Ñ u s l e t e r
#86
-agarre el volante de lectura y escritura-
"Yo he visto las miradas oblicuas / de tus faroles vizcos / y tu nariz ñata / que parece olfatear pasajeros distantes, / cuando enseñabas la teoría cubista de tus ruedas / a los plátanos burgueses de las avenidas… / ¡Y me hablaron tus suspiros de nafta / que entrecortan las frases de tu motor simplista..." Leopoldo Marechal
"Y así fue como realmente se inició toda mi experiencia en la carretera, y las cosas que pasaron son demasiado fantásticas para no contarlas." Jack Kerouac
PROSA
| Amor
sobre ruedas |
Alberto Fuguet
|
DEFINICIÓN | Ergo |
GRAFFITTI
TALLER LITERARIO | ggrr |
ENCUESTA
ETIMOLOGÍA | Coqueta |
POEMAS |
Un auto sport verde
| Roger McGough
|
ENLACES | Cuentos |
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
RESPUESTAS | ¿Qué preferís? |
Amor sobre ruedas
"And
girls just wanna have fun"
Cindy
Lauper
Todos los fines de semana, incluso los domingos después del Jappening o del fútbol, Sandra y Márgara se subían a un Toyota Célica azul-cielo y recorrían Apoquindo buscando tipos -o minos como decían ellas- con quien pinchar. Era casi como un deporte, un verdadero hobbie, pero a ellas les parecía bien, entendible, para nada un vicio denigrante como les habían dicho por ahí. Cuando empezaron a salir los martes, sin embargo, tal como hoy, hasta ellas mismas se dieron cuenta de que quizás se les estaba pasando la mano. Pero nunca tanto. Total, pensaban ellas, peor era quedarse solas, cada una por su lado, pasándose películas, frustradas a morir.
La que manejaba
era Márgara, la dueña del Célica, que por esas cosas del destino no era la
que llevaba las riendas al momento de hacer la conquista. Las razones eran
básicamente dos: debía preocuparse de guiar bien el auto (un choque sería
vergonzoso, totalmente fuera de lugar, como caerse mientras se baila un
lento); y lo otro era que no le pegaba tanto al oficio de engrupir como la
Sandra, su amiga y copiloto, la cerebro del dúo, que era bastante atractiva,
como exótica, dúo, que era bastante atractiva, como exótica, con el pelo
largo que le tapaba un ojo, negro brillante con rayitos rubios, bien a la
moda. Juntas, Sandra y Márgara, que era más baja, entradita en carnes si se
quiere, se juraban las reinas del pinche sobre ruedas, las Cagney y Lacey de
Apoquindo, aunque estaba claro que eso era pura imaginación, porque había
otras minas a las que les iba harto mejor en eso de la conquista de auto a
auto.
Sandra y Márgara eran buenas amigas, aunque igual se aserruchaban el
piso a la hora de la verdad. Cada una por su lado y que gane la mejor si se
la puede. Se conocían de toda la vida, compañeras de curso y de banco, con
todo lo que eso implica. Algunas antiguas compañeras de curso con las que se
juntaban a tomar once, a pelar, les habían dicho, no mucho antes, que era
decadente y triste eso de andar buscando hombres por la calle. Hasta
peligroso. Ellas le respondieron, en cambio, lo que ya tenían asimilado:
"¿De qué otra forma vamos a conocer hombres?" Y, de alguna manera, era
cierto. En sus respectivos institutos ya ubicaban -como decía Sandra- al
ganado masculino disponible. Sabían perfectamente quién era quién, o sea,
que ninguno las inflaba demasiado.. Los compañeros de curso eran sólo eso:
compañeros. Y se acabó. Claro, podían meterse a alguna actividad, ¿pero
cuál? ¿Gimnasia aeróbica?: puros maricones. ¿Cursillos de filosofía,, de
poder mental, talleres literarios?: puros locos, huevones trancados. No, no
eran de esa onda. Para nada.
El panorama era, entonces, desalentador, poco viable. Por eso habían llegado a la conclusión de que era más necesario salir al encuentro, tal como lo estaban haciendo hoy, porque si se ponían a esperar a que llegara ese príncipe tan anhelado, lo único que iban a sacar en limpio era que, aunque sonara siútico, el tren se fuera sin ellas.
Había sí un consuelo: no eran las únicas dedicadas a eso ni mucho menos. Cada vez que salían de ronda, como esta extraña noche, se cruzaban en su camino con un buen número -un aterrador número- de mujeres que buscaban lo mismo o quizás aún más, porque algunas de ellas iban a la pelea firmeza y Sandra y Márgara andaban en la onda tranquila, tratando de conocer tipos para después elegir al más adecuado, al más tierno del montón. La competencia, entonces, era dura, sin compasión. Cada hembra necesitada, cada vieja en busca de carne joven, cada mina lateada, era una amenaza para las dos.
Es difícil creer que dos mujeres jóvenes que salen a buscar hombres -tenían su tope en tipos de treinta- no lleguen hasta el final. Tampoco atracaban. Y no era porque no lo desearan sino simplemente por la fama. Santiago es, en el fondo, un pueblo chico y, tal como siempre lo repite la Márgara, la que se da el lujo de saltar de cama en cama, después lo paga. La idea, entonces, era conocer tipos en auto, aceptar a que las convidaran a tomar bebidas, decir que sí, estar un rato, intercambiar teléfonos, a lo más ir a un mirador y casi nunca tener algún contacto mayor.
Como no eran
tontas y sabían que era necesario cuidarse, aunque esta noche, esta noche
era otra cosa, nunca aceptaban ir muy lejos. Tenían como ley no bajar más
allá de Providencia de Lyon y no subir más allá del Tavelli de Las Condes.
Otra regla era siempre seguir en el auto propio, así si los compadres se
ponían hostigosos, se viraban y listo. Los tipos que conocían generalmente
eran pintosos (si no, no los saludaban a través de la ventana), de buen
nivel, con autos más o menos potables. Básico era que les gustara la música
y que la tocaran bien fuerte. Dependiendo de la emisora, Sandra y Márgara
sabían la onda de los desconocidos y si cumplían las exigencias mínimas.
Típico resultaban ser estudiantes del Incacea o del Inacap, pocas veces les
tocaban universitarios de la Católica, pero eso era pura mala suerte porque
ellas sabían que aburridos y parqueados había, y muchos, y que el hecho de
ser inteligentes no es sino una razón más para necesitar salir a buscar
mujeres porque estaba super probado que mientras más capos los tipos, más
imbéciles para ser felices.
Lea el final acá.
Alberto Fuguet es un escritor chileno, nacido en 1964, que vivió buena parte de su infancia en California (Estados Unidos) y después, en su regreso a Santiago, estudió periodismo, dirigió algunas publicaciones y publicó, entre otros, estos libros: La azarosa y sobreexpuesta vida de Enrique Alekán, Sobredosis, del cual tomamos este relato, y las novelas Tinta roja y Por favor, rebobinar.
COQUETA,
mediados del siglo XVIII. Del
femenino del adjetivo francés coquet, coquette, ídem, derivado de
coqueter 'coquetear', propiamente 'alardear coquetonamente en presencia
de mujeres, como un gallo entre gallinas', derivado de coq 'gallo'
(voz de origen onomatopéyico).
DERIVADOS. Coquetear, 1843; coqueteo. Coquetería, 1843.
Coquetón, 1884.
ERGO:
Por tanto. Suele usarse por pedantería humorística.
Yo estoy
cansado de reproches,ergo,
ahora mismo,
m´hijita, la postergo.
(Byron, Don Juan,canto XVII,
Tomado del Diccionario del argentino exquisito, de Adolfo Bioy Casares.
¿A qué lugar atípico le recomendaría ir de levante a:
1- un muchacho algo tímido de unos dieciocho?
2- una mujer soltera o una casada, que tiene veintipico?
3- un divorciado con hijos o una divorciada sin hijos de más de treinta?
4- un viudo alegre o una viuda alegre ancianos pero vivaces?
Recomiende a: niusleter@niusleter.com.ar
Ah, y ¿cuál fue su mejor aventura sobre ruedas?
Resulta que en un pueblito del interior hay una chica muy linda que hace dedo al borde de la ruta. Si vas solo, es una picardía no subirla. Una vez en tu auto, la chica te empieza a acariciar los brazos y te da besos en el cuello y en la oreja. Coincide que, en el momento de mayor calentura, la ruta pega una curva tremenda y ella te susurra al oído: "acá es donde me maté yo".
¿Cómo levantar ese muerto?
Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.
Conducen: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Escriba a:
niusleter@niusleter.com.ar
Un auto sport verde
Para Mal Doft, corredor de autos
... Y más tarde encontrar
esas parejas en verdes autos sport resplandecientes,
remachados con acero y regados por el alba.
Y temblando todavía en sus capuchas enceradas, la lluvia
chorreando entre sus caras
mientras la luz del día expone sus muertes tipo E.
... Y aún más tarde, descubrir
que algo adentro se había movido.
Se apretó contra él, apuntando los senos hacia el alba,
que la halló en su último deleite
con el ruido del ataúd de acero verde en su campo tranquilo
frotando el alquitrán.
... Y finalmente, comprenderlos.
Ellos que han sido apagados para siempre,
están tan quietos. Los creerías dormidos, no
muertos,
a no ser por la evidencia, sus expresiones
pescadas bajo el alba, guardadas bien al fondo
de este incidente accidental.
Roger McGough nació en Liverpool en 1938, estudió en la universidad de Hull, donde conoció a Philip Larkin y obtuvo el título de maestro. Es uno de los poetas conocidos como los Beat de Liverpool, escribió un poema para la Semana Nacional del LSD que constaba de un solo verso: "Mind, how you go" (Mente, ¿cómo te va?). Junto con los poetas Adrian Henri y Brian Patten, fundó el grupo pop The Scaffold. Lleva escritos más de veinte libros de poesía, entre los que figuran Poemas escogidos 1967-1987 (1990) y Poemas escogidos, volumen 2 (1991).
Cuentos en castellano:
http://esgeocities.com/cuentohispano/index.html
"Sin vos me muero Mónica". En El Salvador y Humbolt, lo vio un caminante.
‘En barrio Sur de Montevideo hace 12 años. Era una zona densa; unos muchachos estaban tomando cerveza en la entrada de un conventillo, en el paredón de enfrente decía: "Seguí caminando que te están mirando". Indefectiblemente nos tomó la paranoia sin darnos cuenta y empezamos a caminar rápido. Cuando llegamos a la esquina nos dimos cuenta de la boludez que habíamos hecho.’ Enviado por Pablo Bustillo.
También sos un as del volante,
Mariano Valcarce, Soporte Técnico.
Mariana S, brindamos por vos.
Virginia Elías. Agneszka Ptak.
Fred Sturlesi. Laurent Jacobi.
Santiago Güerri.
Pablo Bustillo
Gabriela García
Evaristo Bertora
Luis Arias Manzo
Nixte Zapicán
Fernando Vallerstein
Villa Cariño
A
aquellos y aquellas que nos llevaron a o nos trajeron de algún lugar en su
coche.
Mariano Valcarce, Soporte Técnico, recomienda "dejarse llevar".
Si no desea recibir Ñusleter envíenos un mensaje electrónico con asunto "Ya Estoy Harto" a niusleter@niusleter.com.ar
Si desea recibir Ñusleter envíenos un mensaje electrónico con asunto "Yo También Quiero" a niusleter@niusleter.com.ar
¿Qué preferís: enterarte que tu padre curtió con un cura o un fisicoculturista?
Calculo que a un cura,
asumiendo que mi padre la puso y, por ende, lo rompió... aun cuando morbosa
y no exenta de otros potenciales - y casi seguros - trastornos psicológicos
colaterales, la sensación de venganza que puede vislumbrarse en ese acto
perpetrado por un miembro de mi familia tiene su onda, ¿me explico?
Agustina María Varela
Con un cura, al menos le
da un carácter mas místico, salvo que fuera el cura que lo caso con mi
madre, ahora que lo pienso. Mejor, en realidad, con un griego; que le da un
carácter mas intelectual y todos nos sentimos mas trascendentes.
Pablo Notti
Preferiría que mi viejo hubiese curtido con un cura porque dicen que los fisicoculturistas la tienen chica, ¡qué decepción!
Julia
Si fuera con un cura
guardaría la esperanza de que fue engañado con la promesa del paraíso, o
esas cosas. Lo del fisicoculturista es peor.
El tano
Preferiría enterarme de
que se curtió al fisicocultursita. La vaselina me da menos impresión que la
túnica.
Silpirr
De tener que elegir entre quedarte ciego y que te corten una gamba, ¿qué elegirías?
La respuesta se cae de
madura. Elegiría que me cortaran una gamba. Sin una gamba hay varias
opciones. Si tenés guita, pagás la pierna ortopédica. Si la plata no te
alcanza, agarrás los peores libros de tu biblioteca, te armás una pila de la
altura de tu otra pierna y si querés ocultarla por vergüenza a que detecten
un libro de autoayuda, te vestís de dama antigua.
Silpirr
No sé. A ver... quedarme
ciego sería una mierda pero todo está tan horrible que tal vez considerando
el contexto no estaría tan mal (no ver más al candado botón del noticiero de
canal nueve por ejemplo) aunque tendría que oírlo igual. (No ver más gente
revolviendo la basura) aunque tal vez me vendrían a afanar y me daría cuenta
cuando es demasiado tarde. Y que me corten una gamba... bueno no podría
correr si me vienen a afanar. Mejor me quedo ciego en casa, ya esta. Y
flasheo con que soy Val Kilmer.
Pablo Notti
Entre un ojo y una gamba,
la verdad es que sin ningún lugar a dudas prefiero conservar el ojo, hay muy
buenas prótesis y me permite seguir leyendo mis libros preferidos sin cansar
el ojo restante.
Roberto Germán López
Si me cortan una gamba me
pongo una de plástico.
Julia
Yo prefiero la gamba. Eso
de no poder leer por mi cuenta, ni dibujar, ni mirar películas me resulta
peor que no poder jugar al fobal o patear al gato.
El tano
Que me corten una gamba,
sin duda. Es más fácil andar por el mundo con una pata de palo que con un
ojo de vidrio. Además, los ojos son la ventana del alma y no me gustaría
quedar "tapiada".
Agustina María Varela
¿Qué lamentarías más: haberte perdido de conocer a la
persona de tu vida por no tomar un taxi o un remís? ¿Por qué?
Convengamos que el taxi es mucho mas cinematográfico, e incluso literario. ¿En que película o libro los personajes viajan en remís?
El tano
Prefiero no haber tomado un taxi, son más románticos, los autos están en mucho mejor condición, no te hablan de sus graves problemas o que son adinerados "que están en la mala" y si de última tengo esta grave pérdida amorosa me aseguro que difícilmente le vuelva a ver la cara, cosa que me traería malos recuerdos (cosa que no sucede si se trata de los remises que están por mi casa).
Roberto Germán López
¿No es lo mismo? Me lamentaría de igual forma. Quizás me lamentaría menos si hubiese tenido que tomar una tanqueta.
Silpirr
Un remís. Tomar taxis va contra mis principios (una suerte de xenofobia hacia ellos) y, si bien son lo mismo, los remiseros por lo menos tratan de disimularlo. De todas formas, vamos, la persona de tu vida te sigue a sol y sombra y no es tan fácil librarse de ella... así que fóbicos, no hay medio que los salve.
Agustina María Varela
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