n ~
t
u l e
s é r
-estampilla de literatura-
¢ 173
"Si
continúas sin escribirme estará claro que para ti habré muerto y comenzaré a
proveerme de tumba y gusanos. ¡Escribe entonces!"
Vladimir Maiacovski
POEMAS |
Dos estampillas de colores en un sobre blanco | Carta de un suicida |
Jorge Boccanera |
ETIMOLOGÍA | Filatelia |
PROSA | Barúa a
Soldani | Karen Blixen |
TALLER
LITERARIO
| Arranca |
CUALQUIERA
| Carta a los políticos,
jueces y demás autoridades
|
SUSCRIPCIONES
ENLACES
| Morfi | Merlo | Rosario |
RESPUESTAS
| Cuándo un amor se vuelve imposible |
CONTACTO
| niusleter@niusleter.com.ar
|
Dos estampillas de colores en un sobre blanco
Si encontrase un follaje como tu pelo al viento,
dos pechos vagabundos así como tus pechos,
un silencio de tigres del color de tus ojos,
una calle de pueblo como tu corazón,
no estaría escribiendo esta carta, urgente, así,
urgente, ahora.
Carta del suicida
Lo poco que he vivido
me ha hecho perder
demasiado tiempo.
Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 1952) publicó los poemarios: Los espantapájaros suicidas, Contraseña, Noticias de una mujer cualquiera, Poemas del tamaño de una naranja, Música de fagot y piernas de Victoria (de donde los suscriptos), Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder y Bestias en un hotel de paso; recopilados en varias antologías. Además, los ensayos Confiar en el misterio y Sólo venimos a soñar, e historias de vida como La pasión de los poetas, Redes de la memoria y Malas compañías. Es profesor de literatura de la Universidad de San Martín, donde dirige la revista Nómada.
FILO- I, elemento prefijado de compuestos cultos, procedente del griego philéo 'yo amo'. Filólogo, 1732, del griego philólogos 'aficionado a las letras o a la erudición', 'erudito, especialmente en materias de lenguaje', formado con lógos 'obra literaria', 'lenguaje'; filología, 1732; filológico, S. XVII. Filósofo, 1220-50, del griego philósophos ídem, propiamente 'el que gusta de un arte o ciencia, (el) intelectual', con el griego sophía 'sabiduría, ciencia'; filosofía, hacia 1250, del griego philosophía; filosófico, 1515; filosofar, 1444, griego philosophéo; filosofal, piedra -, principios del siglo XVII (en el sentido de 'filosófico'; principios del S. XV), así llamada porque la alquimia se miraba como una de las materias de estudio básicas del filósofo. Filantropía, 1611, griego philanthropía 'sentimiento de humanidad', 'atabilidad', 'afición por el hombre', con el griego ánthropos 'hombre, persona'; filántropo; filantrópico. Filarmónico. Filatelia, S. XX, con ateles 'gratuito', 'que no paga gastos de porte', aplicado al sello indicador de que el envío debía hacerse sin otro cobro; filatélico; filatelista.
Filtro 'brebaje amoroso', 1732, griego phíltron idem, derivado de philéo 'yo amo'.
Tírese un lance.
Taller Literario.
Encuentros de leer y escribir
en persona y en la red.
Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más información:
O bien:
niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller literario).
Barua
a Soldani
Los
que hayan leído mi libro África mía
recordarán que una mañana de Año Nuevo, antes de la salida del
Sol, cuando las estrellas, a punto de retirarse y desvanecerse en la cúpula del
cielo, aún pendían de él como grandes gotas luminosas, y el aire quieto tenía
aún la extraña limpidez y la profundidad de agua de fuente del alba de
África, yendo yo en coche con Denys Finch-Hatton y Kanuthia, su chófer kikuyu,
por una pésima carretera de la Reserva de los masais, maté un león que hallé
sobre una jirafa muerta.
Posteriormente
fuimos acusados Denys y yo de haber dado muerte a la jirafa, cosa prohibida por
la ley de caza. El Departamento de Caza, al expedir la licencia de armas de
fuego, concedía el derecho de cazar, matar o capturar determinadas cabezas de
ciertas especies de animales —a veces me he preguntado con qué derecho
concedía tal derecho el Departamento de Caza—, y entre estas especies no
estaba incluida la jirafa. Contra los leones, empero, se podía hacer fuego en
todo tiempo dentro de una zona de cincuenta kilómetros a la redonda de las
granjas. De todos modos, Kanuthia pudo reforzar nuestra declaración de que la
jirafa llevaba uno o dos días muerta cuando tropezamos con ella.
No
estoy segura de que fuera el león el que había matado a la jirafa. Los leones
matan a sus víctimas rompiéndoles el cuello, cosa en esta ocasión improbable
dada la altura del cuello y las paletillas de la jirafa. Bien es verdad que la
fuerza y energía de un león son realmente increíbles, y algunos cazadores me
han asegurado muy en serio haber visto a un león dar muerte a una jirafa.
A
lo largo de los tres últimos meses, los aparceros de mi granja no habían
dejado de venir a la casa para pedirme que matara un león mbaya sana —muy malo— que perseguía y hostigaba sus
rebaños. El león que encontré aquella mañana y que, sin cuidarse
de nuestra proximidad, seguía sobre su presa, absorto en su manjar, confundido
con él y estremeciéndose apenas en la media luz del aire, pudiera muy bien
haber sido el mismo asesino que tanta inquietud suscitaba en torno a las
preciosas vacas y sus terneros. Nos hallábamos a unos treinta kilómetros del
lindero de la granja, pero una distancia de treinta kilómetros no significa
nada para un león. Si en efecto era él, ¿por qué no matarlo, una vez
que él mismo me brindaba la oportunidad? Kanuthia disminuyó la velocidad y
Denys me susurró: “Te toca a ti esta vez”. Yo no llevaba rifle y él
me dejó el suyo. Nunca me había gustado tirar con aquel rifle, pues era
demasiado largo y pesado para mí. Pero recordé las palabras de mi viejo amigo,
el tío Charles Bulpett: “La persona que es capaz de deleitarse en una
grata melodía sin querer aprenderla, en una mujer hermosa sin desear poseerla o
en un magnífico animal salvaje sin querer matarlo, no tiene corazón”. De
este modo aquel disparo, en aquel lugar y antes del alba, fue en realidad una
declaración amorosa. ¡Lástima que el arma no fuera entonces de primerísima
calidad!
Por
lo mismo, pudiera decirse que la caza es siempre una aventura amorosa. El
cazador está enamorado de la caza; los verdaderos cazadores están
verdaderamente enamorados de los animales. Pero en las horas que dura la caza va
la cosa aún más lejos: el cazador está encaprichado con la res que persigue y
que quiere hacer suya, hasta el punto de que ya no ve otra cosa en este mundo.
Lo malo es que, por lo general, el encaprichamiento no es recíproco. Las
gacelas y los antílopes, así como la cebra que se caza en los safaris para
alimento de los porteadores, son tímidos, se quitan de en medio, desaparecen de
modo extraño delante de los ojos de uno; el cazador ha de contar con el
viento y el terreno, y arrastrarse hasta su proximidad sigilosamente, sin que
ellos adviertan el peligro. Es un arte hermoso y fascinante, pleno del espíritu
de esa obra maestra de mi compatriota Soeren Kierkegaard: El diario de un seductor, y al mismo tiempo puede proporcionar al
cazador momentos dramáticos, así como ocasiones de emplear habilidad y astucia
y de felicitarse por el éxito obtenido. Con todo, esta persecución no era para
mí lo más importante. Incluso en la peligrosa caza mayor, el búfalo y el
rinoceronte atacan muy raramente, a no ser que se les ataque o que ellos piensen
que se les ataca.
La
caza del elefante es un deporte muy particular. Y es que el elefante, cazado
durante siglos con afán de lucro, ha ido con el tiempo adaptando al hombre a su
orden de cosas, bien que con honda desconfianza. Nuestra proximidad constituye
un reto que él jamás desdeña; nos embiste veloz y en línea recta con
toda su colosal y abrumadora estructura, macizo como de hierro forjado y ágil
como el agua corriente. “Cada vez que se yergue a las alturas, sienten
pavor los poderosos.” Con las orejas prominentes, desplegadas como las
alas de un dragón, que le dan un grotesco parecido al perrito faldero que
llaman papillon, con su trompa
formidable, arrugada como un acordeón, surge ante nosotros como un azote
levantado. Hay pasión en nuestro encuentro, mutua certidumbre de que la cosa va
en serio, mas para él carece de placer la aventura; no lo impulsa más que la
ira y viene a saldar un antiguo pleito de familia.
En
épocas muy remotas, el elefante llevaba sobre el techo de la tierra una
existencia harto satisfactoria para él y digna de servir de ejemplo al resto de
la Creación; era la existencia de un ser fuerte y poderoso, que ni atacaba ni
era atacado. Este modus vivendi idílico
y grandioso duró hasta que un viejo pintor chino abrió los ojos a lo sublime
del marfil como fondo de sus cuadros, o hasta que una joven danzarina de Zanzíbar
abrió los suyos a la belleza de una ajorca de marfil. Entonces empezó el
paisaje a poblarse de figuras diminutas que se le acercaban por todas partes: el
wanderobo con sus flechas envenenadas; el árabe, buscador de marfil con su
larga espingarda de guardamonte de plata, y el blanco, cazador profesional de
elefantes con su pesada carabina. Aquella manifestación de la gloria de Dios
tornóse en objeto de explotación. ¿Es de extrañar que no nos
perdone?
A
pesar de todo, hay en los elefantes algo de magnánimo. Perseguir a un
rinoceronte en su terreno es faena penosa, pues el espacio que va dejando libre
en la espinosa maleza es algunas pulgadas inferior a la estatura del cazador, el
cual ha de mantener la cabeza agachada constantemente. Cuando el elefante, en
cambio, cruza la espesura, abre tranquilamente un túnel verde y fragante, altísimo
como la nave de una catedral. En una ocasión estuve más de quince días
siguiendo a una manada de elefantes, sin dejar de caminar a la sombra en todo
ese tiempo. (Al final, inesperadamente, me hallé en lo alto de un cerro muy
empinado, a salvo de todo peligro, y pude ver todo el rebaño pasando ante
mí en fila india. No maté ninguno y jamás los volví a ver.) El mismo aspecto
del elefante encierra asimismo una edificante cualidad moral: al ver una vez en
la llanura cuatro elefantes juntos, tuve la sensación de contemplar ante mis
ojos las negras efigies de piedra de los cuatro Profetas Mayores. En el tablero
de ajedrez emprende el elefante su carrera, irresistible, en línea recta; y la
más alta condecoración danesa es la Orden del Elefante.
Pero
la caza del león es siempre una aventura de perfecta armonía, de hondo y
ardiente sentimiento mutuo de deseo y veneración entre dos criaturas nobles e
intrépidas, que funcionan con la misma frecuencia de onda. Un león en la
llanura guarda más parecido con los antiguos y monumentales leones de piedra
que con el león que hoy día vemos en el zoológico; su aspecto conmueve el
corazón. No fueron más hondos el asombro y la conmoción del Dante al ver por
primera vez a Beatriz en una calle de Florencia. Cada vez que miro al pasado,
creo recordar uno por uno todos los leones que he visto; los veo cómo aparecen
en escena, su manera de alzar despacio la cabeza y de volverla con rapidez, y el
extraño culebreo de su cola. Alabado seas, Señor, por el hermano
León, que es tranquilo, tiene zarpas poderosas y fluye por la hierba fluida con
la boca enrojecida, silencioso, con el rugido del trueno listo en su pecho. Y él
mismo, al verme, ha debido de sentir en algún lugar bajo su regia melena el
rumor de un Te Deum semejante :
Alabado seas, Señor, por mi hermana de Europa, que es joven y ha venido a
mí por el llano en la noche.
En
el pasado el león tenía probabilidades de salir triunfante del encuentro. Más
tarde hemos dispuesto de armas demasiado eficaces para que el cotejo de fuerzas
pueda propiamente calificarse de equilibrado, pero con todo y eso, a mí me han
matado más de un amigo los leones. Hoy día los grandes deportistas cazan con cámaras
fotográficas, práctica que comenzó a generalizarse hallándome yo aún en África.
Denys, en calidad de cazador blanco, traía millonarios de muchos países que
tomaban excelentes fotografías. En mi opinión, tales fotografías (conste que
yo veo las cosas de otra manera que la cámara) reproducían los objetos mucho
peor que los dibujos que hacían con tiza nuestros porteadores nativos en la
puerta de la cocina. Es éste un deporte mucho más refinado que la caza, y si
se consigue que el león se preste al juego, se tiene una grata aventura platónica
sin efusión de sangre, a cuyo término ambas partes se separan como seres
civilizados después de enviarse mutuamente un beso con la punta de los dedos.
No soy experta en ese arte; soy bastante buena tiradora, pero me siento incapaz
de hacer fotografías.
La
primera vez que llegué al África, no sosegaba pensando en cobrar un hermoso
ejemplar por lo menos de cada una de las especies de caza que hay en el
continente. En los últimos diez años que pasé allá, no hice un solo
disparo como no fuera para proporcionar carne a mis indígenas. Acabó resultándome
irrazonable, y hasta feo y vulgar, sacrificar a unas horas de emoción una vida
que pertenecía al grandioso paisaje y en el que había vivido diez, veinte o
—como en el caso del búfalo y el elefante— cincuenta o cien años.
Pero la caza del león era una tentación irresistible y el último lo maté
poco tiempo antes de abandonar África.
Aquella
mañana de Año Nuevo bajé del coche haciendo el menor ruido
posible y, cruzando las altas hierbas húmedas que me mojaban las manos, me eché
el rifle a la cara y avancé hacia el león, que se sacudió todo él, se puso
en pie y permaneció inmóvil, vuelta hacia mí la paletilla y ofreciéndome el
mejor blanco de mi vida. El Sol no rebasaba aún el horizonte y, tras la oscura
silueta, el cielo mañanero era claro como el oro líquido. Un pensamiento
me asaltó: “Te he visto antes; te conozco bien. Pero ¿de qué, de
dónde?” La respuesta no se hizo esperar: “Es uno de los leones del
escudo real de Dinamarca; uno de los tres leones azul oscuro en campo de oro. Lion
posant or, como se dice en el lenguaje heráldico; y además él lo
sabe”. Me senté en el suelo; apoyé en la rodilla el rifle de Denys y en
el preciso momento de apuntar adopté una resolución: “Como mate a este
león, le voy a regalar su piel al rey de Dinamarca”.
El
estampido del disparo resonó por el tranquilo paisaje del amanecer y su eco
rebotó por las colinas. El león pareció levantarse medio metro por el aire
para caer desplomado y quedar inmóvil. El tiro le había dado en el corazón,
como tenía que ser.
Ya
he referido en mi libro que me senté a ver como Denys y Kanuthia le arrancaban
la piel. Después de tantos años, al recuerdo de aquella mañana,
todo lo que me rodeaba se hace tan vivo y preciso que me cuesta trabajo volverlo
a dejar. Aunque no pensara demasiado en ello, sabía muy bien por aquel entonces
que me encontraba a gran altura, sobre el techo del mundo, donde no era más que
una figura diminuta en la enorme retorta de tierra y aire, con la que, sin
embargo, me sentía solidaria. Lo que no sabía era que estaba en lo alto y en
la cumbre de mi propia vida. La hierba de la colina en que me reclinaba parecía
césped recortado, pues los masais la habían quemado a trechos para pasto
fresco de sus rebaños; el aire de la altura embriagaba como el vino; a
mis pies cruzaban las sombras de los buitres. Desde donde estaba podía mirar a
lo lejos, a enorme distancia; a lo largo de las altas acacias debajo de mí
aparecieron tres jirafas, se detuvieron unos minutos y se volvieron a ir.
Alabado seas, Señor, por la hermana Jirafa, la andarina, la llena de
gracia, la gravísima y distraída, cuya pequeña cabeza sobresale de las
hierbas, con sus ojos velados de largas pestañas, tan gran señora
que no está bien pensar en sus piernas, sino que se la recuerda flotando sobre
la llanura ataviada de largas vestiduras, de ropajes de espejismo y neblina del
alba.
Este
león era un ejemplar de hermosura excepcional; era lo que en el país se llama
un león de melena negra: la espesa crin negra le nacía de las mismas
paletillas. El mozo armero de Denys, que había visto centenares de pieles de león,
declaró que ésta era la más hermosa de todas. Aquella misma primavera me
disponía a visitar Dinamarca después de cuatro años en África; llevé
conmigo la piel y, al pasar por Londres, la llevé a la casa Rowland Ward para
que la prepararan.
Una
vez en Dinamarca, mis amigos se rieron de mí cuando les dije que pensaba
regalar la piel del león al rey Cristian X.
—Es
de un esnobismo inaudito —dijeron todos.
—No;
no lo entenderán —les respondí—. Ninguno de ustedes sabe lo que es
vivir largo tiempo fuera de la patria.
—¿Pero
qué diablos va a hacer el Rey con esa piel? —preguntaban—. No
creemos que se le ocurra aparecer vestido de Hércules en la recepción de Año
Nuevo... ¡Menudo engorro para él!
—Está
bien —dije—; si va a ser un engorro para el Rey, que lo sea. Por más
que no le faltará un desván en Chnstiansborg o en Amalienborg donde
arrinconarla.
Sucedió
que Rowland Ward no pudo tener lista la piel al tiempo de regresar yo a África,
en otoño, de modo que no pude ofrecérsela personalmente al Rey y tuve
que ceder este privilegio a un viejo tío mío, chambelán de la Corte. Si la
piel supuso un engorro para el Rey, éste lo supo disimular con gran nobleza. Al
cabo de un tiempo de mi regreso a la granja, recibí una grata carta suya, en la
que me daba las gracias por la piel del león.
Una
carta de la patria siempre significa mucho para las personas que viven largo
tiempo fuera de ella. La llevan vanos días en el bolsillo y de vez en cuando la
sacan y la releen. Una carta de un rey siempre significa más que una de las
otras. La carta del Rey me llegó alrededor de Navidad, y yo me imaginaba la
escena del Rey sentado ante su escritorio en Amalienborg, los ojos puestos en la
blanca plaza en medio de la cual se alza, cubierta de nieve, la estatua ecuestre
de su antepasado el rey Federico V, con peluca y armadura. No hacía tanto
tiempo que yo formara parte del mundo de Copenhague. Me guardé la carta en el
bolsillo de mi viejo pantalón caqui y monté a caballo para recorrer la granja.
El
trabajo que tenía que inspeccionar consistía en limpiar de maleza un cuadrado
en la selva, situado a unos tres kilómetros de la casa, y donde yo quería
plantar café. Crucé a caballo el bosque, aún húmedo de chubascos. Una vez más
volvía a formar parte del mundo de África.
Media
hora antes de que yo llegara, los leñadores habían tenido un deplorable
accidente. Un árbol al caer había aplastado la pierna a un joven kikuyu
llamado Kitau, que no se había apartado a tiempo. Desde cierta distancia podían
oírse sus prolongados lamentos. Espoleé a Rouge
por el sendero de la selva, y cuando llegué al lugar de la desgracia, los compañeros
habían arrastrado a Kitau de debajo del árbol caído y lo dejaron tendido en
la hierba, agrupándose a su alrededor. Al llegar yo se apartaron, aunque sin
alejarse, para apreciar el efecto que en mí causaba la catástrofe y poder oír
lo que yo dijera.
Kitau
yacía en un charco de sangre; tenía la pierna aplastada por encima de la
rodilla, formando con el cuerpo un ángulo cruel y grotesco.
Dejé
el caballo a los leñadores y mandé con uno de ellos recado a Farah de
que trajera el coche para llevar a Kitau al hospital de Nairobi. Pero mi caja de
cerillas marca Ford se estaba haciendo
viejo, raras veces le funcionaban más de dos cilindros y costaba un triunfo
hacerlo arrancar. Con el ánimo abatido me hice a la idea de que iba a tardar en
venir.
Mientras
esperaba, me senté junto a Kitau. Los demás leñadores se habían
retirado a alguna distancia. Kitau sufría mucho y no dejaba de llorar.
En
la casa siempre tenía yo morfina para los heridos de la granja, pero en aquel
lugar no tenía a mano ni medicina ni jeringa. Kitau, al darse cuenta de que yo
estaba junto a él, se puso a gemir de modo lastimero: “Saidea mimi —ayúdame—, Msabu”.
Y otra vez : “Saidea mimi. Dame
la medicina que alivia a la gente”, y me palpaba la mano y la rodilla.
Siempre que salía a caballo por la granja, me echaba en los bolsillos azúcar
para los totos que apacentaban cabras y corderos en el llano, los cuales, tan
pronto como me divisaban, me pedían succari
a gritos. Le hice comer algunos terrones a Kitau, que no quería o no podía
mover las manos magulladas y me dejaba que le pusiera el azúcar en la lengua.
Parecía que esta medicina, mientras la tenía en la boca, aliviaba su dolor en
alguna medida, porque sus lamentos se trocaron en un leve gimoteo. Pero la
provisión de azúcar tocó a su fin, y él volvió a quejarse y a llorar, a la
vez que largos espasmos sacudían su cuerpo. Es triste cosa encontrarse al lado
de una persona que sufre tan lastimosamente y no poderla ayudar; no se desea
otra cosa que levantarse y echar a correr o, como si se tratara de un animal
malherido, poner fin a su agonía... Hubo un momento en que creo que miré a mi
alrededor buscando un arma para poner tal idea en ejecución. Kitau repetía sus
lamentos con la regularidad de un reloj: “¿No tienes más, Msabu?
¿No tienes más que darme?”
Viéndome
en un apuro, me llevé la mano al bolsillo y cogí la carta del Rey. “Sí,
Kitau — le dije —; tengo otra cosa más. Tengo una cosa mzuri sana, estupenda de verdad. Tengo una Barua a Soldani: una carta de un rey”. Todo el mundo sabe que
una carta de un rey, mokone yake
—de su puño y letra—, “hace desaparecer el dolor, por
maligno que sea”. Traté de poner en ello todo mi corazón, allí, en
medio de aquella selva donde Kitau y yo estábamos prácticamente solos.
Fue
curioso que las palabras o el gesto lograran surtir un efecto casi súbito en él.
Se serenó su cara horriblemente contraída y cerró los ojos. Al cabo de un
rato volvió a mirarme. Sus ojos eran como los de un niño que aún no
tiene uso de la palabra, y casi me sorprendí al oír que me hablaba: “Es mzuri
—y repetía—. Sí, es mzuri
sana. Déjamela”.
Cuando el auto llegó por fin y pusimos dentro a Kitau, fui a sentarme al volante, pero él dio entonces muestras de gran inquietud: “No, Msabu —decía—; Farah puede conducir el coche; dile que lo haga él. Quédate a mi lado y ponme la Barua a Soldani en el pecho para que no me vuelva el dolor”. Me tuve que sentar a su lado y mantener la carta en aquella postura hasta Nairobi. Al llegar al hospital, volvió Kitau a cerrar una vez más los ojos y los mantuvo cerrados, como si no quisiera percibir más impresiones. Pero palpando mis ropas con su mano izquierda, se cercioró de que yo seguía a su lado mientras hablaba con el médico y la enfermera. Naturalmente, me permitieron continuar junto a él mientras lo ponían en la camilla, lo llevaban al edificio y lo tendían en la mesa de operaciones; en tanto lo tuve a la vista, permaneció tranquilo. [...]
¿Y después? Clic aquí.
Karen Blixen (1885-1962), también conocida como Isak Dinesen, nació en Dinamarca. Entre 1914 y 1931 vivió en Kenia al frente de una plantación de café. Publicó los libros de cuentos Siete cuentos góticos (1934), Cuentos de invierno (1942), Últimos cuentos (1957), Anécdotas del destino (1958), y las novelas Memorias de África (1937, llevada al cine por Sydney Pollack), Los vengadores angélicos (1944, con el seudónimo de Pierre Andrézel), y las memorias Sombras en la hierba (1960). Póstumamente aparecieron Ehrengard (1963), Ensayos (1965), Carnaval: Entretenimientos y cuentos póstumos (1977) y Cartas desde África (1981). En homenaje, un asteroide lleva su apellido, y su rostro está en un billete danés.
"Apagá la TV. Prendé la cabeza." En Av. Italia 2700 (Montevideo).
"Hoy hay glamour / hay elegancia / y lo real tiene / otra fragancia." En Av. 18 de julio al 1800 (Montevideo).
"Los maestros mienten. Fuego a la escuela." En Magallanes, esquina Constituyente (Montevideo).
¿Se anima a mandar un telegrama
para dar una buena noticia?
Envíe lo que pueda a: niusleter@niusleter.com.ar
Carta a los políticos, jueces y demás autoridades
Apreciados Señores y
Señoras:
Nosotros somos parte de eso que los medios de comunicación
muy acertadamente han bautizado como “Jóvenes Ocupas”. (Obviamos la K por
respeto a la Real Academia de la Lengua y hacia Uds.) Nosotros somos hijos de
esta ciudad a la que tanto amamos y que Vds. con esfuerzo loable van
convirtiendo en cuna de hermosas tradiciones, crisol de culturas, ejemplo de
civismo, solidaridad y tolerancia.
Nosotros sabemos de la tenacidad que Vds. están poniendo en
resolver los problemas que hoy tiene la ciudadanía. Reconocemos y agradecemos su
abnegada entrega.
Sin embargo, observamos apenados como este su esfuerzo
resulta del todo insuficiente.
Es por ello que hemos decidido (perdonen la palabra) tomar
las riendas de nuestra vida.
Es por ello que hemos decidido (perdonen una vez más)
bajarnos del carro de la opulencia y del consumismo que deja tras de sí una
estela de exclusión y miseria.
Es por ello que queremos colaborar en encontrar soluciones a
problemas que tanto nos afectan.
Es por ello que llenamos de vida espacios abandonados. Es por
ello que ocupamos.
Nosotros sabemos también que son muchas y muy importantes sus
preocupaciones, sabemos que en sus despachos se acumula el trabajo. Es también
por ello que ocupamos, para aliviarles de una parte de la pesada carga. No
queremos que en ello se vea una actitud amenazante, sino bien al contrario, un
espíritu de colaboración social, en ocasiones quizás no exento de cierta torpeza
involuntaria debida sobre todo a nuestra extremada juventud, pero nunca mal
intencionada.
Uds. deben esforzarse en comprender que es el amor el que guía
nuestros pasos.
Nosotros sabemos que Vds. en circunstancias excepcionales apelan a
la ciudadanía para que se movilice en apoyo a la justicia.
Nosotros también queremos apelar a Vds. a la tolerancia, al
civismo.
A Uds. les rogamos encarnizadamente:
No nos desalojen, porque si lo hacen tenemos que parar todas
nuestras actividades, que son muchas, y luego volver a ocupar. Esto nos causa
muchos prejuicios, nos cierra puertas a una colaboración social conveniente y
nos apena muchísimo.
En el caso de que por imperativos legales o cualquier otra razón se
vieran obligados a dictar orden de desalojo, no lo hagan a altas horas tales
como las 7 de la madrugada.
Estamos durmiendo. Por favor, no desalojen en días laborables, aún
queda gente que trabaja y no puede venir a apoyarnos.
Asimismo suplicamos que nos avisen con tiempo para organizar la
resistencia, y en caso de suspensión de una orden se nos comunique a la mayor
brevedad posible, para evitarnos esfuerzos inútiles.
Por último un ruego más. No nos manden tantos efectivos policiales.
Estos producen situaciones tan violentas como innecesarias. Además nos asustan
mucho.
Nosotros, como los peces, queremos vivir, y Uds. deben dejarnos
crecer.
Nada más, reciban nuestro más respetuoso saludo, al tiempo que les
damos las gracias anticipadas por su comprensión.
Jóvenes Ocupas y Desconcertados, por la Tolerancia y el Civismo.
Esta carta, escrita en 1998 con motivo del desalojo de La Vakeria (L'Hospitalet, Barcelona), fue tomada del libro Manual de guerrilla de la comunicación.
Querida/o lector/a:
¿Sería tan amable de reenviar este mensaje a quien ud. considere?
Muchas gracias.
Cariños,
Depto. Pedigüeño
Si desea recibir Ñusleter gratis,
envíenos un mensaje con asunto "Yo También Quiero" a niusleter@niusleter.com.ar
Si no, envíenos un mensaje
con asunto
"Ya Estoy Harto" a
niusleter@niusleter.com.ar
Alfredo Aíta, feliz cumple
Andrés Pezzola, Agustín Valle, Sebastián Alonso, "Ensayos en vivo"
mei
Campa, Chevy, Mancu
La aromática
Carlos Pereiro
Mauroliver
Santiago Sylvester
Daniel Liñares
Nicolás Serruya
Centro Cultural Pachamama
Susana Grimberg
Gabrielbuenosayres
Ana Laura Conde
Carlos Alberto Roldán
Max Goldenberg
Alfredo Lemon
Aldo Vercellino
A quien nos publicó en el Suplemento Sí!
A todos los que nos escribieron por el taller por computadora
Sr. Cartero
La semana pasada estaban fuera de la oficina: María Juliana Fortunato, Acenti, Juan Bonanno, Arwel Rhisiart, Fernando Silva, Sergio Elguezabal, Alejandro Stilman, Maximiliano Tomas, Lucía Vazquez.
~ Algo rico
Recetas por ingredientes y fechas
http://www.recetasdecocina-algorico.com/
~ Noches Merlo
Blog de literatura trasnochada
http://www.nochesmerlo.blogspot.com/
~ Terra Austral
Poetas de Rosario
~ ¿Cuándo un amor se vuelve imposible? (Dé un ejemplo)
Nuestro amor se volvió imposible el día que
descubrí que no eras quien yo había soñado. Que tus parlamentos por una lucha de
igualdad, justicia y orden eran tan solo eso: Palabras.
Imposible seguir amándote desde mi inocencia que, a mis años, ya se llama
estupidez.
Imposible seguir amándote cuando descubrí que la codicia reemplazó a tus
ideales.
Imposible seguir amándote cuando te volviste inmensamente rico y te olvidaste de
lo que habías pregonado a quien quisiera oirlo: que eras el paladín de los
derechos de la gente.
Imposible seguir amándote cuando ya no sos más aquel que - tonta y mil veces
tonta - yo misma fabriqué.
Marta
Cuando el caradura no deja escote que le pase cerca sin mirar, una se da cuenta
que con tipos así todo amor se vuelve im-po-si-ble.
M.
Cuando uno sabe que no está a la altura de sus merecimientos, y que todo
esfuerzo que realice será en vano… a pesar de eso un hombre digno no puede menos
que intentarlo aún sabiendo su inutilidad. Este amor que nos hace desdichado es
el que nos hace mejor, una vez que uno ha renunciado a la mujer más hermosa, ya
nunca más padecerá decepciones amorosas…
JRD
Un amor se vuelve imposible cuando:
-tiene mas de 31 años
-está casado
-tiene hijos
-conductas sexuales dudosas
-simplemente no te da cabida.
Sole B.
Cuando alguno del los integrantes de la pareja (consumada o no) no es parte de las cadenas de asociaciones libres del otro. ¿Hace falta dar un ejemplo?
Ruth Gabe
un amor se vuelve imposible cuando a pesar de saber qué es lo no indicado para
alcanzar ese amor, igualmente lo hacés.
Lourdes
un amor se vuelve imposible cuando el incopente de dios hizo una mitad
equivocada para alguna de las partes. Ejemplo: el amor de mariana es hugo, el
amor de hugo es irene, alguien la pifió nte no te da cabida.
Sole B.
Cuando alguno del los integrantes de la pareja (consumada o no) no es parte de las cadenas de asociaciones libres del otro. ¿Hace falta dar un ejemplo?
Ruth Gabe
un amor se vuelve imposible cuando a pesar de saber qué es lo no indicado para
alcanzar ese amor, igualmente lo hacés.
Lourdes
un amor se vuelve imposible cuando el incopente de dios hizo una mitad
equivocada para alguna de las partes. Ejemplo: el amor de mariana es hugo, el
amor de hugo es irene, alguien la pifió ahí, todo culpa de dios.
Mariana K.
Al respecto, creo, que el amor no se vuelve imposible. Se vuelve imposible, el
estar junto a la persona que se ama.
Silca
~ Escríbale cuarenta palabras a un amor imposible.
Cómo vas enamorarte de mí. Nada tengo que puedas querer. Me das tanto y no puedo
sino admirarte. No sirvo ni soy. Me anulo frente a vos. Soy tonto e ignorante.
Sordo y ciego. Nada puedo mostrarte. ¿Qué me falta?
Ruth Gabe
Como sos imposible ni te merecerías que pierda tiempo con vos, pero como me
quedan veinticinco palabras para expresarte todo lo que pasa, uia, ahora quedan
solamente
trece palabras!!esta bien, voy a tratar de ser directa y concisa...te....(fin)
Sole B.
Le diría: probame, probame, probame, probame, probame probame, probame,
probame,probame, probame, probame, probame, probame probame, probame, probame,
probame,probame
JRD
ÑUSLETER las 24 hs en:
http://www.niusleter.com.ar