Ñ u s l e t e r


#41

-mensaje infantil de divulgación-

 


"De los recuerdos de infancia, y de algunos otros, se desprende un sentimiento de algo insumiso y al mismo tiempo descarriado, que considero lo más fecundo que existe. Quizás sea la infancia lo que está más cerca de la "verdadera vida". La infancia, que una vez transcurrida, deja un hombre que sólo posee, fuera de su pasaporte, algunos billetes de favor. La infancia, en la que todo concurría a la posesión eficaz y sin restricciones de uno mismo". André Breton


ÍNDICE

DEFINICIÓN | Botija | Guagua | Gurí | Gurrumín | Mocoso |
PROSA | El hombre que ríe | Jerome David Salinger |
TALLER LITERARIO | Regresión |
CUALQUIERA | Las doce hazañas de Hércules |
ETIMOLOGÍA | Inocencia | Infante | Pebete |
POEMAS | El escolar perezoso | Nubes | Jacques Prévert |
ENCUESTA
GRAFFITTI
ENLACES | El jabalí | Prensa |
RESPUESTAS
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES

Ñusleter 24hs


DEFINICIÓN

Botija: Forma coloquial uruguaya de designar a un niño. Proviene del latín butticula, que dio en España botijo, vasija de barro poroso donde se guarda para beber. Equivale a cacharrito, botellita. Apelativo pintoresco y cariñoso.

Guagua: En el noroeste de la Argentina significa niño, criatura de pecho; esta acepción deriva del quechua wawa (probablemente por imitación del llanto del bebé). En Cuba, guagua es el equivalente del argentino colectivo, pero procede del inglés wagon, coche.

Gurí: Aunque de uso preferente en el Uruguay, esta voz afectiva que significa niño, muchachito se usa también en el sur de Brasil y en el Litoral argentino. Viene del guaraní ngiri, muchacho mestizo; hoy se aplica sin distinción a cualquier criatura, al igual que el femenino gurisa.

Gurrumín: Voz de origen vasco, tomada quizás del latín gurbo, joroba. Se aplicó primero a la persona débil o enclenque. Después, al marido débil de carácter, dominado por su mujer. La idea de poca fuerza dio lugar a la de criatura, que hoy predomina en las formas gurrumín o gurrumino.

Mocoso: Esta expresión familiar para llamar a un chiquilín se debe al uso escaso del pañuelo que hace la gente de pocos años. Se inspira en una analogía entre la mecha de una vela y la secreción de la nariz. El acto de cortar el filamento de una vela (muccare, en latín) dio por eso moco y mecha en español.

En Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, Héctor Zimmerman, Aguilar, Buenos Aires, 1999.


PROSA

El hombre que ríe

    En 1928, a los nueve años, yo formaba parte, con todo el espíritu de cuerpo posible, de una organización conocida como el Club de los Comanches. Todos los días de clase, a las tres de la tarde, nuestro Jefe nos recogía, a los veinticinco comanches, a la salida de la escuela número 165, en la calle 109, cerca de Amsterdam Avenue. A empujones y golpes entrábamos en el viejo autobús comercial que el Jefe había transformado. Siempre nos conducía (según los acuerdos económicos establecidos con nuestros padres) al Central Park. El resto de la tarde, si el tiempo lo permitía, lo dedicábamos a jugar al rugby, al fútbol o al béisbol, según la temporada. Cuando llovía, el Jefe nos llevaba invariablemente al Museo de Historia Natural o al Museo Metropolitano de Arte.
    Los sábados y la mayoría de las fiestas nacionales, el Jefe nos recogía por la mañana temprano en nuestras respectivas viviendas y en su destartalado autobús nos sacaba de Manhattan hacia los espacios comparativamente abiertos del Van Cortlandt Park o de Palisades. Si teníamos propósitos decididamente atléticos, íbamos a Van Cortlandt donde los campos de juego eran de tamaño reglamentario y el equipo contrario no incluía ni un cochecito de niño ni una indignada viejecita con bastón. Si nuestros corazones de comanches se sentían inclinados a acampar, íbamos a Palisades y nos hacíamos los robinsones. Recuerdo haberme perdido un sábado en alguna parte de la escabrosa zona de terreno que se extiende entre el cartel de Linit y el extremo oeste del puente George Washington. Pero no por eso perdí la cabeza. Simplemente me senté a la sombra majestuosa de un gigantesco anuncio publicitario y, aunque lagrimeando, abrí mi fiambrera por hacer algo, confiando a medias en que el Jefe me encontraría. El Jefe siempre nos encontraba.
    El resto del día, cuando se veía libre de los comanches el Jefe era John Gedsudski, de Staten Island. Era un joven tranquilo, sumamente tímido, de veintidós o veintitrés años, estudiante de derecho de la Universidad de Nueva York, y una persona memorable desde cualquier punto de vista. No intentaré exponer aquí sus múltiples virtudes y méritos. Sólo diré de paso que era un scout aventajado, casi había formado parte de la selección nacional de rugby de 1926, y era público y notorio que lo habían invitado muy cordialmente a presentarse como candidato para el equipo de béisbol de los New York Giants. Era un árbitro imparcial e imperturbable en todos nuestros ruidosos encuentros deportivos, un maestro en encender y apagar hogueras, y un experto en primeros auxilios muy digno de consideración. Cada uno de nosotros, desde el pillo más pequeño hasta el más grande, lo quería y respetaba.
    Aún está patente en mi memoria la imagen del Jefe en 1928. Si los deseos hubieran sido centímetros, entre todos los comanches lo hubiéramos convertido rápidamente en gigante. Pero, siendo como son las cosas, era un tipo bajito y fornido que mediría entre uno cincuenta y siete y uno sesenta, como máximo. Tenía el pelo renegrido, la frente muy estrecha, la nariz grande y carnosa, y el torso casi tan largo como las piernas. Con la chaqueta de cuero, sus hombros parecían poderosos, aunque eran estrechos y caídos. En aquel tiempo, sin embargo, para mí se combinaban en el Jefe todas las características más fotogénicas de Buck Jones, Ken Maynard y Tom Mix, perfectamente amalgamadas.
    Todas las tardes, cuando oscurecía lo suficiente como para que el equipo perdedor tuviera una excusa para justificar sus malas jugadas, los comanches nos refugiábamos egoístamente en el talento del Jefe para contar cuentos. A esa hora formábamos generalmente un grupo acalorado e irritable, y nos peleábamos en el autobús -a puñetazos o a gritos estridentes- por los asientos más cercanos al Jefe. (El autobús tenía dos filas paralelas de asientos de esterilla. En la fila de la izquierda había tres asientos adicionales -los mejores de todos- que llegaban hasta la altura del conductor.) El Jefe sólo subía al autobús cuando nos habíamos acomodado. A continuación se sentaba a horcajadas en su asiento de conductor, y con su voz de tenor atiplada pero melodiosa nos contaba un nuevo episodio de «El hombre que ríe». Una vez que empezaba su relato, nuestro interés jamás decaía. «El hombre que ríe» era la historia adecuada para un comanche. Hasta había alcanzado dimensiones clásicas. Era un cuento que tendía a desparramarse por todos lados, aunque seguía siendo esencialmente portátil. Uno siempre podía llevárselo a casa y meditar sobre él mientras estaba sentado, por ejemplo, en el agua de la bañera que se iba escurriendo.
    Único hijo de un acaudalado matrimonio de misioneros, el «hombre que ríe» había sido raptado en su infancia por unos bandidos chinos. Cuando el acaudalado matrimonio se negó (debido a sus convicciones religiosas) a pagar el rescate para la liberación de su hijo, los bandidos, considerablemente agraviados, pusieron la cabecita del niño en un torno de carpintero y dieron varias vueltas hacia la derecha a la manivela correspondiente. La víctima de este singular experimento llegó a la mayoría de edad con una cabeza pelada, en forma de nuez (pacana) y con una cara donde, en vez de boca, exhibía una enorme cavidad ovalada debajo de la nariz. La misma nariz se limitaba a dos fosas nasales obstruidas por la carne. En consecuencia, cuando el «hombre que ríe» respiraba, la abominable siniestra abertura debajo de la nariz se dilataba y contraía (yo la veía así) como una monstruosa ventosa. (El Jefe no explicaba el sistema de respiración del «hombre que ríe» sino que lo demostraba prácticamente.) Los que lo veían por primera vez se desmayaban instantáneamente ante el aspecto de su horrible rostro. Los conocidos le daban la espalda. Curiosamente, los bandidos le permitían estar en su cuartel general -siempre que se tapara la cara con una máscara roja hecha de pétalos de amapola. La máscara no solamente eximía a los bandidos de contemplar la cara de su hijo adoptivo, sino que además los mantenía al tanto de sus andanzas; además, apestaba a opio.
    Todas las mañanas, en su extrema soledad, el «hombre que ríe» se iba sigilosamente (su andar era suave como el de un gato) al tupido bosque que rodeaba el escondite de los bandidos. Allí se hizo amigo de muchísimos animales: perros, ratones blancos, águilas, leones, boas constrictor, lobos. Además, se quitaba la máscara y les hablaba dulcemente, melodiosamente, en su propia lengua. Ellos no lo consideraban feo.
    Al Jefe le llevó un par de meses llegar a este punto de la historia. De ahí en adelante los episodios se hicieron cada vez más exóticos, a tono con el gusto de los comanches. [...]

Léalo completo acá.

Jerome David Salinger nació en Nueva Jersey en 1919. Desde 1940, publicó cuentos en revistas pero recién en 1951 dio a conocer su primera y única novela, conocida en castellano como El cazador oculto o El guardián entre el centeno. Dos años más tarde, sale a la calle Nueve cuentos. Su breve pero contundente obra se completa con: Franny y Zooey, Levantad, carpinteros, la viga del tejado / Seymour, una introducción, y Hapworth 16, 1954. Desde hace casi cuatro décadas, no concede entrevistas ni se deja ver, ni ha publicado nada.

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TALLER LITERARIO

El Cuco, el Hombre de la Bolsa, el Lobo de Caperucita vendrán a buscarte esta noche. Te sacarán a rastras por la ventana y, por más que grites, nadie podrá oírte. Querrás despertarte de esa pesadilla con todas tus fuerzas, pero la pesadilla no es tal, ni los monstruos. En un bosque sin luz, se dará una fiesta en tu honor que durará hasta entrada la mañana; y cuando regreses a casa, el desayuno estará servido y tu cuarto intacto. Es inútil que lo cuentes. Nadie, excepto tu amigo invisible, creerá esta historia.

¿Qué vas a ser cuando seas grande? Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.

Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

Para más información: niusleter@niusleter.com.ar


CUALQUIERA | Las doce hazañas de Hércules |

Preparativos

    Perucho explicó al vizconde sus planes para un nuevo viaje por los tiempos de la Grecia Antigua. "Vamos nosotros tres: yo, tú y Emilia."
    -¿Ya conoce Emilia el proyecto?
    -Ya lo sabe y está atropellando a su tía Anastasia para que le prepare una nueva canastita. Dice que de esta vez va a completar su museo con mil cosas griegas.
    El vizconde suspiró. Siempre que Emilia acordaba viajar con canasta, él resultaba encargado de todo: de llevarla sobre la espalda, de vigilarla. Y si desapareciera algo, allá venía aquella terrible amenaza de "desplumarlo", es decir, arrancarle las piernas y los brazos.
    -¿Qué cantidad de polvo necesitas? -preguntó el vizconde.
    -Un canuto bien lleno.
    El polvo de pirlimpimpín era llevado en un canuto de caña, bien asegurado a la cintura del chico. Él tomaba toda clase de precauciones para no perder el precioso canutito, pues de lo contrario no podrían volver jamás. Pero como en aventuras de riesgo hay que contar con todo, el vizconde sugirió una idea dictada por la prudencia:
    -Lo mejor es que llevemos tres canutos: uno para ti, otro para mí y otro para Emilia. De esa manera vamos a estar tres veces más seguros. [...]

Cerca de Nemea

    La mañana del tercer día todo estaba listo para la partida. Perucho dio una pulgaradita de polvo a Emilia, otra al vizconde y contó: "¡una... dos... TRES!" A la voz de tres todos llevaron a la nariz la dosis recibida, la aspiraron al mismo tiempo y sobrevino el ¡fium!
    Instantes después Perucho, el vizconde y Emilia despertaban en la Grecia Heroica. En las proximidades de Nemea, donde habían planeado ir, ya que la primera hazaña de Hércules iba a ser su lucha contra el León de Nemea.
    El polvo del pirlimpimpín causaba la pérdida total de los sentidos y después del desmayo se presentaba una especie de mareo del que los viajeros salían lentamente. En aquella oportunidad fue Emilia la primera en hablar.
    -Comienzo a ver Grecia, pero todo muy confuso aún... Me parece que hemos aterrizado en un pomar...
    También Perucho vio árboles en derredor. Se frotó los ojos. Dejó que pasaran unos segundos más. Después:
    -No es un pomar, Emilia, sino un olivar. Grecia es el país de los olivos, esos árboles que dan las aceitunas. Y parece que estos olivos están cargados.
    Instantes después los tres se encontraban ya en estado normal. El vizconde se había sentado sobre la canastita de Emilia, la cual no separaba los ojos de los árboles.
    -¡Están maduras, Perucho!
    -¿Por qué no llenás la bolsa?
    Las criaturas humanas son como los automóviles. No andan sin comer cualquier cosa. Los automóviles beben gasolina en las bombas; la gente mastica lo que encuentra. [...]

Monteiro Lobato en Las doce hazañas de Hércules, Editorial Acteón, Buenos Aires, 1946.

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ETIMOLOGÍA

INOCENCIA. Ver nocivo.

NOCIVO 'perjudicial', hacia 1440. Tomado del latín nocivus ídem, derivado de nocere 'perjudicar'.
Otros derivados de éste: Inocente, 1220-50, del latín innocens, -entis, 'el que no perjudica'; inocencia; inocentón. Innocuo, 1843, del latín innocuus ídem.

INFANTE, hacia 1140. Del latín INFANS, -TIS, 'niño de mantillas, niño pequeño', propiamente 'incapaz de hablar', derivado de FARI 'hablar'.
DERIV. Infancia, mediados del S. XIII, del latín infantia 'niñez'.

PEBETE 'pasta que encendida exhala un humo oloroso', 1575. Del catalán pevet 'pebetero, inciensario', y 'pebete', antiguamente peuet, 1440. Derivado del catalán peu 'pie', por el que sostiene el pebetero. Irónicamente se empleó en el sentido de 'objeto maloliente', 1612, de donde 'niño de mantillas', y luego 'niño algo mayor', americanismo.
DERIV. Del portugués pivete 'niño, mocoso' (propiamente 'pebete de olor') se extrajo el argentino pibe 'niño'.


POEMAS

El escolar perezoso

Dice no con la cabeza
pero dice sí con el corazón
dice sí a lo que quiere
dice no al profesor
está de pie
lo interrogan
le plantean todos los problemas
de pronto estalla en carcajadas
y borra todo
los números y las palabras
los datos y los nombres
las frases y las trampas
y sin cuidarse de la furia del maestro
ni de los gritos de los niños prodigios
con tizas de todos los colores
sobre el pizarrón del infortunio
dibuja el rostro de la felicidad.


Nubes

Yo fui a buscar mi tricota de lana y el cabrito me siguió
el gris
no desconfía como el grande
es todavía demasiado pequeño

También ella es demasiado pequeña
pero algo ya en ella se manifestaba tan viejo como el mundo
Ya
conocía cosas atroces
por ejemplo
que hay que desconfiar
Y ella miraba al cabrito y el cabrito la miraba
y entonces le venían ganas de llorar

Es como yo
decía
un poco triste y un poco alegre
Y después la iluminó una gran sonrisa
y la lluvia comenzó a caer


Jacques Prévert
nació en París el 4 de febrero de 1900. Formó parte del grupo surrealista desde 1926 a 1929, fecha en que André Breton publica el segundo manifiesto y se produce la escisión del movimiento. Prévert escribió los guiones y los diálogos de varias películas de Marcel Carné. Su obra poética puede abreviarse en los siguientes títulos: Palabras (1945), L´ange garde-chiourme (1946), El pequeño león (1947), Espectáculo (1951), Charmes de Londres (1953) y La lluvia y los buenos tiempos (1955). Murió en 1977.

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ENCUESTA

1- ¿Cómo se recuerda de chico?

2- ¿Cuándo sintió que dejaba atrás la infancia?

3- ¿Cuál era su mayor gracia cuando niño?

4- ¿Cuál fue su mejor juguete?

5- Si volviera a la infancia por un rato, ¿qué haría?

Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar


GRAFFITTI

"Gracias por la educación que nos distes". En un pasacalle que le dedicaron los alumnos del Instituto Beata de Lanús a las autoridades del colegio y profesores. Enviado por Silvina Acosta.

"Y me hago petiso, petiso..." En Lascano casi Lope de Vega, Villa Urquiza. Lo vió Pilar Lagos.

"Nunca seré policía". Honduras y La Vía (Palermo algo). Visto por Ale G.


ENLACES

Página de la revista de poesía:
http://www.poesiaeljabali.com.ar/

Agencia de información alternativa:
http://www.rebelion.org/


RESPUESTAS

¿El fin justifica los medios o los Medios justifican el fin?

¿Han escuchado decir: la realidad imita a la realidad mediática? Los Medios son el Alfa y el Omega, el principio y el fin.
Carlos Carpintero

Dada una contienda entre dos bandos que luchan por lo mismo: ¿Qué cosas podrían diferenciarlos?

Que a unos los medios e historiadores los llamaran "Aliados" (nunca supe de quién / quiénes).
Josefina Iglesias

¿Se pueden hacer chistes con la guerra? ¿Por ejemplo?

Qué sé yo. El otro día, mientras hacía una pausa entre dos canciones de ducha (La Seguidilla de la ópera Carmen y Muriel, de Tom Waits) se me ocurrió que no es casualidad que un conocido bebedor de whiskey sea un tal George Doblevé Bush, si bien debiera ser George "Ve Doble" Bush.
Isztván Karl Béhstork

"En tiempo de guerra cualquier agujero es trinchera".
Josefina Iglesias

¿A qué héroe mitológico o superhéroe le gustaría tener en sus filas?

¿Héroe mitológico? De acuerdo, entonces me gustaría tener a Dios en mis filas, ¿qué mejor que alguien omnipresente y omnipotente (si bien un tanto irascible)? Y si no se puede, bueno, a Sónoman, que es alguien más real.
Isztván Karl Béhstork

A Gandhi y Luther King, pero como no es posible porque no existen, con Fedra y Lady Macbeth me conformo.
Diana Cegelnicki

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AGRADECIMIENTOS

La República de los Niños necesita un monarca que le devuelva su grandeza, Mariano Valcarce, Soporte Técnico.
Víctor Licovich e hija menor.
Mariano Mancuso, Mariano Carrara, Sol Larzábal, Mei.
Federico Güerri.
Gloria Gaud. Claudia Odoguardi.
A quienes nos escriben con respecto a secciones marginales.
A quienes disfrutan de las lecturas y nos hacen comentarios.
A quienes ríen varias veces por día.

Mariano Valcarce, Soporte Técnico, recomienda "no desoír a los caprichos".


SUSCRIPCIONES

Usted ha salido favorecido en un concurso. Ningún Spam, ¿entendido? Y cambiando de tema:

Maldito lunático que se convulsiona al ritmo de Madonna y Vilma Palma en el Subte D: estás despierto. Se baja en la estación Palermo y camina por Las Heras hasta Charcas, dobla en Charcas hasta Fray Justo Santa María de Oro, y hace un par de cuadras hasta la clínica mental donde se atiende. ¿Cuál es el delirio que lo sumerge en esos paroxismos? "Veo la música", se le ha escuchado decir, con la voz ronca.
Datos aportados por Carlos Carpintero

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