Ñ u s m a t e r
-hay una sola de divulgación umbilical-
# 138
"-Esta señora va a tener un bebé, Nick -le dijo.
-Ya sé -dijo Nick.
-No, no lo sabes -dijo su padre-. Escúchame. Está
sufriendo los dolores del parto. El bebé quiere nacer y ella quiere que nazca.
Hace un esfuerzo con todos los músculos para que nazca el bebé. Eso es lo que
sucede cuando grita.
-Ya veo -dijo Nick.
Justo en ese momento gritó la mujer."
Ernest Hemingway
ÍNDICE
PROSA | Leonor
| Hebe Uhart
|
ETIMOLOGÍA | Mamotreto |
TALLER
LITERARIO
| Mamero |
ENCUESTA
POEMAS | Mi
hijo ha crecido este verano |
Susana March
|
DEFINICIÓN | Mamar |
GRAFFITTI
ENLACES | Barrio
|
RESPUESTAS
CUALQUIERA | Vuelven los hijos del
espacio
|
CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar |
Leonor
Cuando Leonor era chica, su mamá hacía albóndigas de harina de mandioca. Las albóndigas de harina de mandioca son duras como si tuvieran plomo, secas como si fueran de arena y malignamente compactas. Si uno las come estando triste, hace de cuenta que come un páramo; si uno está contento, esa bola marrón, sin nada aceitoso, es un alimento merecido y vivificante.
Leonor
creció y llegó a los dieciocho años.
Su mamá le dijo:
–Hija,
usted debe casarse. Cuando una se casa le dan una libreta, el hombre trae pan
blanco y zapatos taco alto. Después
que se casa con ese polaco, le trae unos aros a la mamita.
Leonor
dijo:
–Sí,
mamita, pero el polaco muy grande es.
El
polaco medía casi dos metros; todo el día arrancaba yuyos y los domingos no
iba al baile, trabajaba.
–¿Qué
importa? –dijo la madre.
–Sí,
mamita –dijo Leonor–. Yo me caso, pero me da vergüenza hablar delante de él.
La
madre le dijo:
–La
vergüenza después se va y él no habla total.
Usted le dice: “¿Querría un plato de porotos?”
Y un día comen porotos, otro día pan de harina blanca y él se pone
contento porque mi hijita es muy buena. Usted
siempre sonriente, no le lleva la contraria y él se va a amansar y va a hablar.
Eso sí, nunca lo provoque, que él maneja muy mucho la azada y la pala.
La
fiesta de casamiento fue hermosa. Él
le regaló a Leonor un par de zapatos de taco alto y un vestido colorado.
Leonor no caminaba muy bien con esos zapatos, y él notó vagamente que
ella no estaba cómoda y la acompañó a sentarse.
Sentados miraron toda la fiesta y la gente los venía a saludar; aunque
en realidad, los protagonistas de esa fiesta tan alegre eran los músicos.
Alguien había invitado músicos de otro pueblo; no eran personas de la
zona. Por momentos Leonor pensaba
“Toda esta fiesta es por el casamiento, porque es un día
importante”. Por momentos se
olvidaba, escuchaba la música y veía bailar como si fuera visita.
La
madre en la fiesta estaba tranquila y sosegada: descansaba.
Después que se casó, Leonor fue a visitar a su mamá, le llevó los
aros y un poco de pan blanco. Cuando
estaba por irse, vaciló y dijo:
–Mamá...
–¿Qué,
hijita?
–El
polaquito es muy bueno, pero yo tengo miedo de él.
–¿Te
ha faltado, te ha levantado la mano, m’hijita?
–No,
mamá, pero habla un idioma extraño cuando está entre las plantas y si
yo le pregunto alguna cosa cuando él está hablando así, me mira con furia.
A veces entonces no sé cuando hablarle.
La
madre pensó y pensó y después dijo:
–A
lo mejor se adueñó un mal espíritu de él.
Vamos a ir de Isolina.
Isolina
preguntó:
–¿Al
lado de qué plantas habla?
Leonor,
turbada por la pregunta, hecha en tono imperioso, no supo responder bien a lo
que le preguntaban.
Isolina
dijo que de todos modos, no era un espíritu malísimo ni peligroso, era un espíritu
reacio. Había que tener paciencia
hasta que se fuera; ella podía mandar un espíritu opuesto para neutralizarlo;
pero existía el peligro de que el espíritu reacio se pasmara y eso sería
grave. Aconsejaba prudencia y
esperar, para ver mejor cómo se manifestaba.
Pero
Leonor salió descontenta porque no podía hablar bien, no se había expresado
bien, le faltaban las palabras. Le
pasaban muchas cosas que no podía contar a su mamá; desde su casa, todos los sábados,
se oía la música de un baile y ella sentía que los pies se le iban para allá
y después que hacía sus trabajos y que limpiaba todo, se acercaba caminando un
poquito para oír esa música y para ver de lejos a la gente.
Cuando
tuvo los chicos se olvidó del marido y hasta de la mamita.
A ella los chicos le gustaban mucho; le gustaba mirar cómo caminaban,
ver qué pies chiquitos tenían y nunca les pegó.
Cuando
pasaban unos días en los que no iba a ver a la madre, ésta decía:
–Hijita,
no des tanta maña a los chicos.
–Está
bien, mamá –decía Leonor.
Pero
pensaba: “La mamá está un poco celosa, a lo mejor”.
Cuando
Hugo tuvo cinco años, la acompañaba a buscar leña y él le
decía:
–No
pise por ahí, mamita.
Y
quería llevar él solo un montón de leña.
Cuando se dormían los más chiquitos, ella le decía a Hugo:
–¿Vamos
hasta el camino, Hugo?
Y
Hugo la acompañaba hasta el camino; cerca del camino pasaba algún auto y
a veces, algún conocido. Se quedaban un rato y Hugo decía:
–Volvemos,
mamita, hace frío.
–Sí
hijo –decía ella.
Cuando
Hugo tuvo ocho años y María seis, Leonor los quiso mandar a la escuela.
Antes no se podía porque mandar a Hugo solamente no era redituable; Hugo
trabajaba con el padre, mientras María no hacía nada.
Pero si Hugo y María iban juntos se cumplían dos funciones: Hugo aprendía
y acompañaba a su hermana. Pero
el padre tenía otra teoría: esperar un poco más, hasta que fuera la tercera.
Cuando expuso su teoría, Leonor levantó la voz, lo miró con furia y
dijo:
–¡La
escuela es instrucción!
Hugo
dijo:
–Quiero
ir a la escuela.
El
padre se puso muy nervioso, le brillaban los ojos y fue a buscar la azada
farfullando cosas incomprensibles; dio afuera unos cuantos golpes con la azada y
cuando volvió, se puso a tomar vino. Desde
entonces, a la noche, después de trabajar, tomaba unos vasos de vino.
Hugo dibujaba una vaca en su cuaderno y se esmeraba para que se pareciera
a la vaca verdadera. Leonor la
miraba y le decía:
–Bastante
bien te ha salido.
Pero
lo que le encantaba eran los versos que le enseñaban a María.
A la noche, cuando terminaban de comer, María recitaba:
“La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
limpia está con todo esmero
aunque en ella no hay escoba”
Y mandó pronto a la escuela a la tercera, porque a ella la instrucción le encantaba.
El
padre se fue apartando cada vez más, como si no le importara nada. Venía a la
hora de comer solamente.
Cuando
Hugo tuvo quince años, le dijo a Leonor:
–Mamita,
quiero ir a trabajar a Buenos Aires, aquí no hay trabajo.
–Bueno,
hijito, si es por tu bien y por el bien de nosotros, está bien.
El
padre no dijo nada de la ida de Hugo. La
abuela se asustó un poco de que se fuera y le dijo a Leonor:
–Mucha
maña a ese chico, hija.
Leonor
se impacientó y respondió:
–No
es mucha maña, mamita, el Hugo va a trabajar allá; él es serio.
Y
antes de que se fuera, Leonor le lavó y le planchó bien la ropa que tenía,
consiguió una valija prestada y le regalaron un pañuelito rojo para que
Hugo se abrigara el cuello. Después le dijo:
–Hijito,
usted se va por su bien y por nosotros. No
ande con malas juntas, usted siempre trabajando y de buenas maneras, sin
pordelantear a nadie. ¿Me entendió, hijo?
–Ya
lo sé, mamita –dijo Hugo.
Como
un hombre agarró su valija y no quiso que nadie lo acompañara a la
estación. Nadie lloró porque él
se iba; seguramente iba a volver o ellos iban a ir donde él estuviera.
Hugo pensó que mejor que no hubiera ido nadie a despedirlo; quién sabe
si no hubiera llorado. Los primeros días que llegó a la ciudad estaba siempre
mareado, pero se dijo: “Tengo que aguantar unos seis meses y me voy a
acostumbrar”. Un compañero
del trabajo le enseñó el portero eléctrico; una señora, el
ascensor. Un sábado a la noche
salió con otro muchacho y viajaron en subte por primera vez, por lo oscuro.
Era terrible pero emocionante al mismo tiempo.
Unos
días después que Hugo se fue, pasó por lo de Leonor un turco con una valija
vendiendo pañuelos, peines, cajitas y estatuitas.
Ese turco no iba a pie, iba en auto y del auto iba sacando todo y
mostrando: tazas, vasitos, floreros, servilletas.
Había unas tacitas floreadas, muy lindas.
–Estas
son de Japón –dijo el turco.
–¿De
dónde? –dijo Leonor
–De
Japón –dijo el turco con naturalidad–.
Traídas de allí.
–Claro,
de Japón, mamá –dijo María, irritada porque su madre no sabía de dónde
eran.
Y
Leonor se enloqueció y compró tacitas, pañuelos y todo lo que le gustó.
–No
compre tanto, mamita, que papá se va a enojar.
–No
le decimos nada –dijo Leonor que estaba feliz.
María
en ese momento le tomó fastidio a su madre; era difuso el motivo o los motivos,
pero había varios; el turco sabía más que Leonor; era como más sabio y
respetable; ella compraba precipitadamente, sin detenerse a pensar todo lo que
el turco le quería vender y finalmente, gran parte del fastidio se debía a que
la vio feliz, contenta de modo insoportable para su gusto.
Entonces le contó al padre lo que había comprado Leonor; el padre empezó
a mirar con cara amenazante. Leonor,
que no se dio cuenta de nada, lo miró y pensó:
–¡Bah!
Y
él se tomó unos cuantos vasos de vino y se fue a dormir.
Esa
semana estuvieron de novedades: vino el turco y vino carta de Hugo. El siempre
supo escribir bien. La carta decía así:
Querida
madre y hermanos:
Espero
que estén bien para allá, yo estoy bien en Buenos Aires.
Mamita, le diré una cosa, déle la frazada marrón a la abuela porque ya
hay otra que la mando para allá, otra cosa diré, mando también un vestido,
para la Pili, que lo use para ir al centro, después de la María no sé acertar
las medidas, ya veré. Que escriba
María si el nene va a la escuela y que lo tenga corto.
Yo voy a ir para diciembre pero quiero estar enterado de las cosas de allá. Un saludo para papá.
Hugo Bilik
La abuela no entendía más nada. Nadie la consultaba; en esa casa había movimientos y hechos que no comprendía, en esa casa las cosas no eran como deben ser. No, no se debe dar a los hijos más instrucción que la que uno recibió; después los hijos la pordelantean a una. Sin ir más allá, el hijo de Isolina compra el diario y lo lee delante de su propia madre. Y las niñas, peor. Las niñas, con toda esa instrucción, se acostumbran a mirar a los varones cara a cara, se acostumbran a hablar con ellos, así nomás, y después dicen cosas que no son de niña, se oye cada cosa en boca de una niña ahora que antes no se sabía qué era. [...]
La vida de Leonor continúa por aquí
Hebe Uhart (1937) nació en
Moreno, provincia de Buenos Aires. Publicó libros de cuentos: Dios, San Pedro
y las almas (1962), Eli, Eli, lamma sabachtani (1963), Gente de la
casa rosa (1970), La elevación de Maruja (1973), El budín
esponjoso (1977), La luz de un nuevo día (1983), de allí este relato,
Guiando la hiedra (Simurg, 1997), Señorita (1999) y Del cielo a
casa (2003). Además, tiene tres novelas: Camilo asciende
(1987), Memorias de un pigmeo (1992) y Mudanzas (1995). Fue
docente de Filosofía y está viva.
MAMA
'madre', S. XI. Del latín
MAMMA ídem y 'teta'. En esta última acepción es término científico tomado
por vía culta, ya a principios del S. XVIII. La pronunciación afrancesada mamá
no se introdujo hasta el S. XVIII.
DERIVADOS.
Mamita o mamaíta. Mamario. Mambla 'montecillo en forma de teta',
978, del latín MAMMULA 'teta pequeña'. Mamella o marmella (influido
por barbilla), 1817, 'apéndice
colgante en el cuello de las cabras', del latín MAMILLA 'teta'; mamilar.
Mamar, 122050, del latín MAMMARE 'amamantar'; mamadera; mamante,
mamantón, 1490; desmamonar. Amamantar, 1495 (mam-, 1220-50).
COMPUESTOS. Mamífero, con el latín ferre 'llevar'. Mamola, mediados del S. XVII, probablemente de mamóla 'la mamó, cayo en un engaño'; altetado en mamona, 1605. Mamotreto 'libro grande en volumen y de poco provecho', 1611; 'cuaderno de notas', 1734, 'armatoste': tomado del latín tardío y medieval mammothreptus; del griego mammóthreptos, propiamente 'críado (threptós) por su abuela (mámme)' después, 'el que mama mucho tiempo', 'mamón', de donde 'gordinflón, abultado'.
Martín: Boludo, ¿sabés que estaría buenísimo para el día de la madre?
Esteban: ¿Qué?
Martín: Hacerle la fiestita a la mamá del Polaco.
Esteban: Sí, Polaco. Qué pechos tiene tu mámá.
Polaco: Váyanse a la puta que los parió. Son dos pajeros.
Ay, Mamita.
Taller Literario.
Encuentros de lectura y escritura.
Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más: 4896-0140 o al 4205-4284.
O: niusleter@niusleter.com.ar
Si tuviera que cambiar a su madre por otra persona, ¿a quién elegiría?
y/o
¿Qué le regalaría a su suegra?
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
Mi
hijo ha crecido este verano.
Me
pone las manos sobre los hombros Y me dice:
"¡Mira!,
soy casi tan alto como tú!
Se
empina un poco todavía.
Pero
pronto será tan alto como yo. ¡Y más alto!
Pronto
seré yo la que tendré que empinarme para besarle en la mejilla.
Pronto
ya no podré decirle
esas
cosas pueriles que dicen las madres a sus hijos:
llamarle
"sol mío”, hacer como que me sorprendo
por
cualquier acto suyo,
arroparle
por las noches
cuando
ya está dormido.
Pronto
ya no podré contarle
esas
historias que le gustan tanto,
las
heroicas hazañas
que
yo cometí cuando era joven,
porque
me dirá:
-Si
tú eres una mujer. Y las mujeres
no
cometen hazañas heroicas."
Y
yo sentiré delante de sus ojos
todo
el triste rubor de mi sexo.
Ya
no seré nunca más osada, ni grande, ni amiga,
de
pájaros emigrantes y marineros taciturnos.
Volveré
a ser la que siempre fui:
una
mujer insatisfecha de ser mujer y de todo.
¡Porque
el único en este mundo que me veía grande
habrá crecido más que yo!
Susana March nacida en Alcalá en 1918. Publicó su primer libro a los catorce años. Dio a luz: poemas: Rutas (1938), Ardiente voz (1946), La pasión desvelada (1946), El viento (1951), La tristeza (1953), Esta mujer que soy (19??), Poemas del hijo (1970), Poemas de la Plaza Real (1987); y las novelas Nina y Algo muere cada día. Falleció en 1991.
MAMAR: figurativo. vulgar. Adquirir una costumbre o aprender algo a
través de una práctica sostenida.
Tribuno, 04.11.2001:
-¿Por qué eligió el folclore?
-Porque no podía ser de otra manera, pues lo mamé desde chiquita.
En el Diccionario del habla de los argentinos.
"TRAFINCANTA RATA SUSIA !!!". Escrito en amarillo patito con tipografía dudosa en portón que además luce un cartel de prohibido estacionar reemplazado por una cruz esvástica bien negrita. Lo vio, en French y Gaona (Ramos Mejía), Anía Sambuco.
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¿Qué libro recomienda para leer en primavera...
~ a los 20-30?
Rayuela, de Cortazar (y leerle al oido el capitulo 68 al novio)
~ a los 40?
Alicia en el País de las Maravillas, versión completa de Carroll en inglés
con sus dibujos (y leerlo en voz alta en la cama a una hija de 11 años)
~ después de los 60?
Las memorias de Bioy Casares (y comentarselas en voz alta a un amigo viudo,
mientras recordas cuando lo veias a Bioy yendo al quiosquito de diarios ese, ese
mismo que menciona en sus memorias...)
Andrea Ll.
A los 20-30, El Decamerón de Bocaccio despues de.....
A los 40, El Decamerón de Bocaccio durante....
Después de los 60, El Decamerón de Bocaccio solamente!!
Josef Carel
A los 20 comprarás un libro de poesía para impresionar a una chica. A los 30
comprarás un libro de poesía para sobrellevar las angustias económicas. A los 40
comprarás un libro de poesía para recordar que nunca dejaste de ser un niño. A
los 60 comprarás un libro de poesía sólo por gusto.
Marcelo Daniel
de los 20 a los 30: cualquiera de Onetti y letras de tango (para saber lo que
nos espera del otro lado de la vereda de la juventud, no sea cosa que el tiempo
nos agarre desprevenidos) y sobre todo los primeros 4 libros de Douglas Coupland.
a los 40: Supongo que es una buena edad para leer (y entender) El ser y la
nada de J.P Sartre.
a los 60: Libros de aventuras Verne, Kipling, Conrad, Twain, es de esperar que a
esa edad uno ya abandone el espíritu de la gravedad y disfrute de la vida (o lo
poco que queda de ella).
Gustavo A. Zanella (leyendo dentro de una descompuesta máquina del tiempo
)
~ a los 20-30?
La saga de Carlos Castaneda y Don Juan.
~ a los 40?
Marcel Proust
Y, después de los 60, viva la pepa.
Estela
~ a los 20-30?
Una novela de mil páginas (Work in progress) DAvid Wapner
~ a los 40?
Podemos llamarlo un día - Alejandro Güerri
~ después de los 60?
En busca del tiempo perdido - Marcel Proust
Diana Cegelnicki
~ a los 20-30?
Todos los fuegos el fuego, de Julio Cortázar
El libro hippie, de Jerry Hopkins
~ a los 40:
Música para camaleones, de Truman Capote
El libro hippie!!!
~ después de los 60:
Romeo y Julieta, de Shakespeare
Blonda
De los 20 a los 30 Charles Bukowski, sin duda.
A los 40 Umberto Eco, Milan Kundera, etc.
Luego de los 60, releer a Borges y a los grandes novelistas argentinos de
principios del siglo pasado.
R. G. L. D.
El libro que recomiendo para la primavera para cualquier edad es: El vino del
estío, de Ray Bradbury.
Cecilia
Vuelven los hijos del espacio
Y las apariciones se suceden. A lo largo
del planeta hay manifestaciones que estamos viviendo. Vuelven otra vez en sus
naves para acelerar la mente de nuestra humanidad sufriente envuelta en su
materia dolorosa, para introducir posibilidades de nuevos lenguajes, poner a
nuestra disposición ocultos juegos, para prepararnos en fin a un Futuro de luz.
Se presentaron al hombre bíblico como divinidades, como los Dioses Volantes,
como los Hijos del Sol, los Venidos del Cielo y es que no existían otras metas
de referencia para explicar lo extraño sino los altos conceptos de la Religión.
Hoy día la existencia de otros conocimientos, la tecnología
espacial que aumenta la capacidad humana y hasta la misma máquina como elemento
sustentador de las anticipaciones entre el hecho y lo incógnito, nos da la
certeza de un tiempo donde vamos al encuentro de nuestros hermanos del Cosmos.
Tal vez nos guíen hacia países situados en radiantes sistemas, regiones
misteriosas donde la poesía crece, comarcas del espíritu libre.
Atrás queda el Superhombre. Aparece ahora el Ultrahombre de
conciencia cósmica nacido de la unión de los Hijos del Cielo y de las madres de
Tierra. Dotados de poderes espirituales superiores, establecerán dinastías
sagradas de hombres verdaderos. En las literaturas antiguas se describen voces
que salieron de las alturas y atravesaron nubes. Hoy las apariciones mismas no
son de carácter sobrenatural sino seres reales surgidos de cuerpos aéreos. Están
aquí. Entonces hay un plan cósmico en la geometría secreta del universo. Y el
destino humano es controlado. La naturaleza misma programada. Tal vez la piel
del mundo sea mecánica. Otra vez desde las casas cósmicas están descendiendo a
fecundar y reproducir una descendencia terrestre que renueve su poder en las
artes y en las ciencias. Así en cada siglo asciende la mente del hombre al
conocimiento universal. En cada siglo nace un genio que adelanta la humanidad
hacia una mañana de oro. Han vuelto a dejar sus semillas poderosas para que se
ilumine la medida del hombre sobre el planeta.
Tomado del Nº 31 de Lo insólito de éste y otros
mundos, 1978, Lima, Perú.
mei
Raúl
Veizaga
Diana Cegelnicki
Eureka
María Cecilia Cagnone
Lulita
Eugenio Varas
A
Mamá
"Este día de la madre, obvio: regale Ñusleter sin gastar un mango. (¡No se olvide de la abuela!)"
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