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-mensaje de cuiqui-

 

# 121

 

 

 


 

"Oiremos cómo gotean los instantes en lo oscuro,
más allá de las cosas, en el ansia del alba,
que llegará súbitamente tallando las cosas
contra el muerto silencio. La luz inútil
revelará el rostro absorto del día. Los instantes
callarán. Y las cosas hablarán en voz baja." Cesare Pavese

"Sin verla ni sentirla
la estéril vida arrastra
encima de unas tierras siempre grises,
debajo de unas nubes siempre pardas."
José María Gabriel y Galán


 

ÍNDICE

 

PROSA | Una voz en la oscuridad | William Hope Hodgson |  
ETIMOLOGÍA | Pánico | 
TALLER LITERARIO | Julepe |

AGRADECIMIENTOS

ENCUESTA
SUSCRIPCIONES

POEMAS | Pescadores nocturnos | Charles Tomlinson |  
GRAFFITTI  

ENLACES | Venezolanos | El Interpretador | 
RESPUESTAS

 


 

PROSA

 

Una voz en la noche

 

Era una noche oscura, sin estrellas. Estábamos en el Pacífico Septentrional, sin viento. No sé cuál era nuestra posición exacta porque a lo largo de una semana muerta, aburrida, el sol había estado oculto por una delgada bruma que había parecido flotar sobre nosotros, más o menos a la altura del tope de los mástiles, bajando por momentos y ocultando el mar que nos rodeaba.

Como no había viento, dejamos trancada la vara del timón, y yo era el único hombre sobre cubierta. La tripulación, compuesta de dos hombres y un muchacho, dormía adelante, en su cabina, mientras que Will —amigo mío, y dueño de la pequeña embarcación— estaba a popa, en la litera de babor de la cabinita.

De pronto, de la oscuridad que nos rodeaba, llegó un grito:

—¡Eh, los de la goleta!

El grito era tan inesperado que la sorpresa me impidió contestar de inmediato.

Se oyó otra vez: una voz curiosamente profunda e inhumana, que llegaba desde algún punto del mar oscuro, a babor.

—¡Eh, los de la goleta!

—¡Eh! —grité, luego de recobrar el juicio—. ¿Quién es usted? ¿Qué desea?

—No tiene por qué asustarse —contestó la voz extraña, que probablemente había notado cierta huella de confusión en mi voz—. Soy sólo un... hombre viejo.

La pausa sonó rara; sólo más tarde comprendería su significado.

—¿Por qué no se acerca al costado de la nave, entonces? —pregunté con cierta energía, molesto porque había captado mi ligera conmoción.

—Yo... yo... no puedo. No sería seguro. Yo... —la voz se quebró y se hizo el silencio.

—¿Qué quiere decir? —pregunté, cada vez más asombrado—. ¿Por qué no es seguro? ¿Dónde está usted?

Escuché por un momento, pero no hubo respuesta. Y después, con una repentina e indefinida sospecha, caminé hacia la bitácora y tomé la lámpara encendida. Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el taco para despertar a Will. Después me acerqué otra vez a la borda, lanzando el embudo amarillo de luz hacia la inmensidad silenciosa que se extendía más allá de la baranda. Cuando lo hice, oí un grito leve, sordo, y después el sonido de un golpe en el agua, como si alguien hubiese hundido los remos de repente. Sin embargo no puedo afirmar con certeza que viera algo; salvo, según me pareció, que con el primer resplandor de la luz, algo había habido sobre las aguas, donde ahora no había nada.

—¡Eh, allí! —grité—. ¡Qué clase de broma es ésta! Pero sólo llegaron los ruidos indistintos de un bote de remos alejándose en la noche.

Después oí la voz de Will, en dirección del escotillón de popa:

—¿Qué ocurre, George?

—¡Ven aquí, Will! —dije.

—¿Qué pasa? —preguntó, cruzando la cubierta.

Le conté el extraño suceso. Hizo varias preguntas; después de un momento de silencio se llevó las manos a la boca y gritó:

—¡Eh, los del bote!

Desde lejos nos llegó una respuesta débil y mi compañero repitió el llamado. Un momento más tarde, después de un breve silencio, fuimos oyendo el apagado sonido de remos que se acercaban, ante lo cual Will volvió a gritar.

Esta vez hubo respuesta.

—Aparten la luz.

—Maldito sea si piensa que lo haré —murmuré, pero Will me indicó que hiciera lo que la voz pedía por lo que coloqué la lámpara bajo las amuradas.

—Acérquese —dijo Will y los golpes de remo siguieron. Entonces, cuando estaban al parecer a unos seis metros de distancia, volvieron a interrumpirse.

—Acérquese al costado de la nave —exclamó Will—. ¡No tiene nada que temer de nosotros!

—¿Prometen que no harán ver la luz?

—¿Qué le ocurre para sentir un temor tan infernal a la luz? —estallé.

—A causa de... —empezó la voz, y se detuvo en seco.

—¿A causa de qué? —pregunté con rapidez. Will me puso una mano en el hombro.

—Cállate un minuto, hombre —dijo en voz baja—. Deja que me encargue de él.

Se inclinó más sobre la baranda.

—Mire, señor, este es un asunto bastante extraño: usted acercándose a nosotros, justo en medio del bendito Pacífico —dijo—. ¿Cómo podemos saberlo, a menos que le demos un vistazo, eh? De todos modos, ¿cuál es su objeción a la luz?

Cuando Will terminó, oí una vez más el ruido de los remos y después llegó la voz, pero ahora desde una distancia mayor y sonaba extremadamente desesperada y patética.

—¡Lo siento... lo siento! No tendría que haberlos molestado, sólo que estoy hambriento y... ella también.

La voz se apagó y el sonido de los remos, que se hundían de modo irregular, llegó a nosotros.    .

—¡Deténgase! —gritó Will—. No quiero que se vaya. ¡Vuelva! Mantendremos la luz oculta, si no le gusta.

Se volvió hacia mí:

—Es una situación condenadamente extraña, ésta. ¡Pero creo que no hay nada que temer! El tono era interrogante y contesté:

—No, creo que el pobre diablo ha naufragado cerca de aquí y se ha vuelto loco.

—Vuelve a poner la lámpara en la bitácora —dijo Will; después se inclinó sobre la baranda y escuchó. Guardé la lámpara y volví a su lado. El golpeteo de los remos se detuvo a unos diez metros.

—¿No se acercará a la nave ahora? —preguntó Will con voz serena—. He hecho poner la lámpara otra vez en la bitácora.

—Yo... no puedo —contestó la voz—. No me atrevo a acercarme más. Ni siquiera me atrevo a pagarles por las... las provisiones.

—No hay inconveniente —dijo Will, y vaciló—. Puede disponer de todo el alimento que pueda llevar... —vaciló una vez más.

—Es usted muy bondadoso —exclamó la voz—. Quiera Dios, que todo lo comprende, recompensarlo... —se interrumpió roncamente.

—¿La... la dama? —dijo Will bruscamente—. Está ella...      

—La he dejado atrás, en la isla —llegó la voz.

—¿Qué isla? —intervine.

—No conozco el nombre —contestó la voz—. ¡Por Dios, quisiera...! —empezó, y se controló de repente.

—¿No podemos enviar un bote a buscarla? —preguntó Will a esta altura.

—¡No! —dijo la voz, con extraordinario énfasis—. ¡Dios mío! ¡No! —hubo una pausa momentánea; después agregó, en un tono que parecía un merecido reproche:

—Me aventuré por nuestra necesidad... Porque la agonía de ella me torturaba.

—Soy un bruto desconsiderado —exclamó Will—. Quienquiera sea usted, espere sólo un minuto y le traeré algo de inmediato.

Regresó en un par de minutos con los dos brazos cargados de diversos comestibles. Hizo una pausa ante la borda.

—¿No puede acercarse a buscarlos? —preguntó.

—No...  no me atrevo —contestó la voz y me pareció detectar en el tono una nota de anhelo sofocado: como si el propietario de la misma apaciguara un deseo mortífero. Comprendí como en un relámpago que el pobre viejo que estaba allí, en la oscuridad, sufría verdadera necesidad de lo que Will tenía en los brazos y, sin embargo, por algún temor incomprensible, refrenaba el impulso de abalanzarse al costado de nuestra pequeña goleta para recibirlo. Y con esa convicción centellante llegó también el convencimiento de que el invisible no estaba loco, sino que enfrentaba con cordura un horror intolerable.

    [...]

 

Si quiere seguir... escuchando... la voz... pique acá


William Hope Hodgson nació en 1877. Durante casi diez años viajó con la Marina Mercante de su país, Inglaterra. Cuando regresó a su tierra comenzó a escribir relatos marinos, fantásticos y de horror. Vivía al sur de Francia cuando estalló la Primera Guerra Mundial, y se enroló: murió en 1918. Entre sus libros están las novelas Carnacki, the Ghost Finder, La casa en el confín de la tierra, El reino de la noche, Los piratas fantasmas, Los náufragos de las tinieblas y varias antologías de relatos (hay en castellano).

 

a Tope


 

ETIMOLOGÍA

 

PÁNICO, 'miedo grande', mediados del siglo XVII. Tomado del griego panikón ídem, abreviación de  dêima panikón 'terror causado por Pan', divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa ignota oídos por montes y valles.

 


 

TALLER LITERARIO

 

-El maniquí se mete justo antes de que las hojas de la puerta se unan. A la altura del quince, el ascensor se para y se apaga la luz. El maniquí y usted murmuran para adentro en la oscuridad; prefieren no aumentar el miedo con comentarios. El ascensor empieza a temblar, luego a caer -los dos gritan y se aferran a las paredes. Dos metros después, con un sacudón, se atora. Cesa el grito, pero el maniquí se le abraza y usted grita de nuevo. El ascensor se estremece y cae otra vez, dos metros y se frena. Los dos han ido a dar al suelo. En plena confusión el maniquí se abalanza y le prende del cuello las manos de tenaza. En vano hace usted un esfuerzo sobrehumano por zafarse, y comienza a faltarle el aire cuando súbitamente se incorpora jadeando en las sábanas revueltas.

 

Relájese. No hay nada que temer.

Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.

 

Animan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

Más información: acá

Consultas: niusleter@niusleter.com.ar


 

AGRADECIMIENTOS

 

mei

Valéria Lima, feliz aniversário.

Carlos Pereiro

Leandro Pereiro

Mario Pellegrini

María Luna

Oscar Fortuna

Lautaro Lupi 

Héctor Torres

Luis Benítez

Juan Carlos Muñoz

Perra Laika

Alberto Chamorro

Javier Adúriz

Mariano Carrara

A quienes nos envían vibraciones positivas

a Tope

  


 

ENCUESTA

 

En sesenta palabras: ¿se cuenta una pesadilla? o ¿un gran susto que se haya pegado?

 

Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar 

 


 

POEMAS

 

Pescadores nocturnos

 

Pasadas las tormentas otoñales, elegimos una noche

Para pescar en la bahía. De lo que sacamos

Apenas me acuerdo. Fue escalar,

Aferrarse a la resbaladiza roca desanimando

Todo pensamiento, impulsado fuera del tiempo

Y hacia el ahora el agudo miedo original

Lo que me dominó entonces. No creo

Que alguna vez haya mirado tan hondo en el espacio

Como a través de las grietas que cruzamos:

Rayos de nuestras linternas reflejados

En las paredes y el agua de cada hendidura

Se cruzaban y se recruzaban entre ellos, y la mente

Al recordarlos, aún parece que se mueve

Dentro de un diamante hueco que lo oscuro

Según cambian las sombras, amenaza con desfacetar:

No era una joya, era que la carne se despedazaría.

Y sin embargo no lo hizo. De algún modo llegamos

Y nos acurrucamos allí en la frescura. La noche

Excepto por el agua murmurada debajo de los riscos,

El siseo de cosas que caían, yacía alrededor

Espesa de silencio. Parecía

Que un cielo se expandía bajo nosotros, constelaciones

Nadaban ante nuestros ojos allí donde un pez

Alumbraba su tiniebla con fósforo.

Mil puntos de luz delineaban la extensión

Y la profundidad, y sin embargo la altura de los riscos

No insinuaba ningún golpe de vértigo a lo largo

De su abrupto borde: a través de aguas diáfanas

El radio en la pecblenda relucía

Manteniendo a la mente y al ojo

Rodeados de una agitación fosforescente:

Y sin alarma, pude olvidar

Mientras, ilesos, pescábamos hacia la noche,

Los terrores del camino que habíamos atravesado, apartar

Los terrores del regreso más allá de la falla y la cascada,

Observando este calmo firmamento del mar.

 

Charles Tomlinson, británico, de 1927, empezó a publicar en 1955. A The Necklace (1955) le siguió  Seeing is Believing (1958) y otros tantos títulos, que fueron recopilados en nuestro idioma en dos antologías: La insistencia de las cosas y La galería del zorro. Hasta donde se sabe, vive.

 

a Tope


 

GRAFFITTI

 

"Te mandan si obedeces." En Pichincha y Constitución (San Cristóbal).  

 

"Mi mamá me mima.
Mimo."
Visto en Bonpland y Niceto Vega (Palermo).  

 

"Hay mucho fernet de por medio. Agus." En Senillosa al 1600 (Pompeya).  

 


 

ENLACES

 

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SUSCRIPCIONES

 

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RESPUESTAS

 

- ¿Recuerda algún libro que la/o haya calentado?

 

Libros que me hayan elevado la temperatura de los ratones!?, recuerdo a "Las once mil vergas", de Apolinaire, por supuesto "Memorias de una princesa rusa", "El decameron"... teniendo en cuenta que esos libros los leí entre los 12 y 15 años, eran para mí casi pornográficos!!.

R. G. L. D.

 

El libro de Manuel de JC.

aldo novelli

 

Aunque suene increíble y hasta indignante Los Hermanos Karamazov: cada aparición de Iván me dejaba "perturbada" con una mezcla de enamoramiento bastante enfermizo y "ganas" de cruzármelo en algún lugar oscuro. También El lobo estepario, de Hesse, Armanda tiene una dualidad muy incitante y sensual.

AM

 

En esa etapa en que empieza a colarse el sexo entre los juegos infantiles, sin saber demasiado qué pasa, fue mi primer calentura

leyendo. Por supuesto, la primer revista "porno" la obtuve del padre de un amigo, la "encontré" entre una pila de darios viejos. Creo que se llamaba "Libre". De mala calidad y muy mal impresa, las fotos dejaban la mayor parte a la imaginación. 

Recorriéndola encontré un texto que, según decía al pie, era un fragmento de: "Chantal, la princesa rusa", y fue mi primer acercamiento al tema. Allí encontré un calificativo que me pareció muy interesante en ese momento, y a la distancia me cae simpático: "rubicunda verga".

Lautaro

 

2- En sesenta palabras, ¿puede contar una situación erótica sin desnudez?

 

Fui a visitar a un oftalmólogo..

El doctor examinó mis ojos con cara inexpresiva. Luego me puso unos anteojos de prueba y dijo:

-- A ver, camine.

Yo caminé dos pasos

-- Camine más lejos

--Para allá?

--Sí, de espaldas

Caminé.

---Ya está? pregunté

--- Si. Acérquese.

Giré. Me hice bien la ciega y choqué con su cuerpo.

Me abrazó y nos besamos.

Norah López Anderson

 

Puedo transcribir un diálogo (que tuvimos en lugar demasiado público) con alguien cuyo nombre omito porque me compromete! (ojo, igual, no hubo nada de clandestino, sólo demasiados pruritos moralinos)

Yo: ¿estabas despierto anoche a las 2:30?

Él: Sí, ¿por?

Yo: porque me desperté excitada, como si estuvieras conmigo...

Él: sí, bueno, yo me estaba tocando...

AM

"Sé que le estoy hablando con coherencia, no sé qué digo, no me escucho. Él tampoco, me está mirando demasiado fijo. Me escanea, divide mi imagen en tres partes, su perfume me debilita, tal vez tenga él una polución nocturna en mi honor. Advierto una humedad entre las piernas. Le pago los puchos y me voy del kiosko." 
Nadia Hardy

Motor oil

Morocha, voluptuosas curvas, ojos negros, nariz respingada, pechos turgentes, con pezones como rosas tintas, volcados en una copa de champaña rebasándola de embriagador licor, hace que mi falo pegue un salto perforando el slip y su boca enmarcada de húmedos labios de frutilla, creando líquida poesía desde la lengua hasta la garganta, rasgando apenas con sus dientes de intenciones bestiales.

aldo novelli

 

Viajábamos con mi amigo DC en el subte sin prestar demasiada atención a nada. En una estación suben en el asiento de enfrente, puerta de por medio, una parejita de novios. Mientras se sentaban, ella nos miró como al descuido. Tenía una pollera muy cortita. Nos llamó la atención cómo tomaba de la mano a su novio y, cuando observábamos el detalle, lentamente comenzó a abrir las piernas regalándonos la imagen de su calzón blanco, pureza alterada por la sombra de los bellos que peleaban por hacerse notar. Fue una tortura hermosa de pocas estaciones, que esa muchacha nos regaló para toda la vida.

Lautaro

 

a Tope


 

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