Ñ u s l é t e r
-memoria literaria-
# 76-07
La confusión total
Todo me
disgusta en la prodigiosa suciedad de este tiempo. Todo lo que
vivmos es solo una fachada. Todo lo que se hace debe servir para algo
aprovechable. ¿Aprovechable para quién y para qué? No, sin duda, para
la mayoría de los hombres que viven en una condición infrahumana; ni siquiera
para mejorar al resto, que vive bloqueado en sus más altas aspiraciones.
Nos
encontramos con un mundo organizado
según una tabla de valores morales y culturales tan arbitraria, que ha llevado
a la confusión total. Nadie sabe qué es
lo bueno o lo malo, lo digno o lo indigno, lo superior o
lo inferior.
El
hombre se siente aplastado, paralizado, por una confabulación de fuerzas
que, en nombre del bien, del orden y del progreso, de la libertad y la
justicia, destrozan lo sagrado de la vida, anulando la individualidad libre
mediante los medios que el poder ofrece: la presión económica, la censura
moral, la hipnosis publicitaria; pero de un modo sutil, inconsciente,
irresistible, verdaderamente mágico.
Nos
movemos en un mundo basado en la supuesta eficacia de la inteligencia, en el
saber y en el orden. Todos estos principios no han servido más que para
arrojamos al desorden, no sólo espiritual sino material.
Existe
un hechizamiento colectivo donde la paz es violencia; no hay amor, ni siquiera
odio, todos los cuerpos están repletos hasta el hartazgo, las conciencias
resignadas, no hay más que una inmensa satisfacción de inertes.
El
maleficio se origina en el hombre ávido de poder y se transmite a todos los que
le sirven y a todos los que se someten.
Los
detentadores de una fuerza sombría han establecido el molde humano, han
conformado el tipo humano, han agarrotado al cuerpo humano, han cementado la
vida humana como en un horno de cal, arena, asfalto y hormigón armado.
Esta
civilización tiene por leyes: Aquél que está desprovisto de máquinas, cañones,
armas, bombas, tanques, gases asfixiantes,
se convierte en presa de sus vecinos o del enemigo más armado. De una sociedad
así podría decirse que está planeada para arrastrar al hombre a la
servidumbre.
Antonin
Artaud
(1896-1948)
POEMAS | Novela histórica | Ricardo Miguel Costa |
GRAFFITTI
DEFINICIÓN | Gorila |
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| Arrancó |
PROSA | Infierno
grande | Guillermo Martínez
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Novela histórica
Existe una forma de narrar el pasado
sin recurrir al texto de la memoria
o a la fe de las palabras, como lo es
contemplar en silencio los hechos
que nos vuelven únicos aunque todo
insista en repetirse sobre los despojos
de lo que vamos abandonando.
Ayer estuvimos en este mismo cuarto
y aún la almohada sigue marcando
la moldura de nuestras cabezas
dormidas.
Parece que a cierta altura nuestra vulgaridad
es inmensa y la forma en que se repiten
los hechos hace que ahora nos miremos
como un suceso sin tiempo, como dos eternos
conocidos que vuelven a extraviarse
en el comienzo de la noche,
con las mismas cosas por decir
pero sin abandonar la posibilidad
de dejar de ser, más allá
de su propia existencia.
Ricardo Miguel Costa es docente. Publicó: Árbol de tres copas (1988), Casa mordaza (1990), Homo dixit (1993), Teatro teorema (1996), Danza curva (1999) y Veda negra (2001). Este poema pertenence a la colección "Mundo & glosa" incluída en la antología Poesía en tierra del CCEBA.
"Mate a su patrón." En Av. Patricios al 1200, Barracas o La Boca, visto por Lalo.
"Lo esencial es invicible a los ojos" En Av. Belgrano al 900, antes de que los colectivos doblen por Italia, Avellaneda.
"Para ser gay hay que tener culo". En Bulnes esquina Lavalle.
"Base dejá de arruinar a los pibes". En Honduras y Acuña de Figueroa.
GORILA.
1. Persona contraria al peronismo.
O. Soriano, Penas, 1987, 36: Vamos, nunca fui
gorila. No era peronista y ahora sí, porque Perón se hizo democrático. Esa es
la verdad.
2. De ideas reaccionarias o autoritarias.
Islam: A ningún musulmán se le ocurriría decir de
Videla o Galtieri "el gorila cristiano".
3. m. Guardaespaldas, matón.
Scrafu: Los canas empezaron a pegar algunos palazos y me
impresionó un negro con traje que manejaba a los gorilas con caras de
Schwartzeneger en medio de la selva.
En el Diccionario del habla de los argentinos.
DEJÁ EL PACO
VENÍ AL TALLER
Encuentros de leer y escribir en persona.
~ Coordinan: Fernando
Aíta y Alejandro
Güerri
~ Más datos: acá
~ Consultas: niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller)
~ ¿Por qué hacerlo? Diez (10) motivos.
Muchas
veces, cuando el almacén está vacío y sólo se escucha el zumbido de las
moscas, me acuerdo del muchacho aquel que nunca supimos cómo se llamaba y que
nadie en el pueblo volvió a mencionar.
Por
alguna razón que no alcanzo a explicar lo imagino siempre como la primera vez
que lo vimos, con la ropa polvorienta, la barba crecida y, sobre todo, con
aquella melena larga y desprolija que le caía casi hasta los ojos. Era recién
el principio de la primavera y por eso, cuando entró al almacén, yo supuse que
sería un mochilero de paso al sur. Compró latas de conserva y yerba, o café;
mientras le hacía la cuenta se miró en el reflejo de la vidriera, se apartó
el pelo de la frente, y me preguntó por una peluquería.
Dos
peluquerías había entonces en Puente Viejo; pienso ahora que si hubiera ido a
lo del viejo Melchor quizá nunca se hubiera encontrado con la Francesa y nadie
habría murmurado. Pero bueno, la peluquería de Melchor estaba en la otra punta
del pueblo y de todos modos no creo que pudiera evitarse lo que sucedió.
La
cuestión es que lo mandé a la peluquería de Cervino y parece que mientras
Cervino le cortaba el peto se asomó la Francesa. Y la Francesa miró al
muchacho como miraba ella a los hombres. Ahí fue que empezó el maldito asunto,
porque el muchacho se quedó en el pueblo y todos pensamos lo mismo: que se
quedaba por ella.
No
hacía un año que Cervino y su mujer se habían establecido en Puente
Viejo y era muy poco lo que sabíamos de ellos. No se daban con nadie, como solía
comentarse con rencor en el pueblo. En realidad, en el caso del pobre Cervino
era sólo timidez, pero quizá la Francesa fuera, sí, un poco arrogante. Venían
de la ciudad, habían llegado el verano anterior, al comienzo de la temporada, y
recuerdo que cuando Cervino inauguró su peluquería yo pensé que pronto
arruinaría al viejo Melchor, porque Cervino tenía diploma de peluquero y
premio en un concurso de corte a la navaja, tenía tijera eléctrica, secador de
pelo y sillón giratorio, y le echaba a uno savia vegetal en el pelo y hasta
spray si no se lo frenaba a tiempo. Además, en la peluquería de Cervino estaba
siempre el último El Gráfico en el revistero. Y estaba, sobre todo, la
Francesa.
Nunca
supe muy bien por qué le decían la Francesa y nunca tampoco quise averiguarlo:
me hubiera desilusionado enterarme, por ejemplo, de que la Francesa había
nacido en Bahía Blanca o, peor todavía, en un pueblo como éste. Fuera como
fuese, yo no había conocido hasta entonces una mujer como aquélla. Tal vez era
simplemente que no usaba corpiño y que hasta en invierno podía uno darse
cuenta de que no llevaba nada debajo del pulóver. Tal vez era esa costumbre
suya de aparecerse apenas vestida en el salón de la peluquería y pintarse
largamente frente al espejo, delante de todos. Pero no, había en la Francesa
algo todavía más inquietante que ese cuerpo al que siempre parecía estorbarle
la ropa, más perturbador que la hondura de su escote. Era algo que estaba en su
mirada. Miraba a los ojos, fijamente, hasta que uno bajaba la vista. Una mirada
incitante, promisoria, pero que venía ya con un brillo de burla, como si la
Francesa nos estuviera poniendo a prueba y supiera de antemano que nadie se le
animaría, como si ya tuviera decidido que ninguno en el pueblo era hombre a su
medida, Así, con los ojos provocaba y
con los ojos, desdeñosa, se
quitaba. Y todo delante de Cervino, que parecía no advertir nada, que se
afanaba en silencio sobre las nucas, haciendo sonar cada tanto sus tijeras en el
aire.
Sí,
la Francesa fue al principio la mejor publicidad para Cervino y su peluquería
estuvo muy concurrida durante los primeros meses. Sin embargo, yo me había
equivocado con Melchor. El viejo no era tonto y poco a poco fue recuperando su
clientela: consiguió de alguna forma revistas pornográficas, que por esa época
los militares habían prohibido, y después, cuando llegó el Mundial, juntó
todos sus ahorros y compró un televisor color, que fue el primero del pueblo.
Entonces empezó a decir a quien quisiera escucharlo que en Puente Viejo había
una y sólo una peluquería de hombres: la de Cervino era para maricas.
Con
todo, creo yo que si hubo muchos que volvieron a la peluquería de Melchor fue,
otra vez, a causa de la Francesa: no hay hombre que soporte durante mucho tiempo
la burla o la humillación de una mujer.
Como
decía, el muchacho se quedó en el pueblo. Acampaba en las afueras, detrás de
los médanos, cerca de la casona de la viuda de Espinosa. Al almacén venía muy
poco; hacía compras grandes, para quince días o para el mes entero, pero en
cambio iba todas las semanas a la peluquería. Y como costaba creer que fuera
solamente a leer El Gráfico, la gente empezó a compadecer a Cervino.
Porque así fue, al principio todos compadecían a Cervino. En verdad, resultaba
fácil apiadarse de él: tenía cierto aire inocente de querubín y la sonrisa
pronta, como suele suceder con los tímidos. Era extremadamente callado y en
ocasiones parecía sumirse en un mundo intrincado y remoto: se le perdía la
mirada y pasaba largo rato afilando la navaja, o hacía chasquear
interminablemente las tijeras y había que toser para retornarlo. Alguna vez,
también, yo lo había sorprendido por el espejo contemplando a la Francesa con
una pasión muda y reconcentrada, como si ni él mismo pudiese creer que
semejante hembra fuera su esposa. Y realmente daba lástima esa mirada devota,
sin sombra de sospechas.
Por
otro lado, resultaba igualmente fácil condenar a la Francesa, sobre todo para
las casadas y casaderas del pueblo, que desde siempre habían hecho causa común
contra sus temibles escotes. Pero también muchos hombres estaban resentidos con
la Francesa: en primer lugar, los que tenían fama de gallos en Puente Viejo,
como el ruso Nielsen, hombres que no estaban acostumbrados al desprecio y mucho
menos a la sorna de una mujer.
Y
sea porque se había acabado el Mundial y no había de qué hablar, sea porque
en el pueblo venían faltando los escándalos, todas las conversaciones
desembocaban en las andanzas del muchacho y la Francesa. Detrás del mostrador
yo escuchaba una y otra vez las mismas cosas: lo que había visto Nielsen una
noche en la playa, era una noche fría y sin embargo los dos se desnudaron y debían
estar drogados porque hicieron algo que Nielsen ni entre hombres terminaba de
contar; lo que decía la viuda de Espinosa: que desde su ventana siempre
escuchaba risas y gemidos en la carpa del muchacho, los ruidos inconfundibles de
dos que se revuelcan juntos; lo que contaba el mayor de los Vidal, que en la
peluquería, delante de él y en las narices de Cervino... En fin, quién sabe
cuánto habría de cierto en todas aquellas habladurías.
Un
día nos dimos cuenta de que el muchacho y la Francesa habían desaparecido.
Quiero decir, al muchacho no lo veíamos más y tampoco aparecía la Francesa,
ni en la peluquería ni en el camino a la playa, por donde solía pasear. Lo
primero que pensamos todos es que se habían ido juntos y tal vez porque las
fugas tienen siempre algo de romántico, o tal vez porque el peligro ya estaba
lejos, las mujeres parecían dispuestas ahora a perdonar a la Francesa: era
evidente que en ese matrimonio algo fallaba, decían; Cervino era demasiado
viejo para ella y por otro lado el muchacho era tan buen mozo... y comentaban
entre sí con risitas de complicidad que quizás ellas hubieran hecho lo mismo.
Pero
una tarde que se conversaba de nuevo sobre el asunto estaba en el almacén la
viuda de Espinosa y la viuda dijo con voz de misterio que a su entender algo
peor había ocurrido; el muchacho aquel, como todos sabíamos, había acampado
cerca de su casa y, aunque ella tampoco lo había vuelto a ver, la carpa todavía
estaba allí; y le parecía muy extraño -repetía aquello, muy extraño-
que se hubieran ido sin llevar la carpa. Alguien dijo que tal vez debería
avisarse al comisario y entonces la viuda murmuró que sería conveniente
vigilar también a Cervino. Recuerdo que yo me enfurecí pero no sabía muy bien
cómo responderle: tengo por norma no discutir con los clientes.
Empecé a decir débilmente que no se podía acusar a nadie sin pruebas, que para mí era imposible que Cervino, que justamente Cervino... Pero aquí la viuda me interrumpió: era bien sabido que los tímidos, los introvertidos, cuando están fuera de sí son los más peligrosos. [...]
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Guillermo
Martínez nació en Bahía Blanca en 1962. Es doctor en matemática y
docente en la UBA. Publicó los libros de cuentos La jungla sin bestias (1981),
Infierno grande (1989) y las novelas Acerca de Roderer (1992) y La
mujer del maestro (1998). En 2003 publicó el libro de ensayos Borges y la matemática
y obtuvo el premio Planeta por su novela Crímenes imperceptibles.
Sole Scarinzi y Lalo Aíta,
Mariano Otero,
Juan Patito y Manu Valcarce,
Violeta Pezzola, Santi
y Alberto Güerri, felices cumples.
Darío Cánovas
mei
Fede Merea
M(A)NUEL y Bo-k Sucia
Nahuel Valcarce
Juan
F. García
Gastón Tessoni
Familia Impoco
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Adriana Blanco
Laura Kaczer
El
Quinteto de la Muerte
Francisco Garamona
Diana Cegelnicki
Alejandro Díaz B.
~ Placas rojas
Cree las suyas propias.
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~ Pan y Madera
Poemas y pinturas.
http://panymadera.blogspot.com/
¿Se anima a mandar un telegrama para dar una buena noticia?
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. A.M.
Va CUENTO. Buena Noticia.
Diana Cegelnicki
NOS MUDAMOS STOP ESTAMOS REFELICES STOP NUESTRA NUEVA DIRECCION ES ESTACIONCENTRAL 28 PISO 10 STOP VENITE EL SABADO A LAS 20 A FESTEJAR STOP FLIA. VIALLAVI
Marta Dalto
Tengo un hijo que nacio hace nueve meses
Aquiles es su nombre...
Que ya tiene cuatro dientes, y gatea para atras
Y se cuelga mucho mirando como el viento mueve los arboles grandes
E.
me voy de viaje 4 meses.
sin vos.
Sole
Buenas nuevas. Volvió el amor. De repente. Justo antes. De descreer. Festejemos amiga!. Vos bien? Y Mallorca? te adoro, besos.
M
Luciana Maria Bessone Toledo
He sido un idiota gran parte de mi vida.stop
Pero desde que te conoci, soy un idiota enamorado.stop
Te amo.stop
Jeremias
MANDAME POEMAS PARA AMIGOS. GRACIAS.
Marcelo Britos
No enviaría un telegrama para dar una buena noticia porque es una pérdida de dinero. Las buenas noticias, a diferencia de las malas, pueden esperar. Por lo antes dicho no me animo a mandar una buena noticia por telegrama. Además quien la reciba se asustaría, pensando justamente que si se le envió un telegrama es porque una maña noticia no puede hacerse esperar y eso sería una molestia para todos.
Alberto P.
Le hacemos la segunda:
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