ÍNDICE
PROSA
La mujer camello | Manuel López de Tejada |
Antonio Antonín | Mariano Cerrutti|
Hermana, seré breve | Santiago García Navarro
GRaFiTi
INVITACIÓN | Presentación Poemas para no ir a trabajar (2°edición)
POEMAS
Última metáfora sobre la realidad | La realidad | Indie | Cecilia Perna |
Pata de perro (fragmentos) | Gabriela Goldberg |
v. arcnoid | Ahora no | Fernanda Mugica |
ETIMOLOGÍA | Ilusión | Imagen |
EQUIPO
AGRADECIMIENTOS
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La mujer camello
El complemento ideal de la mujer es un camello sin jorobas. Yo lo vislumbré cuatro años atrás, cuando mis anfitriones de la Universidad de Medio Oriente, donde había dictado un seminario científico, me llevaron de excursión por el Sahara. Aquel paseo, que en principio solo acepté por educación, se transformó en una aventura trascendente. La magia de las dunas a la luz del alba, la camaradería, los turbantes y los largos atuendos borraron las diferencias culturales y me hicieron sentir un verdadero viandante del desierto. Pero lo más exótico de todo fue el contacto con mi camello, cuyas jorobas me provocaron una sensación inquietante, como si se tratara de unos pechos de mujer expuestos a las caricias. Claro que no di rienda suelta a esa fantasía, al menos de modo directo, pero empecé a meditar la relación camello-mujer y a urdir un experimento con arrebatada convicción.
Cinco meses después, la idea se había organizado en mi mente, pero no se la comenté a mis colegas. Antes de exponerme a la incomprensión, al desprestigio, al calificativo de enfermo, pedí el pase a retiro con solo sesenta años, acepté una renta vitalicia del gobierno por los servicios prestados a la ciencia y me mudé a mi finca en una isla privada del Caribe, donde tenía instalado un laboratorio de primer orden, con mi esposa Linda y un matrimonio encargado del servicio. Allí desplegué una intensísima actividad, que solo interrumpía cuando me ganaba el cansancio. Entonces caminaba o andaba a caballo por ese paraíso de arena, morros y bosques, o bajaba a la playa para estar con Linda, a quien también mantuve al margen del proyecto. No quería preocuparla con antelación.
Dos o tres días antes de Navidad, mi empeño y mi olfato de investigador dieron sus frutos. Logré clonar un camello macho modificado. En la programación genética le suprimí las gibas con el propósito de sustituirlas en el futuro por los pechos de mi esposa, y le aporté un crecimiento precoz: en dos años alcanzaría el máximo desarrollo, llegaría a medir un metro sesenta de ancho y sus patas soportarían cargas cinco veces más pesadas que lo habitual. Así mi mujer podría permanecer sin inconvenientes sobre las vértebras del camello y conformar con él un híbrido sobrenatural, cuya aparición rompería con principios biológicos y ofrecería un amplio campo de estudio.
Hasta aquella instancia, el invento se me presentaba como una sucesión de pasos realizables, pero apenas procuraba transitarlos metía los pies en zona pantanosa, sufría colapsos horribles, perdía la noción de mí mismo y la recuperaba sin inquietar a nadie. Durante aquellos meses hice varias visitas a mi país para conformar a Linda y para buscar inspiración. Pero ni bien hallé la senda correcta, corté el cable de Internet. La idea era evitar el contacto de mi esposa con sus padres y amigos, que procurarían salvarla de mis garras en el momento justo. Obviamente, a ella no le dije la verdad. Le eché la culpa de nuestra incomunicación a los estragos de una tormenta, y Linda no sospechó nada. Me pidió solicitar la reparación en la localidad más cercana a nuestra isla, y fui complaciente con ella. La llevé en el yate hasta Ciudad de Belice, donde me las ingenié para dividir nuestras tareas. Mientras Linda informaba por teléfono a su gente sobre el desperfecto técnico y se confiaba a una pronta solución, yo simulé elevar el reclamo pertinente en la empresa prestadora del servicio. Luego, durante el almuerzo en un restorán de comida francesa, protesté contra la ineficiencia de los caribeños con el propósito de dilatar las exigencias futuras de Linda por la falta de conectividad. Sin embargo no llegó a ponerse molesta. Los hechos se precipitaron con la celeridad de las grandes conquistas. Por aquella época el camello había superado los dos años de vida y Benjamín, mi habilidoso empleado, lo había domesticado como si fuera un árabe. Daba gusto salir a cabalgar en ese animal manso, aunque su descomunal tamaño, que lo emparentaba con un elefante, impedía el uso de estribos. Quizás por esto Linda nunca se atrevió a montarlo, o quizás ya tenía un mal presentimiento vinculado al animal, si bien de vez en cuando le ofrecía manojos de alfalfa e intentaba descifrar la razón de su existencia, aunque sin éxito. Por fin una mañana establecí los fundamentos teóricos y prácticos de la invención, que denominé clonación con injerto. También bosquejé en la computadora el lomo del animal y la espalda de mi mujer con los puntos precisos donde debía hacer las incisiones para colocar el minúsculo dispositivo de succión.
Manuel López de Tejada (Rosario, 1959) publicó el volumen de cuentos Simulacro (1987) y las novelas La Mamama, un amor voraz (Premio Sudamericana, 1997), La culpa del corrector (2000) y El devorador anónimo (Premios Fondo Nacional de las Artes y Secretaría de Cultura de la provincia de Buenos Aires 2002). En febrero de 2019, se editó La mujer camello, de la cual incluimos este comienzo. Trabajó como corrector en los diarios La Capital y El Ciudadano y la Región.
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I
Última metáfora sobre la realidad
La realidad es un mazo
de cartas de Tarot
dispuestas en hilera
boca abajo
aguardando la mano
que destape finalmente
su verdad.
Pero no hay que elegir
una cantidad preestablecida
de cartas al azar
y ordenarlas según
tiradas ancestrales
que algún otro
muy lejos de mí — o de vos
previó para leer
nuestro destino.
No.
Lo que hay que hacer
es darlas vuelta
a todas
desparramarlas
en un caos alborozado sobre el paño
y mirarlas fijamente
— fijamente
hasta que cada figura
se alce de su lecho de cartón
y comience a despertar
en una danza propia.
Que muestren
todas su verdad
en la precisión
de cada movimiento
y podamos ver así
las figuras combinarse
también con el paño, con el aire,
con la mano que ahora elige
ciertas cartas
— viendo lo que elige
y entonces
no es el azar sino
la necesidad
precisa de cada movimiento
la que nos fabrica
en su combinatoria
mágica y real
la actualidad de un destino
convincente.
III
Realidad
Esa sensación
de entrar en el vacío
al despertar de un sueño
entre las sábanas de siempre
adentro de tan sólo nuestro cuerpo
y encontrarse
la mañana pelada de encanto;
despegar los ojos
en la aridez
de la luz que atraviesa la ventana
— la vigilia
ese vacío.
Esa sensación
de lámina sutil
celofán de nada,
que todas las mañanas nos envuelve
— aísla un sí,
compacta un interior
cada mañana contra el límite del cuerpo —
finísima frontera
que nos hunde hacia adentro
nos distingue
del mundo y se extiende
igual que un horizonte
— infinitamente leve al infinito
todo se vuelve
inalcanzable.
Eso. Un celofán
de nada nos divide
la vida en interiores — cada quien
adentro de su sí
-empaquetado-
moviéndose en la grilla cotidiana
del medio al que llamamos
realidad.
Hoy
a la tarde estaba sola
en mi departamento
y decidí salir
al encuentro del último rayo
de luz de otoño. En la vereda
sentí el calor
del sol atravesar la lana de la ropa
que avanzó hasta tocarme
el centro del hueso.
Al instante supe
que el rayo
que se hundía adentro mío
era un camino en reversa
por el cual podía yo
salir al universo. Podía hacer correr
por la luz y el calor
de ese rayo que fluía
mi pensamiento
mi amor
mi fuerza de vivir
y las palabras.
Todo estaba conectado.
La realidad
era un sostén interminable
desde el cual
podía convocar
sin pudor
todas las cosas.
Indie
Empoderarse —
no sé qué significa.
El poder
carece para mí
de interés alguno. Yo soy
un espíritu libre.
He sostenido
inmensas batallas interiores
hasta lograrlo. He tomado
cada oportunidad
que la vida me dio
de autosustento. Ahora sé
muy bien lo que puedo: a duras penas
logro apuntalar
mi vida material y elijo
repartir mi tiempo libre
entre vínculos sociales
e intereses afines.
Soy
-aún con la dificultad
cotidiana que esto implica-
la mujer que una larga fila de mujeres
ha soñado
a través de los siglos. Una suerte
de hito
de la humanidad
que encarna mi generación. Yo
soy un pobre
ejemplar. Pero estoy acá
ejerciendo completa
mi libertad adulta. Soy
el resultado de la emancipación
y la apertura total
de los mercados. Mientras mi cuerpo entregue
en exclusiva
toda la fuerza primaria que pueda
ser puesta a la venta
no voy a necesitar
de nadie.
Me llevó
mucho tiempo entenderlo. Debí
renunciar a todas
las fantasías de infancia. A todos
los finales felices
de todas las
películas de amor y las canciones
que pasaban en la radio. Debí deshacerme
en combate feroz
de todos los mandatos
maternales
modélicos
de todas las mujeres
que me amaron de niña,
debí alejarme
de sus gestos domésticos
de autoridad y
protección. Tuve que
dejar de esperar y salir
a la intemperie,
sostenerme igual
que por miles de años lo hicieron
los hombres en el campo
de batalla pero siendo
una mujer
todavía.
Tuve que encarnar
el espíritu de todas
las que por fuerza aprendieron
a montar,
a empuñar
una espada, a horadar
la tierra con la azada
bajo el sol,
a fabricar
con sus pequeños dedos
precisos
armas de guerra en una inmunda
cadena de montaje.
Fue difícil pero
llegué hasta acá y ahora puedo
comprobarlo,
como quién sube
con esfuerzo a un peñasco y se da el gusto
de ver la perspectiva — soy
sola aquí
en el borde del aire
un espíritu libre. No preciso
la mano de nadie.
No sobre mi espalda.
No debajo
de mi mejilla. Ni tampoco
tomando suave
mi propia mano contra el pecho
mientras duerme.
La única mano
que me sostiene — es una
invisible y abstracta dispuesta
siempre al tráfico ficticio
de garantías:
mientras pueda
entregarle hasta el fondo las fuerzas
de mis músculos, mis ideas o
mi lenguaje, ella
va a alimentarme, incorpórea y segura
de que nadie
podrá jamás
morderla. En su palma
abstracta anida el reaseguro
de mi libertad.
No necesito
de nadie. Ni nadie
me necesita.
Mi espíritu
libre podría mañana
esfumarse por el cielo y
no dejaría
absolutamente a nadie
en soledad.
Soy prescindible.
Ese es el precio
justo
que se adapta — sin chistar
al orden actual
y al progreso de las cosas.
María Cecilia Perna (Zárate, 1979) es profesora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Publicó los poemarios: La boca de Mercurio (2003), Gebirge (2005), Libro chino (2009), Vísperas (2009) con dibujos de Alfonso Piantini, Otra Víspera (Buenos Aires Poetry, 2016) y Australia (El ojo del Mármol, 2017). Una selección de sus poemas puede leerse en la Antología Federal de la Poesía - Provincia de Buenos Aires (2019).
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GRaFiTi
"Hermano policía recuperá tu corazón".
En Loyola 990, Villa Crespo, Buenos Aires.
"De qué sirve ser egoísta si todos nos vamos al cementerio".
En Luján, Buenos Aires.
"All you need is conciencia de clase".
En algún lugar de Buenos Aires.
"No les da vergüenza".
Mandado por Bárbara Inés.
"Tenés la sonrisa más hermosa que desear".
En Loyola 990, Villa Crespo, Buenos Aires.
"ATR".
En O'Higgins 4000, Núñez, Buenos Aires..
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INVITACIÓN
El viernes 14 de junio a las 19:30 hs. (puntual)
se presenta la segunda edición de
Poemas para no ir a trabajar de Fernando Aíta
en La Libre, Bolívar 438, Monserrat, CABA.
Más detalles por acá. ¡Tods invitads!
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Antonio Antonín (fragmento)
DOS
—Está bien, pero viaje atrás—indicó el conductor.
Granuja le dio las gracias y subió a la parte trasera de la camioneta. Se sintió a gusto cuando descubrió que la camioneta llevaba cerdos. En el asiento del acompañante había una caja de madera y dentro de la caja, tres cachorros recién nacidos.
—Usted sabe—dijo el conductor—, tengo tres hijas, y son lo único que tengo en la vida, estoy llevando estos tres cachorros para que ellas los cuiden y jueguen con ellos, no puedo esperar para verlas.
Al tiempo agregó:
—¿Tiene algún hijo esperándolo en casa?
Al no recibir respuesta, el conductor se dio media vuelta y observó al pasajero a través de la luneta.
—Granuja no tiene a nadie.
Viajaron en silencio, con excepción del momento en el cual Granuja se acercó a la cabina para ver de cerca a los cachorros. El conductor, cuyo nombre era Virgilio de Valentía, percibió la peste de Granuja y le pidió que se mantuviese en su lugar al fondo de la camioneta.
—No se sienta usted mal amigo, pero necesito concentrarme para manejar.
Al llegar a un cruce de caminos, Virgilio dijo:
—Voy a tomar la ruta que lleva al ruedo de Gregorio Luna de Garganta, ¿sigue o se baja?
Granuja estaba jugando con uno de los cerdos, así que Virgilio tuvo que repetir la pregunta con más fuerza.
—Vamos al ruedo—dijo Granuja.
—¿Conoce a alguien allí?—preguntó el otro.
—Ya no conoce a nadie Granuja.
—Está bien.
Siguieron camino al ruedo de Gregorio Luna de Garganta. Llegaron por la noche mientras los animales, al igual que Granuja, dormían. Virgilio lo sacudió para despertarlo, y cuando el monstruo abrió sus ojos, preguntó:
—¿Se siente a gusto con los animales?
—Granuja y los cerdos son amigos—dijo Granuja.
—Eso puede verse—continuó Virgilio—. ¿Y tiene interés en hacer un espectáculo en el ruedo?
—Granuja es agradecido, pero descansa.
Virgilio se quitó el sombrero para acercarse y decir:
—Espere aquí, voy a buscar algo para que se caliente el estómago.
Granuja quedó a solas junto a la camioneta. Las nubes parecían volverse más blancas cuanto más las observaba, y el cielo parecía más negro en comparación. Se sentía feliz viajando sin rumbo, y más aún por seguir en compañía de los animales. Se imaginó viviendo en su propia casa, rodeado de ovejas, echando leña al fuego. Fue la primera vez en su vida que eso pasaba. Sufrió un ataque de nervios. Le trajeron un plato caliente y pan. Pasó un tiempo sin probar bocado, sólo cuando sintió que su cuerpo comenzaba a relajarse pudo comer. Sonreía y su sonrisa lo volvía mucho más horrible. Olvidó su propio rostro y comió sin preocuparse, como era su costumbre, porque le quitaran el plato o le patearan sin aviso previo las costillas. Pensó que Virgilio iba a ofrecerle una cama, que era ese tipo de personas que no se dejan llevar por lo que ven y no tienen necesidad de lastimar a los demás. Podría trabajar en el establo si Virgilio tenía uno. Podría ordeñar y llevar el forraje. Las hijas de Virgilio habían aparecido en la distancia, corrían junto a los cachorros en torno al ruedo. Se las veía rubias y sonrientes. Granuja vio en esta imagen un signo de las cosas por venir, se sintió a gusto y se echó sobre su espalda tan cómodamente como se lo permitía su joroba. El público comenzó entonces a tomar sus asientos en torno a la pista. Entraron al ruedo en silencio. Virgilio se acercó y le tocó el hombro. Tomó el plato que el monstruo había dejado y preguntó si estaba satisfecho, Granuja quiso decir que nunca se había sentido mejor pero no pudo emitir sonido. Sollozaba.
—No se preocupe hombre, en este lugar tratamos a los extranjeros con mucha hospitalidad, pero de todos modos tiene que pagar el viaje ¿tiene dinero?
El monstruo, sorprendido, comenzó a temblar.
—Si no tiene dinero—agregó Virgilio—puede pagar en el ruedo, hace su espectáculo en unos pocos minutos y en cuanto quiera recordarlo ya se habrá librado de deudas y obligaciones. El ruedo de Gregorio, permítame decirlo, es el mejor lugar para pagar deudas, no hay un lugar más justo en esta generosa tierra.
Lo tomó de un brazo para sacarlo de la camioneta.
—No se vaya a preocupar, será algo muy agradable, y además tiene usted muy buen trato con los animales, va a ser de lo más sencillo.
Granuja decía que no una y otra vez. Virgilio soltó una carcajada diciendo:
—Vamos hombre, ¿es usted un niño acaso? Me hace reír, es muy gracioso cuando se lo propone.
Se cruzaron con un grupo de hombres que llevaban sombreros y botas con espuelas, Virgilio se saludó con todos y luego dijo:
—Nuestro amigo va a formar parte del espectáculo esta noche, ¿no es gracioso?
Virgilio le puso un sombrero y todos rieron, le dieron palmadas en la espalda y lo hicieron tragar mucha cerveza. Granuja seguía diciendo que no una y otra vez. Cuanto más lo repetía, más reían los demás. Ya se tambaleaba cuando lo hicieron entrar a una casilla sin luz y sin ventanas.
—Así se preparan los artistas—llegó a decir Virgilio.
Granuja no escuchó otra cosa por mucho tiempo. Cuando despertó estaba atado de manos y a mitad del ruedo. En las gradas podía ver al público presa de la agitación, había hombres solos, familias, grupos de ancianos. Pudo ver también a dos mujeres embarazadas que se habían echado un abrigo sobre las piernas. Todos aplaudían con emoción. Virgilio entró llevando a un ternero por el bozal. El público estalló en alaridos. Granuja sintió la sangre que corría por su cuerpo. En él todo era furia, quería llorar y no podía. Los gritos se apagaban dentro suyo. Frente a él, el ternero se resistía dando coces en todas las direcciones.
—¡Bestia! ¡Monstruo!—decían—¡Que lo maten! ¡Que lo meta todo en el ternero! ¡Que lo prendan fuego! ¡Que lo preñe! ¡Que lo preñe!
Granuja estaba mareado y le resultaba difícil fijar la vista. Le quitaron la ropa y acercaron al ternero que daba patadas al aire, uno de los hombres le bajó los pantalones a Granuja y una cosa tan monstruosa como su cara saltó a la vista de todos. El hombre tomó el miembro con las dos manos y empezó a masajearlo como si estuviese preparando el pan. Las lágrimas corrieron por las mejillas y a través de la perforada nariz de Granuja. Virgilio se acercó con una sonrisa:
—¿Creyó que iba a traerlo desde Candado de Carretilla sin pagar el viaje? Nunca en mi vida he viajado sin pagar, y no voy a permitir que nadie lo haga, ¿tiene alguna idea de lo que cuesta cargar el tanque? Voy a ponerlo de este modo, me cuesta menos darle de comer a mis hijas durante un mes. Pero así están las cosas por aquí. Vamos, no se desanime, la gente está entusiasmada.
Por la mañana Virgilio y Granuja desayunaron junto al ruedo, pero en mesas apartadas.
—No se ofenda amigo mío, pero usted huele muy mal. Es muy callado, eso me agrada, será una peste, pero prefiero a los compañeros de viaje cuando no hablan.
Granuja lloraba aún, Virgilio se acercó para servirle el café.
—Vamos—dijo—, no puede ser usted tan delicado con ese aspecto. Y escuche una cosa, la gente pasó un buen rato, quieren verlo nuevamente. Usted puede hacer mucho dinero aquí, no va a decir que es la primera vez que lo hace con un animal, aquí lo hacemos todos, es una costumbre más, como arrojar los dados.
Mariano Cerrutti (San Martín, 1981) publicó su primera novela, Antonio Antonín, en 2018, definida en la solapa del libro como "un pequeño monstruo de ciencia ficción que no sabe bien de dónde viene ni dónde está parado". Licenciado en Ciencias de la Computación, es también escritor de cuentos, guiones y obras de teatro, trapecista e ilustrador.
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Pata de perro (fragmentos)
todavía hay algún sobre impersonal
bajo la puerta
hecho
de cuentas que no pago
1000 k de papel, 14 árboles
por si llaman
no usemos el tel
durmamos en el living con mantas compartidas
juntemos los juguetes y los restos de papel
hagamos fuego de la espera
estacioné en un lugarcito
después de varias vueltas
transpiradas
el paquete de pañuelos tironeando hasta
romperlo cayó coca
de los giros a la izquierda
fue aumentando la altura del oleaje
y sin medirlo nos metimos los 2 solos en el agua
salí con un billete de 500 verde nuevo
con un yaguareté que se perdió o
fue de 5?
ese otro billete similar
si lo saqué de la cajita y 2 de 100
que fui gastando
en el arranque nebuloso
da un gatito
gris
entre las manos
un mechón de pelo duro
la celeste en el estante
por las dudas
a solo un manotazo de distancia
un libro al suelo
incluye efecto sedativo y faltar al día siguiente
lunes triste
por si se enfiestan los patitos de repente
rompen filas y se vuelan, cuac
hagamos un estanque
en la mesita
un vaso
lleno
hasta mañana
el celular con números y listas
de todas las especies que se embarcan
con mal tiempo
Estos poemas pertenecen a Con un perro corriendo atrás (2008), poemario que se compone de dos partes: Pata de perro y Álbum.
Gabriela Golberg (Buenos Aires, 1963) es poeta y psicoanalista. Publicó estos libros de poemas: Miserere (1991), Parranda (2010), Cuentovejas (2015) y Con un perro corriendo atrás (2018).
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ETIMOLOGÍA
ILUSIÓN, mediados del siglo XVI. Tomado del latín illusio, -onis, 'engaño', derivado de illudere 'engañar', que a su vez lo es de ludere 'jugar'.
DERIVADOS. Ilusionarse, 1923. Ilusorio. Desilusionarse; desilusión, 1923. De ludere deriva ludibrium 'burla, irrisión', castellano ludibrio, 1663. Otros derivados: Colusión, derivado de colludere 'jugar juntos, estar en combinación'. Preludio, principios del s. XVII, del latín praeludium 'lo que precede a una representación'; preludiar.
IMAGEN, 1220-50. Tomado del latín imago, -ginis, ídem, propiamente 'representación, retrato' (de la misma familia que imitari 'remedar').
DERIVADOS. Imaginar, principios del s. XIV, del latín imaginari ídem; imaginación; imaginativo, 1569 (femenino sustantivo, 1438); de la variante maginar, siglos XIV-XV, deriva el popular magín, 1817. Imaginero, imaginería, hacia 1440. Imaginario, 1438, del latín imaginarius.
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Hermana, seré breve:
Furken me invitó a escribir algo para un libro que va a sacar pronto por su editorial, y a mí se me ocurrió esto, a ver qué te parece. Es la proclama de un supuesto grupo de lectores anarquistas.
Besos y gracias,
siempre
tu A.
(Sin título por el momento)
“Las olas que entran en la bahía, con su barniz de petróleo extendido, con esa tristeza que les viene de un estado de indecisión de cincuenta y cuatro años (desde la pérdida del cetro de la capital), llegan al fondo de la casa y cubren de moho los estantes de libros. Al desbarrancarse entre los morros, la niebla colabora en la destrucción sistemática de una letra que igual siempre estuvo muerta. La pereza solar levanta virtuales muros entre la biblioteca y la vida de cada día. Ha sido así por los siglos de los siglos.
Como si todo en esta ciudad de playas fuese playa.
Como si hasta el recuerdo de Machado de Assis y la presencia de Sérgio Sant’Anna en algún escondrijo de Laranjeiras se volvieran playa y así, con toda la suavidad y la indiferencia del mundo, fueran aniquilados.
¿La palabra escrita sólo existe en las canciones cantadas? ¿La palabra sentida, memorizada, pensada, transmitida? ¿Para quién escribieron los Carlitos y Aluísios Azevedos? (¿Aluísio para el que le preparó la mortaja en Buenos Aires?).
¿A dónde van los libros? Si no al boteco, ¿a dónde? ¿Al café-librería de Ipanema de a 12 reales el pocillo? ¿A los templos culturales de un pasado apenas turístico? ¿A las playas, tan formales en sus medios corporales, de la nacarada faja sur? ¿Al paraíso adormecido de una veranda en Santa Teresa, ahora alquilado por los evangélicos (sus propias corbatas los ahorcan), perturbado por sus llantos murmurados bajo canciones comerciales, tan lejos del carnaval? ¿Podrían leer, con esa pequeña obediencia connatural, una página que no estuviera escrita por las imprecisiones de dios?
El camionero moverá una palanca y el volquete olvidará sobre la vereda una flor de libros primorosos. Formarían una biblioteca si alguien los leyese, pero la vereda se los va a tragar antes. (Antropofagia hubiera sido leerlos).
Por san Lima Barreto, mártir de las élites que abortaron la democratización de la educación de la nación, ¡léannos! La próxima fase de la antropofagia, la que excederá los tics del término ‘cultura’ y la bomba de tiempo de una superpoblación de académicos sin carne premium, es la lectura salvaje.
Cualquier maestro chino puede decirlo por experiencia: la práctica no se diferencia de la teoría, la teoría no se diferencia de la práctica. Así que ya no hay espacio para un país sin devoradores de bibliotecas. Este país (y sobre todo esta ciudad de Rio de Janeiro) será una tumba en breve si no enchufa en tantos cuerpos cariñosos la letra que les falta. Porque la letra falta, agresivamente falta. La agresión de la displicencia por la letra.
Claro que hay quienes, más mentales que reales, encuentran la felicidad en un horizonte infinito de libros. Y son eso: la continuidad exclusiva de un horizonte de Moebius. Pero hay quienes incorporan bibliotecas a medida que se incorporan a la vida, y contagian (con su hálito, con sus estómagos, con la energía que emana de toda su porosidad) la teoría-práctica del vivir.
Esos somos nosotros. Humildemente lo decimos. En nuestro programa, el párrafo dos determina una serie de acciones verosímiles conducentes a la transformación del contagio en epidemia. El cuatro especifica los códigos que no deben ser violados. Y el sexto alienta la socialización total del uso de los libros. (Los nuestros, por empezar). Somos el Equipo de Lectores Salvajes.
Un caso recurrente es el de la persona que se hospeda diez días en una casa cuyo dueño está de viaje y, sensible su corazón al aleteo de los fantasmas, se sume, graduando (cuando puede) el vértigo, en el sortilegio de los libros reunidos como una biografía sobre los anaqueles del ausente. Pasando revista volumen por volumen, sin buscar nada (acto que se siente, sin que prácticamente se lo perciba, como una profanación), anda esos días entre túneles por los que siempre se pierde, hasta que traspasa el umbral del futuro y se da cuenta, con todo estupor, que es imposible la vuelta atrás.
Piensen si no sería una red de túneles lo que podría abrirse bajo la belleza de estos morros. Una red de túneles cuya dimensión imaginaria fuese doméstica: el modelo de la profanación de la biblioteca del anfitrión por parte del huésped. Pero no se duerman pensando, porque nosotros ya hace rato que oímos el revólver de largada. Sí, sí: en eso estamos los del club desde el principio. Una red fantástica de túneles para escaparle a la dimensión continental del Brasil (tropical). Pues de una resignación negada con vanidad inconsciente, suelen surgir expresiones como esta: el problema del aislamiento cultural del Brasil es su dimensión continental. Qué linda bromita. El problema de la realidad del señor Brasil es su falta de túneles. Físico-imaginarios. A escala hipercontinental. Incluso transcontinental.
No nos propusimos hacer nada. Nomás estornudar nuestra avidez. Por eso hablamos de contagio. Leer como bestias nos ha garantizado a lo largo del tiempo (que no es tanto tampoco) una electricidad especial, conectable en pocos días más a las redes existentes: paredes, carteles, postes, veredas, laderas, pavimentos, semáforos, bancos e interiores. Electricidad neuronal agitada por otra, genéricamente denominada ‘electricidad afectiva’, capaz de proveer de luz por un año a un barrio del tamaño de Santo Cristo.
Nuestro programa no le pide nada a nadie. Sólo plaga redes con textos y conversación. Y lo cierto es que: en belleza de conversación nadie nos gana. Nos admira todo tipo de gente y sabemos que por doquier están leyendo sin tregua porque quieren ser como nosotros. Cavan nuevos túneles y los plagan de hambre.
Saben ahora que las buenas bibliotecas organizan el tiempo, porque todo lo demás se ejecuta sólo cuando uno da por terminada la lectura del día. Un ingeniero que lee cinco horas diarias puede realizar un mínimo de dos inventos al año. Un pintor puede renovar la historia de la pintura al menos una vez en su vida. Lo mismo vale para un mago, un albañil y un equilibrista.
Hemos descendido a los infiernos, donde, salvo algunos pocos aficionados a la senda del bien, están los escritores de todas las materias y géneros del orbe festejando hasta el desmayo. Ellos nos dijeron que hasta entonces habíamos leído como los niños, y que ya era hora de aprender lo que había que aprender.
Ahora les toca a ustedes”.
Santiago García Navarro (Mar del Plata, 1973). Estudió Letras en Buenos Aires y Río de Janeiro. Escribe ensayos críticos sobre artistas (Érica Bohm, Marcelo Grosman, Diego Bianchi, Matías Duville y Mónica Giron, entre les más recientes), ensayo-ficción y ficción-documental. Eventualmente, realiza obras en colaboración (con Carla Zaccagnini, Mandla Reuter y Dora García, entre otres). Prepara la edición de un libro sobre arte contemporáneo boliviano. Es profesor en el Programa de Artistas de la UTDT.
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v. arcnoid
el verano pasado fuimos a easy
compramos ladrillos retak
el sol daba fuerte en la cara y
seguro había viento
y ruidos que sonaban como una voz:
queridos amigos
conocidos y desconocidos
mis queridos compañeros
y toda la gente del mundo
en los próximos minutos
una poderosa nave
me llevará a distantes espacios del universo
toda mi vida
parece ahora
un único y hermoso momento
nuestras caras se abrían desde adentro
no importa si después
te vi en ese azul metalizado
que existe sólo en unos pocos peces
ahí todo era rojo
en el momento no estaba claro, pero ahora
miro las fotos del serrucho
sobre el ladrillo retak
sobre la mesa de trabajo
a la mitad del bloque de hormigón celular
y estoy segura de que
¿qué estábamos haciendo ahí?
algo faltaba o música
millones de burbujas de aire
dosificadas de manera automática
en un riesgoso proceso industrial
para nombrar las cosas
por sus cortes
¿estábamos deseando alguna extraña
forma de lo apacible?
bailábamos como si sobraran la luz o el piso
pero ¿qué estábamos haciendo?
¿era nieve y no podíamos
parar de decir arena?
ahora cuando pienso
en ese día
en el calor de la bicicleta
en una zona de la ciudad
que es una playa de estacionamiento anfibia e infinita
en la que siempre está nublado
cuando pienso que había sol
y preguntamos por unas maderas
mi cabeza hace un zumbido
que en realidad es silencio
un zumbido cada vez menos grave
después todo se pone raro:
no encuentro ritmo en la conversación
participo en un concurso de poesías paralelo
tu voz es una hélice de 40 cuchillos
corta el agua y me lleva a una isla
me miro en la pared, el espejo no está
todas las personas mezcladas como en un sueño
y los muertos en otra
posición del ojo
perla larga ella
pero no pasará
la navidad conmigo
pero no pasará la navidad conmigo
Ahora no
ahora hay una luz boba
como las sensaciones / térmicas y los deseos
de los seres amnióticos cuando se sientan
frente a las puertas del palacio cosmos
una hora pasado el atardecer en noviembre
y la niebla es un mantel que un mago sacó
con destreza y muy rápido
sin que cayera nada
vacas, cabritos inmovilizados
carteles de publicidad
de pie como historias que contamos
para sentir que hay algo
un jabalí, un rinoceronte
cualquier paquidermo en la ciudad
total confiar en nadie
y hace tiempo te echaste
al costado de la ruta
y en esa estación no había música
y en esa canción no había ritmo
y en esa fiesta nadie se acordaba
cómo moverse sin guardarlo todo
tumba la casa mami
tuércele el cuello al cisne
podés decir te odio
en varios niveles
a altos decibeles
podés de cara a
y a caballo entre
podés decir
me gusta que tu corazón sí sea
un músculo voluntario
¿puedo partirlo al medio?
es un decir, al medio, ya sabemos
he pasado una hora
intentando tomar una foto
de las golondrinas
que vuelan y vuelan junto a mi ventana
son muy rápidos esos seres.
voy a dejarlo simple y voy
a dejarlo a salvo
no me preguntes cómo
o si vendrá la muerte y tendrá
las garritas de águila de quién
yo sólo espero sea la hélice de un barco
en el sur del pacífico
que me rebane el cráneo
de un solo golpe seco
y vuele sobre el agua
y tu cráneo también
pero por un momento
mirar
la forma en que en tus cejas crece salvia
y el silencio violento sobre lo verde
el silencio violento sobre los filamentos
sobre el cristal, metal
imágenes que no se pegan a las palabras
y el detalle alucinado de tu cara
el detalle alucinado de tu cara cerca
Fernanda Mugica nació en Mar del Plata en 1987. Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Publicó Alberta (Honesta, 2014), El núcleo duro (Goles Rosas, 2015) y Un billete de mil australes encontrado en un libro de Carl Sagan (emr, 2018).
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AGRADECIMIENTOS
A todas las personas que siguen experimentando el placer del texto.
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