ÍNDICE
POEMAS | Todo pasa por algo | Amé | Salir a llorar | Ale Berón |
DEFINICIÓN | Pasado | Presente | Futuro |
GRaFiTi
PROSA | Los discípulos de Buda | Diego Muzzio |
POEMAS | Fiesta del postrado | Eduardo Rubinschik |
ETIMOLOGÍA | Humilde | Humo | Husmear |
POEMAS | Agustina Vergine | Amadeo Abate | Lidia | Paula Peyseré |
EDICIÓN
AGRADECIMIENTOS
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POEMAS
Todo pasa por algo
La boca pasa por el vaso
el cielo pasa por agua
la noche pasa por gato
los caballos por la montaña
¿El corazón por dónde te pasa?
La mano pasa por la taza
y los ojos por la pantalla
un día pasa volando
¿La piel por dónde te pasa?
Todo pasa por algo
el río por el puente
el miedo por la azafata
enloquecer por el humo.
¿La voz por dónde te pasa?
La sangre
el fuego
y el arte
el tren
en silencio
y la insistencia
¿por dónde te pasan?
La insistencia de dios
y la insistencia del hombre
la propia insistencia
¿por dónde te pasa?
Amé
Amé anoche
y amé hoy
amé hace un ratito
tantas veces amé
una y otra vez
amé sin parar
como un loquito.
«Hola
¿con quién estoy amando?
¿con quién tengo el gusto?
¡Hola!
no se escucha
no se escucha muy bien
amé
pero no se entendía nada.
Amé
porque quería amar con vos
te amaba para saber
te amaba para contarte
te amaba
para hacerte una pregunta.
Te amé desde el bar
te amé desde el trabajo
desde la playa
te amé.
Por favor cuando puedas amarme
me gustaría recibir un amado
para atender
y charlar
sobre no sé qué
el amado de la guerra
de la naturaleza.
Amé sin querer
y amé sin querer
queriendo.
Amé sin darme cuenta
pensé que estaba amando a otra persona
pero te estaba amando a vos
perdoná
no me di cuenta.
Estoy pensando en vos
estoy amándote con el pensamiento
te estoy amando con el pensamiento
un amado perdido soy.
Amó
pero no dejó ningún mensaje.
Amó
dijo que te va a volver a amar.
Salir a llorar
Ningún pibe nace para salir a llorar
llorar la guita
salir a llorar un celular
llorar de noche
en una calle muy oscura
esperar
es una boca de lobo a esta hora
y encima llueve
esperar
para llorar a alguien
salir a llorar
por unas zapatillas
llorar por el pancho
y la coca.
¿Vos te pensás que a mí me gusta salir a llorar?
Dale dame todo
si no querés que te llore
hacela corta
dale dale dale
dame todo lo que tengas
la campera también
lo que pasa es que yo tengo que salir a llorar por mis hermanitos
salir a llorar por mi vieja.
Con un alma de fuego
me lloraron todo
llorar re loco
sin respeto por la vida ni por la muerte
salimos a llorar con unos amigos
llorarle a todo el mundo
sin saber cómo reír
ni para qué seguir riendo.
Alejandro Berón (Buenos Aires, 1981). Poeta, actor y dramaturgo, se dedica a la investigación y la puesta en escena de textos poéticos. Coordina talleres de actuación y escritura, es creador del torneo de poesía y performance SGLAM, y del ciclo ASTROPOESÍA. Editó los fanzines de poesía YOY (Guacha Editora, 2004), Extrañarte de maneras como el mar te lleva y te trae (Guacha Editora, 2009) y De increíbles maderas te quiero encender (Ediciones Presente, 2011). Publicó en las antologías Última poesía argentina (En Danza, 2008) y Lo humanamente posible (El fin de la Noche, 2009). Su primer libro AMÉ (Milena Caserola, 2018) se presentó en la Feria Internacional del Libro de La Habana en 2018, y la mayoría de los poemas que lo integran fueron llevados a escena en el unipersonal ¡Viva Berón!, estrenado en 2017.
a Tope
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DEFINICIÓN
PASADO, s. Pequeña fracción de la eternidad de la que tenemos un leve y lamentable conocimiento. Una línea móvil llamada Presente lo separa de un período imaginario llamado Futuro. Estas dos grandes porciones de la Eternidad una de las cuales borra continuamente a la otra, son eternamente distintas. Una está oscurecida por la pena y el desengaño, la otra iluminada por la prosperidad y la alegría. El Pasado es la región de los sollozos, el Futuro, el reino del canto. En uno se acurruca la Memoria, vestida con un sayal, la cabeza cubierta de ceniza, musitando plegarias penitenciales; en la luz solar del otro vuela la Esperanza llamándonos a los templos del éxito y los pabellones del placer. Sin embargo, el Pasado es el Futuro de ayer, el Futuro es el Pasado de mañana. Son una misma cosa: el conocimiento y el sueño.
PRESENTE, s. Parte de la eternidad que separa el dominio del desengaño del reino de la esperanza.
FUTURO, s. Época en que nuestros asuntos prosperan, nuestros amigos son leales y nuestra felicidad está asegurada.
~ En el Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce.
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GRaFiTi
"Quién nos cuida de la policía?".
En Plaza del estadium, La Paz, Bolivia.
"Se va a caer".
En Campos Salles 2100, Núñez, Buenos Aires.
"Droguemos la Matrix".
En Av. Córdoba 3400, Almagro, Buenos Aires.
"Hazte preguntas si quieres respuestas".
En la esquina de Matienzo y Conesa, Colegiales.
"El mundo no es como te lo cuentan".
En Guevara 150, Chacarita, Buenos Aires.
Más en GRaFiTi www.escritosenlacalle.com y en @escritosenlacalle
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PROSA
Los discípulos de Buda (fragmento)
I
Ayer, en Islandia, murió Robert James Fischer. Tenía 64 años. El deceso, según informaron los médicos, fue causado por una insuficiencia renal. Padecía también de demencia senil. Imaginé al viejo Bobby tendido en la cama, en una pulcra habitación islandesa, y afuera los techos y campanarios nevados de Reykjavik, y a lo lejos el mar helado y gris. Me pregunté si Víctor estaría enterado. Pensé que tal vez debía llamar a la doctora Frosard, sólo para asegurarme de que todo iba bien. Apagué la radio, tomé dos tazas de café y, a pesar de que aún era temprano, agarré el teléfono con la intención de llamar a la clínica; sin embargo, un segundo antes de que pudiera marcar el número el aparato que sostenía en la mano emitió un agudo chillido, como un pequeño animal desperezándose, un animal en apariencia inofensivo.
-¿Te enteraste de la noticia? -preguntó Víctor, sin saludar.
Asentí. Hubo un momento de silencio. Durante un instante pude ver a mi hermano sentado desnudo en el borde de la cama, el tubo del teléfono pegado a la oreja izquierda, el cráneo calvo sembrado de gotas de sudor, su enorme torso desnudo y blanco, los rollos de grasa cayendo sobre sus piernas.
Víctor se rió entre dientes.
-¿Sabés por qué se murió? -inquirió.
-Estaba enfermo…
-Eso es lo que quieren hacerles creer a los imbéciles como vos. ¿Querés saber de verdad por qué murió?
-No, pero me imagino que me lo vas a decir igual -susurré.
-Lo maté yo. Estaba acorralado: en cinco movimientos era jaque mate.
Cualquiera que viva o haya vivido en Buenos Aires sabe que enero es un mes maldito, y que lo mejor que puede hacer uno en tales circunstancias es huir de la ciudad o encerrarse en algún lugar sombrío con un aire acondicionado funcionando al máximo y un freezer que fabrique ingentes cantidades de hielo. Mi profesión -soy profesor de Historia, divorciado dos veces, sin hijos-, no me permitía ni vacaciones a orillas del mar, ni el aire acondicionado, por lo cual no me quedaba otro remedio que conformarme con los cubitos de hielo y esperar a que el verano de ese año en particular nos diera algunos instantes de respiro. Cuando salí a la calle, a las diez de la mañana, advertí que ese no sería el día en que mis expectativas se verían cumplidas. Hacía un calor pegajoso, infame. El día perfecto para manejar setenta kilómetros en un viejo Renault 12 hecho una ruina, pasar la tarde en una clínica para dementes, y volver a la ciudad antes de la caída de la noche, otros setenta kilómetros, porque los faros del condenado coche no funcionan. El auto estaba estacionado lejos de la sombra que ofrecían los escuálidos árboles de la cuadra, bajo el rayo del sol, y antes de sentarme al volante y arrancar tuve que abrir puertas y ventanas, y esperar a que saliera el calor acumulado en el interior.
Manejé hacia el norte con deliberada lentitud y salí a la Panamericana.
Estaba claro que la muerte de Fischer y la recaída de Víctor no eran una coincidencia. Pero debía haber algo más. De haber estado vivo, no habría dudado un segundo en sospechar de mi padre. De nuestro padre.
Víctor y su vampiro.
Víctor y su verdugo.
Pero mi padre estaba muerto, de manera que aquella inesperada reincidencia de Víctor en el ajedrez, acompañada de la inevitable crisis, debía responder a otro motivo. En un primer momento, descarté de plano la posibilidad de que mi hermano hubiese vuelto a caer por propia voluntad, como un alcohólico o un heroinómano que, después de años de abstinencia, se zambulle otra vez en el infierno que creía haber dejado atrás.
Pero, pensándolo bien, era posible.
¿Por qué no? Después de todo, Víctor estaba loco.
II
Somos tres hermanos: Leticia, la mayor, Víctor, el segundo, y yo. Leticia suele decir que nuestro padre no siempre fue un monstruo, y agrega que la monstruosidad de Víctor, la de nuestro progenitor y las nuestras -es decir, la suya propia y la mía, ya que mamá siempre ha quedado fuera de su análisis-, están indisociablemente unidas, porque vos y yo, querido, me ha dicho mi hermana en más de una ocasión, vos y yo también somos dos monstruos. No lo niego. Tal vez mi repentino interés en Víctor se deba justamente al hecho de que, al llegar a determinada edad, advertí que nunca me sentiría en paz si no aceptaba mis deberes y responsabilidades para con mi hermano. Fue un camino largo y complejo, un difícil trabajo de análisis que insumió diez años de mi vida. Porque Víctor -quizás sea mejor dejar las cosas en claro desde un principio-, no sólo fue una víctima en esta historia, sino también un eficiente verdugo.
Volviendo a las opiniones de Leticia, es posible que mi padre no haya sido siempre el miserable en que se convirtió después, cuando descubrió las capacidades ajedrecísticas de Víctor. Vivíamos en Bahía Blanca. Los domingos por la tarde, mi padre nos llevaba a los tres a andar en bicicleta o a jugar al fútbol al parque 25 de Mayo. En las vacaciones de verano, cuando durante veinte días cerraba la librería y papelería que atendía con mi madre y que llevaba por nombre el apellido familiar, Tromer, nos íbamos de camping a Sierra de la Ventana. En aquellas ocasiones, nos enseñaba a reconocer la flora del lugar y su clasificación científica. Leticia parecía estar especialmente dotada para ese tipo de ejercicio mnemotécnico. A los nueve años, recordar los nombres latinos de la vegetación era para ella algo tan simple y vulgar como construir una torre con cubos de madera. Mientras caminaba por los senderos escarpados de la sierra, señalaba los árboles y los designaba sin dudar, populus alba, populus tremula, Elaeagnus angustifolia, casuarina stricta, Tamarix gallica...
Para mí, en cambio, el asunto era mucho más complejo y, a pesar de mi buena predisposición y mis esfuerzos, las palabras latinas se esfumaban de mi memoria como las liebres que, de tanto en tanto, veíamos pasar corriendo a metros de la carpa y desaparecer entre las rocas y los arbustos. El caso de Víctor era muy distinto: ¿cuántas veces he visto a mi hermano inmóvil y en silencio frente a un árbol, mientras papá, a su lado, señalaba la corteza con el dedo índice y repetía incansablemente un nombre latino? A la hora de la cena, tanto en casa como cuando estábamos de camping, una de las actividades favoritas de mi padre era interrogarnos sobre distintos temas: capitales del mundo, tablas de multiplicar, animales del continente africano, dioses griegos. Víctor, siempre silencioso y ausente, comía con los ojos hundidos en el plato, y, cuando papá se dirigía a él, se sobresaltaba y parecía despertar lentamente de un sueño remoto y profundo. Cada año, en algún momento de las vacaciones, hacíamos la excursión hasta la cima de la sierra. Durante el camino, papá aprovechaba para hacernos aprender de memoria estrofas del Martín Fierro, y así subíamos la pendiente, en fila india, de mayor a menor, recitando todos a voz en cuello, salvo, por supuesto, mi hermano, quien prefería guardar cierta distancia con respecto al grupo. Yo tenía cinco años y, cuando me cansaba, papá me cargaba sobre sus hombros. Víctor, apenas un año mayor que yo, jamás se cansaba. Su resistencia al esfuerzo físico era casi proporcional a su hermetismo. En algún momento, mis padres llegaron a sospechar que era sordo o autista, pero los exámenes a los cuales lo sometieron no mostraron ninguna anormalidad. Creo que, por la época en que aprendió a jugar al ajedrez, mi padre había perdido ya las esperanzas de interesarlo en algo, y había empezado a alejarse afectivamente de él.
Nuestras relaciones familiares cambiaron drásticamente la mañana de invierno en que Leticia le enseñó a Víctor a jugar al ajedrez. Recuerdo la lección de mi hermana con total precisión. Estábamos en el living de casa, sentados sobre una gastada alfombra de rombos rojos y negros. A través de la ventana se veía un cielo cargado de nubes, y el helado viento del sur azuzaba las copas de los árboles. La estufa estaba encendida y, antes de bajar a la librería, mamá había puesto a secar sobre una silla algunos pares de medias. Leticia ordenó las piezas en el tablero y luego, suscintamentemente -como si en realidad no abrigara ninguna esperanza de que Víctor aprendiera a jugar-, le enseñó el movimiento de cada pieza, empezando por los peones, y siguiendo, en el siguiente orden, por el rey, la reina, alfiles, caballos y torres. Recuerdo, más que cualquier otro detalle, los enormes ojos de mi hermano abismados en la contemplación del tablero, el pelo lacio y negro cayéndo sobre su frente, la expresión reconcentrada y distante, casi beatífica. Aquella mañana en que Víctor aprendió a jugar, la partida inaugural la ganó Leticia.
No volvió a ganar ninguna más.
(...)
Este cuento de Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) forma parte de Doscientos canguros (Entropía, 2018), su segundo libro de relatos. El primero se llama Mockba (2007); y Las esferas invisibles (2011) reúne tres nouvelles. Tiene publicados estos libros de poemas: El hueso del ojo (1991), Sheol Sheol (1997), Gabatha (2000), Hieronymus Bosch (2005), Tratado sobre la ejecución de los animales (2008) y El sistema defensivo de los muertos (2012); y dentro de literatura infantil y juvenil, El año del corredor solitario (2017), El hombre que compró un planeta (2016).La asombrosa sombra del pez limón (2005), Un tren hacia Ya casi es Navidad (2008), Galería universal de malhechores (2011), entre otros.
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POEMAS INÉDITOS
Fiesta del postrado
Al grand Robert
Algodón de costa al mar entre perros parentales o silvestres frente a un viento que acarrea imaginación: lo imposible de esta escena que se pretende dar
El oído lleno de certezas almohadas y boca cardinal a nutrir noche de nuestro parecer: ya no se quiere más latoso amor
Padre guardado en un pañuelo
Darle toda ignorancia de su propio dolor alegría de su parto mortal tan lejano que ha venido ya inminente y la córnea propia niña nunca verá
Ciego en camilla eterna abre padre influjos sobre su propia historia hecha a veces porvenir a veces no: las más un futuro disuelto en locura caldo
Aprender a desodiar a ese pobre ovillo que ya poco sabe más que su nombre y el resto lo inventa niega ignora
Palabras del ovillo se tragan o disuelven en vieja desabrida muerte que nunca se presenta y hace de lo longevo lumínico dolor escarmiento y sorpresa del mal de la amistad
Miramos la tanza invisible hundirse en ese crespo oscuro líquido que por deferencia nombraremos mar
agua alegre y tenebrosa/ por qué querría que la tanza se le siguiera introduciendo/como en una música mujer de ese modo tan poco épico/
si esa agua piensa o debería hacerlo/nadie será responsable salvo ella/o él mismo (postrado) en su delirio y duración
final que espanta como un trapo por su opacidad fineza su negrura peor
En ese pobre ovillo hay palabra ganada / visión nula / grito palanca /en anegado entendimiento/ de definiciones y de incertidumbre
Pobre ovillo se llena de ira y se desinfla como una manivela
(...)
Texto inédito de Eduardo Rubinschik (Buenos Aires, 1967) que cabalga entre la poesía y la prosa. Además, publicó cuatro novelas: La entereza (2017), El tiempo involuntario (2013), La suma del olvido (2009), y Lisböe, o las partes del agua (2004); los libros de cuentos: Amor a las deudas (1999) y Trama (1987), con cuentos propios y de Mariano Fiszman. Para teatro escribió: Con las antenas puestas (1991) y Las mutaciones del Mal (2013), junto a Luis Roffman y Paco Redondo.
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ETIMOLOGÍA
HUMILDE, hacia 1251. Alteración del antiguo humil 1220-50, tomado del latín hűmilis, ídem (que a su vez deriva de hűmus ‘suelo, tierra’). La alteración se debe al influjo del sinónimo antiguo humildoso, principios del siglo XIII, derivado de humildad, y al modelo del duplicado rebel y rebelde (en el cual la d procede de la segunda L del latín REBELLIS).
DERIV. Humildad, 1220-50, del latín humillitas, -atis. Humillar, hacia 1140 tomado del latín tardío humiliare ídem; humillación, 1490; humillante.
HUMO, 1088. Del latín FŰMUS, ídem.
DERIV. Humareda, 1595. Humear, mediados del siglo XIII. Humillo. Humoso, 1490. Ahumar, hacia 1530. Sahumar, 1495, con un prefijo precedente de so-, del latín SUB- ‘por debajo’; sahumerio, hacia 1300. Fumigar, 1817, tomado del latín fumigare; fumigación. Fumista, 1925, del francés fumiste, ídem; fumistería. Fumar, 1732, del francés fumer ‘fumar’, 1664, ‘humear’; fumador, fumadero. Esfumar, 1633, del italiano sfummare, principios del siglo XV; esfumino, del italiano sfummino; esfuminar (también difumino y difuminar). Perfumar, 1490; perfume, 1495; perfumista, perfumería.
HUSMEAR, ‘rastrear con el olfato’, 1605. Primitivamente usmar, osmar, fin del siglo X. Del mismo origen que el francés humer ‘husmear’, ‘sorber, aspirar un líquido’, italiano dialectal usmar ‘husmear’, ‘seguir la pista, perseguir’, rumano urmà ‘seguir’ y vasco usma ‘olor’; a saber: del griego osmáomai ‘yo huelo, husmeo’, derivado de osme ‘olor’.
DERIVADOS. Husma, segundo cuarto del siglo XIX. Husmo, principios del siglo XVII.
En Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Joan Coraminas, Ed. Gredos, Madrid, 1990.
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POEMAS
Agustina Vergine
Vivió y luchó.
Después de trastabillar se recompuso.
Toda la ropa limpia dejó lista
sobre un banco de madera junto a la cama.
Desbobló.
Volvió a doblar.
Pasó varias veces
la mano sobre el pilón.
A orillas de la cama se sentó
y se agachó para verse los pies. Dijo:
Estos son mis pies,
yo los veo, yo los toco,
los sacudo al acostarme.
Y se acostó logrando
verdaderamente no tocar más nada.
Amadeo Abate
Amadeo Abate permaneció
cincuenta años en una mesa.
Mirando perdidamente,
cebando infusiones, leyendo,
suspirando su blanca bahía.
Cada día profería en voz alta, para sí,
su pensamiento
y continuaba cebando. Por horas.
De tal rutina alimentó
su inigualable experiencia.
Lidia
En una pieza escribiendo se la pasaba
Sarto Aire encerrado. Décadas,
¡pero no terminaba nada!
Su esposa, poeta excelsa y clandestina,
lo oía entrar a la habitación cada mañana
y lo veía salir por la noche,
para la cena, enojado.
Colocó Sarto estantes en diez paredes
y los llenó de libros, mientras Lidia
en escuelas y conferencias recitaba de memoria
poemas propios que a su marido atribuía,
por los que fue alabada
tontamente
en nombre ajeno.
Paula Peyseré nació en Buenos Aires en 1981. Publicó, entre otros, ¡España, qué hermosa eres! (2005, Guacha editora), Las afueras (2007, Siesta), Telepatía (2012, Determinado Rumor), Todo el tiempo de cero (2015, Club Hem). Estos poemas son de Los ejemplos (2019, Caleta Olivia).
a Tope
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AGRADECIMIENTOS
Al 2020.
Al 2019.
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