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-gaceta vendepatria de divulgación literaria-

 

# 156

 

 


 

"Vivimos en un tiempo muy, muy ingenuo. Por ejemplo, las personas compran productos cuya excelencia es anunciada por los mismos que los venden. Eso me parece una prueba de ingenuidad." Jorge Luis Borges

 


 

ÍNDICE

 

PROSA | Cómo se vende un presidente | Joe McGinnis |  
DEFINICIÓN | Circo |
RESPUESTAS
ÑUSLETER en VIVO | Vigencia |
ETIMOLOGÍA | Cipayo | 
POEMAS | Marcha patriótica | Vicente López y Planes | 
ENLACES | Baldosas | Tranvía |
GRAFFITTI  
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES  

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PROSA

 

Cómo se vende un presidente


    Richard Nixon grabó, en el Hotel Pierre, una serie de spots de uno a cinco minutos de duración, el lunes por la mañana, 21 de octubre de 1968. Frank Shakespeare no se sentía demasiado satisfecho de cómo se habían realizado estos spots. “El candidato estaba enojado –afirmó–, enojado y fatigado.”
    Shakespeare consiguió que le reservaran, al fondo del escenario del teatro de la calle Cuarenta y Cuatro, en el cual se representaba el show de Merv Griffin, un espacio, para la mañana del viernes, 25 de octubre; Richard Nixon se prestó, de buen grado, a grabar otra serie.
    Se delegó a Mike Stanislavsky, uno de los directores de Teletape, el estudio cinematográfico, para que diseñara el marco más idóneo para la ocasión. Habilitó el de rigor: estanterías repletas de libros, recio escritorio de color caoba... si bien introdujo una novedad. Una ventana. Su diseño exigía una ventana entre dos librerías situada detrás de la mesa del despacho. “Imparte agilidad –dijo–, no una agilidad física, sino más bien psicológica.”
    Harry Treleaven acudió al teatro a las 10 horas y 10 minutos del viernes por la mañana. El servicio secreto estaba ya presente. El día era gris y desapacible, y no desentonaba de los que le precedieron. Treleaven se dirigió a una mesa, colocada en el extremo del espacio reservado, sobre la que se amontonaban tacitas de papel al lado de una cafetera. A las 10 h. 40 el servicio secreto recibió una llamada: el candidato estaba en camino.
    Richard Nixon entró en el estudio a las 10 h. 50. Se dirigió, inmediatamente, a un camerino contiguo conocido por Cuarto Verde, donde aguardaba Ray Voege, el rubio y flemático maquillador, con los polvos y los afeites.
    A las once en punto reapareció Nixon del Cuarto Verde. Entre la puerta del camerino y el piso del escenario había un desnivel de tres o cuatro pulgadas. Nixon no lo advirtió y, al franquear la puerta, tropezó. Esbozó una sonrisa, un acto reflejo, y Frank Shakespeare le condujo a escena.
    Ocupó su puesto ante la recia mesa de color caoba. Le gustaba apoyarse en la mesa, sentarse despreocupadamente al borde del escritorio, mientras grababa los spots, pues esta postura daba al ambiente, en su opinión, un tono desprovisto de protocolo.
    Se hallaban reunidas, formando un semicírculo alrededor de las cámaras, por lo menos veinte personas, entre técnicos y asesores.
    Richard Nixon reparó en el grupo y frunció el ceño.
    –Cuando comencemos –dijo– procuren que todos aquéllos que no estén directamente relacionados con este trabajo se encuentren fuera del campo de mi visión. De este modo no tendré que estar desviando la mirada.
    –Comprendido, señor. Muy bien. Despejen el escenario. Todo aquél que no tenga que hacer en este lugar, haga el favor de abandonar el escenario. Salgan, por favor.
Había un individuo en un rincón disparando, incansablemente, su cámara fotográfica. Su flash relampagueó varias veces consecutivas. Richard Nixon miró en aquella dirección. El individuo en cuestión había sido contratado por la plana mayor de Nixon para tomar fotos oficiosas durante la campaña electoral, a efectos históricos.
    –¿Sigue usted con las fotos? –inquirió Richard Nixon–, ¿se trata de las que encargamos? Bien, suspéndalas por el momento –le conminó acompañando las palabras con un ademán del brazo. Añadió–: Guárdelas. Tenemos más que suficiente de estas malditas fotos. Richard Nixon giró sobre sus talones para ponerse de cara a las cámaras.
    –Cuando me den ahora la señal de los quince segundos, me la dan precisamente desde debajo de la misma cámara. De este modo no tengo que estar moviendo constantemente los ojos.
    –Comprendido, señor.
    Entró entonces Len Garment con unas cuantas cifras anotadas referentes a la creciente tasa de criminalidad registrada en la zona de Buffalo, que era, precisamente, una zona en la que Nixon temía rezagarse. Se sospechaba, en aquellas fechas, que el margen de ventaja de Humphrey en Buffalo podría ser lo bastante amplio como para comprometer el triunfo de Nixon en el Estado de Nueva York. Len Garment dijo que les gustaría grabar un programa de un minuto dedicado a Buffalo, centrándose en el aumento de la criminalidad. Mostró a Nixon sus apuntes repletos de estadísticas.
    –¿Son las cifras, en esta zona, superiores a las demás? –preguntó Nixon.
    Len Garment respondió enfáticamente que, en efecto, lo eran. Nixon examinó breves instantes los apuntes y los devolvió.
    –Muy bien –dijo.
    Terminado esto, estuvieron dispuestos para empezar. Richard Nixon se sentó al borde de la mesa, con los brazos cruzados, los ojos fijos en el objetivo de la cámara.
    –Avisen cuando se dispongan a comenzar, con un segundo o dos de anticipación –dijo–, de lo contrario me pillan ustedes en frío –hizo una mueca– y salgo luego con semejante expresión.
    –Sí, señor, comprendido. Estamos ya preparados.
    –¿Van a empezar ahora?
    –Sí, señor, inmediatamente. Sonido.
    La luz roja de la cámara número uno comenzó a resplandecer; la cámara emitió un rumor apagado, más bien un silbido, y el registro sonoro emitió tres zumbidos indicando que estaba actuando.
    –Al entrar en los últimos días de esta crítica campaña –dijo Richard Nixon–, una cuestión que suscita grandes discrepancias entre los dos candidatos es la de la ley y el orden en los Estados Unidos. El señor Humphrey defiende la actuación de los cuatro años últimos. Defiende al fiscal del Supremo y su política. Discrepo completamente en esta cuestión. Digo que, cuando el crimen aumenta a un ritmo nueve veces superior al de la población, cuando hemos tenido disturbios en trescientas ciudades que nos han costado doscientos muertos y siete mil heridos, cuando el cuarenta y tres por ciento del pueblo americano teme andar de noche por las calles de sus ciudades, entonces es que ha llegado la hora de hacer limpieza, es que ha llegado la hora de nombrar un nuevo fiscal del Tribunal Supremo, es que ha llegado la hora de desencadenar la guerra a ultranza contra el crimen en Estados Unidos. Yo me comprometo a desempeñar esta misión. Y me comprometo, ante ustedes, a volver a tener, nuevamente, la libertad de alejar el miedo de las ciudades y calles de toda América.
    Se volvió, inmediatamente, hacia un técnico.
    –Vamos a probar otra vez –dijo–. Esto peca de largo.
    Frank Shakespeare murmuró algo desde el extremo del escenario.
    –Bueno, éste no sirve –dijo Richard Nixon–, pues he cambiado de parecer. Tengo que abreviar un poco al comienzo.
    Frank Shakespeare murmuró algo más. El registro sonoro zumbó tres veces.
    –Sí, ya lo sé, pensándolo mejor le daremos otro matiz al final –dijo Richard Nixon.
Mike Stanislavsky salió por detrás de una cámara.
    –Cuando levanta la cabeza y se dispone a comenzar, levántela a la cámara por un instante...
    –Comprendido –asintió Richard Nixon...
    –...y entonces comience a hablar para que podamos...
    –¿Todo marcha, Mike? –preguntó un ayudante.
    Mike Stanislavsky se volvió.
    –Procura que todo el mundo guarde silencio aquí, por favor. Se filtró un pequeño ruido durante la última toma. Apártense, por favor. Vamos –miró a Nixon–. Cuando usted guste –añadió.
    –Al entrar en los últimos días de esta crítica campaña –comenzó Richard Nixon– hay una cuestión en que la discrepancia entre los candidatos es más clara que el agua. Y ésta es la cuestión de la ley y el orden en los Estados Unidos. El señor Humphrey defiende la actuación de los cuatro años últimos, defiende al fiscal del Supremo y su política. –Nixon sacudió enérgicamente la cabeza, para reafirmar su desaprobación–. Estoy en completo desacuerdo con él –dijo–. Afirmo que, cuando el crimen crece a un ritmo nueve veces superior al de la población, y cuando el cuarenta y tres por ciento del pueblo americano no se recata de decir que tiene miedo de andar por las calles de sus ciudades por la noche, es que ha llegado la hora de hacer limpieza a fondo. Abogo por un nuevo fiscal del Supremo. Y me comprometo... –se confundió ostensiblemente al llegar aquí, como si compromisos y alegatos acabasen de colisionar, violentamente, en su cerebro.
    –¡Oh!, volvamos a empezar –dijo–. ¿Pueden seguir rodando, no?
 

Sigue la venta acá.

 

Este es el primer capítulo del libro homónimo que Joe McGinnis publicó en 1969. Vive en Massachussets, se lo vincula al "nuevo periodismo" comandado por su compatriota Tom Wolfe, dio clases de escritura en universidades, tiene una novela (The Dream Team) y otros títulos de no-ficción: Heroes, Going to Extremes, Fatal Vision, Cruel Doubt.
 

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DEFINICIÓN
 

CIRCO:

~ criollo: Modalidad propia del circo rioplatense, que dividía el espectáculo en una primera parte estructurada con algunos de los números tradicionales (volatinería, payasos) y una segunda con representaciones dramáticas, generalmente de índole gauchesca.
J. J. Podesta, Farándula, 1930, 197: Y como es verdad que en el circo criollo, de nuestra fundación, fue donde nació el drama gauchesco y tuvo así una pista por cuna y una modesta carpa de lona por dosel.

ser un circo. frase figurativa coloquial despectiva. Dicho de una situación, ser ridícula o disparatada.
Tribuna, 27.02.2001: Esto que hicieron fue un circo con los empresarios, e incluso los empresarios nos han comentado que a nosotros nos volvieron a usar.

 

Sacado del Diccionario del habla de los argentinos. 

 


 

RESPUESTAS

 

¿Podría enviarnos una palabra de entre 5 y 7 letras, y todos los anagramas que le encuentre?

 

ARBOL

BORLA

LABOR

ROBLA

ALBOR

LABRO

y no me da más la cabeza...

anía

 

AVIADOR

Roda 

Via 

Dora 

Vida 

Daria 

Ria 

Rio 

Vado 

Dar 

Adora 

Varia 

Variado 

Vira 

Dia 

Diva 

Radio 

Da 

Di 

Vi 

Va 

Ra 

Ava 

Rada

Estela

 

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ÑUSLETER en VIVO

 

¿Se dio prórroga y se le pasó la vendimia? ¿Esa idea que parecía tan buena no lo era? ¿El programa resultó un plomazo? ¿No le salió el horario? ¿No se hizo el hábito? Aproveche para hacer lo que le gusta.

 

No pierda el año. Arranque en junio.

Taller Literario. Encuentros de leer y escribir.

 

Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

Más información: acá

Consultas: niusleter@niusleter.com.ar

 


 

ETIMOLOGÍA

 

CIPAYO, 1884. Del persa sipahi 'jinete', 'soldado', tomado de la india por los portugueses y transmitido por el francés. 

 


 

POEMAS

 

Marcha Patriótica

Oíd, mortales, el grito sagrado:
"¡Libertad! ¡Libertad! Libertad!".
Oíd el ruido de rotas cadenas;
ved en trono a la noble Igualdad.
Se levanta a la faz de la tierra
una nueva y gloriosa nación,
coronada su sien de laureles
y, a sus plantas, rendido un León.

CORO
Sean eternos los laureles
que supimos conseguir;
coronados de gloria vivamos,
o juremos con gloria morir.

De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar;
la grandeza se anida en sus pechos,
a su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca las tumbas
y en sus huesos revive el ardor,
lo que ve renovando a sus hijos
de la Patria el antiguo esplendor.

Sean eternos los laureles , etc.

Pero sierras y muros se sienten
retumbar con horrible fragor;
Todo el país se conturba por gritos
de venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos la envidia
escupió su pestífera hiel;
su estandarte sangriento levantan
provocando a la lid más cruel.

Sean eternos los laureles , etc.

¿No los veis sobre Méjico y Quito
arrojarse con saña tenaz?
¿Y cual lloran bañados en sangre
Potosí, Cochabamba y La Paz?
¿No los veis sobre el triste Caracas
luto y llantos y muerte esparcir?
¿No los veis devorando cual fieras
todo pueblo que logran rendir?

Sean eternos los laureles , etc.

A vosotros se atreve, argentinos,
el orgullo del vil invasor:
vuestros campos ya pisa, contando:
tantas glorias hollar vencedor.
Mas los bravos, que unidos juraron
su feliz libertad sostener,
a esos tigres sedientos de sangre
fuertes pechos sabrán oponer.

Sean eternos los laureles , etc.

¡El valiente argentino a las armas
corre, ardiendo con brío y valor!
El clarín de la guerra, cual trueno,
en los campos del Sud resonó.
Buenos Aires se pone a la frente
de los pueblos de la ínclita Unión,
y con brazos robustos desgarran
al ibérico altivo León.

Sean eternos los laureles , etc.

San José, San Lorenzo, Suipacha,
ambas Piedras, Salta y Tucumán,
La Colonia y las mismas murallas
del tirano en la Banda Oriental,
son letreros eternos que dicen:
"Aquí el brazo argentino triunfó,
aquí el fiero opresor de la Patria
su cerviz orgullosa dobló".

Sean eternos los laureles , etc.

La victoria al guerrero argentino
con sus alas brillantes cubrió,
y azorado a su vista el tirano
con infamia a la fuga se dio;
sus banderas, sus armas se rinden
por trofeos a la libertad,
y sobre alas de gloria alza el pueblo
trono digno a su gran majestad.

Sean eternos los laureles , etc.

Desde un polo hasta el otro resuena
de la Fama el sonoro clarín,
y de América el nombre enseñando
les repite: "¡Mortales, oíd!:
Ya su trono dignísimo abrieron
las Provincias Unidas del Sud".
Y los libres del mundo responden:
"¡Al gran pueblo argentino, salud!".

Sean eternos los laureles , etc.

 

 

Vicente López y Planes nació en Buenos Aires en 1785. Su padre era español, su madre porteña. Estudió en el Colegio Carolino y luego en la Universidad de Chuquisaca, donde se doctoró en derecho. Fue capitán del Regimiento de Patricios. Participó activamente en la política nacional de la primera mitad del siglo XVIII: actuó en el Cabildo Abierto de 1810; fue secretario de Hacienda del Primer Triunvirato, diputado a la Asamblea del año XIII, presidente provisional tras la renuncia de Rivadavia, fue ministro del gobernador federal Dorrego, y presidente del Tribunal de Justicia bajo el gobierno de Rosas; como Gobernador de Buenos Aires después de Caseros, asistió al Acuerdo preconstitucional de San Nicolás (1851). Además del Himno Nacional Argentino (junto a Blas Parera), Vicente escribió "El triunfo argentino", inspirado en la victoria sobre los invasores ingleses, y otras composiciones patrióticas, publicadas en La lira argentina, primera colección de poesía argentina aparecida en 1824. Murió en 1856.

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ENLACES

 

Multiespacio en un par de baldosas

 

Tranvías de Buenos Aires para el mundo

 


 

GRAFFITTI

 

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AGRADECIMIENTOS

 

Mauro Oliver

Mariano Valcarce

Darío Cánovas

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Gustavo Romano

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mei
Fede Güerri
Campa

 

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