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n l e
t e r
-criminal literario-
# 160
"No te diré cómo fui hundiéndome, día tras día, entre los hombres perdidos, ladrones y asesinos y mujeres que tienen la piel del rostro más áspero que cal agrietada. A veces, cuando reconsidero la latitud a que he llegado, siento que en mi cerebro se mueven grandes lienzos de sombra, camino como un sonámbulo y el proceso de mi descomposición me parece engastado en la arquitectura de un sueño que nunca ocurrió." Roberto Arlt
CUALQUIERA | En la puerta de la cueva |
DEFINICIÓN | Achurar |
ÑUSLETER en VIVO | Hechos |
PROSA | El asesinato del cartero Farbos | Carlos Cúneo | Abel González |
ETIMOLOGÍA | Delito |
GRAFFITTI
ENLACES | Lunfardo
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En la puerta de la cueva
Penetrar en la vida de un pícaro, aquí en Buenos Aires, o, mejor dicho, en lo que en lenguaje de ladrones y gente maleante se llama mundo lunfardo, es tan difícil como escribir en el aire.
Ellos
Entre los lunfardos hay cinco grandes
familias: los punguistas, o limpiabolsillos; los escruchantes, o
abridores de puertas; los que dan la caramayolí o la biaba, o sea
los asaltantes; los que cuentan el cuento, o hacen el scruscho,
vulgarmente llamados estafadores, y, finalmente, los que reúnen en su honorable
persona las habilidades de cada especie: estos estuches son conocidos por de
las cuatro armas.
Más vale toparse con el diablo que con uno de estos príncipes
de la uña, de los cuales Buenos Aires cuenta más de un ejemplar.
Ellos son, generalmente, los que educan y forman los
muchachos, esmerándose en aquellos que revelan mejores facultades: son los
que dirigen los golpes de importancia; los que dan el cebo, o sea
el dinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso se precisa plata,
dada la situación a que ha llegado el mundo; en fin, son los grandes dignatarios
de su orden. Cada especie tiene su fisonomía especial, sus costumbres propias y
su manera de ejecutar un trabajo, por más que todas tengan siempre un punto de
contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario de sí mismo.
Estas lecturas pertenecen al libro Memorias de un vigilante (1897) de Fray Mocho.
ACHURAR, Quitar las achuras de una res.
Folkloredelnorte A: [...] saben del uso del cuchillo si hay que cortar
cuero para trenzar cuerear o achurar un vacuno o un cordero para comer o bien
moldear un palo para alguna necesidad.
2. fíg. coloq. Matar, por lo común con arma blanca.
R.J. Payró, Casamiento, 1920, 13: ¿Cómo puede vivir esta pobre mujer, en
tanta soledad?, pensé. Los perros no bastan para cuidarla, porque cualquier
malevo los achura.
Del Diccionario del habla de los argentinos.
En 60 palabras, ¿se anima a cometer un crimen?
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
Se levanta del catre Florián y del cajón de la cómoda cacha el bufoso. Sale de la pensión calzado, sin ánimo de usarla, a no ser que la cosa se complique. Antes de llegar al lugar señalado, tendrá que juntarse con Garófalo y el Rata para que le den las instrucciones. Si no la pifia, a eso de las cinco estará mateando en su cama; bajo el colchón, ya escondidos, los fajos de billetes.
¿Qué va a hacer? Taller Literario.
Encuentros de leer y escribir.
Planifican: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más información:
O bien:
niusleter@niusleter.com.ar
(Asunto: Taller literario).
El asesinato del cartero Farbos
El agente de policía Jesús Ramírez tenía dos condiciones que
eran reconocidas por sus amigos y superiores: la de ser un buen padre de familia
y un hombre valeroso. Sin embargo, esta última de sus virtudes —aunque no es
para menos— flaqueó un tanto la noche del sábado 22 de abril de 1894. Ese día, a
eso de las 23, el templado vigilante de la comisaría 5° se topó con un macabro
hallazgo que le impediría descansar y conciliar el sueño por espacio de mucho
tiempo. Algunos años después, Ramírez recordó esa noche de la siguiente manera:
“Cuando vi lo que contenía el paquete me quedé paralizado de terror y de
repugnancia. Durante un largo rato me quedé sin habla, parado en la esquina sin
saber qué hacer; recobrarme de esa impresión me costó meses y meses. Aun hoy,
que pasaron ya 40 años, suelo acordarme con miedo de aquella noche. Pienso,
ahora, que en aquel instante estuve a punto de volverme loco, de perder el
juicio para siempre”. ¿Qué ocurrió la noche memorada por Ramírez para que se
produjera en su ánimo, acostumbrado a tutearse con el peligro, una sensación tan
vívida, capaz de perdurar cuarenta años después? Quizá sea mejor remitirnos a
los diarios de la época en procura de una respuesta.
Leemos en uno de ellos: “En la noche del sábado 22, siendo
aproximadamente las 11 horas, se acercó una persona al agente de la sección 5°
Jesús Ramírez que se hallaba de facción en la esquina de Montevideo y Cuyo y le
hizo notar que enfrente de un edificio en construcción situado en la calle
Montevideo entre Cuyo y Corrientes, a la mitad de cuadra, se encontraba bajo el
cordón de la vereda un envoltorio que no sabía qué contendría. El agente, en
compañía de dicha persona se dirigió a aquel sitio y revisó el envoltorio. Este
estaba formado de dos almohadas, una de lana y la otra de plumas y un almohadón,
un calzoncillo, una funda de sofá, una camiseta y una revista de cocina y
envuelto entre todos estos objetos con algunos trapos, algo que en los primeros
momentos no supieron definir qué sería.
“El agente Ramírez tocó llamada de oficial y se puso a
revisar aquel objeto que resultó ser la caja del cuerpo de un hombre, a la que
le faltaba la cabeza, los brazos y las piernas, cortadas en sus nacimientos. El
agente tocó aquel cuerpo, notando que aún se encontraba caliente, lo que
demostraba que no hacía mucho tiempo que el crimen se había cometido” . El
comisario Juárez, de la seccional 5°, acompañado por algunos de sus hombres se
trasladó hasta el sitio del hallazgo, donde procedió a reconocer los restos
encontrados. Supuso, en un primer momento, que se trataba de una broma de
algunos estudiantes de medicina, que —para asustar al agente de facción— habían
arrojado en ese lugar un cadáver proveniente de alguna sala de disección. Se
basaba en el hecho, para emitir ese juicio, de que en el lugar del encuentro
existían varias casas de estudiantes, cuyos moradores, ya en otras
oportunidades, habían dado trabajo a la policía con sus ocurrencias. Con todo,
algo debió haber sospechado el funcionario, pues ordenó a uno de sus ayudantes
que diera cuenta del hecho al general Manuel J. Campos, quien ocupaba —por
entonces— el cargo de jefe de policía.
Trasladado el tronco descuartizado a la comisaría 5° para que
fuera examinado por el médico legista, doctor Soage, pudo establecerse que “se
notaba en aquellos restos muy pocos rastros de sangre, lo que se explica porque
el criminal ha tenido la precaución de ponerle al cuerpo, en las extremidades,
sal gruesa y aserrín para evitar la salida de la sangre que podía ser un
inconveniente al transportarlo al sitio donde lo ha dejado. El cuerpo no
presentaba un solo rasguño, lo que hace suponer que la víctima ha sido
degollada, procediendo después el o los criminales a la horrible operación de
separar del tronco la cabeza, los brazos y las piernas”. No se trataba, en
consecuencia, de una simple broma de estudiantes de medicina, sino un terrible
homicidio, que terminó por captar la atención de toda la ciudad.
El héroe del momento -aunque su gloria acabara por ser bastante efímera- fue el señor Eduardo Thwaites, descubridor del cuerpo. Los periodistas y los autores de folletines lo acosaron a preguntas, pues de acuerdo con sus primeras declaraciones, él había visto al asesino en el momento de librarse del cadáver y podía ser, por esa misma circunstancia, un personaje clave en el esclarecimiento del crimen. Un conocido folletinista de la época, maestro de las novelitas por entrega, le arrancó las siguientes declaraciones que -entre uno que otro detalle cierto- almacenaban una fuerte dosis de imaginación febril. De cualquier manera, puede resultar interesante cotejar las declaraciones de Thwaites con lo ocurrido en la realidad. “Al llegar a la calle Montevideo -asegura- vi que la persona que iba delante mío por Corrientes, llevando a cuestas un pesado bulto, se detenía para observar cuidadosamente alrededor suyo. No debió haberme visto, ya que se alejó a toda carrera por Montevideo hacia Cuyo. Cuando llegó a mitad de cuadra tiró el paquete contra la tapia de zinc del edificio de los Spinetto y le aplicó después dos fuertes patadas, tras lo cual desanduvo su camino despaciosamente y mirando para atrás, a efectos de vigilar los movimientos del agente de policía que estaba en Cuyo y Montevideo. A mí me pareció extraño su proceder y me oculté en un zaguán para que el hombre, al pasar necesariamente por mi lado, pues yo lo había seguido con precaución, no me viera y se alertara. Aunque había poca luz pude distinguirlo perfectamente: era muy bajo y deforme, mediría apenas un metro y cincuenta; su cara estaba cubierta por una barba espesa y negra; la nariz aguileña se destacaba mucho de la cara y sus brazos eran larguísimos y las manos potentes. Vestía traje negro, pañuelo rojo al cuello y amplio sombrero de mosquetero". [...]
¿Cómo sigue el caso?
Carlos Cúneo
y Abel González escribieron juntos el volumen
La delincuencia para la colección "La Historia Popular / Vida y milagros de
nuestro pueblo", publicada por el Centro Editor de América Latina.
DELITO, 1301. Tomado del latín
delictum ídem, propiamente participio de delinquere 'faltar', 'cometer una
falta', derivo de linquere 'dejar'.
DERIVADOS. Delictivo. Delictuoso. Delinquir, 1423, de dicho delinquere;
delincuente, 1449, del participio activo del mismo verbo; delincuencia. Deliquio
'desmayo, desfallecimiento', 1616. tomado del latín delíquium 'falta, ausencia',
derivo de delinquere (el significado se ha alterado recientemente por influjo de
delicia).STO.
Mu.
"Si las chusmas fueran flores, el barrio sería
un jardín". Lo vio Violeta en la
esquina de Revoredo y Río de Janeiro (Castelar).
"ZERDA CORNUDO. HILDA ES NUESTRA". En el exterior de un coche furgón, vías del ferrocarril Sarmiento (castelar), que lo mandó Anía.
"Morimos de pie".
En Ensenada y Luis María Campos (Avellaneda).
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Los Patitos
mei
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