Ñ u s l e t e r

 

-mensaje intimidatorio de literatura-

 

# 170

 


 

"Bajo los pinos interrogo

    al pequeño criado:

Responde que fuiste a recoger

    hierbas silvestres

Y debes hallarte en alguna parte

    allende los cerros;

La niebla es densa,

    él no sabría

      dónde encontrarte"

Chiao Tao

 

"En la trilla de un tren que nunca se detiene
En la estela de un barco que naufraga
En una olilla, que se desvanece
En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones
Hay Cadáveres

En las redes de los pescadores
En el tropiezo de los cangrejales
En la del pelo que se toma
Con un prendedorcito descolgado
Hay Cadáveres

En lo preciso de esta ausencia
En lo que raya esa palabra
En su divina presencia
Comandante, en su raya
Hay Cadáveres

 

..." 

Néstor Perlongher

 


 

ÍNDICE

 

PROSA | El cavador | Samantha Schweblin |  
DEFINICIÓN | Vertical |
ÑUSLETER en VIVO | Huevo |
AGRADECIMIENTOS
ENCUESTA

POEMAS | El helicóptero | Gonzalo Rojas |  
ENLACES | Favoritos | Latina |
SUSCRIPCIONES  

CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar | 

 

Ñusleter 24hs

 


 

PROSA

 

El cavador

 

Necesitaba descansar, así que alquilé una casona en un pueblo de la costa, lejos de la ciudad. Cuando iba llegando, los pastizales me impidieron seguir en auto; me bajé, tomé lo imprescindible y continué a pie. Oscurecía y, aunque no se veía el mar, podía escuchar las olas alcanzar la orilla. Ya estaba cerca de la casa cuando tropecé con algo.

–¿Es usted?

Retrocedí asustado.

–¿Es usted, don? –un hombre se incorporó con dificultad–. No desperdicié ni un solo día, eh... Se lo juro por mi mismísima madre...

Hablaba apurado; estiró las arrugas de la ropa y se acomodó el pelo.

–Pasa que justo anoche... Imagínese, don, que estando tan cerca no iba a dejar las cosas para el otro día. Venga, venga –dijo, y se metió en un pozo que había entre los yuyales, a sólo un paso de donde nos encontrábamos.

Me agaché y asomé la cabeza. El agujero medía más de un metro de diámetro y adentro no se alcanzaba a ver nada. ¿Para quién trabajaría un obrero que no reconocía ni a su propio capataz? ¿Qué andaría buscando para cavar tan profundo?

–Don, ¿baja?

–Creo que se equivoca –dije.

–¿Qué?

Le dije que no bajaría y, como no contestó, me fui para la casa. Recién cuando llegué a las escaleras de entrada escuché un lejano muy bien, don, como usted diga.

A la mañana siguiente salí a buscar el equipaje que había dejado en el auto. Sentado en la galería de la casa, el hombre cabeceaba vencido por el sueño y sujetaba entre las rodillas una pala oxidada. Al verme la dejó y se apresuró a alcanzarme. Cargó lo más pesado y, señalando unos paquetes, preguntó si eran parte del plan.

–Primero necesito organizarme –dije y, al llegar a la puerta, le quité lo que cargaba para evitar que entrara a la casa.

–Sí, sí, don. Como usted diga.

Entré. Desde las ventanas de la cocina vi la playa. Apenas había algunas olas, el mar estaba ideal para nadar. Crucé la cocina y espié por la ventana del frente: el hombre seguía ahí. De a ratos miraba hacia el pozo y de a ratos estudiaba el cielo. Cuando salí, corrigió la postura y me saludó respetuoso.

–¿Qué hacemos, don?

Me di cuenta de que un gesto mío hubiera bastado para que el hombre se echara a correr hacia el pozo y se pusiera a cavar. Miré hacia los pastizales, en dirección al pozo.

–¿Cuánto cree usted que falte?

–Poco, don, muy poco...

–¿Cuánto es poco para usted?

–Poco... no sabría decirle.

–¿Cree que pueda terminar esta noche?

–No puedo asegurarle nada... usted sabe: esto no depende sólo de mí.

–Bueno, si tanto quiere hacerlo, hágalo.

–Délo por hecho, don.

Vi al hombre tomar la pala, bajar los escalones de la casa hasta el pastizal y perderse en el pozo.

Más tarde fui al pueblo. Era una mañana de sol y quería comprar un short de baño para aprovechar el mar; a fin de cuentas, no tenía por qué preocuparme por un hombre que cavaba un pozo en una casa que no me pertenecía. Entré a la única tienda que encontré abierta. Cuando el empleado estaba envolviendo mi compra, preguntó:

–¿Y cómo va su cavador?

Me quedé unos segundos en silencio, esperando quizá que algún otro contestase.

–¿Mi cavador?

Me alcanzó la bolsa.

–Sí, su cavador...

Le extendí el dinero y miré al hombre, extrañado; antes de irme no pude evitar preguntarle:

–¿Cómo sabe del cavador?

–¿Que cómo sé del cavador? –dijo, como si no me comprendiese.

Volví a la casa y el cavador, que esperaba dormido en la galería, se despertó en cuanto abrí la puerta.

–Don –dijo poniéndose de pie–, hubo grandes avances, puede que estemos cada vez más cerca...

–Pienso bajar a la playa antes de que oscurezca.

No recuerdo por qué me había parecido una buena idea decírselo. Pero ahí estaba él, feliz por el comentario y dispuesto a acompañarme. Esperó afuera a que me cambiara y un poco más tarde caminábamos hacia el mar.

–¿No hay problema en que deje el pozo? –pregunté.

El cavador se detuvo.

–¿Prefiere que vuelva?

–No, no, le pregunto.

–Pero cualquier cosa que pase... –amagó con volver– sería terrible, don.

–¿Terrible? ¿Qué puede pasar?

–Hay que seguir cavando.

–¿Por qué?

Miró el cielo y no contestó. 

[...]

 

Siga cavando acá.


Samantha Schweblin nació en 1978. Es argentina, tiene publicado un libro de cuentos: El núcleo del disturbio (2002). Este cuento figura en la antología La joven guardia.

a Tope | 24hs


 

DEFINICIÓN

 

VERTICALIDAD: "Convivamos en la mayor camaradería y francachela", nos exhortó nuestro jefe, "manteniendo, eso sí, el principio de verticalidad". (Ursino, Tamaña realidad.)

 

VERTICALIZAR: Imponer, o acatar cuando se usa en reflexivo, el mando de los superiores jerárquicos. "A la llegada de nuestro representante Saporiti, los efectivos se habían verticalizado." (El Gran Rotativo del Aire, Salta, 1987.)

 

Adolfo Bioy Casares, Diccionario del argentino exquisito.

 


 

ENCUESTA

 

¿Qué tres trabajos le daría a un policía exonerado (para que se entretenga y no siga haciendo lo que hacía)?

 

Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar

 


 

POEMAS

 

El helicóptero

Ahí anda de nuevo el helicóptero dándole vueltas y vueltas a la casa,
horas y horas, no para nunca
el asedio, ahí anda
todavía entre las nubes el moscardón con esa orden
de lo alto gira que gira olfateándonos
hasta la muerte.

Lo indaga todo desde arriba, lo escruta todo hasta el polvo con sus antenas
minuciosas, apunta el nombre de cada uno, el instante
que entramos a la habitación, los pasos
en lo más oscuro del pensamiento, tira la red,
la recoge con los pescados aleteantes, nos paraliza.

Máquina carnicera cuyos élitros nos persiguen hasta después
que caemos, máquina sucia,
madre de los cuervos delatores, no hay abismo
comparable a esta patria hueca, a este asco
de cielo con este cóndor venenoso, a este asco de aire
apestado por el zumbido del miedo, a este asco
de vivir así en la trampa
de este tableteo de lata, entre lo turbio
del ruido y lo viscoso.

 

 

Gonzalo Rojas (Chile, 1917). Entre otros trabajos, fue consejero cultural de la embajada chilena en Pekín, durante el gobierno de Salvador Allende. Algunos títulos: Contra la muerte (1964); Transtierro (1977); Críptico y otros poemas (1980); Del relámpago (1981); 50 poemas (1982); El alumbrado y otros poemas (1987); Esquizotexto y otros poemas (1988); Desocupado lector (1990); Zumbido; Las hermosas (1991); Cinco visiones (1992); Carta a Huidobro y Morbo y aura del mal (1994); Río Turbio (1996); 80 veces nadie (1997); Diálogo con Ovidio (1999); Qué se ama cuando se ama (2000) y Réquiem de la mariposa (2001).

 

a Tope | 24hs

 

 


 

ÑUSLETER en VIVO

 

"Estaré fuera del trabajo por un tiempo delicioso." 

 

Leer y escribir por placer.

Taller literario.

 

Descansan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

 

Para más información: 
O bien:
niusleter@niusleter.com.ar (Asunto: Taller literario).

 


 

AGRADECIMIENTOS

 

Lalo Aíta

mei

Mariano y Eneas Carrara
Chevy Pérez
Javier Adúriz

Ernesto Carrodeguas

Gustavo Zanella

Pilar Lagos

Daniel Liñares

A quienes escriben con buenas energías.

A las felices vacaciones.

 

a Tope | 24hs


 

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