N u s l e ~ t e r


#94

-íntimo de divulgación literaria-


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"Todo diario es, pues, la encarnación literaria del zombi, el muerto en vida, el que lo vio todo y sobrevivió para contarlo y ahora, cegado por el blanco fulgor del horror, está condenado a recordar para siempre cada uno de sus detalles." Alan Pauls

 

"El puente de lenguaje, metáforas, anécdotas e imaginación que construyo todas las mañanas para cruzar las incongruencias de mi vida, parece, en verdad, muy frágil." John Cheever

 


ÍNDICE


PROSA| Diario de un loco | Nicolai Gogol |
DEFINICIÓN | Embale | Diario íntimo |
GRAFFITTI

TALLER LITERARIO | Certicado |
POEMAS | Fragmento de un diario | Mi hora | Arnando Rubio Huidobro |  
PASATIEMPO | Entrada |

AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
 


PROSA

Diario de un loco

3 de octubre

Hoy ha tenido lugar un acontecimiento extraordinario. Me levanté bastante tarde, y cuando Marva me trajo las botas relucientes, le pregunté la hora. Al enterarme de que eran las diez pasadas, me apresuré a vestirme. Reconozco que de buena gana no hubiera ido a la oficina, al pensar en la cara tan larga que me iba a poner el jefe de la sección. Ya desde hace tiempo me viene diciendo: "Pero, amigo, ¿qué barullo tienes en la cabeza? Ya no es la primera vez que te precipitas como un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo demonio sería capaz de ponerlo en orden. Ni siquiera pones mayúsculas al encabezar los documentos, te olvidas de la fecha y del número. ¡Habrase visto!..."

¡Ah! ¡Condenado jefe! Con toda seguridad que me tiene envidia por estar yo en el despacho del director, sacando punta a las plumas de su excelencia. En una palabra, no hubiera ido a la oficina a no ser porque esperaba sacarle a ese judío de cajero un anticipo sobre mi sueldo. ¡También ése es un caso! ¡Antes de adelantarme algún dinero sobrevendrá el Juicio Final! ¡Jesús, qué hombre! Ya puede uno asegurarle que se encuentra en la miseria y rogarle y amenazarle; es lo mismo: no dará ni un solo centavo. Y, sin embargo, en su casa, hasta la cocinera le da bofetadas. Eso todo el mundo lo sabe.

No comprendo qué ventajas se tiene al trabajar en un departamento ministerial. Ni siquiera dispone uno de recursos. Pero no sucede así en la Administración Provincial, ni en el Ministerio de Hacienda, ni en el Tribunal Civil. Allí ves a un empleado cualquiera sentado humildemente en un rincón escribiendo. Lleva un frac gastado y su aspecto es tal que ni siquiera merece que se le escupa encima. Sin embargo, fíjate en la villa que alquila durante el verano. No se te ocurra regalarle una taza de porcelana dorada, pues te dirá que eso es digno de un médico. Él se conforma tan sólo con un coche de lujo o unos drojkas o una piel de visón de 300 rublos. Y, no obstante, por su aspecto parece tan modesto, y al hablar es tan fino. Te pide, por ejemplo, que le prestes la navaja para sacar punta a su pluma, y si te descuidas un poco, te despluma de tal forma, que ni siquiera te deja la camisa.

Pero reconozco que nuestra oficina es diferente, y en toda ella reinan una limpieza de conducta y una honradez tales, que ni por soñación puede haberlas en la Administración Provincial. Además, todos los jefes se tratan de usted. Confieso que, a no ser por la honradez y el buen tono de mi oficina, hace ya mucho tiempo que hubiera dejado el departamento ministerial.

Me puse el viejo capote y cogí el paraguas, pues llovía a cántaros. En la calle no había nadie. Sólo tropecé con mujeres de pueblo que se arropaban con los faldones de sus abrigos, comerciantes que caminaban resguardándose de la lluvia bajo sus paraguas, y cocheros. Gente bien no se veía por ningún sitio, a excepción de nuestra modesta persona, que caminaba bajo la lluvia. En cuanto la vi en un cruce, pensé en seguida: "¡Eh, amiguito! Tú no vas a la oficina. Tú estás dispuesto a seguir a ésa que va delante de ti y cuyas piernas estás mirando. ¡Qué locuras son ésas! La verdad es que eres peor que un oficial. Basta con que pase cualquier modistilla para que te dejes engatusar".

Precisamente en el momento en que estaba pensando esto vi cómo una carroza se detenía ante un almacén junto al que yo me encontraba. En seguida reconocí la carroza: era la de nuestro director. Me supuse que debería de ser de su hija, pues él no tenía por qué ir a estas horas a un almacén. El lacayo abrió la portezuela, y la joven saltó del coche, como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y al alzar sus ojos sentí que mi corazón quedaba herido... ¡Dios mío, estoy perdido! ¡Estoy perdido irremediablemente!

Y ¿por qué habrá salido ella con este mal tiempo? Después de esto nadie se atrevería a decir que las mujeres no se vuelven locas por los trapos.

Ella no me reconoció y yo procuré ocultarme y pasar inadvertido, pues llevaba un capote muy manchado y cuyo corte, además, estaba pasado de moda. Ahora se llevan las capas con cuellos muy largos, y el mío era muy corto; además, el paño de mi capote distaba mucho de ser elegante. Su perrita no tuvo tiempo de entrar y se quedó en la calle. Yo la conozco, se llama Medji. No había transcurrido ni un minuto, cuando oí de repente una vocecilla que decía:

-¡Hola, Medji!

Vaya. ¿Quién será el que habla? Miré y vi a dos señoras que caminaban debajo de un paraguas. Una de ellas era ya anciana; la otra, muy jovencita. Pero ellas ya habían pasado, y nuevamente volví a oír la misma voz a mi lado.

-¡Debería darte vergüenza, Medji!

¡Qué diablos! Vi que Medji estaba olfateando al perro que iba con las dos señoras. "¡Vaya! ¿No estaré borracho? -pensé para mis adentros-. ¡Menos mal que esto no me ocurre a menudo!"

-No, Fidele; estás equivocado. Yo estuve... Hau, hau... Yo estuve muy enferma.

¡Vaya con la perrita! Confieso que me quedé muy sorprendido al oírle hablar como una persona; pero después de reflexionarlo bien, no hallé en ello nada extraño. En efecto, en el mundo se dan muchos ejemplos de la misma índole. Cuentan que en Inglaterra emergió un pez y dijo dos palabras en un idioma extraño, tan raro, que desde hace dos o tres años los sabios hacen investigaciones acerca de él y aún no han logrado clasificarlo. También leí en los periódicos que dos vacas entraron en una tienda y pidieron medio kilo de té. Pero reconozco que me quedé aún mucho más sorprendido al oírle decir a Medji:

-¡Es verdad que te escribí, Fidele! Seguramente Polkan no te llevaría la carta.

Aunque me juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un perro que escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir un poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y, claro está, sin ningún estilo.

Esto me dejó muy sorprendido. He de confesar que desde hace algún tiempo a veces oigo y veo unas cosas que nadie vio ni oyó jamás.

"Voy a seguir a esta perrita, y así me enteraré de quién es y de lo que piensa", resolví para mí. Abrí el paraguas y me puse a seguir a las dos señoras. Cruzamos la calle Gorojovaia y nos dirigimos a la calle Meschanskaia, y desde allí a la de Stoliar, y, finalmente, llegamos al puente de Kokuchkin, deteniéndonos ante una casa de grandes dimensiones. "Conozco esta casa -pensé para mí-: es la de Zverkov. ¡Un verdadero hormiguero! Pues sí que viven allí pocos cocineros y viajantes. En cuanto a los empleados, abundan como chinches. Allí vive un amigo mío que toca muy bien la trompeta."

Las señoras subieron al quinto piso. "Bueno -pensé- ahora me voy a ir, pero antes he de fijarme bien en el sitio, para aprovecharlo en la primera ocasión que se me presente."


4 de octubre

Hoy es miércoles, y por eso estuve en el despacho de nuestro director. Vine a propósito un poco antes. Me senté y me puse a sacar punta a todas las plumas. Nuestro director debe de ser un hombre muy inteligente; tiene el despacho lleno de armarios con libros. Leí los títulos de algunos libros, y todos son científicos; así que ni por soñación son asequibles a nosotros, los empleados; además, todos están o en francés o en alemán. Cuando se mira a nuestro director, sorprende a uno por su aspecto imponente y por la seriedad que refleja toda su persona. Todavía no he oído nunca que haya dicho una palabra de más. Sólo cuando se le entregan los documentos suele preguntar:

-¿Qué tiempo hace fuera?

-Hace mucha humedad, excelencia.

La verdad es que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él. Es lo que se dice un verdadero hombre de Estado. He notado, sin embargo, que me tiene especial cariño. ¡Ah, si su hija...! ¡No, eso es una canallada!... Me entretuve leyendo La Abeja. ¡Qué gente tan estúpida son los franceses! ¿Qué es lo que pretenden? ¡De buena gana los hubiera cogido a todos y les hubiera dado una buena paliza!

Allí también leí la descripción de un baile hecha por un terrateniente de la provincia de Kurck. Los terratenientes de Kurck suelen escribir muy bien. Después me di cuenta de que eran ya las doce y media y que nuestro director aún no había salido de su dormitorio. Pero a eso de la una y media tuvo lugar un acontecimiento que ninguna pluma sería capaz de relatar. Se abrió la puerta, yo me levanté de un salto con los papeles en la mano, pensando que sería el director; pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que era ella. ¡Jesús, cómo iba vestida! Llevaba un traje blanco y vaporoso como un cisne. ¡Y qué vaporoso! Y al alzar los ojos creí que me alcanzaban los rayos del sol. Me saludó y dijo con una voz semejante a la de un canario:

-¿No ha venido papá?

"Excelencia -quise decirle-, ¿quiere usted castigarme? Pues si tal es su deseo, que lo haga su excelencia con su propia manita." Pero ¡qué demonios! La lengua se me trabó; así es que sólo pude decir:

-No, no estuvo.

Ella me echó una mirada y miró también los libros y... dejó caer su pañuelo. Yo me precipité en seguida para recogerlo, pero resbalé sobre ese maldito entarimado y poco me faltó para caerme; sin embargo, logré conservar el equilibrio y alcancé el pañuelo. ¡Señor, qué pañuelo! Era de batista finísima.

Ella me dio las gracias y sus labios esbozaron una sonrisa un tanto irónica; luego se fue. Yo me quedé una hora hasta que el criado vino y me dijo:

-Márchese a casa, Aksenti Ivanovich. El señor ya salió.

No puedo soportar a los criados; siempre están tumbados en el vestíbulo, y ni por casualidad saludan a uno. Y no sólo eso, sino que un día, a una de estas bestias se le ocurrió ofrecerme un poco de tabaco sin levantarse de su sitio. ¡Como si no supiera el muy tonto que yo soy un funcionario de familia noble! No obstante, cogí yo mismo mi sombrero y mi capote y me los puse, pues sería inútil esperar ayuda de esa gente. Salí a la calle. Al llegar a casa me pasé un buen rato tumbado en la cama. Después copié unos versos muy bonitos:

¡Mi almita! En tu ausencia, una hora,

un año completo parece pasado sin ti.

¡Odiosa es la vida, ya solo, señora!

Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir"

Deben de ser de Pushkin. Por la tarde, arropándome bien con mi capote, fui a casa de su excelencia, en donde estuve esperando para ver si la veía salir al subir en coche; pero ella no salió.

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Nicolai Gogol (1809~1852) nació y murió en Rusia. Fue funcionario y escritor. Hizo buenas migas con Pushkin. A partir de los 40 años, creyó que sus cuentos y novelas tenían una misión religiosa. Incluyó el "Diario de un loco", también traducido como "memorias..." o "apuntes..." en su libro Novelas de San Petersburgo. Dejó, además y entre otros, la novela Las almas muertas.

 

a Tope


DEFINICIÓN

EMBALE. m. Acción y efecto de embalar, adquirir velocidad.
2. fig. coloq. Entusiasmo.
M. Puig, Traición, 1970, 185: [...] la Rulo va a ser igual, no se va a caer de la pichonera, el embale que tiene esa no se lo he visto a ninguna otra.
3. fig. coloq. Enojo.
Gobello,1991, p. 99; Rodríguez, 1991, p. 109; Haensch, 1993, p. 247; RHA, 1997, p. 71.

Tomado del Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras, 2003. 

DIARIO ÍNTIMO, s. Registro cotidiano de aquellos episodios de la vida que uno puede contarse a sí mismo sin sonrojo. 

Del mordaz Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce. 


GRAFFITTI

"Giulsi, dame bola. Barto." Lo vio Nico N. en Salguero y Juncal. 


TALLER LITERARIO

-Enumere por lo menos 30 autores polacos del siglo XIX.
-Nombre (mínimo) dos obras de cada uno. 
-Señale a qué corriente literaria pertenecen. 
-Indique sobre qué autores del siglo pasado ejercieron influencia.

¿Diplomas con membrete? ¿Taller Literario?
Encuentros semanales de lectura y escritura.

Firman: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

Converse con ellos al 4896 0140 o al 4205 4284.
O escríbales a:
niusleter@niusleter.com.ar


POEMAS

Fragmento de un diario

        El crepúsculo y toda su pompa ya no me conmueven;
el lenguaje de los pájaros me parece indescifrable
-además, sé que no cantan para el hombre-;
detesto el sol cuando se afiebra;
prosigo blanco, 
y mis brazos se estiran como un lienzo
en la gimnasia cotidiana;
tengo un desorden monumental en la cabeza,
porque sé, de razón no vive el hombre,
sino de sed, de hambre y de locura.

        Tantas palomas negras;
huelen a chimeneas;
perros lamen veredas;
yo, en medio, como un trompo,
olvidado del ansia primeriza
de abrazar al crepúsculo en su fuga.

        Tanta frente de bruces,
y aunque a veces yo cante cualquier tarde
de improviso en las calles celebrando
el acontecimiento de mis pies que caminan
y caminan,
siempre vuelvo a esta burda indiferencia,
a este clavar los ojos en el suelo
respirando un cigarro 
como un murciélago quizá.

        Así alzo la mirada solamente 
si la noche se cierne 
silenciosa y abierta,
y tiemblan los espacios como gran arboleda
encendida de grillos,
y parece que algo va a nacer.
Entonces, sólo entonces,
alegra el respirar. 


Mi hora

        El corazón vuela,
brinca y palpita como un pájaro;
a veces resbala por la boca;
y nos ciega los ojos,
y allí queda, inerte ya, sin agua...

        Cambiar mi corazón por una pera.
Dormir en esa hora
junto a la amada
como un niño pálido y sereno;
y que nadie se dé cuenta;
la mano de mi madre
me agregue una frazada;
mi padre allá en la puerta
apague la luz, y luego salgan. 

 

Armando Rubio Huidobro (1955~1980), en vida, publicó en revistas literarias y medios afines. Hijo del poeta Alberto Rubio, sus amigos recopilaron toda su obra en el libro, Ciudadano, de 1983. 

a Tope


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