Ñ u s l e t e r
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-mascarada periódica de lectura y escritura-
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"Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue el Carnaval. El indio vestido de senador del Imperio. Fingiendo que era Pitt." Oswald de Andrade
"Carnaval toda la vida / y una noche junto a vos." Gabriel Fernández Capello
PROSA
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El sueño de los héroes
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Adolfo Bioy Casares
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ETIMOLOGÍA
TALLER LITERARIO |
Antifaz |
GRAFFITTI
POEMAS
| Siga
el corso | Francisco García Jiménez
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DEFINICIÓN
| Tener un corso de contramano |
ENCUESTA
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
RESPUESTAS
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Lluvia |
El sueño de los héroes
[...]
Porque salían con Valerga, no se disfrazaron. Entre ellos –con el doctor no
aventuraban opinión alguna sobre el asunto– afectaban estar muy por encima de
tanta pantomima y despreciar a las pobres máscaras. Valerga traía pantalón a
rayas y saco oscuro; a diferencia de los muchachos, no llevaba pañuelo al
cuello. Gauna pensó que si después de las fiestas le sobraba un poco de plata
compraría un pantalón a rayas.
Maidana (o tal vez Pegoraro) propuso que empezaran por el corso de Villa
Urquiza. Gauna respondió que era del barrio y que allí todo el mundo lo conocía.
Nadie insistió. Valerga dijo que fueran a Villa Devoto, “total”, agregó, “todos
acabaremos ahí” (alusión, muy celebrada, a la cárcel de ese barrio). Con el
mejor ánimo se dirigieron a la estación Saavedra.
El tren estaba lleno de máscaras. Los muchachos protestaron, visiblemente
disgustados. Movido por estas protestas, Valerga se mostró conciliador. Apenas
empañaba la alegría de Gauna el temor de que alguna máscara pretendiera reírse
del doctor o de que Massantonio lo enojara con su timidez. Por Colegiales y la
Paternal llegaron a Villa Devoto (o a “Villa”, como decía Maidana). Estuvieron
en el corso; el doctor opinó que ese año el carnaval era menos animado y contó
anécdotas de los carnavales de su mocedad. Entraron en el club Os Mininos. Los
muchachos bailaron. Valerga, el peluquero (muy avergonzado, muy molesto) y Gauna
se quedaron en la mesa, conversando. El doctor habló de campañas electorales y
de reuniones hípicas. Gauna sintió una suerte de culpable responsabilidad hacia
el doctor y un poco de rencor hacia Massantonio.
Salieron a refrescarse por la solitaria plaza Arenales y, después, frente al
club Villa Devoto, los ocupó un breve y confuso incidente con personas que
estaban del otro lado del alambre tejido.
Cuando el calor se hizo más intolerable apareció una murga francamente ruidosa y
molesta. La formaban unos pocos individuos, que parecían muchos, con bombos, con
tambores y con platillos, con narices rojas, con las caras tiznadas de negro,
con mamelucos negros. Afónicamente gritaban:
Por fin llegó la murga
Los Chicos Musicantes.
Si nos pagan la copa.
Nos vamos al instante.
Gauna llamó una victoria. A pesar de las protestas del cochero y de los
ofrecimientos de retirarse, que repetía Massantonio, subieron los siete al
coche. En el pescante, al lado del cochero, se sentó Pegoraro; atrás, en el
asiento principal, Valerga, Massantonio y Gauna y, en el estrapontín, Antúnez y
Maidana. Valerga ordenó al cochero: “a Rivadavia y a Villa Luro”. Massantonio
trató de arrojarse del coche. Todos querían verse libres de él, pero no lo
dejaron bajar.
A lo largo del camino encontraron más de un corso, los siguieron y los dejaron;
entraron en almacenes y en otros establecimientos. Massantonio, bromeando
angustiosamente, aseguró que si no regresaba en seguida, la señora lo mataría a
palos. En Villa Luro hubo un incidente con un chico perdido; el doctor Valerga
le regaló un pomo de la marca Bellas Porteñas y después lo llevó a la comisaría
o a la casa de los padres. Eso era, por lo menos, lo que Gauna creía recordar.
Pasadas las tres, dejaron Villa Luro. Prosiguieron con el coche hacia Flores y,
luego, hacia Nueva Pompeya. Ahora Antúnez iba en el pescante; melosamente
cantaba Noche de Reyes. A toda esta
parte del trayecto, Gauna la recordaba confusamente. Alguien dijo que, arriba,
Antúnez estaba atareado y que el cochero lloraba. Del caballo tenía imágenes
caprichosas, pero vívidas (esto es extraño, porque él estaba sentado en la parte
de atrás de la victoria). Lo recordaba muy grande y muy anguloso, oscuro por el
sudor, vacilando, con las patas abiertas, o lo oía gritar como una persona (esto
último, sin duda lo había soñado); o le veía solamente las orejas y el testuz, y
sentía una inexplicable una inexplicable compasión. Después, en un descampado,
en un momento lila y casi abstracto por anticipaciones del alba, hubo un gran
júbilo. Él mismo gritó que sujetaran a Massantonio y Antúnez descargó su
revólver en el aire. Finalmente llegaron a pie a una quinta de un amigo del
doctor. Los recibieron manadas de perros y después una señora más agresiva que
los perros. El dueño estaba ausente. La señora no quería que pasaran.
Massantonio, hablando solo, explicaba que él no podía trasnochar, porque se
levantaba temprano. Valerga los distribuyó por los cuartos de la casa. Cómo
pasaron de ahí a otra parte era un misterio; Gauna recordaba el despertar en un
rancho de lata; su dolor de cabeza; el viaje en un carro muy sucio y después en
un tranvía; una tarde y una luz muy claras en un corralón de Barracas, donde
jugaron a las bochas; la observación de que Massantonio había desaparecido, que
él escuchó con sorpresa y en seguida olvidó; la noche en un prostíbulo de la
calle Osvaldo Cruz, donde al oír el Claro de Luna que tocó un violinista
ciego sintió un gran arrepentimiento por haber descuidado su instrucción y el
deseo de fraternizar con todos los presentes desdeñando -como dijo en voz alta-
las pequeñeces individuales y exaltando las aspiraciones generosas. Después se
había sentido muy cansado. Había caminado bajo un aguacero. Habían entrado, para
reaccionar, en una casa de baños turcos. (Sin embargo, ahora veía imágenes del
aguacero en la quema de basura del Bañado de Flores y en las barandas sucias del
carro.) De la casa de baños recordaba una especie de manicura, con la cara
pintada y con batón, que hablaba seriamente con un desconocido, y una mañana
interminable, borrosa y feliz. Recordaba, también, haber caminado por la calle
Perú, huyendo de la policía, con las piernas flojas y la mente despejada; haber
entrado en un cinematógrafo; haber almorzado, a las cinco de la tarde, con mucha
hambre, entre los billares de un café de la Avenida de Mayo; haber participado,
sentados en la capota de un taxímetro, en los corsos del centro; haber asistido
a una función del Cosmopolita, creyendo que estaban en el Bataclán.
Contrataron a un segundo taxímetro, lleno de espejitos y con
un diablo colgando. Gauna se sintió muy seguro cuando ordenó al chauffer
que fuera a Palermo, y muy orgulloso cuando oyó que decía Valerga: "Parecen la
sombra de ustedes, muchachos, pero Gauna y este viejo siguen con ánimo". A la
entrada del Armenonville tuvieron una colisión con un Lincoln particular.
Del Lincoln bajaron cuatro muchachitos y una muchacha, una
máscara. Si no hubiera intervenido Valerga, los muchachitos hubieran peleado con
el chauffer
del taxímetro; como el hombre se mostró agradecido, Valerga le dijo unas
palabras adecuadas.
Gauna trató de contar las veces que se había emborrachado
desde el domingo a la tarde. Nunca había sentido tanto dolor de cabeza ni tanto
cansancio.
Entraron en un salón "grande como La Prensa" -explicó
Gauna- "o como el hall de Retiro, pero sin el modelo de locomotora que usted
pone diez centavos y lo ve andar". Estaba ese local muy iluminado, con guías de
gallardetes, banderitas y globos de colores, con palos y cortinas, con gente
ruidosa y música a toda orquesta. Gauna se agarró la cabeza con las manos y
cerró los ojos; creyó que iba a gritar de dolor. Al rato se encontró hablando
con la máscara que habían traído los muchachitos. Llevaba antifaz, estaba
disfrazada de dominó. No se había fijado si era rubia o morena, pero al lado de
esa máscara se había sentido contento (con la cabeza milagrosamente aliviada) y
desde esa noche había pensado muchas veces en ella.
[...]
Adolfo Bioy Casares nació en Buenos Aires en 1914 y murió, hará cosa de cuatro años, en la misma ciudad. Casado con Silvina Ocampo, integraba -por ende- las huestes del grupo Sur. Entre sus libros destacan La invención de Morel (1940), Plan de evasión (1945), Diario de la guerra del cerdo (1969), Dormir al sol (1975) y la arriba parcialmente transcripta El sueño de los héroes (1954). Creó, junto a Borges, la colección policial El séptimo círculo, el folleto de un yogur y una serie de relatos, firmados como H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.
CARNAVAL,
1495, raro hasta el S. XVII. Del italiano carnevale ídem, y éste de
carnelevale, 1130, alteración de carnelevare, S XIV, compuesto de
carne y levare
'quitar', por ser el comienzo del ayuno de Cuaresma. El nombre tradicional
castellano es carnestolendas.
DERIV. Carnavalada. Carnavalesco.
-No. ¿Sabés que pasó? Cayeron todos los tipos disfrazados de El Zorro y todas las minas vestidas de Gatubela. Que una espuma acá, una serpentina ahí, que te tiro papel picado, que te baño con champán. Con lo caliente de la noche, con el calor de los disfraces, con el fervor del baile, las copas se vaciaban y llenaban en cuestión de segundos, y a la hora nadie distinguía un pito. Que la máscara libera, que pito va, corneta viene, las gatubelas ronroneaban, yo ya estaba como loco, y bueno, no me di cuenta que era tu abuela; ahora, te digo, tiene una onda la vieja.
Dejáte el antifaz.
Encuentros semanales de lectura y escritura.
Bombo y redoblante: Alejandro Güerri - Fernando Aíta.
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"¿Qué calor no? Hiroshima 1945. Zed". Leído en Perón al 3800, Alejandro Korn, por un contingente de turistas porteños.
"El amor es una enfermedad: requiere cama". Leído en Perón al 4000, ídem.
POEMAS
Siga el corso
Esa colombina puso en sus ojeras
humo de la hoguera de su corazón.
Aquella marquesa de la risa loca
se pintó la boca por besar a un clown.
Cruza del palco hasta el coche
la serpentina nerviosa y fina
como un pintoresco broche
sobre la noche del carnaval.
Te quiero conocer, saber adónde vas,
alegre mascarita que me gritas al pasar:
"¿Qué hacés? me conocés... Adiós, adiós, adiós:
¡Yo soy la misteriosa mujercita de tu afán!"
No finjas más la voz, abajo el antifaz,
tus ojos por el corso van buscando mi ansiedad...
tu risa me hace mal, mostráte como sos,
detrás de tu desvío todo el año es carnaval.
Con sonora burla suena la corneta
de una pizpireta dama de organdí,
y entre risa y chiste, linda maragata,
jura que la mata la pasión por mí.
Bajo los chuscos carteles
pasan los fieles del dios jocundo,
y le va prendiendo al mundo
sus cascabeles el carnaval...
Francisco García Jiménez compuso decenas de tangos (entre ellos, "Alma en pena", "Lunes", "Barrio pobre", "El escolaso", "Oiga, compadre") gran parte de ellos musicalizados por Anselmo Aieta, y unos cuantos dedicados a Colombinas, Arlequines y Pierrots ("Carnaval", "Otra vez carnaval", "Yo me quiero disfrazar"). Nació en 1899 y murió en 1983.
TENER UN CORSO DE CONTRAMANO: En Roma, cuyos carnavales fueron en la Antigüedad tan famosos como hoy son los de Venecia o Río, se añadían a los festejos carreras de distinto tipo (corsa, en italiano) que dieron nombre al corso de hoy. En él se concentran ahora los disfrazados o "mascaritas", el desfile de carrozas, los juegos con agua o con flores, la andanada de serpentinas y de papel picado. Nada más natural que asociar entonces el corso con el barullo y la máxima confusión. En nuestro país poco sobrevive de esos festejos y únicamente en algunos barrios y en algunas ciudades como Corrientes conserva el corso los esplendores de antaño. Sin embargo, sigue vigente la frase que caracteriza los barullos del alma como un carnaval internalizado. Como un corso que nos sumerge en un desfile desordenado de antifaces y caretas, con ruido de matracas. Decir que "Fulano tiene un corso de contramano" es sostener que el aludido está fuera de la realidad, tratando de remontar una comparsa de problemas.
En Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, Héctor Zimmerman, Aguilar, Buenos Aires, 1999.
¿El mejor disfraz?
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Mariano "Inmenso" Valcarce, Soporte Técnico?
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Mariano Valcarce, Soporte Técnico, debería humildemente recomendar que lo emulemos.
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¿Cuándo, dónde y cómo pasó su peor tormenta? O la mejor.
A los 17, solo, en
una carpa, todo mojado, mientras escuchaba entre la
lluvia las risas de la carpa de al lado, donde disfrutaban de buena salud
un troglodita y la chica que me gustaba.
Lanark
La peor tormenta la pasé en una casa abandonada muerto de miedo. La mejor la
pasé en mi infancia "jugando bajo la lluvia".
Robin Jod
La peor tormenta dentro de mi casa, mintiendole a ella sobre la mejor
tormenta.
La mejor, bajo una tormenta de verano, empapandome de las dulces lluvias de "la
otra".
Aldo N.
¿Qué cuento o poema leería bajo la lluvia?
Bajo la lluvia
leería: "De Pie // Acá están las historias / todas las historias del
agua, / allí van como un río dorado. / Acá estoy, de pie / frente al hueco
blanco, / insaciable y obsceno, / acá, en la soledad del baño / estoy meando
todas las noches de cerveza.
Aldo N.
No leería un poema
bajo la lluvia, pero podría sostener una hoja en blanco y
tratar de decifrar los signos de la lluvia.
Robin Jod
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