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# 195
-choreo de literatura -
"Avizorábamos continuamente las cosas ajenas, en las manos teníamos una prontitud fabulosa, en la pupila la presteza de aves de rapiña. Sin apresurarnos y con la rapidez con que cae un jerifalte sobre cándida paloma, caíamos nosotros sobre lo que no nos pertenecía."
"¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?"
Andrés Calamaro / Raymond Carver
PROSA
| Las madres
| Giuseppe Marotta |
ANUNCIO
| Festejos por Hola, Harvey
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ETIMOLOGÍA
| Ladrón | Robar |
TALLER LITERARIO | Amaño |
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Las madres (completo)
“Misterioso delito”. Bajo este título, en un diario de Nápoles, apareció este suelto: “Una impresionante tragedia hizo explosión ayer en un café próximo a la estación. El joven Luis Guarino, de veintiséis años, acababa de entrar en el local y aún estaba acercándose al mostrador, cuando se levantó de su mesa Casimiro Ardesi, comerciante, de 52 años, quien sin decir palabra le abocó su revólver y lo ultimó de varios disparos a quemarropa. Cumplido el delito, Ardesi se quitó también la vida”.
“Ha podido establecerse que Ardesi y Guarino no se conocían. Una mujer que se hallaba sentada a la misma mesa que el comerciante, Carmela Fiorentino, ama de casa, de sesenta años, declaró que Ardesi le había dirigido varias veces la palabra, pero sin iniciar propiamente una conversación. El hombre, a quien la Fiorentino veía por primera vez, parecía presa de una agitación incontenible. Iniciada una minuciosa investigación, los motivos de la tragedia siguen envueltos en el más denso misterio. Ardesi era soltero y no tenía sino unos parientes lejanos. Guarino, que era un honesto y laborioso comerciante, deja a su madre, Teresa Guarino, que no ha sabido ofrecer el menor indicio a los funcionarios encargados de la investigación”.
Tres meses más tarde, la investigación concluyó sin resultados apreciables. El hecho fue olvidado, y habían trascurrido dos años cuando Carmela Fiorentino, ama de casa, llamó a la puerta del ama de casa Teresa Guarino, dijo quién era y entró.
Tomaron asiento en el comedor diario, una frente a la otra.
Ambas eran de corta estatura; sus miradas ofuscadas parecían que se arrastrasen con muletas: se dirigían hacia las cosas, hacia las personas, pero no llegaban. La visitante empezó a hablar con esa voz indiferente de quien expresa cosas que muchas veces, y por demasiado tiempo, se ha repetido a sí mismo; cosas cuya belleza o cuyo horror ha venido, poco a poco, a serle familiar.
En suma, Carmela Fiorentino dijo:
–¿Cree usted en Dios? En su nombre le suplico a usted que me escuche sin interrumpir. Luego decidirá según su voluntad. Se trata de su hijo y del mío.
Teresa Guardino no respondió.
Sus manos, sobre la mesa, parecían separadas de ella, asumían el aspecto de un deteriorado par de guantes. En su rostro la visitante creyó descubrir una vaga invitación a seguir hablando. Comprendía uno que el dolor había cumplido su obra entre aquellas paredes; en los cajones, que se adivinaban vacíos, rodaban lágrimas solidificadas, como unos corales. La santa imagen de San Gennaro, en un cuadrito, miraba con indiferencia la lámpara apagada. Carmela Fiorentino continuó:
–Mi hijo. Perdió a su padre a los cinco años. Pero quedaba yo, y ya sabe usted lo que eso significa. He tenido siempre este hijo; nada recuerdo que no le concierna. Crecía, pronto se convirtió en un hombre, y yo como si todavía lo amamantara. No puedo pronunciar su nombre (se llama Andrés) sin sentir que lo tengo en mis brazos y que le doy de mamar. Le diré a usted cómo hemos vivido: ante todo, teníamos la pensión de su padre, y luego yo no soy tonta. Estudié obstetricia. Pongo inyecciones, y a veces velo a los enfermos. Respondo a todos los anuncios que ofrecen trabajo a domicilio. Bueno, la hemos pasado bastante bien. Andrés nunca tuvo necesidad de nada. Quería hacer de él un ingeniero, pero es de salud delicada; hubo de interrumpir sus estudios. Y además tiene vocación, es un artista. Quería dedicarse al teatro. Pero, como tiene todas las aptitudes para convertirse en un gran actor, le cerraban las puertas en las narices. Demasiada envidia hay en el mundo. De modo que Andrés se contentó con intervenir a veces en algunos espectáculos, como ilusionista; pero luego montó en cólera, y no quiso saber más. Decía: o el teatro de veras, o nada. Algunos domingos se vestía de personaje de comedia (tiene una valija entera de disfraces), y representaba para mí una escena o dos. Era insuperable. Así que esperábamos siempre, pero los años pasaban sin que hallase trabajo, y un hombre joven gasta. No hay dinero que alcance: cuando uno es artista de alma, no puede sacrificar el bolsillo. Vinieron meses difíciles. Andrés se puso intratable: pasaba las horas echado en el diván, llegó a gritar que debía impedirse al sol que saliera. No son cosas que esté permitido decir. Mi muchacho se amargaba, no puede usted imaginarse cómo se amargaba. Le entregaba hasta mis últimas monedas, luego lo empujaba fuera de casa, para que recuperase el gusto de vivir.
Y siguió:
–Una noche volvió trasformado, ¿qué digo?, completamente feliz. No me explicó de qué se trataba, se limitó a mostrarme la billetera hinchada. Nos echamos a reír sobre las camas. Desde entonces, por dos años, Andrés no tuvo necesidad de mí. Hasta se compró un pequeño automóvil. Pero no había medio de sacarle una palabra sobre el origen de ese dinero. A cada pregunta respondía: “He debido resolverme a ser un hombre de negocios, lo siento por el arte”. Repito, por dos años hemos sido felices. Pero vino aquella horrible mañana. Andrés me explicó que necesitaba mi ayuda. Se trataba de concertar un negocio con un tipo del que más valía desconfiar. La cita era para las cinco de la tarde en un café próximo a la estación. Andrés dijo: “Figúrate que ese hombre y yo ni siquiera nos conocemos; hemos tratado por teléfono. Pero yo no quiero entregarle la mercadería si antes no ha dejado el dinero en buenas manos. Fíjate, ya me he puesto de acuerdo con Ardesi. Llegas un cuarto de hora antes y te sientas en la mesita del rincón, que está casi escondida tras una columna. Ardesi tomará asiento a tu lado y te entregará un sobre que debe contener un millón de liras. Procede de modo que nadie te observe, pero asegúrate de que esté el dinero. A las cinco entro yo por la puerta giratoria y miro a la sala. Si tienes el dinero, me haces una seña; luego me indicas a Ardesi, que saldrá a mi encuentro. Nada más: mientras nosotros salgamos por la puerta giratoria, te marcharás por la otra puerta, tomarás un taxi (los hay estacionados a dos pasos de allí) y traerás el dinero a casa”.
Carmela Fiorentino se interrumpió para pasarse un pañuelo por los ojos. Pero sus pupilas estaban áridas: hacía tiempo que la anciana no enjugaba sino recuerdos de lágrimas.
Teresa Guarino seguía impasible, escuchando.
–Claro que hubiera debido entrar en sospechas –continuó la visitante. –Pero Andrés me abrazó y reía: ¿se puede pensar mal de un muchacho que la abraza a usted, y ríe? A las cinco menos cuarto estaba en mi puesto, en el café. Ardesi se presentó en el acto y se sentó a mi lado. Al ver su aspecto, me estremecí. Tenía los ojos de un demente. Maquinalmente, tomé el dinero y lo conté. Temblaba de miedo: ya había comprendido que se trataba de un asunto sucio. Ardesi, entre tanto, no podía contenerse. Por sus frases entrecortadas, llenas de odio y de desprecio también para conmigo, reconstruí los hechos. Andrés había conseguido, quién sabe cómo, echar mano a unos documentos que probaban algo muy deshonesto de Ardesi, y desde hacía dos años lo extorsionaba. Nunca se había mostrado en persona; lo llamaba por teléfono, amenazaba con denunciarlo, y luego enviaba un mensajero a retirar el dinero. Pero ahora Ardesi estaba decidido a terminar: se había comprometido a entregar por última vez una gruesa suma, pero con la condición de que Andrés le devolviera personalmente esos papeles comprometedores. “Nos veremos finalmente las caras”, declaraba, retorciéndose las manos. “El trato es que usted me lo mostrará en cuanto aparezca”, dijo también. Entonces comprendí que una cuerda demasiado tensa se había roto en ese hombre. No sufría por el dinero que se le había estafado, no quería recobrar los documentos y la paz; quería ver a Andrés, sólo quería ver a Andrés. Fue una cosa terrible. El café estaba casi desierto. A punto estaba yo de echarme de rodillas ante Ardesi, y rogarle, con todas mis lágrimas, que tuviera piedad de nosotros, cuando la puerta giratoria se movió. Dos personas entraron, una tras otra. Mi hijo y su hijo de usted, señora. A unos pasos se pararon, y miraban a la sala, hacia nosotros. Ardesi me había tomado por un brazo y me lo estrujaba. “¿Cuál de los dos?”, dijo. Vi que la otra mano apretaba el revólver. No conseguía gritar, no conseguía moverme. Ardesi ya se levantaba, y en el umbral estaban las dos criaturas de Dios; pero una era mi hijo, era Andrés, y nunca como en aquel momento lo había tenido al cuello, para amamantarlo. Entonces indiqué el otro y cerré los ojos.
Carmela Fiorentino calló un instante, luego se levantó y, creyendo que gritaba, susurró:
–¡Lo sé, lo sé, ha sido una infamia! Pero usted, que es la otra madre, dígame cómo habría obrado en mi lugar. Por caridad, haga algo, mándenos a la cárcel, Andrés y yo no podemos más.
Silencio.
Pasó un vehículo por la calle, y aquellas paredes entre las cuales el dolor había cumplido su obra, vibraron ligeramente, haciendo rodar en los cajoncillos casi vacíos, como unos corales, las lágrimas solidificadas. La visitante se inclinó sobre la anciana Guarino, y la sacudió, para que hablase por fin.
La otra insinuó una tenue y lejana sonrisa. Dijo:
–Tampoco yo me siento bien cuando amenaza lluvia.
Así dijo: “Tampoco yo me siento bien cuando amenaza lluvia”. Y en ese mismo instante entró una mujercita muy pálida; probablemente una vecina compasiva, o ávida. Explicó a la visitante que desde hacía unos meses Teresa Guarino había perdido el oído y también, un poco, el juicio.
Tanto valía que Carmela Fiorentino hubiese hablado a una piedra. Ved cómo se envuelve en su chal y se marcha, y que todo queda como han permitido, o querido, las estrellas.
Giuseppe Marotta (1902-1963), nacido en Nápoles, trabajó como periodista en distintos medios, entre ellos, Corriere della Sera. Escribió varios libros de cuentos (San Genaro nunca dice no; Gli alunni del sole; A Milano non fa fredo; Coraggio, guardiamo; Gli alunni del tempo; Facce dispari), teatro (Il califfo Esposito, Veronica e i suoi ospiti) y varios guiones para cine, por ejemplo El oro de Nápoles (llevada al cine por Vittorio De Sica en el '54).
Sientansé bienvenidas/os al festejo por la edición de:
Hola, Harvey
de Alejandro Güerri
La cosa será en la
Confitería Ideal,
Suipacha 384 (entre Corrientes y Diagonal Norte),
el martes 9 de septiembre desde las 19 horas.
Habrá videos, música, lecturas, algo de beber y sorpresas.
Antes y después de
ese día:
YO VI A HARVEY
-hacer un libro-
http://yoviaharvey.blogspot.com
LADRÓN, hacia 1140. Del latín LATRO, -ONIS,
'bandido, ladrón en cuadrilla', primitivamente 'guardia de corps,
mercenario'.
DERIVADOS. Ladrona, 1607. Ladronera. Ladronzuelo. Latrocinio,
hacia 1440, tomado del latín latrocinium ídem.
ROBAR, hacia 1140. Palabra común a las principales lenguas romances, del
germánico RAUBÔN 'saquear', 'arrebatar', 'robar con violencia' (comparar
el alemán rauben y el inglés bereave).
DERIVADOS. Robador, 1220-50. Robo. Arrobarse 'quedarse
fuera de sí', fin del S. XVI, propiamente 'arrebatarse hasta fuera de este
mundo'; arrobamiento, fin del S. XVI (robamiento, S. XV);
arrobo, hacia 1600. Ropa, 1080 (raupa, 917), voz hermana del
portugués roupa ídem, catalán roba 'ropa' antes 'mercancía', S.
XIII, occitano antiguo rauba 'ropa', 'despojo', 'robo', francés robe
'prenda de vestir', italiano roba 'ropa', 'ajuar', 'mercancía': todos
ellos derivan del verbo germánico de donde sale robar, con el sentido
primitivo de 'despojos, botín', y luego 'mercancías' y 'ropa', pero en
castellano y portugués hay que partir de una variante *RAUPA 'botín',
debido al influjo que sobre aquel verbo ejercía otra voz germánica RAUPJAN
'pelar, arrancar' (alemán raufen); ropaje, S. XVII; ropero,
S. XV; ropería, 1611; ropilla, 1220-50; ropón, 1589;
arropar, mediados del S. XIII.
COMPUESTO. Ropavejero, hacia 1550.
-Lo mandé a buscar una gaseosa y me manoteé una medibacha. Dios me castigó porque no era de mi talle, igual es el día de hoy que me sigue dando satisfacciones.
Fotocopiar también es delito.
Encuentros de leer y escribir.
Siempre citando la fuente:
Fernando Aíta
Alejandro Güerri
Más información acá
O pregunte en: niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller literario).
¿Qué fue lo último que te robaste o te robaron?
Hasta 120 palabras, ¿sí? (Si no, es difícil de leer).
Dejá tus respuestas en
www.niusleter.blogspot.com
O mandalas a:
niusleter@niusleter.com.ar
Ladrón
Decidí convertirme en ladrón
nada más para hacer daño.
Comencé con el lápiz
y las hojas del compañero.
Después robé dinero
a uno que se lo merecía
y las esperanzas de
algunas mujeres jóvenes,
prometiendo cosas que nunca iría a cumplir.
A esta altura de la vida
me sentía un experto,
pero un día desperté desnudo:
Ella se había llevado todo.
No crean que este golpe
me hizo reflexionar.
Seguí en la misma senda
en busca de cosas más valiosas.
Sólo encontré objetos vulgares
por los cuales se termina en la cárcel.
Eso hizo creer a mis parientes
que me había reformado para siempre.
Comencé a robar palabras
al que estaba terminando una frase
(eso que llaman interrumpir).
Si bien no fui preso
comencé a quedarme solo
y eso me volvió más intuitivo:
logré así pellizcar el pensamiento
del que empezaría a hablar.
Evidentemente, se agravó mi situación.
Finalmente, logré mi objetivo:
quedarme con el tiempo
que te tomó leer estas palabras.
Te dejo el sabor amargo
de la expectativa en el poema,
defraudada.
Pierde
un diente
los cabellos
las ganas de conversar
los amigos personales
los enemigos políticos
el documento de identidad
el hilo de lo que venía diciendo
la agenda
las ganas de llamarla
la voz
la dirección del cliente
la receta
la paciencia
el teléfono del cliente
el tiempo con un vendedor
la respiración profunda
el tiempo con un predicador
de la secta 287
el suelo bajo sus pies
el zapato en la tormenta
el sentido del tacto
la musicalidad de las palabras
el gesto aplomado
el sentido de lo que dice
el pañuelo
el regalo para su hijo
el papelito con los diez mandamientos
sangre por la nariz
el paraguas.
Encuentra
en la vidriera de Macowens
su imagen plana
irreconocible.
"Carrió no miente, delira" En 9 de Julio e Hipólito Yrigoyen, pleno Centro. Visto por Agustín Valle.
"Antes de 'pero'
va coma .
¿Y antes de coma?"
En Riobamba entre Santa Fe y Marcelo T. Lo trajo Daniel Liñares.
~ UX / Universidad Experimental
Producción de subjetividad desde Rosario
http://www.inventati.org/uniexp/
~ (abajo) las prácticas ortivas
Fotolog para fomentar la copadez
http://www.fotolog.com/jorisday/
¿Qué fue lo mejor que te pasó en un bar?
Julia dijo:
Laburar ahí
1. vivir totalmente fumada.
2. trampear con el dueño, como todas.
3. y conocer a mi novio allí.
Lloré cuando ese lugar cerró.
Yani (feliz cumple), Tommy y Den Impoco; Lautaro Lupi, feliz ano nuevo; Valeria Galliso; Elina y Paula Aguirre; Calle Montevideo y todo Rosario, y Firmat; Mariano Valcarce, Soporte Técnico; Daniel Liñares; Fabián Preciado; Lisandro Aldegani; Adrián Bechelli; Marcia y Diego Raschella; Griselda García; Valeria Tentoni; Carlos Oviedo; Mariano Fiszman; Doris 47; Rafael García Azcárate; Orlando Valdez; Lidia Rocha; Sara Rosemberg; mei; Mancu; Diego Cunill; Fede Merea, Lauren Piégari; Turco Etala; Campa; Chevy; el Doc Carrara; Ignacia Etcheverry; Daniel Chirom; Fer; Edda Bustamante; Fede Pérez; Hernán La Greca; Gabi Brener; Irene Cerro; Ana y Alberto Güerri; Aníbal Jarkowski; .
No ande abriendo la casilla ajena:
suscríbase y léalo en la suya.
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