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s
t
-marea
registrada-
# 145
"Las
vacaciones se derrumbaron
sobre los cuerpos
con las posturas de un amor
muy silencioso."
Francisco Garamona
"La
sensación del deleite musical, con el poder de producirlo, es un don de la
imaginación".
Samuel Coleridge
ÍNDICE
PROSA
| Mirando al mar y otros temas
| Enrique Vila-Matas |
DEFINICIÓN
| Vacacionar |
ENCUESTA
POEMAS
| Una foto
| Pedro Mairal || Cassette
| Gonzalo Millán |
ÑUSLETER
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| Collage |
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| Viejas broncas |
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"MI AMOR: yo soy muchos, pero todos te queremos." Visto en Julian Álvarez y Charcas (en el frente del “Bochin club”) por JRD.
"Estoy
muy cansado y acostumbrado". Leído
por Andrea Ll. en una esquina de la calle Río Negro (Neuquén).
"Sandra no puedo vivir sin bos".
En Miguel Ángel al 1800, Caseros.
"Gracias por cojer conmigo - Toto".
En Juan de Garay al 5700, Caseros. Envió los dos últimos
Anía.
Mirando
al mar y otros temas (Palma
de Mallorca, 1991)
1
41
años después he vuelto a la isla de Cabrera, al lugar en el que oí
hablar por primera vez de ti, mi querido Longplay,
mi hermano querido, mi amor.
Pero
todo ha sido penoso. Nada mejor se te ha ocurrido que matar a Morrison.
Y aquí estamos ahora tú y yo, encerrados en la casa de la calle Piedad de
Palma, viviendo en la red de nuestros nervios enredados y aguardando el
inminente murmullo de las voces acusadoras que no tardarán en acercarse a la
casa para hablarnos del crimen y el incesto.
2
Mataste
a Morrison como quien mata un toro. Y te quedaste, yo creo, tan tranquilo. Ahora
tú duermes, mi querido misántropo valiente, en el cuarto contiguo mientras yo
escribo tratando de ordenar los recuerdos que se han dado hoy cita trágica,
todos al mismo tiempo, en la sangrienta corrida de esta tarde en alta mar,
frente a la isla de Cabrera.
Nada
puede entenderse de tu reacción asesina, nada puede comprenderse de la muerte
de Morrison sin conocer algunas imágenes cruciales —podría llamarlas
también baladas o sentidos episodios— de antaño, que esta tarde,
al coincidir al mismo tiempo en tu mente, te han empujado al crimen taurino y
despiadado en la cubierta del barco.
Tu
imagen torera, por ejemplo, en una tarde de mayo ya bien lejana y en la que,
recién llegado a Valencia, caminabas decidido a demostrarme, de una vez por
todas, que no sólo valías para la reflexión y el estudio, sino también para
la fiesta nacional. Querías demostrármelo una sola vez —decías que con
una bastaba— y después, si lograbas seguir con vida, retirarte en olor de
multitudes de un solo día.
En
Valencia me aclamarán como a un gran torero o recibiré una cornada mortal, me
dijiste tras tu fracaso en la plaza de Málaga, y yo sabía que hablabas en
serio y que allí te jugarías a cara o cruz la vida, porque no ignorabas que
era tu última oportunidad para demostrarme que, pese a tu inclinación a la
misantropía, no estabas en absoluto negado para una vida de acción con riesgo
y valentía.
Llegaste
conmigo a Valencia en un día de gran sol y primavera, y recuerdo que estaban en
flor los naranjos y tú te sentías pletórico de vida y, al mismo tiempo,
dispuesto a jugártela. Por mí. Por demostrarle a tu hermana que eras el león
que habías entrevisto en tus sueños. Y recuerdo cómo echaste a correr
como un loco cuando salió el último toro de la tarde, y cómo te abriste de
capa y le diste varios lances con todo el entusiasmo y el coraje del que tan
sobrado andabas. Luego, en los quites, te arrimaste tanto que viste cómo el público
se ponía en pie y te aclamaba.
Los
que presenciaron aquella corrida dijeron luego que se habían asustado al ver cómo
toreaba aquel muchachillo desmadrado que parecía loco o borracho por la forma
exagerada y tan valiente de jugarse la vida. Darse prisa a verlo torear porque
quien no lo vea pronto no lo ve, pronosticó un entendido en la materia. Todos
en Valencia decían haber visto a uno de los toreros más temerarios de todos
los tiempos. Y coincidían en que, aquella tarde, había nacido un soberbio,
grandísimo matador.
No
sabían que tú sólo querías ser la flor de un día y que no estabas dispuesto
a encarnar una sombra breve sobre la arena de la vida. Tampoco sabían que todo
lo habías hecho por mí, por amor a tu hermana del alma, por demostrarme que
eras capaz de todo y no sólo de refugiarte en la vida monacal del retiro, las
letras y el estudio.
Por
la noche, ya en tu cuarto de la fonda levantina, con el traje de luces reposando
sobre una silla, a la luz de la luna de Valencia me anunciaste que, tal como me
habías prometido si el público te aclamaba, decías adiós al mundo de los
toros, al riesgo y la aventura.
—Ahora
me apetecen otras cosas —dijiste—. Quiero, por ejemplo, tener amores
con mi tutora.
La
tutora era yo. Simulé displicencia.
—Y
quiero —continuaste— regresar al mundo de los libros y el estudio.
Ya he demostrado sobradamente que no carezco de valor y aplomo.
—Sí.
Ya lo has demostrado.
—Otras
cosas reclaman mi atención.
Sentí
que definitivamente quedaban atrás los clarines y el miedo, la arena y el valor
de bajar a ella.
—¿Y
qué reclama tanto tu atención? —te pregunté.
El
momento, para mí, se ha vuelto inolvidable.
—El
monopolio del opio —dijiste enigmático.
Y
entraste en mi cama.
Entró en mi cama el más temerario de todos.
3
—Ayer
soñé que era un león —me dijiste una tarde en Sa Rápita—.
Todos mis sueños suelen ser grises, pero éste no lo era. Estaba tan
convencido de que era un león, me parecía aquello tan natural, que si no llego
a levantarme a cerrar una ventana que bateaba, habría continuado así, sin
percibir nada extraño. Hasta tal punto me parecía del todo natural que
yo fuera un león. Sólo al levantarme o, mejor dicho, ya levantado, la visión
de mi pijama a rayas, mi manera de andar, en fin, la cama misma, todo me condujo
a darme cuenta de que era hombre y no león. Pero acababa de ser león, y eso no
había ya quien pudiera cambiarlo. Más tarde puse mis codos sobre la mesa de
estudio y volví a la reflexión. Volví a ser tu querido y estúpido misántropo.
Pero no podía apartar de mí la idea de que había sido león.
4
Soplaba
una brisa muy ligera y era el último día de agosto del verano del 51. Faltaban
unos meses para que tú nacieras, pero yo aún no sabía que ibas a nacer, lo
supe al atardecer de ese día. Recuerdo que acababa de cumplir diez años
y lucía una trenza de ensueño. Había viajado con nuestros padres en
barco de vela desde nuestra casa de la palmera —nuestra casa de Sa Rápita—
a la isla de Cabrera, donde ellos tenían ese plomizo amigo militar con el que
se intercambiaban secretos favores y con quien siempre se hablaban de usted.
Tú
nunca llegaste a verlo, no puedes recordarle. Era un triste coronel destinado en
Cabrera, un hombre que tan pronto no paraba de hablar describiendo estrategias
de mariscal de campo como se mostraba —y siempre resulta extraño un
militar que sea tímido— profundamente apocado ante según qué temas,
como el del mar, que le dejaba —tal vez a causa de su extensión o
infinitud, la verdad es que nunca supe por qué sería— totalmente mudo.
En
esas ocasiones sólo sabía decir: el mar, la mar. Y suspiraba. Mi madre se reía
y le cantaba una canción de Trenet.
Tú no puedes recordar a ese ridículo militar. Yo le recuerdo con precisión,
como recuerdo con muchos detalles ese último día de agosto del 51. Me parece
como si fuera ahora mismo cuando mi padre se atusó el poblado bigote y, muy eufórico
y con la nariz enrojecida por el vino tinto y peleón, se dirigió a la orilla
del mar y, tras mirarnos a todos con cierto sentido de superioridad, dijo:
—A
reuniones como la nuestra los americanos las llaman picnics.
Se
hizo un silencio imponente, sólo turbado por el vuelo impertinente de una abeja
en torno a la canasta del pan y el rumor de las sardinas frescas que se asaban
en espetones, sobre la arena. Todos permanecimos atónitos, como impresionados
por la palabra extranjera, por la palabra picnic. Hasta que nuestra
madre, poniéndose lentamente en pie, expulsó la arena de sus manos y, yendo
hacia la dependencia militar que nos servía de caseta de playa, puso en marcha
el gramófono. Entonces nuestro padre, por si no nos había impresionado lo
suficiente, repitió la palabra extranjera con renovado énfasis:
—Picnics.
—No
me diga —comentó el coronel con aire algo preocupado, como si al
desviarse de temas bélicos el cariz frívolo que había tomado la conversación
le hiciera sentirse perdido o incómodo.
En
el gramófono comenzó a sonar reiteradamente un estribillo zarzuelero. Regresó
—muy potente— el zumbido de la abeja.
—Pues
hoy mismo, desplegando como siempre un diario atrasado, me he enterado de la
existencia de otra palabra nueva, también de procedencia americana —dijo
el amigo coronel, y se quedó muy callado, como si no se atreviera (bien tímido
que era) a continuar.
—Pero
siga usted, por favor —le dijo nuestro padre—. Nos ha dejado con la
miel en la boca.
—Sí
—remató nuestra madre—. Nos ha dejado con muchas ganas de conocer
la palabreja.
El
gramófono escupía voces de un encantador coro femenino. Podía oírse: A la
sombra de una sombrilla de encaje y seda...
—Estamos
a punto de perder la paciencia —dijo nuestra madre—. Parece que se
le haya tragado la tierra la lengua.
Entonces
el coronel dijo, visiblemente nervioso, de una forma muy atropellada:
—Longplay.
—¿Cómo?
—preguntaron nuestros padres, los dos al mismo tiempo.
—Longplay.
Eso he dicho. Longplay. Hoy en América, si no he leído mal... ¿No
es hoy treinta y uno de agosto?
—Sí.
Lo es —dijo mi madre.
—Pues
hoy en América salen a la venta los tan anunciados discos que duran mucho, lo
decía el periódico atrasado. Anunciaban para el último día de agosto la
aparición de los dichosos longplays.
Se
veía a nuestro padre algo molesto porque aquella palabra superaba a la suya
—picnic— con creces.
—¿Lonqué...?
—balbuceó nuestro padre.
—¿Qué
es eso de discos que duran mucho? —preguntó nuestra madre bajando
totalmente el sonido del gramófono.
No
faltaba mucho para que atardeciera. Nos comimos las sardinas. Durante un rato sólo
se oyó el rumor de las olas.
—Pues
eso —dijo el coronel, pasados unos minutos—. Discos que duran mucho
más de lo que estamos acostumbrados. Discos de larga duración. Como el amor
verdadero entre un hombre y una mujer. Como el santo matrimonio. Discos que no
son de una sola cara como el que hasta ahora veníamos escuchando. No de dos
caras breves como el que podríamos oír —aquí hizo un inciso para
aclarar sus gustos musicales—, es decir, como el de la banda militar de
Viena, que por cierto es excelente y lo tenemos aquí. —Lo mostró como
solicitando su inmediata audición—. No, nada de todo eso. Nada menos que
discos de dos caras bien surtidas de canciones. Sí, señores. Longplays.
Tan largos como el santo matrimonio.
—Menuda
palabrita la palabreja —bromeó nuestra madre—. Longplay. Se
me ocurre que al crío podríamos bautizarle así, en honor de este picnic.
Tanto si es niño como niña podríamos llamarle Longplay.
Porque vamos a tener más hijos, supongo que ya se lo habrá dicho mi marido.
Fue
así como supe que iba a tener un hermano. Después de diez años de ser
hija única, iba a tener compañía. Me impresionó tanto saberlo que tardé
mucho en llamarte Antonio. Meses después de tu llegada al mundo, yo aún seguía
llamándote Longplay.
[...]
Para escuchar los otros temas, haga clic acá
Enrique Vila-Matas (Barcelona,
1948) publicó La asesina ilustrada
(1977), Impostura (1984), Historia
abreviada de la literatura portátil (1985), Una
casa para siempre (1988), Suicidios
ejemplares (1991 y 2000), Hijos sin
hijos (1993, de donde este cuento), Lejos
de Veracruz (1995) y Extraña
forma de vida (1997).
VACACIONAR:
"Hasta un enclenque se entona
si en Mar de Ajó vacaciona."
(Munchhausen, Facetiae, volumen II, Buenos Aires, 1989
Sacado del Diccionario del argentino exquisito, Bioy Casares.
En 60 palabras, las vacaciones ideales.
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
Una foto
¿Dónde está la mujer que en esta foto
se ríe con su vida brillándole en la risa
por algo que le dije en ese instante
en la luz del mediodía,
bajo unos paraísos que dejaban
caer el sol de mayo en nuestra mesa,
iluminando el pan, un vaso y un cuchillo
y al fondo unos barquitos que se duermen
en una playa pobre de juncos y sauzales
donde
unos pescadores diminutos
caminan sin moverse hacia su pelo
desparramado al viento
sobre el suéter azul con el que cruza
los brazos y levanta los hombros por la risa?
Pedro Mairal, argentino, 1970. Publicó
libros: de poemas, Tigre como los pájaros y Consumidor final; de
cuentos, Hoy temprano; y las novelas Una noche con Sabrina Love y El
año del desierto. Vive.
Cassette
Hablamos con voces quebradas,
contamos chistes, cantamos a coro,
brindando reímos a carcajadas.
Registramos el llanto de una guagua,
los ladridos de un perro,
sollozos, toses desgarradoras,
-sin saber que la cinta se enrollaba
anormalmente en el carrete-
para unos lejanos oyentes
que oirán sólo el eco lejano del silencio
cuando llegue a sus manos.
Gonzalo Millán tiene estos libros: Relación
personal, La ciudad, la antología Vida 1968-1982, Seudónimos de
la muerte, Virus, Cinco poemas eróticos y Trece lunas. En
Chile nació en 1947. Se dedica también a las artes plásticas y dirige, o
dirigía, en su país la revista El espíritu del valle.
-Hola, bueno, me atendió derecho el contestador, debés estar hablando o te fuiste, nos vamos a juntar con todos los del grupo ahí, donde estuvimos la vez pasada, si te dan ganas, venite y traéte las fotos y algo de eso, beso.
¿Escuchará los mensajes? Taller Literario.
Encuentros de lectura y escritura.
Programan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para
más datos, hable al 4896-0140
o al 4205-4284.
O escriba a esta:
¿Quiere en 50 palabras sacar alguna bronca del 2005?
¿Bronca?
Es que no tengo ninguna bronca. De verdad. Yo no guardo rencores. Y mirá que me
han pasado cosas. Pero no... para nada. Yo siempre digo: pobre la gente que se
queda con bronca. Yo, en cambio, vivo y dejo vivir. Y eso que mas de uno me
traicionó, hasta de mi propia familia. Así y todo casi ni me acuerdo. A esas
personas es preferible perderlas que encontrarlas. Yo, en cambio, no molesto a
nadie. Hago mi vida. Pero, eso si, no te metas con migo. Por que, cuando me
hiciste una, no te la perdono. En realidad lo que mas me duele es que dijeran
que era un egoísta. ¿Yo egoísta? ¡Por favor!
MD
No
necesito de cincuenta palabras para decir que mi mas grande bronca salio de mi
vida hace unos días, su nombre solo constaba de tres y lo que dejo en mi vida
se resume en dos, y solo me resta decirle una , esta es muy breve y se dice: Adiós
Janet
En
este brutal año se canonizó la comunicación de masas como método para tenernos
a todos ocupados con los pequeños soretes de la humanidad, mientras "los
grandes dirigentes" medían el crecimiento económico. Así nos transformaron
en sumisos y orgásmicos consumidores.
Josef Carel
Quiero
sacarme la bronca que le tengo a la Muerte de Nacho. Muerte traicionera del 2005
que se valió vilmente de una avioneta confundida - o tal vez hasta obligada a
aceptar la ley de la gravedad como algo ineludible...
Andrea Ll.
Todo
el bendito 2005 haciendo fuerza… esperando esa carta que no llega, o ese
mail que me cambiará la vida….pero no…lo peor es, sin dudas, la
“falsa esperanza”,…cuando escucho ese ruido inconfundible del
papel deslizándose debajo de la puerta y corro esperanzado…a ver si el
remitente tiene el nombre deseado….pero casi siempre tiene otro, o resulta
ser la cuenta del gas…
JRD
hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de
puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta hijo de
puta hijo de puta hijo de puta hijo de puta bush maldito hijo de puta.
Anía
Aproveche el verano: mientras descansa, reenvíe Ñusleter.
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A
todos los que escribieron.
A los que aceptaron gustosos la invitación.
A quienes la ignoraron o declinaron.
A que sí.
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