Ñ u s l e t e r
#82
-encuentro periódico de lectura y escritura-
"El hombre hablaba con voz pausada, y sus ojos grises, atemorizados, vigilaban el incesante caer de la lluvia." Juan Bosch
"...Canto sereno,
sí, casi celeste,
sobre un fondo de inseguridad y de angustia.
¿Es esta sombra la que me hace triste?
Pero en la noche es dable escuchar melodías perfectas,
y está además, hermanos, la estrella de la síntesis,
el círculo mágico del fuego
que agrandará hasta el límite de la tierra
sus cordiales, seguros anillos de amistad y alegría..."
Juan L. Ortiz
PROSA
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El simún | Horacio
Quiroga |
DEFINICIÓN
| Amistad |
GRAFFITTI
TALLER LITERARIO |
Tormentoso |
ENCUESTA
POEMAS
| Cuarenta
grados |
Historia con nube
|
Llueve como el
deseo | Roberto
D. Malatesta
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Poesía |
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RESPUESTAS
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Caca |
El simún
[...] Remonté, pues, el Paraná hasta Corrientes, trayecto que conocía bien. Desde allí a Posadas el país era nuevo para mí, y admiré como es debido el cauce del gran río, anchísimo, lento y plateado, con islas empenachadas en todo el circuito de tacuaras dobladas sobre el agua como inmensas canastillas de bambú. Tábanos, los que se deseen.
Pero desde Posadas hasta el término del viaje, el río cambió singularmente. Al cauce pleno y manso sucedía una especie de lúgubre Aqueronte —encajonado entre sombrías murallas de cien metros—, en el fondo del cual el Paraná corre revuelto en torbellinos, de un gris tan opaco que más que agua apenas parece otra cosa que lívida sombra de los murallones. Ni aun sensación de río, pues las sinuosidades incesantes del curso cortan la perspectiva a cada trecho. Se trata, en realidad, de una serie de lagos de montaña hundidos entre tétricos cantiles de bosque, basalto y arenisca barnizada en negro.
Ahora bien: el paisaje tiene una belleza sombría que no se halla fácilmente en los lagos de Palermo. Al caer la noche, sobre todo, el aire adquiere en la honda depresión una frescura y transparencia glaciales. El monte vuelca sobre el río su perfume crepuscular, y en esa vasta quietud de la hora el pasajero avanza sentado en proa, tiritando de frío y excesiva soledad.
Esto es bello, y yo sentí hondamente su encanto. Pero yo comencé a empaparme en su severa hermosura un lunes de tarde; y el martes de mañana vi lo mismo, e igual cosa el miércoles, y lo mismo vi el jueves y el viernes. Durante cinco días, adondequiera que volviera la vista no veía sino dos colores: el negro de los murallones y el gris lívido del río.
Llegué, por fin. Trepé como pude la barranca de ciento veinte metros y me presenté al gerente del obraje, que era a la vez el encargado de la estación meteorológica. Me hallé con un hombre joven aún, de color cetrino y muchas patas de gallo en los ojos.
–Bueno –me dije–; las clásicas arrugas tropicales. Este hombre ha pasado su vida en un país de sol.
Era francés y se llamaba Briand, como el actual ministro de su patria. Por lo demás, un sujeto cortés y de pocas palabras. Era visible que el hombre había vivido mucho y que al cansancio de sus ojos, contrarrestando la luz, correspondía a todas veras igual fatiga del espíritu: una buena necesidad de hablar poco, por haber pensado mucho.
Hallé que el obraje estaba en ese momento poco menos que paralizado por la crisis de madera, pues en Buenos Aires y Rosario no sabían qué hacer con el stock formidable de lapacho, incienso, peterebí y cedro, de toda viga, que flotara o no. Felizmente, la parálisis no había alcanzado a la estación meteorológica. Todo subía y bajaba, giraba y registraba en ella, que era un encanto. Lo cual tiene su real mérito, pues cuando las pilas Edison se ponen en relación tirante con el registrador del anemómetro, puede decirse que el caso es serio. No sólo esto: mi hombre había inventado un aparatito para registrar el rocío —un hechizo regional— con el que nada tenían que ver los instrumentos oficiales; pero aquello andaba a maravillas.
Observé todo, toqué, compulsé libretas y estadísticas, con la certeza creciente de que aquel hombre no sabía cazar mariposas. Si lo sabía, no lo hacía por lo menos. Y esto era un ejemplo tan saludable como moralizador para mí.
No pude menos de informarme, sin embargo, respecto del gran retraso de las observaciones remitidas a Buenos Aires. El hombre me dijo que es bastante común, aún en obrajes con puerto y chalana en forma, que la correspondencia se reciba y haga llegar a los vapores metiéndola dentro de una botella que se lanza al río. A veces es recogida; a veces, no.
¿Qué objetar a esto? Quedé, pues, encantado. Nada tenía que hacer ya. Mi hombre se prestó amablemente a organizarme una cacería de antas —que no cacé— y se negó a acompañarme en guabiroba por el río. El Paraná corre allá nueve millas, con remolinos capaces de poner proa al aire a remolcadores de jangadas. Paseé, sin embargo, y crucé el río; pero jamás volveré a hacerlo.
Entre tanto la estada me era muy agradable, hasta que uno de esos días comenzaron las lluvias. Nadie tiene idea en Buenos Aires de lo que es aquello cuando un temporal de lluvia se asienta sobre el bosque. Llueve todo el día sin cesar, y al otro, y al siguiente, como si recién comenzara, en la más espantosa humedad de ambiente que sea posible imaginar. No hay frotador de caja de fósforos que conserve un gramo de arena, y si un cigarro ya tiraba mal en pleno sol, no queda otro recurso que secarlo en el horno de la cocina económica —donde se quema, claro está.
Yo estaba ya bastante harto del paisaje aquel: la inmensa depresión negra y el río gris en el fondo; nada más. Pero cuando me tocó sentarme en el corredor por toda una semana, teniendo por delante la gotera, detrás la lluvia y allá abajo el Paraná blanco; cuando después de volver la cabeza a todos lados y ver siempre el bosque inmóvil bajo el agua, tornaba fatalmente la vista al horizonte de basalto y bruma, confieso que entonces sentía crecer en mí, como un hongo, una inmensa admiración por aquel hombre que asistía sin inmutarse al liquidamiento de su energía y sus cajas de fósforos.
Tuve, por fin, una idea salvadora:
–¿Si tomáramos algo? –propuse–. De continuar esto dos días más me voy en canoa.
Eran las tres de la tarde. En la comunidad de los casos, no es ésta hora formal para tomar caña. Pero cualquier cosa me parecía profundamente razonable —aún iniciar a las tres el aperitivo—, ante aquel paisaje de Divina Comedia empapado en siete días de lluvia.
Comenzamos, pues. No diré si tomamos poco o mucho, porque la cantidad es en sí un detalle superficial. Lo fundamental es el giro particular de las ideas —así la indignación que se iba apoderando de mí por la manera con que mi compañero soportaba aquella desolación de paisaje—. Miraba él hacia el río con la calma de un individuo que espera el final de un diluvio universal que ha comenzado ya, pero que demorará aún catorce o quince años: no había por qué inquietarse. Yo se lo dije; no sé de qué modo, pero se lo dije. Mi compañero se echó a reír pero no me respondió. Mi indignación crecía.
–Sangre de pato… –murmuraba yo mirándolo–. No tiene ya dos dedos de energía…
Algo oyó, supongo, porque, dejando su sillón de tela vino a sentarse a la mesa, enfrente de mí. Le vi hacer aquello un si es no es estupefacto, como quien mira a un sapo acodarse a nuestra mesa. Mi hombre se acodó, en efecto, y noté entonces que lo veía con enérgico relieve.
Habíamos comenzado a las tres, recuerdo que dije. No sé qué hora sería entonces.
–Tropical farsante…–murmuré aún–. Borracho perdido…
Él se sonrió de nuevo, y me dijo con voz muy clara:
–Óigame, mi joven amigo: usted, a pesar de su título y su empleo y su mariposeo mental, es una criatura. No ha hallado otro recurso para sobrellevar unos cuantos días que se le antojan aburridos, que recurrir a alcohol. Usted no tiene idea de lo que es aburrimiento, y se escandaliza de que yo no me enloquezca con usted. ¿Qué sabe usted de lo que es un país realmente de infierno? Usted es una criatura, y nada más. ¿Quiere oír una historia de aburrimiento? Oiga, entonces:
[...]
Lea el cuento completo acá.
Horacio Quiroga nació en en Salto, Uruguay, en 1878. Su carrera se inició en la poesía, con Los arrecifes de coral (1901), dentro del modernismo y bajo el patrocinio de Leopoldo Lugones. Residió mayormente en Argentina, donde ejerció la crítica de cine, varios empleo en el estado, y pasó largas temporadas en las selvas de Misiones. Llevó una vida dramática (vivió los suicidios de una esposa y un hijo), siempre cerca de la pobreza. Discípulo fiel de Poe, también escribió teorías sobre el cuento, y también recurrió a diferentes estimulantes. En 1937, enfermo de cáncer, se quitó la vida en Buenos Aires. Sus libros: El crimen de otro, Historia de amor turbio, Cuentos de amor, de locura y de muerte, Cuentos de la selva, El salvaje, Las sacrificadas, Anaconda, El desierto, Los desterrados, Pasado amor, Suelo natal (un libro para niños, junto a Leonard Glusberg) y Más allá (1935).
AMISTAD, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.
Ambrose Bierce, Diccionario del diablo.
"El guardia duerme, la ciudad fabrica insomnios y yo pienso en ti..." Leído sobre la pared -a como va el tránsito izquierda- de la calle Sarmiento entre Agüero y Gallo, Abasto, por Gabriela García.
"Con Atlanta soy rico gratis" En Marínez Rosas y Warnes, ¿Villa Crespo? Lo vio Juan Llames.
"Constanza no sabés cuanto te deseo / y yo por tí me corto el huevo" Todos los Días en Solís y Brasil, pasen y vean, Mimi.
- Mientras siga
lloviendo, María Cristina, va a caer agua.
- ¿Le parece, don Aldo?
- Si yo le digo que es carnaval, usted apriete el pomo.
- ¿Y si no?
- No abra el paraguas antes de tiempo.
¿Se entiende algo?
Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.
Pronostican: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Escriba a:
niusleter@niusleter.com.ar
¿Cuándo, dónde y cómo pasó su peor tormenta? O la mejor.
¿Qué cuento o poema leería bajo la lluvia?
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
Cuarenta grados
La chicharra, con
cuarenta grados,
en su sombra arbórea chupa
de los juegos más frescos
que los troncos del verano brindan,
y canta. Nosotros, rara especie.
bajo una sombra menos compacta,
del clima nos quejamos
tomando mates calientes.
Historia con nube
Me eché a dormir en
la hierba
bajo un gentil sol de julio;
aunque satisfecho,
desperté con un poco de frío,-
soñoliento,
tardé en descifrar el porqué:
una gran nube blanca
cubría el sol;
ya no pude retomar
mi sueño
mas en nada
a la gran nube recriminé:
ella estaba en su derecho:
Hay veces en que seres libres
se nos cruzan en el
camino,
si es verano o es invierno
no es de ellos la culpa.
Llueve como el deseo
Esta noche llueve
como el deseo.
Puebla los odres de las hojas,
puebla los odres del sueño,
no miente, la lluvia, nos somete a su reino.
Sobre la ciudad sucia la lluvia
con su palabra desnuda baila
sin dejarse traducir.
La verdad es así, como la lluvia,
los árboles oscuros sumergidos
como los sueños bajo un agua celeste
son parte de su lenguaje.
Sabemos que es así,
aunque ignoremos dónde comienzan
o dónde culminan la noche y la lluvia,
mañana seguramente tendremos
pájaros, caracoles, ranas
y aires nuevos entre hojas relucientes.
La lluvia se habrá ido a otra parte,
la lluvia que susurró la oreja del planeta,
que durmió las palabras y brotó semillas olvidadas,
la lluvia se habrá ido a otra parte,
y nosotros aquí junto a los charcos
pensando quién sabe qué cosa.
Roberto D. Malatesta (1961) es oriundo de
Santa Fe (Argentina). Hasta el momento, publicó los siguientes libros de poemas:
Casa al sur (1987), La prueba de la soledad (1991), Del cuidado de
la altura del níspero (1992), Las vacas y otros poemas (1994) y
Flores bajo la lluvia (1998). Los textos incluídos acá pertenecen a este
último libro y al tercero de la lista.
Elaborada página de
poesía:
http://www.eveling.com.ar
Nunca hacés agua,
Mariano Valcarce, Soporte Técnico.
Andrés Pezzola, ¡bien, papá!
Nicolás "El Pipa" Iorio.
María Estela.
Tommy Impoco.
Mica, Vivi, Seba, Cone.
Alberto Chamorro.
Gabriela García.
Chelo Tolmon.
Mariano Gabriel Mancuso.
Juliette.
Mei.
La Iguana. Quevedo al día. La máquina excavadora.
Fernando Vallerstein.
Mariano Valcarce, Soporte Técnico, recomienda "capucha sí, paraguas no (¿o prefiere ser un manco seco?)".
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Esto no es SPAM.
Dicen que la caca es el negocio del futuro; ¿qué usos se le ocurren para darle?
Pero, ¿quien dice
semejante cagada? No se me ocurre más que usarla para abonar la tierra porque
para abonar mi cuenta de teléfono no creo que sea aceptada, ¿no?
Mystica
Alimento para
políticos.
Silvina Rodríguez
La caca animal ya es
utilizada para fines prácticos por muchas culturas (como
combustible por ejemplo) creo que no pasa así con la caca humana. Con respecto
a esta yo la usaría como materia prima de acciones subversivas, en lugar de
cócteles molotov fabricaria bombas de mierda para lanzárselas por la cara a los
objetivos definidos, una especie de terrorismo de mierda. La idea no es mía
sino que la saqué de una novela que leí recientemente.
Musélida
1- Colorante para los dulce de leches
y el chocolate, depende de como salga la matria prima ¿no? 2-
Témpera si no sale dura, y si sale dura acrílico, en caso de diarrea obtenemos
pintura.
3- Mientras que se
procesa la materia prima obtenemos el metano, sí, ese hedor tan feo sirve para
obtener metano...
Lucas Aguilar
Por favor, no un uso
alimenticio, si bien es comida procesada, convengamos que es de segunda
selección. Podría ser bueno para hacer hormigón armado, además de, claro,
fertilizante.
miqs
Artesanías con
soretes, montañas rusas de mierda, soretes con puerto usb.
Samurai
Se me ocurren varios
usos: libros de arte elaborados con papel "tratado" (¿me doy a entender?);
esculturas de muy diversas formas, tamaños, colores y, mediante el famoso
"tratado", olores y sabores agradabilísimos, o no, de acuerdo a las exigencias
del mercado; combustible potentísimo para llegar, ya no digamos a Marte o a la
Luna, sino directo al Sol (por supuesto que esta opción es sólo para los muy
exigentes, amantes de los deportes extremos); en tiempos de calor y, después del
"tratado", venderla como paletas heladas de diferentes texturas y ornamentos; en
tiempos de frío, venderla como cojín calientito, cubierta con una felpita de
variados motivos y orlada con un tejido de "bolillo" (por supuesto, hecho a
mano) que será colocada en los pies, para los solteros, y en la cabeza, para los
casados. Por supuesto que siempre estará disponible como abono orgánico, o para
composta vegetal, o como relleno, pero esos usos no me interesan. Les falta el
elemento de la seducción.
Araceli Zúñiga
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