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-que nos vaya bien-
"Los
días
son
interminablemente
largos:
Varias eternidades en un día.
Nos desplazamos a lomo de
mula
Como los vendedores de cochayuyo:
Se bosteza. Se vuelve a bostezar.
Sin embargo las semanas son cortas
Los meses pasan a toda carrera
Ylosañosparecequevolaran."
Nicanor Parra
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PROSA | La persistencia de la visión | John Varley |
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La persistencia de la visión
[...]
-Aquí
no usamos formalidades -dijo Rosa. Su voz sonaba incómodamente fuerte en la
amplia estancia. Nadie más hablaba; tan sólo se oían los sonidos de los
movimientos y las respiraciones. Algunos de los niños alzaron la vista-.
Luego haremos las presentaciones. Ahora, considérate parte de la familia, y
nada más. La gente querrá tocarte más tarde, y podrás hablarles. Deja tus
ropas en la parte de afuera de la puerta si quieres.
No
tenía ningún problema con aquello. Todo el mundo iba desnudo allí, y a mí me
resultaba muy fácil por aquel entonces acomodarme a las costumbres de mis
anfitriones. Uno se quita los zapatos en el Japón, las ropas en Taos. ¿Cuál
es la diferencia?
Bueno,
realmente había una. Aquí todo el mundo se tocaba sin cesar. Se tocaban los
unos a los otros, tan rutinariamente como nosotros nos miramos. Todos tocaban
primero mi rostro, luego me seguían tocando por todas partes de mi cuerpo con
lo que parecía la inocencia más total. Como siempre, no era exactamente tal
como parecía. No era inocente, ni tampoco el tratamiento habitual que se
otorgaban los unos a los otros. Se tocaban mutuamente los genitales mucho más
de lo que tocaban los míos. No querían que me asustara. Eran muy educados con
los extraños.
Había
una mesa larga y baja, con la gente sentada en el suelo a su alrededor. Rosa me
condujo hasta ella.
-¿Ves
las zonas despejadas del suelo? Permanece alejado de ellas. No pongas nada en
ellas. Son para ir de un lado a otro. Nunca cambies nada de sitio. Muebles, me
refiero. Esos cambios deben ser decididos en las reuniones plenarias, a fin de
que todo el mundo lo sepa. Las cosas pequeñas tampoco. Si tomas algo,
vuelve a dejarlo exactamente donde estaba.
-Entiendo.
Trajeron
boles y fuentes de comida de la adjunta cocina. Los dejaron sobre la mesa, y los
comensales empezaron a palparlos. Comían con los dedos, sin platos, y lo hacían
lenta y voluptuosamente. Olían largo rato las cosas antes de decidirse a tomar
un pedazo. Comer era un acto muy sensual para aquella gente.
Eran
unos cocineros extraordinarios. Nunca, ni antes ni después, he comido tan bien
como lo hice en Keller. (Ese es mi nombre para aquel lugar, en lenguaje hablado,
aunque su nombre en corporal era algo muy parecido. Cuando yo lo llamaba Keller,
todo el mundo sabía de qué hablaba.) Utilizaban productos excelentes y frescos
como materia prima, algo que es difícil de encontrar en las ciudades, y los
cocinaban con maestría e imaginación. No había nada parecido en ninguna
cocina estatal que yo hubiera probado antes. Improvisaban, y casi nunca
cocinaban la misma cosa dos veces de la misma forma.
Me
senté entre Rosa y el hombre que había estado a punto de atropellarme. Me
atiborré desvergonzadamente. Aquello estaba tan lejos del correoso buey y de la
cartulina orgánica desecada que comía normalmente que me resultó imposible
resistirme. Me entretuve saboreándolo, pero, pese a todo, yo terminé antes que
todos los demás. Les observé mientras me echaba un poco hacia atrás en mi
posición sentada y me preguntaba si tanta comida iba a sentarme mal (no fue así,
gracias a Dios). Se daban la comida los unos a los otros, a veces levantándose
y rodeando la mesa para ofrecer un bocado especial a un amigo del otro lado. Yo
también era alimentado de la misma forma por la mayoría de ellos, y estaba ya
a punto de estallar cuando aprendí una escueta frase en lenguaje táctil,
diciendo que estaba lleno a rebosar. Aprendí de Rosa que una forma amistosa de
rechazar algo era ofrecer uno algo a su vez.
De
momento, yo no tenía otra cosa que hacer más que darle de comer a Rosa y mirar
a los demás. Empecé a ser más observador. Había creído que comían en
soledad, pero pronto me di cuenta de que una viva conversación fluía de un
lado a otro de la mesa. Las manos eran rápidas, se movían casi demasiado rápidas
como para verlas. Se movían en las palmas de los demás, en los hombros,
piernas, brazos, vientres; en todas las partes de cuerpo. Observé con sorpresa
cómo una ristra de carcajadas brotaba como fichas de dominó cayendo una tras
otra de un extremo al otro de la mesa a medida que una ocurrencia pasaba de mano
en mano. Era rápido. Si miraba con atención, podía ver cómo los pensamientos
se movían, alcanzando a una persona, siendo transmitidos mientras una respuesta
llegaba en dirección opuesta y era transmitida a su vez, lo que originaba otras
réplicas a todo lo largo de la hilera y se movían de uno a otro lado. Era como
un oleaje, como agua.
Resultaba
bastante sucio. Compréndanlo: cuando uno come con los dedos y habla con las
manos, lo más probable es que se manche. Pero a nadie parecía importarle. A mí,
desde luego, no me preocupaba. Estaba demasiado imbuido en mi sensación de
sentirme, en cierto modo, algo aparte. Rosa me hablaba, pero yo estaba empezando
a comprender lo que suponía ser sordo. Aquellas gentes eran amigables y parecía
que yo les caía bien, pero no podían hacer nada al respecto. Nos veíamos en
la imposibilidad de comunicarnos.
Después
salimos fuera todos juntos, excepto el equipo encargado de la limpieza, y
tomamos un baño bajo una batería de duchas de donde brotaba un agua muy
fría. Le dije a Rosa que quería ayudar con la limpieza de los platos, pero
ella me respondió que lo único que haría seria molestar. No podía hacer nada
en Keller hasta que aprendiera sus formas muy específicas de hacer las cosas.
Ella parecía dar por sentado que iba a quedarme el tiempo suficiente como para
aprenderlo.
Volvimos
a entrar en el edificio para secarnos, lo cual hicieron con su habitual
camaradería de perritos juguetones, convirtiéndolo en un juego, secándose los
unos a los otros, y luego penetramos en el domo.
El
interior era cálido, cálido y oscuro. La luz penetraba por el pasillo que
conducía al comedor, pero no bastaba para apagar el brillo de las estrellas que
se filtraba a través del mosaico de paneles triangulares sobre nuestras
cabezas. Era casi como estar al aire libre.
Rosa
se apresuró a hacerme partícipe de la etiqueta que se debía observar dentro
del domo. No era difícil de seguir, pero yo seguía replegado sobre mí a fin
de evitar un tropezón con alguien si entraba en una pista de circulación.
Mis
falsas interpretaciones me ganaban de nuevo. No había el menor sonido excepto
el suave roce de carne contra carne, así que pensé que estaba metido en una
orgía. Había participado en otras antes, en otras comunas, y se parecían
mucho a ésta. Rápidamente me di cuenta de que estaba equivocado, y sólo más
tarde descubrí que había estado en lo cierto. En un sentido.
Lo
que invalidaba mis ideas por completo era el simple hecho de que la conversación
de grupo entre aquella gente tenía que parecer una orgía. Las observaciones más
sutiles que hice más tarde indicaron que cuando un centenar de cuerpos desnudos
se rozan, se frotan, se besan, se acarician, todo al mismo tiempo, ¿cuál
es el punto que señala la diferencia? No había ninguna diferencia.
Debo
hacer constar que utilizo la palabra «orgía» sólo en el sentido de
dar una idea general de mucha gente en íntimo contacto. No me gusta la palabra,
está demasiado llena de connotaciones. Pero yo mismo aceptaba esas
connotaciones por aquel tiempo, así que me sentí aliviado de ver que no se
trataba de una orgía. Aquellas en las que había participado habían sido
tediosas e impersonales, y yo esperaba algo mejor de aquella gente.
Muchos
se abrieron camino entre la multitud para venir hacia mí y reunirse conmigo.
Nunca más de uno a la vez; eran constantemente conscientes de las
circunstancias y aguardaban su turno para hablarme. Por supuesto, no me di
cuenta de ello entonces. Rosa se sentó conmigo para traducirme los pensamientos
más complicados. Finalmente fui usando cada vez menos las palabras, a medida
que captaba el espíritu de la visión y de la comprensión táctiles. Ninguno
parecía conocerme realmente hasta que habían tocado cada parte de mi cuerpo,
así que sus manos estaban todo el tiempo sobre mí. Tímidamente, hice lo
mismo.
Con
todo ese tocar, rápidamente entré en erección, lo cual no dejó de azorarme.
Me reprendí a mí mismo por ser incapaz de contener mis respuestas sexuales,
por no operar al mismo plano intelectual que suponía ellos utilizaban, cuando
me di cuenta con una cierta impresión de que la pareja que se hallaba a mi lado
estaba haciendo el amor. Llevaban haciéndolo durante al menos los últimos diez
minutos en realidad, y había parecido algo tan natural dentro del esquema de lo
que sucedía, que lo había observado sin haberlo observado en realidad.
Tan
pronto me di cuenta de ello, me pregunté si era así realmente. ¿Estaban
haciendo el amor? Sus movimientos eran muy lentos y la luz, mala. Pero ella tenía
las piernas separadas y alzadas, y él estaba sobre ella, al menos de eso estaba
seguro. Era una idiotez, pero debía saberlo. Necesitaba descubrir de qué
demonios se trataba. ¿Cómo puede uno ofrecer las respuestas sociales si
ignora la situación?
Yo
era muy sensible al comportamiento social tras los varios meses que había
pasado en las distintas comunidades. Me había convertido en un adepto y rezado
las plegarías antes de cenar en una, cantado el Hare Krishna en otra, y unido
alegremente al nudismo en otra más. Se dice:
«A
donde fueres, haz lo que vieres», y si uno no se puede adaptar, es mejor
que no vaya. Me arrodillaría en La Meca, eructaría tras las comidas, brindaría
por todo lo que se me propusiera, comería arroz orgánico y felicitaría al
cocinero; pero para hacer todo eso correctamente, uno necesita conocer las
costumbres. Allí creía conocerlas, pero había tenido que cambiar de opinión
tres veces en pocos minutos.
Estaban
haciendo el amor, en el sentido de que él la penetraba. Se hallaban también
profundamente absortos el uno en el otro. Sus manos aleteaban como mariposas por
el otro cuerpo, cargadas de significados que yo no podía ver o sentir. Pero
estaban siendo tocados -y tocaban -por mucha otra gente a su alrededor. Hablaban
con toda esa gente, incluso si el mensaje era algo tan simple como una palmada
en la frente o en el brazo.
Rosa
se dio cuenta de lo que atraía mi atención. Estaba más o menos enroscada en
torno a mí, sin hacer en realidad nada que yo pudiera considerar provocativo.
Simplemente, no podía decidir. Parecía tan inocente... y, sin embargo, no lo
era.
Son...
y... dijo (los puntos suspensivos indican una serie de movimientos de su mano
contra mi palma).
Nunca
aprendí un sonido o una palabra que indicara un nombre para ninguno de ellos,
excepto Rosa, y no puedo reproducir los nombres corporales que tenían. Rosa se
estiró un poco y tocó con el pie a la mujer. Esta sonrió, sujetó el pie de
Rosa, y sus dedos se movieron.
A
... le gustaría hablar contigo más tarde me dijo Rosa. Después de que termine
de hablar con ... Te encontraste con ella antes, ¿recuerdas? Dice que le
gustan tus manos.
Ahora
todo esto suena estúpido, lo sé. También me sonó estúpido entonces. Me di
cuenta de que el significado que ella le daba a la palabra «hablar»
y el significado que yo le daba estaban a kilómetros de distancia. Hablar, para
ella, significaba un complejo intercambio que implicaba todas las partes del
cuerpo. Ella podía leer palabras o emociones en cada contracción de mis músculos,
como un detector de mentiras. El sonido era una ínfima parte de la comunicación;
algo que utilizaba para comunicarme con los de fuera. Rosa hablaba con todo su
ser.
Apenas
había captado la mitad del significado de todo aquello, pero incluso así
bastaba para cambiar mi opinión con respecto a aquella gente por entero. Ellos
hablaban con sus cuerpos. No lo hacían sólo con las manos, como yo había
pensado. Cualquier parte del cuerpo en contacto con cualquier otro era
comunicación, a veces de un tipo muy simple y básico -piénsese en la bombilla
de McLuhan como el medio básico de información, quizá no diciendo más que
«estoy aquí». Pero hablar era hablar, y si la conversación
evolucionaba hasta un punto en el que necesitabas hablarle a otro con tus
genitales, eso era simplemente una parte más de la conversación. Lo que yo
deseaba saber era: ¿qué estaban diciendo? Sabía, incluso en aquel fugaz
instante de realización, que había allí mucho más de lo que yo podía
captar. Seguro, dirán ustedes. Sabemos lo que es hablar con tu amante con todo
tu cuerpo cuando haces el amor. No es ninguna idea nueva. Por supuesto que no,
pero piensen en lo maravillosa que es esa forma de hablar, incluso para alguien
que no está primariamente orientado a la comunicación táctil. ¿Pueden
ustedes desarrollar su pensamiento a partir de ahí, o están condenados a ser
unos gusanos de tierra que se esfuerzan en pensar en puestas de sol?
Mientras
me sucedía todo eso, había una mujer que estaba tomando conocimiento de mi
cuerpo. Sus manos se hallaban sobre mí, en mis muslos, cuando me sentí
eyacular. Fue una enorme sorpresa para mí, pero para nadie más. Durante varios
minutos, había estado diciéndole a todo el mundo a mi alrededor, por medio de
los signos que ellos podían notar con sus manos, que aquello iba a ocurrir.
Casi podía comprenderles mientras transmitían tiernos pensamientos hacia mí.
De todos modos, capté su sustancia, si no sus palabras. Me sentí terriblemente
embarazado tan sólo durante un instante; luego, todo pasó, y dejó lugar a una
tranquila aceptación. Era muy intensa. Durante mucho rato no pude recuperar el
aliento.
La
mujer que había sido la causa de todo tocó mis labios con sus dedos. El toque
fue lento, pero significativo, estuve seguro de ello. Luego, se mezcló con el
resto del grupo.
-¿Qué
ha querido decirme? -pregunté a Rosa.
Ella
me sonrió.
-Ya
lo sabes, por supuesto. Si dejaras de hablar con la boca...
En esencia, significaba: «Qué bueno para ti». También puede traducirse por: «Qué bueno para mí». Y «mí», en este sentido, significa todos nosotros. El organismo.
Supe que debía quedarme y aprender a hablar.
[...]
Para seguir, toque acá
John Varley (Texas, Estados Unidos, 1947) es físico y escribe principalmente ciencia ficción. Publicó las novelas Y mañana serán clones, Titán, La hechicera, Millenium, Demon, Playa de acero, El globo de oro, Trueno rojo, Mammoth, y las colecciones de relatos La persistencia de la visión (1978), En el salón de los reyes marcianos, y Blue Champagne.
A las personas que este año se cruzaron en nuestras vidas y nos cambiaron.
A todas las personas que aportan a la felicidad
generalizada.
"La vida no es propiedad del patrón
Defendamos nuestros derechos"
En el portón de una fábrica, en Merlo al 700, Sarandí.
"Pintor pinto el cielo
Pintor pinto el sol
Pinto tu hermana
en pelotas y
entre medio
de las tetas una flor"
En Prudan y Brandsen, Sarandí.
Usted y las fiestas...
1- ¿Cuál es su comida
preferida de las Fiestas?
2- ¿Cuál fue el mejor regalo que encontró en el arbolito?
3- ¿Qué vestimenta le pondría a Papá Noel para que no se cague de calor?
4- ¿Se acuerda algún papelón de Nochebuena?
1- brochet de cerdo, panceta, morrón, cebolla
y ciruelas o lomo a la pimienta (¿y cómo no me va a agustar el vitel toné?)
2- un robot a control remoto pero era para mi hermano
3- bermudas rojas y musculosa verde, gorra con visera amarilla, lentes negros y
barba candado de garca
4- el padre de un amigo del pedo que tenía se quedó dormido en la mesa; yo le
tomé el vino que le quedaba (1/2 botella, tenía 12 años), me empedé también y me
caí de una camioneta en marcha.
Cabeza de gato
1- El vitel thoné que hacía mi abuela. Sin
alcaparras ni anchoas, que a ella no le gustaban, funcionaba igual de maravillas
sólo con atún y huevo duro picado encima.
2- La primera novela que leí, "Las aventuras de Tom Sawyer". Tenía nueve años y
la había elegido yo por la edición, que era de tapa dura y con ilustraciones a
colores en papel satinado. Tengo foto a punto de abrir el regalo, en camisón y
ojotas, porque antes de las doce había decidido que ya era hora de un cambio de
vestuario.
3- Sunga roja, cap verde, havaianas negras. Y un bolso marinero para los
regalos. Si va a venir de afuera, que venga de Brasil.
4- Nochebuena de prestado con la familia de una amiga. Me mamé al minuto y mi
novio de entonces se colgó viendo a Raphael en Crónica TV. Éramos los únicos
invitados extrafamiliares.
Pérez
Un regalo así no se le niega a nadie: Ñusléter para todos.
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