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l
n u s
é t e r
-alianza de literatura-
# 167
La
boda
Los invitados que llegaron con la debida puntualidad pudieron
ver cómo dos hombres de alguna edad, caminando de espaldas al atrio y viniendo
del altar, desenvolvían de un enorme carrete dos cintas blancas que colocaban
sobre los espaldares de los asientos situados junto a la senda nupcial. Los que
no llegaron con la debida puntualidad vieron las cintas ya colocadas. También,
la gran alfombra roja. A una señal, el altar se iluminó, mientras el pie
derecho de la novia penetraba en el templo. Cuando el extremo de la cola de su
vestido tocó justo el sitio donde su pie derecho había marcado una levísima
huella, se pudo observar que dejaba atrás treinta cabezas de águila que
formaban el tope de otras tantas columnas situadas en el atrio. Así que una vez
llegada la novia ante el oficiante, el extremo de su cola vino a quedar separado
de su cuerpo por una distancia de treinta cabezas de águila. Claro que la
distancia parecía un tanto mayor a causa del ángulo que se formaba de los
hombros al suelo. Pero no era tan agudo como para que se le considerase capaz de
producir una sensación de ostensible malestar físico. El piso, de mármol,
estaba un poco manchado. También, las cintas limitadoras dejaban ver un pequeño
ángulo por el vacío existente entre asiento y asiento. Pero ya la novia
iniciaba la salida apoyando suavemente su pie izquierdo en el primer peldaño
de la graciosa escalinata que conducía hasta el altar. De modo que, a causa del
paso dado por su pie derecho, el extremo de la cola avanzó un tanto en dirección
al altar. Igualmente, por efecto de su cuerpo al volverse hacia la concurrencia,
parte de la cola que arrancaba de los hombros enrollóse sobre la espalda y en
su parte izquierda. Entonces fue descendiendo pausadamente los peldaños
de la alfombra roja. También el piso de la senda estaba un poco manchado. Ya se
acercaba al punto donde el extremo de la cola se abandonaba como un animal
echado. Al coincidir con ésta, hizo un ligerísimo movimiento desarrollado de
abajo arriba, esto es, de su talle a sus hombros, y el extremo de la cola
respondió con un breve funcionamiento, pero tan afinado que permitió al pie
derecho pasar sin fatiga alguna. Desde este momento la cola fue perdiendo su
inclinación y comenzó a seguir a la novia. Ésta ya daba su último paso con
el pie derecho sobre la alfombra roja, y su cuerpo, perdiéndose en la caja del
coche, indicaba claramente que la boda había terminado."
Virgilio Piñera
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Había terminado la boda. El rabino se dejó caer en el sillón. Luego salió de la estancia y vio las mesas colocadas a lo largo del patio en toda su longitud. Había tantas, que la cola incluso asomaba, por la puerta a la calle del Hospital. Las mesas, cubiertas de terciopelo, zigzagueaban por el patio cual serpientes cuyas panzas hubieran sido remendadas con retales de todos los colores y cantaran con las graves voces de sus remiendos de terciopelo anaranjado y rojo.
Las habitaciones habían sido convertidas en cocina. Por las ahumadas puertas asomaban robustas llamaradas, borrachas y regordetas. Sus humeantes irradiaciones recocían los rostros de las viejas, las temblequeantes barbillas de las mujeres y sus mugrientos pechos. El sudor, rosado como la sangre, rosado como la baba del perro rabioso, contorneaba aquellos pechos de abultada y dulcemente fétida carne humana. Tres cocineras, aparte las fregonas, preparaban la cena de boda. Reinaba sobre ellas la vieja Reisl, de ochenta años, tan tradicional como los rollos de la Torá, diminuta y gibosa.
Antes de la cena, se coló en el patio un joven a quien los invitados no conocían. Preguntó por Benia Krik, y le llevó aparte.
–Oídme, Rey –dijo el joven–, vengo a deciros unas palabras. Me envía la tía Jana de Kostetska...
–Está bien, de acuerdo –respondió Benia Krik, apodado "el Rey"–. ¿Qué palabras son ésas?
–Ayer llegó a la comisaría el nuevo jefe, la tía Jana me manda a decíroslo...
–Lo supe anteayer –respondió Benia Krik. –Prosigue.
–El comisario reunió a su gente y pronunció un discurso...
–La escoba nueva es la que mejor barre –respondió Benia Krik–. Quiere hacer una redada. Continúa... .
–¿Sabe usted, Rey, cuándo será esa redada?
–Será mañana.
–No, Rey, será hoy.
–¿Quién te lo ha dicho, muchacho?
–Lo dice la tía Jana. ¿Conoce usted a la tía Jana?
–La conozco. Prosigue.
–...El comisario reunió a su gente y pronunció un discurso. "Tenemos que ahogar a Benia Krik –dijo– porque donde está Su Majestad el Emperador no puede haber otros Reyes. Hoy casa Krik a su hermana y todos estarán allí; hoy pues, hay que dar la batida..."
–Prosigue.
–Entonces, los de la bofia empezaron a asustarse. Dijeron: si hacemos la redada hoy que están de fiesta, Benia se enfurecerá y correrá mucha sangre. El comisario dijo: mi amor propio es más importante...
–Bien, vete –respondió el Rey.
–¿Qué le digo a la tía Jana acerca de la redada?
–Dile que Benia ya lo sabe.
El joven se marchó. Tres amigos de Benia le siguieron. Prometieron volver al cabo de media hora, y al cabo de media hora volvieron. Eso fue todo.
Los asientos de la mesa no se habían distribuido a tenor de la edad. La estúpida vejez no es más digna de compasión que la pusilánime juventud. Tampoco se había tenido en cuenta la riqueza. El forro de una pesada bolsa está cosido con lágrimas.
El novio y la novia ocupaban los primeros puestos en la mesa. Era su día. En el segundo lugar sentábase Sender Eichbaum, suegro del Rey. Era su derecho. Conviene conocer la historia de Sender Eichbaum porque no es una historia cualquiera.
¿Cómo Benia Krik, bandido y rey de bandidos, consiguió convertirse en yerno de Eichbaum? ¿Cómo llegó a yerno, de un hombre que poseía nada menos que sesenta vacas lecheras? Todo ocurrió en un asalto. Benia había escrito a Eichbaum –ahora hará un año– una carta.
Moshe Eichbaum, le ruego que mañana por la mañana deposite veinte mil rublos bajo la puerta de la casa número 17 de la calle Sofía. Si no lo hace, le espera algo inaudito y toda Odessa hablará de usted.
Con respeto,
BENIA EL REY
Tres cartas, a cual más diáfana, quedaron sin respuesta. Entonces, Benia tomó sus medidas. Por la noche se presentaron nueve hombres con sendos palos largos. Los palos estaban envueltos en estopa embreada. Nueve ardientes estrellas se encendieron en el corral de Eichbaum. Benia rompió la cerradura del establo y empezó a sacar las vacas una a una. Las esperaba un joven con un cuchillo. De un solo golpe derribaba la vaca y le hundía el cuchillo en el corazón. Las antorchas florecían como rosas de fuego sobre la tierra empapada de sangre, retumbaban los disparos. Benia ahuyentaba a tiros a las vaqueras que acudían corriendo al establo. Imitando el ejemplo, otros asaltantes comenzaron a disparar al aire, pues de no haberlo hecho al aire habrían podido matar a una persona. Y he aquí que cuando la sexta vaca caía con agónico mugido a los pies del Rey, entró corriendo en el patio Eichbaum, en calzoncillos, y preguntó:
–¿Qué sacas con eso, Benia?
–Si yo no tengo el dinero, usted no tendrá las vacas, moshe Eichbaum. Como dos y dos son cuatro.
–Entra en la estancia, Benia.
En el aposento, llegaron a un acuerdo. Se repartieron, mitad por mitad, las vacas sacrificadas, se garantizó la intangibilidad de Eichbaum y se le entregó un certificado con el correspondiente sello. Pero el milagro ocurrió después.
Aquella noche tempestuosa, durante el asalto cuando mugían las acuchilladas vacas y resbalaban los terneros en la sangre de sus madres, cuando las antorchas bailaban cual negras doncellas y las ordeñadoras chillaban y se agitaban bajo los benévolos cañones de las browning, en aquella tormentosa noche salió corriendo al patio la hija del Anciano Eichbaum, Tsilia, en camisa de ancho escote. Y la victoria del Rey se convirtió en derrota.
Dos días después, sin previo aviso, Benia devolvió a Eichbaum todo el dinero que le había quitado. Luego, por la noche, fue a visitarlo. Vestía un traje anaranjado, y bajo el puño de su camisa resplandecía un brazalete de brillantes. Entró en la habitación, saludó y pidió a Eichbaum la mano de su hija Tsilia. El anciano sufrió un ligero ataque, pero se repuso. Todavía le quedaban al viejo unos veinte años de vida.
–Escuche, Eichbaum –dijo el Rey–, cuando usted muera le enterraré en el mejor cementerio hebreo, junto a la misma puerta. Y le levantaré a usted, Eichbaum, un monumento en mármol rosa. Le convertiré en jefe de la sinagoga de Brodi. Abandonaré mis ocupaciones, específicas, Eichbaum, y me asociaré a su negocio. Tendremos doscientas vacas, Eichbaum. Mataré a todos los lecheros excepto a usted. No habrá ladrón que ponga el pie en la calle donde usted viva. Le construiré un chalé en la estación dieciséis... y recuerde, Eichbaum: tampoco usted era rabino en su juventud. No hablemos ahora, en voz alta, de quién falsificó el acta. Y su yerno será el Rey, no un mocoso, sino el Rey, Eichbaum...
Se salió con la suya Benia Krik, porque era impetuoso, y el ímpetu domina el mundo. Los recién casados pasaron tres meses en la rica Besarabia, entre viñedos, con abundante comida y amoroso sudor.
Luego Benia volvió a Odessa para casar a su hermana Dvoíra, cuarentona que padecía la enfermedad de Basedow. Ahora, pues, después de contar la historia de Sender Eichbaum, podemos volver a la boda de Dvoíra Krik, la hermana del Rey. [...]
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Isaak Babel nació en Odessa, en 1894. Hijo de un comerciante israelita, fue educado en una tradición triple: hebraica, rusa y occidental. A los quince, tradujo a Maupassant. En 1915 se trasladó a San Petersburgo donde Máximo Gorki lo alentó a publicar sus primeros cuentos en la revista Letopis. En la Revolución de Octubre se alistó en el ejército rojo participando activamente en la guerra civil. Luego trabajó como periodista en Tiflis y más tarde como tipógrafo en Odessa. A partir de 1923, comenzaron a publicarse sus obras en las revistas literarias que dirigían Mayakovski y Voronski. Además, de sus novelas (Ocaso e Historia de mi palomar), los Cuentos de Odessa y los de Caballería roja, escribió un guión cinematográfico y dos obras de teatro. El 15 de mayo de 1939 fue detenido por la policía de Stalin y murió en fecha incierta en un campo de concentración.
"Tus ojos me mienten cuando dicen que no estás." En Charcas y Aráoz, sobre la persiana azul de un supermercado.
"María: Estás re buena. José Luis." En Álvarez Thomas al 200.
"Este verano te mato." En Álvarez Thomas al 100, mano derecha como vienen los autos.
"Pao: No se acaba el amor sólo porque no estás." En Niceta Vega, casi esquina Serrano.
Una anécdota de casamiento (en 80 palabras).
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
Se busca velero para taller literario.
Cocina funcionando y tripulación mínima.
Temporada 2007
Encuentros de leer y escribir,
en persona y en la red.
Giran: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más información:
O bien:
niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller literario).
Anahí y Martín, felicidades
Niki y Jenny, felicitaciones (muy lindo todo).
Flia. Scarinzi
mei
Gabi Díaz Velar
Lalo Aíta
Mechi Otero
Santiago Sylvester
Fede Merea
Carlos Pereiro
Fabián Casas
Fabián Preciado
Campa, Chevy, Mancu, Fede Venta, Luco, Negro.
Tomy Lucadamo, tu aporte nos salvó el pellejo.
Carlos Ardohain,
Santiago Kde, Fernando Vallejos, Claudia Bevacqua, Natalia Ibarra, Anía Sambuco,
Mariana Pereiro, Ramón Peralta, Carlos Alberto Roldán, Susana Santamarina
Ariel Grun
Liliana Colecchia y todos en la Biblioteca Gálvez
César Fernández, qué sonido
A las parejas
A solas y a solos
A todas las personas que vinieron a la fiesta y aportaron sus buenas vibraciones para que la pasáramos genial
La
fiesta de las arañas
¿Ah sí, te has despertado?
una mañana prodigiosa abre de par en par las ventanas
el último árbol de la noche ha dejado una huella
sobre la piel de tu frente.
Sí, te has despertado
agitando tu manto de telarañas de sueño
ahuyentaste el tropel de ratas ciegas
que te roían dormida.
Ya estás despierta, ¿adonde vas ahora?
abandonas tu riqueza nocturna por el gran vacío del día
y con la pálida debilidad construyes tu marcha sin objeto.
Ya estás despierta, subamos
por la angosta escalera hasta el confín del tiempo
para sorprender allí a los minutos perdidos
fugados de la vida.
No
un brusco desaliento te detiene
frente al espacio sin cielo donde nieblas aterradas
con inexplicable dulzura
transforman en viento a los que avanzan.
Algas marinas de la esperanza
horas inútiles se ocultan tras la puerta dorada
las palabras se encadenan a un profundo secreto
el diamante del desaliento brilla hacia adentro
los que se atreven a sonreír pierden su lugar en el mundo.
¿Adonde vas sin mí? buscas tu fiesta única
tu borrachera de signos y cataratas
tu jaula de libertad
donde amigos desconocidos beben tus gestos líquidos
y el veneno te mira con ojos fosforescentes.
Prepárate para tu fiesta
la fiesta de las manos que se resquebrajan
la fiesta del sudor de los crujidos
allí donde el letargo de tu carne
se precipita en una oscura danza.
Tu fiesta es la fiesta de las arañas
que devoran ferozmente tu riqueza nocturna
para alimentar su miseria inagotable
allí sumergida en un olvido sin límites
comprarás motivos para tu risa
comprarás estruendo para llenar tu silencio.
Aldo Pellegrini (Rosario, 1903-1973) fue uno de los difusores del movimiento surrealista en Argentina, a través de las revistas Qué (1928-1930), Ciclo (1948-1949) y A partir de cero (1952-1953). En Estados Unidos y Francia, conoció directamente a Bretón, Péret y otros poetas surrealistas. Es autor de estos libros de poemas: El muro secreto (1949), La valija de fuego (1952), Construcción de la destrucción (1957), Distribución del silencio (1966) y Escrito para nadie (1973). Además de poeta, ensayista y crítico de arte, era médico. También se ocupó de compilar: Antología de la poesía surrealista de lengua francesa (1961), Antología de la poesía viva latinoamericana (1966).
¿Qué está bueno y qué cambiaría de Ñusléter?
Mil gracias, Diana Cegelnicki, Lulita, Julián López, Sebastián Pichetti y a quienes dejaron en los buzones de la fiesta sus valiosas opiniones, sugerencias y aportes para Ñusléter.
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