colonia o agregándose a una ya existente de donde salió para su aventura romántica (...)

Marcos A. Freiberg, El mundo de las hormigas, Editorial Albatros, Buenos Aires, 1979. 

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TALLER LITERARIO

    había una vez una pulga viajera y al cruzar por cierta comarca se topó con un escarabajo blanco que trató de atenazarla con su cuerno de neón pero por fortuna una valiente flota de vaquitas de san antonio acudieron al rescate junto a una barra de chicharras mientras que las avispas saltaron por el escarabajo antedicho y no de otro modo comenzó la guerra de los insectos que duró mucho para la corta vida de cualquiera de ellos 


¿Qué bicho le picó?
Taller Literario. Encuentros de lectura y escritura.

Y este verano... Taller Balneario en arenas que pelan. 
Abierta la inscripción. Lleno total. Localidades agotadas. 

Fumigan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

Más información: acá

Consultas: niusleter@niusleter.com.ar

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ENCUESTA

Piense un número del uno al diez. Súmele siete. Réstele dos. Súmele siete. Réstele dos. Súmele seis. Réstele tres. Réstele el número que había pensado. Le da trece.

¿Lo podemos vosear?


ENLACES

Encuentre una muestra de insectos:
http://www.santiagoiturralde.com.ar

Portal de universidades:
http://www.universia.com.ar/circ/


RESPUESTAS

1 - ¿Cuál es su juego favorito? Y ¿por qué?

Mi juego favorito es desintegrar las palabras y la razón principal obedece a que quiero terminar con la guerra (!). Si por la desintegración del átomo (fisión) se consiguió la bomba atómica y la ciencia lo logró tras más de 20 siglos de transmitir conocimientos a través de las palabras y las frases (enteras: se doblan, se transforman pero no se rompen); la desintegración de la palabra aportaría el mismo potencial atómico, pero en relación inversa (bomba creativa-curativa). Va un ejem. de desintegración de palabra (poético, lúdico- terrorista): "Ese pez no sueña nada" - a) s pz / e) s pz / i) s pz / o) s pz / u) 
Diana Cegelnicki

Age of Empires 2 Conquerors. Puede parecer infantil pero el hecho de poder crear una civilización autosustentable, entablar comercio con pueblos vecinos, alianzas en tiempos de guerra y rebelión en tiempos de paz; sumado al correcto uso de las habilidades de tu civilización y conocer tus debilidades, hacen de ti el comandante y responsable de un ejército de caballeros, ballesteros, alabarderos, sacerdotes, aldeanos por igual al llegar al momento decisivo de quien dominará la tierra en disputa en una pelea última y definitiva... Luego le sigue por supuesto el ajedrez y espero poder aprender el shogi (ajedrez japonés, si saben de alguien avísenme).
Lucas

Al tener una hija pequeña (casi 3 años) me he dado cuenta que no tengo juegos preferidos sino que reedité una amplísima gama de juego que creía olvidados en el fondo de mi niñez y que ahora son frescos y novedosos (para mi hija que es toda inocencia) y en los que yo me veo ridículo, pero feliz.
Roberto López

El Truco, sin duda alguna. ¿Por qué? a) Mentir es lícito. En el juego del truco es el único rincón del universo social donde, lejos de estar penado moralmente, saber mentir, es bien visto y de muy buen jugador. b) Además, permite conocer, en unas pocas manos, la verdadera personalidad de los oponentes. Eso puede ser peligroso. c) Se comparte entre amigos o desconocidos un rato muy agradable.
Hilario (38)

Mi juego favorito es construir lugares. Pueden ser casas, rincones de casas, en fin, espacios con algún fin. Lo que más me gusta es cuando todo está destruído y se me vienen mil ideas para hacer cosas y que todo se transforme. Atribuyo esta predilección a alguna vida pasada en la que fui constructor de pirámides o de iglesias. Nunca me dijeron nada acerca de mis vidas pasadas pero una fue seguro relacionada con las construcciones.
Mariana P.

Me gusta jugar a ser invisible. 
Rodolfo Soto

2 - ¿A qué jugaba? ¿A qué le gustaría jugar?

Adoraba las escondidas (y al ser más grande las escondidas en pareja!). Pese a ser un hombre serio, adulto, casado, estable y demás calificativos "adultos" me gustaría una segunda vuelta de "la botellita".
Roberto López

De chico jugaba a la bolita, pero estas eran hechas con barro y luego dejadas a secar al sol, esto hace más de 14 años pero todavía tengo una que me hace querer volver jugar con ese amigo tan especial y que por azar del destino hemos tomado caminos diferentes...

Lucas

Jugaba a ser Mata Hari . (Va en el apartado 3:)
Diana Cegelnicki
 


3 - ¿Alguna vez inventó un juego? ¿Cómo? 

Juego de adultos que tan poco juegan, creo opiniones y discursos que después ataco/defiendo con fervor, que a veces gano y a veces pierdo.
Roberto López


El juego que inventé con un amigo del colegio era o es bastante bruto consiste en: En estar dos personas enfrentadas, y pegarle al puño del otro al mismo tiempo, el que ceda primero pierde, hasta ahora soy campeón invicto a pesar de que mi amigo mide 2 metros y tiene una mano del tamaño y peso de un ladrillo: ja, ja.
Lucas 

"La liberación verbal". Consiste en comenzar a "exponer" algo, con mucha certeza y desición, sin tener la menor idea de lo que uno va a decir. Es irlo inventando todo sobre la marcha. Lo divertido es hacerlo con algún acento particular (inventado, por supuesto) y, lo más importante, A GRAN VELOCIDAD. Cada frase deviene de lo que nos propone la anterior pero sonoramente, no de su sentido. Practicarlo es recomendable para lograr pasar de los primeros niveles que suelen ser los más aburridos (cuando uno piensa lo que va diciendo) Los resultados son asombrosos. Uno dice literalmente lo que "quiere" decir.
Mariana P.


Sí, inventé el Psicodrama Textual .."Psicograma". Juegos interacticos a través de la palabra escrita, que curan jugando (lúdico- terapéútico). Para ser usado por las personas en la red (chat, foros y hasta en una lista de email). Se trata de teatralizar pequeñas escenas, improvisar, jugar a ser distintos personajes en una situación dada elegida de antemano por el grupo. Con intercambio de roles. Algunos actuan otros observan (leen), bajo la coordinación de un moderador. Una vez terminada la escena se sacan conclusiones, entre todos, de la escena presenciada. Se cierra con el comentario del moderador. Y se recomienza con otra escena. (Simular una pelea, un despido, un amor, o cualquier otra situación que se quiera elaborar y escenificarla, mediante la asunción de roles , o personajes, que improvisan la escena). Con finalidad estética se tendría "Improvisaciones teatrales Textuales (Mach textual)" ... Teatralizar entre varios escenas propuestas por el espectador-lector, mediante la palabra escrita. Los psicodramatista niegan el valor de estos juegos porque sostienen que no interviene el cuerpo, sin embargo, en la escenificación verbal textual, está involucrado, no sólo el cuerpo sino el alma, (como en cualquier escenario , como en el de la vida) . Cualquiera que haya presenciado una discusión pública en un foro, puede dar fe de esto. Si alguien quiere jugar, me avisa, lo practicamos, lo ponemos en marcha, lo disfrutamos, compartimos la autoría (lo registramos )... se lo vendemos a una de las grande cadenas de USA!! y nos hacemos ricos!!!)
Diana Cegelnicki

Inventé obras de teatros con mis amigos de la casa de al lado. Jugabamos en el fondo de su casa a los científicos locos. Nos metiamos en tachos gigantes y nos creabamos personajes bajo la planta de nísperos. 
Rodolfo Soto

a Tope


AGRADECIMIENTOS

Si no fuera por vos, Mariano Valcarce, Soporte Técnico, nuestra página virtual habría quedado en veremos.
Mei, por el cualquiera.
Diana, por lo que decís.
Palanca Pier
Pilar Lagos
Javier Almazán
Claudio Zafarana
A los chicos de la remisería.
A las chicas de la parroquia. 

Mariano Valcarce, Soporte Técnico, asegura que (como el mosquito) "hay que concentrarse en ponerla".


PROSA

La mosca (completo)
    
   
–Aquí se está bien –dijo el viejo señor Woodifield, y miró, como asomándose a la gran butaca de cuero verde, hacia la mesa-escritorio de su amigo el jefe; se diría un niño asomándose al borde de su cuna. La conversación había terminado. Era hora de irse. Pero él no quería irse. Desde que se había retirado, desde su... huelga, la mujer y las hijas lo guardaban en su casa, como encajonado, todos los días de la semana, menos el martes. El martes lo vestían, lo cepillaban y le permitían irse a la City a pasar el día. Qué iba a hacer allí, era cosa que la mujer y las hijas no podían imaginarse. Dar la lata a sus amigos, probablemente... Bueno, tal vez. Sea como fuere, nos agarramos a nuestros últimos placeres como los árboles retienen sus últimas hojas. Allí, pues, estaba sentado el viejo Woodifield, fumándose un cigarro y mirando de hito en hito al jefe, que giraba en su sillón oficinesco, rollizo, rosado, cinco años más viejo que Woodifield, pero aún tan campante, todavía en la brecha. Daba gusto verle.
   
Ansiosa, admirativamente, la vieja voz dijo:
   
–Aquí se está muy bien, palabra.
    –Sí, es bastante cómodo –asintió el jefe, abriendo el “Financial Times” con un cortapapeles. En realidad estaba contento de su despacho; le gustaba que lo admiraran, sobre todo que lo admirara el viejo Woodifield. Le causaba una honda, sólida satisfacción sentirse allí en el medio, a la vista de aquel viejo rostro frágil que asomaba en la bufanda.
    –Lo he remozado hace poco tiempo –explicó, como había explicado antes, ¿cuántas veces?, cada semana–. Alfombra nueva –y señaló la brillante alfombra roja con anchos círculos blancos–. Muebles nuevos –e hizo con la barbilla una señal hacia la maciza biblioteca y la mesa con patas que parecían de retorcida melaza–. ¡Calefacción eléctrica! –y casi se inclinó, como si saludara maravillado, hacia las cinco transparentes y perlinas salchichas que brillaban en el braserillo de cobre.
    Pero no llamó la atención del viejo Woodifield hacia la fotografía que estaba sobre la mesa: un muchacho de serio aspecto, de uniforme, de pie ante uno de esos espectrales parques de los fotógrafos, con tempestuosas nubes pintadas al fondo. No era nuevo en la pieza. Llevaba seis años allí.
   
–Algo tenía que decirte –dijo el viejo Woodifield, y sus ojos se ensombrecieron, recordando–. ¿Qué era? Lo tenía en la cabeza cuando salí esta mañana.
   
Sus manos empezaron a temblar, y unas manchas rojas se señalaron entre sus barbas.
   
“Pobre hombre –pensó el jefe–, ya poco le queda que vivir.” Y, sintiéndose compasivo, le hizo un guiño al viejo, y le dijo, sonriendo:
   
–Voy a decirte qué. Tengo aquí unas gotillas de cierto líquido que te va a sentar bien antes de salir al frío. Algo superior. No le haría daño a un niño.
   
Tomó una llave de su cadena, abrió una gaveta junto a su escritorio y sacó una oscura botella panzona.
   
–Es medicina –dijo–. Y el hombre que me lo ha conseguido me manifestó, en estricto Q. T., que procede de las bodegas del castillo de Windsor.
   
La boca del viejo Woodifield se abrió, maravillada. No se habría sorprendido más si el jefe hubiera sacado un conejo.
   
–¿Es whisky, verdad? –musitó, con voz aflautada.
   
El jefe dio vuelta a la botella y le mostró el marbete. Era whisky.
   
–¿Sabes? En casa no me dejan ni olerlo –dijo el viejo mirando fijamente al jefe. Y cualquiera hubiera dicho que iba a echarse a llorar.
   
–Bah, de esto entendemos nosotros más que las señoras –dijo el jefe, trayendo dos vasos que estaban sobre la mesa, junto a una botella de agua, y vertiendo en ellos, generosamente, el licor–. Bebe. Te sentará bien. Y no le pongas agua. Es un sacrilegio aguar una delicia como ésta. ¡Ah!
   
Se tomó su whisky, sacó su pañuelo, enjugándose los bigotes rápidamente, y miró de reojo al viejo Woodifield, que se regodeaba tomándose el suyo, manteniéndolo en la boca. Se lo tragó, a su vez, estuvo callado un momento, y dijo maravillado:
   
–¡Esto es una gloria!
   
Y le dio calor, llegando a su helado cerebro de viejo, y le hizo recordar.
   
–Ya sé lo que era –dijo, levantándose–. Pensé que te gustaría saberlo. Las niñas estuvieron en Bélgica la semana pasada, fueron a ver la tumba del pobre Reggie, y pasaron ante la de tu hijo. Están bastante cerca, sus tumbas, al parecer.
   
El viejo Woodifield se calló un momento, pero el jefe no respondió nada. Sólo un temblor en sus párpados dejé ver que había oído.
   
–Las chicas quedaron encantadas de ver cómo estaba cuidado aquel sitio –silbó la voz del viejo–. Espléndidamente cuidado. No podría ser mejor en nuestro país. ¿Tú no has ido nunca, verdad?
   
–No, no.
   
Por varias razones, el jefe nunca había ido a Bélgica.
   
–Hay leguas de campo, allí, y todo prolijo como un jardín. Flores creciendo sobre todas las tumbas. Preciosos senderos anchos–. Era claro por su voz cuánto le gustaban los preciosos senderos.
   
La pausa vino de nuevo. Entonces el viejo se iluminó de nuevo.
    –¿Sabes lo que el hotel les hizo pagar a las chicas por un pote de mermelada? –sopló– ¡Diez francos! Robo, lo llamo. Era un pote pequeño, así dice Gertrudis, no más grande que media corona. Y ella no había tomado más de una cucharada cuando le cargaron diez francos. Gertrudis se trajo el pote con ella para enseñarles una lección. Muy bien, también; es comerciar con nuestros sentimientos. Piensan que porque estamos allí echando un vistazo estamos listos para pagar lo que sea. Eso es lo que es–. Y se volvió hacia la puerta.
   
–Muy bien, muy bien –gritó el jefe, aunque de qué estaba muy bien no tenía la menor idea. Dio la vuelta al escritorio, siguió los pasos vacilantes hasta la puerta, y vio al viejo compañero salir. Woodifield se había ido.
   
Por un largo momento, el jefe se quedó, mirando al vacío, mientras el canoso mensajero de la oficina, mirándolo, entraba y salía de su cucha como un perro que espera ser sacado a pasear. Entonces:
   
–No veré a nadie por media hora, Macey –dijo el jefe–. ¿Entendido? Nadie en absoluto.
   
–Muy bien, señor.
    Se cerró la puerta, los pasos firmes recorrieron de nuevo la brillante alfombra, el grueso corpachón se dejó caer en la silla, e inclinándose hacia delante, el jefe se tapó la cara con las manos. Quiso, decidió, trató de llorar...
   
Fue un terrible golpe para él que el viejo Woodifield hablara de la tumba del muchacho. Fue exactamente como si la tierra se abriera... y él hubiera visto a su hijo, que yacía en ella, y a las hijas de Woodifield mirándolo. Era extraño. Más de seis años habían pasado y el jefe nunca había pensado en su hijo sino como si yaciera, inmutable, sin cambio, intachable en su uniforme, dormido para siempre.
   
“¡Hijo mío!”, gimió el jefe. Pero las lágrimas no llegaban. Antes, durante los primeros meses, y aun años después de la muerte del muchacho, le bastaba con decir esas palabras para sentir tan dolorida angustia, que sólo un estallido de violentos sollozos podía aliviarle. El tiempo, había dicho él entonces, a quien quisiera oírle, no cambiaría nada. Otros hombres tal vez se consolarían, olvidarían, pero él, no. ¿Cómo iba a ser posible? Si el muchacho era el único hijo. Desde que nació, el jefe había trabajado y construído negocios sólo para él. No pensaba en nada que no fuera para el chico. La vida misma había llegado a no tener otro sentido. De otro modo, ¿cómo hubiera podido él negarse a sí mismo, esclavizarse, pasar todos aquellos años, sin tener ante sí la promesa de su hijo siguiéndole los pasos, y siguiendo adelante cuando él se fuera?
   
Y esta promesa había estado tan cerca de realizarse. El muchacho había estado en la oficina, aprendiendo, un año antes de la guerra. Todas las mañanas salían juntos; volvían en el mismo tren. ¡Y qué felicitaciones recibía como padre de aquel hijo! No era extraño. Se había comportado maravillosamente. Y en cuanto a la popularidad, desde los más importantes, hasta el viejo Macey, todos se hacían lenguas alabando al muchacho. Y el chico no se engreía, nada de eso. Mantenía su carácter ágil, naturalísimo, con la palabra justa para cada cual, con aquella mirada infantil, y su costumbre de decir: “¡Sencillamente espléndido!”
   
Pero todo esto se había ido como si nunca hubiera pasado. Llegó el día en que Macey le entregó el telegrama que le hizo sentir que todo se derrumbaba estrepitosamente a su alrededor. Sentimos mucho comunicarle... Y salió de la oficina un hombre destrozado, con su vida en ruinas.
   
Hacía seis años. Seis años... ¡Qué de prisa había pasado el tiempo! Se diría que había sido ayer. El jefe se quitó las manos de la cara; estaba turbado. Algo parecía andar mal en él. No sentía como hubiera querido sentir. Decidió levantarse y mirar la fotografía del muchacho. Pero no era una fotografía que él prefiriera; la expresión era poco natural. Parecía frío, casi presuntuoso. El muchacho nunca había sido así.
   
En este momento, el jefe vio que una mosca había caído en el tintero, y que estaba tratando desesperadamente de salir afuera. ¡Auxilio! ¡Auxilio!, decían aquellas patas que luchaban. Pero el reborde del tintero estaba húmedo y resbaladizo; cayó de nuevo y empezó a nadar otra vez. El jefe tomó una pluma, sacó a la mosca del tintero y la dejó sobre un pedazo de papel secante. Por una fracción de segundo, permaneció en la obscura mancha que la cercaba. Luego se movieron las patitas delanteras, y, levantando un poco su cuerpito, comenzó la inmensa labor de limpiar de tinta sus alas. Una y otra vez, arriba y abajo, una pata pasaba por cada ala como la piedra encima y debajo del escita. Entonces hubo una pausa, mientras la mosca, que parecía sostenida sobre las puntas de sus pies, trató de extender primero un ala y después la otra. Lo consiguió, por fin, y entonces, sentándose, empezó, como un gatito pequeño, a limpiarse la cara. Ahora se podía ver que las patitas delanteras se restregaban una con la otra, ágilmente, alegremente. El terrible peligro había pasado; la mosca había escapado de él; estaba lista para vivir otra vez.
   
Pero justamente entonces el jefe tuvo una idea. Hundió el mango de su pluma en el tintero, lo colocó sobre el papel secante y, cuando la mosca estaba bajando sus alas contra su cuerpito, cayó sobre ella una pesada gota de tinta. ¿Qué iba a pasar ahora? El animalito pareció estar absolutamente acobardado, atolondrado, atemorizado por lo que pudiera suceder enseguida. Pero ahora, como dolorida, se arrastró hacia adelante. Las patas delanteras se movieron y, más lentamente esta vez, la labor volvió a comenzar, desde el principio.
   
“Valiente diablito”, pensó el jefe, sintiendo verdadera admiración por el valor de la mosca. Esta era la manera de tomar las cosas; éste era el verdadero carácter. Nada de morir; era cuestión de... Pero la mosca había terminado ya su laborioso menester, y el jefe había tenido el tiempo justo para volver a mojar su pluma, sacudirla y dejar caer, sobre el recién limpio cuerpo, una nueva gota obscura. ¿Y ahora, qué sucedería? Un doloroso momento de incertidumbre. Las patas delanteras se movían otra vez. El jefe sintió una ráfaga de alivio. Se inclinó hacia la mosca y dijo, tiernamente: “Grandísima p...”. Y ahora se le ocurrió la brillante idea de respirar sobre ella para apresurar el proceso de enjugamiento. Empero, algo tímido y débil había en los movimientos de la mosca, esta vez, y el jefe decidió que esta vez sería la última, y mojó la pluma en el tintero.
   
Fue la última. La última gota sobre el papel secante y la mosca se quedó allí, sin moverse. Las patas traseras se pegaron al cuerpo; las delanteras no se veían.
   
– ¡Vamos! –dijo el jefe–. ¡Ten ánimo!, y la movió con la pluma... en vano. Nada pasó ni podía pasar. La mosca estaba muerta.
   
El jefe levantó el cadáver con la punta del cortapapeles, y lo echó al cesto. Pero se apoderó de él una sensación tan grande de miseria, que se sintió decididamente asustado. Se inclinó y tocó el timbre para que viniera Macey.
   
– Tráigame papel secante nuevo –dijo, autoritario–, y pronto. 
    ¡Y en tanto que el viejo criado se alejaba, el jefe quiso recordar en qué había estado pensando antes. ¿En qué? Era... Sacó su pañuelo y se lo pasó por el reborde del cuello. En su vida pudo recordar.



Katherine Mansfield (Beauchamp, al principio) nació en 1888. Fue neocelandesa pero se educó en Inglaterra (o sea, se hizo amiga de Joyce, o sea, DH Lawrence, o sea, Virginia Woolf, o sea, ¿Wells?) y allí vivió, así como en Francia y Suiza, a causa de su enfermedad, documentada en sus minuciosos Diarios. Murió en 1923. Dejó varios libros: En la pensión alemana, Algo infantil y otras historias, Dicha (o Felicidad), La fiesta en el jardín, Preludio, o sea, cuentos y novelas.  

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