#97
masticable periódico de divulgación literaria
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"Quien siempre se pregunta lo
mismo, es porque siempre comete el mismo crimen."
Osvaldo Lamborghini
PROSA | El matadero | Esteban Echeverría |
DEFINICIÓN
| Carnada |
POEMAS
| Amablemente
| Iván Díez
|
Milonga lunfarda | Mario Cecere
|
TALLER LITERARIO
| Extensión |
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
RESPUESTAS
| Castigo |
"Noches de insomnio contigo atravesada". Visto por seis turistas en La Rambla y Misiones (Montevideo).
"Vote a las putas, votar a sus hijos no da resultado". Lo avistó Mariana Pereiro desde el 106, en Neuquén al 2200.
"Basta de Niembro". En Costa Rica y Scalabrini Ortiz (Palermo).
PROSA
El matadero
A pesar de que la mía es historia, no la empezaré
por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban
hacerlo los antiguos historiadores españoles de América, que deben ser nuestros
prototipos. Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por
no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los
años de Cristo del 183... Estábamos, a más, en cuaresma, época en que escasea la
carne en Buenos Aires, porque la Iglesia, adoptando el precepto de Epicteto,
sustine, abstine (sufre, abstente), ordena vigilia y abstinencia a los
estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el
proverbio, busca a la carne. Y como la Iglesia tiene ab initio y por
delegación directa de Dios, el imperio inmaterial sobre las conciencias y
estómagos, que en manera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y
racional que vede lo malo.
Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos
católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular
para someterse a toda especie de mandamiento, sólo traen en días cuaresmales al
matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los
enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula y no con el ánimo de que se
harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar las
mandamientos carnificinos de la Iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal
ejemplo.
Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se
anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la
ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente
por el Riachuelo de Barracas, y extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta
el pie de las barrancas del Alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas
aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos,
terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso por todas
las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por una cintura de
agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cuya superficie flotaban a
la ventura algunos barquichuelos y negreaban las chimeneas y las copas de los
árboles, echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como
implorando la misericordia del Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio.
Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los
predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el
día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina
rebosando se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros, pecadores! ¡Ay de vosotros
unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los santos, y no escucháis con
veneración la palabra de los ungidos del Señor! ¡Ah de vosotros si no imploráis
misericordia al pie de los altares! Llegará la hora tremenda del vano crujir de
dientes y de las frenéticas imprecaciones. Vuestra impiedad, vuestras herejías,
vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra
tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación os declarará
malditos.
Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como
era natural, la culpa de aquella calamidad a los unitarios.
Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía
acreditando el pronóstico de los predicadores. Las campanas comenzaron a tocar
rogativas por orden del muy católico Restaurador, quien parece no las tenía
todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios,
empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de
imprecaciones. Se hablaba ya, como de cosa resuelta, de una procesión en que
debía ir toda la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al
Altísimo, llevado bajo palio por el obispo, hasta la barranca de Balcarce, donde
millares de voces conjurando al demonio unitario de la inundación, debían
implorar la misericordia divina.
Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habría sido de verse, no tuvo
efecto la ceremonia, porque bajando el Plata, la inundación se fue poco a poco
escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad de conjuras ni plegarias.
Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación
estuvo quince días el matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza
vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quinteros y aguateros se
consumieron en el abasto de la ciudad. Los pobres niños y enfermos se
alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes bramaban por el
beefsteak y el asado. La abstinencia de carne era general en el pueblo, que
nunca se hizo más digno de la bendición de la Iglesia, y así fue que llovieron
sobre él millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron
a seis pesos y los huevos a cuatro reales y el pescado carísimo. No hubo en
aquellos días cuaresmales promiscuaciones ni excesos de gula; pero en cambio se
fueron derecho al cielo innumerables ánimas, y acontecieron cosas que parecen
soñadas.
No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí
tenían albergue. Todos murieron o de hambre o ahogados en sus cuevas por la
incesante lluvia.. Multitud de negras rebusconas de achuras, como los
caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad como otras tantas arpías
prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los perros
inseparables rivales suyos en el matadero, emigraron en busca de alimento
animal. Porción de viejos achacosos cayeron en consunción por falta de nutritivo
caldo; pero lo más notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de
unos cuantos gringos herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de
chorizos de Extremadura, jamón y bacalao y se fueron al otro mundo a pagar el
pecado cometido por tan abominable promiscuación.
Algunos médicos opinaron que si la carencia de carne continuaba, medio
pueblo caería en síncope por estar los estómagos acostumbrados a su corroborante
jugo; y era de notar el contraste entre estos tristes pronósticos de la ciencia
y los anatemas lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra toda
clase de nutrición animal y de promiscuación en aquellos días destinados por la
Iglesia al ayuno y 1a penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra
intestina entre los estómagos y las conciencias, atizada por el inexorable
apetito y las no menos inexorables vociferaciones de los ministros de la
Iglesia, quienes, como es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a
relajar las costumbres católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulencia
intestinal de los habitantes, producido por el pescado y los porotos y otros
alimentos algo indigestos.
Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la
peroración de los sermones y por rumores y estruendos subitáneos en las casas y
calles de la ciudad o dondequiera concurrían gentes. Alarmóse un tanto el
gobierno, tan paternal como previsor, del Restaurador, creyendo aquellos
tumultos de origen revolucionario y atribuyéndolos a los mismos salvajes
unitarios, cuyas impiedades, según los predicadores federales, habían traído
sobre el país la inundación de la cólera divina; tomó activas providencias,
desparramó sus esbirros por la población, y por último, bien informado, promulgó
un decreto tranquilizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por
un considerando muy sabio y piadoso para que a todo trance y arremetiendo por
agua y todo, se trajese ganado a los corrales.
En efecto, el decimosexto día de la carestía, víspera del día de Dolores,
entró a nado por el paso de Burgos al matadero del Alto una tropa de cincuenta
novillos gordos; cosa poca por cierto para una población acostumbrada a consumir
diariamente de 250 a 300, y cuya tercera parte al menos gozaría del fuero
eclesiástico de alimentarse con carne. ¡Cosa extraña que haya estómagos
privilegiados y estómagos sujetos a leyes inviolables y que la Iglesia tenga la
llave de los estómagos!
Pero no es extraño, supuesto que el diablo con la carne suele meterse en el
cuerpo y que la Iglesia tiene el poder de conjurarlo: el caso es reducir al
hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la
Iglesia y el gobierno. Quizá llegue el día en que sea prohibido respirar aire
libre, pasearse y hasta conversar con un amigo, sin permiso de autoridad
competente. Así era, poco más o menos, en los felices tiempos de nuestros beatos
abuelos que por desgracia vino a turbar la revolución de Mayo.
Sea
como fuere; a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se
llenaron, a pesar del barro, de carniceros, achuradores y curiosos,
quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos los cincuenta novillos
destinados al matadero.
[...]
Más matanza
acá.
De Esteban Echeverría puede leer otra cosa y saber algo de su vida en
Ñusleter #38.
Ñusleter
#100
Martes 24 de agosto,
Súmese a los festejos.
Terapia de re escritura
(...)
La propuesta de Epston y sus colaboradores (1996), que se denomina "terapia
de re-escritura" y como su nombre lo indica es una terapia que está basada en
sendas misivas escritas entre terapeuta y paciente, es decir, que las
posibilidades de reflexión después de la sesión personal donde se conversa, se
desarrollan por cartas escritas por el terapeuta y contestadas por su cliente.
La terapia centra su trabajo no tanto en la narración sino en el relato, y
considera que este es fundamental en la organización de la experiencia de cada
persona.
Para Epston y sus colegas, los relatos en los que situamos nuestra
experiencia determinan el significado que damos a la experiencia. Estos relatos
son los que determinan la selección de los aspectos de la experiencia que se
expresarán; determinan la forma de la expresión que damos a esos aspectos de la
experiencia y finalmente determinan efectos y orientaciones reales en nuestra
vida y en nuestras relaciones.
Los autores ven la vida como una representación de textos y la oferta
terapéutica es diseñar nuevas formas textuales para interpretar y afrontar la
vida. Su terapia de re-escritura sigue las siguientes premisas:
1. Permitir separar sus vidas y relaciones de los conocimientos/relatos que
sean empobrecedores,
2. Ayudándoles a cuestionar las prácticas del yo y de las relaciones que
sean opresoras, y
3. Alentando a las personas a re-escribir sus vidas según
conocimientos/historias y prácticas del yo y de las relaciones alternativas, que
tengan mejores desenlaces.
Un punto importante que resaltan los autores es que el nuevo relato debe
expresarse en la cotidianeidad para permitir superar el problema, no basta con
cambiar privadamente nuestra propia imagen personal, además debe desarrollarse
una descripción convincente para exhibirla ante los demás, el nuevo relato debe
hallar expresión en la interacción con el otro, de lo contrario no hay un
verdadero cambio.
Estas serían algunas de las técnicas terapéuticas que distinguen el nuevo
movimiento en psicología clínica. Ahora veamos un análisis más detallado de las
mismas y sus posibilidades.
Tomado de "La terapia desde el punto de
vista del construccionismo social, ¿tiene algún sentido la terapia?", de Jairo
A. Rozo. C., Departamento de Psicología Experimental, Universidad de Sevilla,
España. Aporte de Diana Cegelnicki.
Carnada, s. Preparado que hace más apetitoso el anzuelo. La belleza es la mejor de las carnadas.
Escrito por Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo.
La encontró en el
bulín y en otros brazos...
Sin embargo, canchero y sin cabrearse,
Le dijo al gavilán: "Puede rajarse;
el hombre no es culpable en estos casos."
Al quedarse bien
solo con la mina,
buscó las alpargatas y, ya listo,
le dijo cual si nada hubiera visto:
"Cébame un par de mates, Catalina".
La grela,
jaboneada, le hizo caso.
El tipo, saboreándose un buen faso,
la mateó, chamullando de pavadas...
Y luego, besuqueándole la frente,
con gran tranquilidad, amablemente,
le fajó treinta y cuatro puñaladas.
Iván Díez es el seudónimo de Augusto Arturo Martini, poeta, autor dramático
y periodista, que nació en Mar del Plata en 1897 y murió en 1960. Colaboró en la
revista El Hogar y en el diario Crítica, entre otros medios..
Publicó el libro de versos Sangre de suburbio y, para el teatro de
revistas, escritas en colaboración, las obras: Aquí no hay cianuro, Un
pesito es poca plata, Buen humor a toda hora, En la pista se ven
las chicas y Los muchachos de antes llenaban el circo. Amigo de
Gardel, Martini firmó sus primeros tangos como Antonio Timarni. Edmundo Rivero
musicó y cantó "Amablemente".
Milonga lunfarda
En este hermoso país,
que es mi tierra, la Argentina,
la mujer es una mina
y el fuelle es un bandoneón;
el vigilante, un botón;
la policía, la cana;
el que roba es el que afana;
el chorro un vulgar ladrón:
al sonso llaman chabón
y al vivo le baten rana.
La guita o el vento es
el dinero que circula;
el cuento es meter la mula,
y al vesre por al revés.
Si pelechaste, tenés
y en la rama si estás seco.
Si andás bien, andás derecho;
tirao, el que nada tiene.
Chapar es, si te conviene,
agarrar lo que está hecho.
El cotorro es el lugar
donde se hace el amor.
El pashá es un gran señor
que sus mangos acamala.
La vecina es la fulana,
el tordo es algún doctor,
el estaño un mostrador
donde un curda se emborracha,
y si es que hacés pata ancha
te la das de sobrador.
El que trabaja, labura;
quien no hace nada es un fiaca,
la pinta es la que destaca
los rasgos de tu apostura.
Mala racha es mishiadura,
que hace la vida fulera.
La cama es una catrera
y apoliyar es dormirse.
Rajar o piantarse es irse,
y esto lo manya cualquiera.
Y qué te van a contar,
ya está todo relojeado.
Aquello visto, es junado;
lo sabe toda la tierra.
Si hasta la Real Academia,
que de parla sabe mucho,
le va a pedir a Pichuco
y a Grela, con su guitarra,
que a esta milonga lunfarda
me la musiquen de grupo.
De Mario Cecere se sabe que compuso esta pieza en 1960. Cualquier otra información, será bienvenida.
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