m i s h l e t e r
# 134
-contagio cambiante de literatura-
Panorama
Bajo de mi ventana, la luna en los tejados
y las sombras chinescas
y la música china de los gatos.
José Juan Tablada
ÍNDICE
PROSA | El
gato |
H. A. Murena
|
DEFINICIÓN | Asumir | Internalizar | Gato |
ETIMOLOGÍA | Camaleón |
TALLER
LITERARIO
| Rápido |
CUALQUIERA | Mordedura de animales
|
AGRADECIMIENTOS
ENCUESTA
POEMAS | No
estabas en mi umbral | Olga Orozco || Dios
hizo al gato | Guillermo Roig |
GRAFFITTI
ENLACES | Guiones |
RESPUESTAS
SUSCRIPCIONES
CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar |
El gato
¿Cuánto tiempo llevaba encerrado?
La mañana de mayo velada por la neblina en que había ocurrido
aquello le resultaba tan irreal como el día de su nacimiento, ese hecho acaso
más cierto que ninguno, pero que sólo atinamos a recordar como una increíble
idea. Cuando descubrió, de improviso, el dominio secreto e impresionante que el
otro ejercía sobre ella, se decidió a hacerlo. Se dijo que quizá iba a obrar en
nombre de ella, para librarla de una seducción inútil y envilecedora. Sin
embargo, pensaba en sí mismo, seguía un camino iniciado mucho antes. Y aquella
mañana, al salir de esa casa, después que todo hubo ocurrido, vio que el viento
había expulsado la neblina, y, al levantar la vista ante la claridad
enceguecedora, observó en el cielo una nube negra que parecía una enorme araña
huyendo por un campo de nieve. Pero lo que nunca olvidaría era que a partir de
ese momento el gato del otro, ese gato del que su dueño se había jactado de que
jamás lo abandonaría, empezó a seguirlo, con cierta indiferencia, con paciencia
casi ante sus intentos iniciales por ahuyentarlo, hasta que se convirtió en su
sombra.
Encontró esa pensionsucha, no demasiado sucia ni incómoda,
pues aún se preocupaba por ello. El gato era grande y musculoso, de pelaje gris,
en partes de un blanco sucio. Causaba la sensación de un dios viejo y degradado,
pero que no ha perdido toda la fuerza para hacer daño a los hombres; no les
gustó, lo miraron con repugnancia y temor, y, con la autorización de su
accidental amo, lo echaron. Al día siguiente, cuando regresó a su habitación,
encontró al gato instalado allí; sentado en el sillón, levantó apenas la cabeza,
lo miró y siguió dormitando. Lo echaron por segunda vez, y volvió a meterse en
la casa, en la pieza, sin que nadie supiera cómo. Así ganó la partida, porque
desde entonces la dueña de la pensión y sus acólitos renunciaron a la lucha.
¿Se concibe que un gato influya sobre la vida de un hombre,
que consiga modificarla?
Al principio él salía mucho; los largos hábitos de una vida
regalada hacían que aquella habitación, con su lamparita de luz amarillenta y
débil, que dejaba en la sombra muchos rincones, con sus muebles
sorprendentemente feos y desvencijados si se los miraba bien, con las paredes
cubiertas por un papel listeado de colores chillones, le resultaba poco
tolerable. Salía y volvía más inquieto; andaba por las calles, andaba, esperando
que el mundo le devolviera una paz ya prohibida. El gato no salía nunca. Una
tarde que él estaba apurado por cambiarse y presenció desde la puerta cómo
limpiaba la habitación la sirvienta, comprobó que ni siquiera en ese momento
dejaba la pieza: a medida que la mujer avanzaba con su trapo y su plumero, se
iba desplazando hasta que se instalaba en un lugar definitivamente limpio; raras
veces había descuidos, y entonces la sirvienta soltaba un chistido suave, de
advertencia, no de amenaza, y el animal se movía. ¿Se resistía a salir por miedo
de que aprovecharan la ocasión para echarlo de nuevo o era un simple reflejo de
su instinto de comodidad? Fuera lo que fuese, él decidió imitarlo, aunque para
forjarse una especie de sabiduría con lo que en el animal era miedo o molicie.
En su plan figuraba privarse primero de las salidas matutinas
y luego también de las de la tarde; y, pese a que al principio le costó ciertos
accesos de sorda nerviosidad habituarse a los encierros, logró cumplirlo. Leía
un librito de tapas negras que había llevado en el bolsillo; pero también se
paseaba durante horas por la pieza, esperando la noche, la salida. El gato
apenas si lo miraba; al parecer tenía suficiente con dormir, comer y lamerse con
su rápida lengua. Una noche muy fría, sin embargo, le dio pereza vestirse y no
salió; se durmió en seguida. Y a partir de ese momento todo le resultó sumamente
fácil, como si hubiese llegado a una cumbre desde la que no tenía más que
descender. Las persianas de su cuarto sólo se abrieron para recibir la comida;
su boca, casi únicamente para comer. La barba le creció, y al cabo puso también
fin a las caminatas por la habitación.
Tirado por lo común en la cama, mucho más gordo, entró en un
período de singular beatitud. Tenía la vista casi siempre fija en las
polvorientas rosetas de yeso que ornaban el cielo raso, pero no las distinguía,
porque su necesidad de ver quedaba satisfecha con los cotidianos diez minutos de
observación de las tapas del libro. Como si se hubieran despertado en él nuevas
facultades, los reflejos de la luz amarillenta de la bombita sobre esas tapas
negras le hacían ver sombras tan complejas, matices tan sutiles que ese solo
objeto real bastaba para saturarlo, para sumirlo en una especie de hipnotismo.
También su olfato debía haber crecido, pues los más leves olores se levantaban
como grandes fantasmas y lo envolvían, lo hacían imaginar vastos bosques
violáceos, el sonido de las olas contra las rocas. Sin saber por qué comenzó a
poder contemplar agradables imágenes: la luz de la lamparita –eternamente
encendida– menguaba hasta desvanecerse, y, flotando en los aires, aparecían
mujeres cubiertas por largas vestimentas, de rostro color sangre o verde pálido,
caballos de piel intensamente celeste...
El gato, entretanto, seguía tranquilo en su sillón.
Un día oyó frente a su puerta voces de mujeres. Aunque se
esforzó, no pudo entender qué decían, pero los tonos le bastaron. Fue como si
tuviera una enorme barriga fofa y le clavaran en ella un palo, y sintiera el
estímulo, pero tan remoto, pese a ser sumamente intenso, que comprendiese que
iba a tardar muchas horas antes de poder reaccionar. Porque una de las voces
correspondía a la dueña de la pensión, pero la otra era la de ella, que
finalmente debía haberlo descubierto.
Se sentó en la cama. Deseaba hacer algo, y no podía.
Observó al gato: también él se había incorporado y miraba
hacia la persiana, pero estaba muy sereno. Eso aumentó su sensación de
impotencia.
Le latía el cuerpo entero, y las voces no paraban. Quería
hacer algo. De pronto sintió en la cabeza una tensión tal que parecía que cuando
cesara él iba a deshacerse, a disolverse.
Entonces abrió la boca, permaneció un instante sin saber qué
buscaba con ese movimiento, y al fin maulló, agudamente, con infinita
desesperación, maulló.
H. A. Murena (1926-1975), argentino de Buenos Aires, traductor del
alemán, casado con Sara Gallardo, publicó libros de: poesía (La vida nueva,
El círculo de los paraísos, El escándalo y el fuego, Relámpago de la
duración, El demonio de la armonía), relatos (Primer testamento,
El centro del Infierno), ensayos (El pecado original de América,
Homo Atomicus, Ensayos sobre subversión), teatro (El juez)
y novela (La fatalidad de los cuerpos, Las leyes de la noche).
Asumir:
lnternalizar:
En el Diccionario del argentino exquisito, de A. Bioy Casares.
Gato, s. Autómata blando e indestructible que nos da la naturaleza para que lo pateemos cuando las cosas andan mal en el círculo doméstico.
En el Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce.
CAMALEÓN, S. XIII. Tomado del latín chamaeleon, -onís, y éste del griego khamailéon, -éontos ídem, propiamente 'león que va por el suelo', denominación irónica que alude al carácter tímido del animal.
-Ahora, por favor, cierre los ojos.
La espalda derecha y los brazos a los costados.
Rodillas en 90º. Separe los pies.
Inspire hondo.
Comience a mover suavemente la cabeza en círculos.
Y vaya soltando el aire de a poquito.
Bueno, ahora que bajó un cambio,
¿podemos empezar?
Tómese su tiempo.
Taller Literario. Encuentros de leer y escribir.
Se apuran despacio: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más: 4896-0140 o al 4205-4284.
niusleter@niusleter.com.ar
Mordeduras de animales
Bajo este título incluiremos
las mordeduras de animales, las picaduras ponzoñosas y las secreciones de los
insectos.
Infecciones severas pueden seguir a las mordeduras de
animales domésticos y salvajes, pues con sus dientes filosos y penetrantes
introducirán gérmenes nocivos, el más peligroso de los cuales es el virus de la
rabia.
La rabia es una infección transmitida por animales rabiosos,
especialmente el perro. Pero pueden ocasionarla el gato, el caballo, el lobo, el
zorro, las ratas y otros.
La saliva de los animales enfermos de rabia contiene gran
cantidad de este virus que penetra en el organismo humano por una herida. En la
piel sana no pueden penetrar.
De acuerdo con la virulencia del germen, pueden desarrollarse
los primeros síntomas de la enfermedad entre los catorce y los cuarenta días
después de haber sido mordida la persona. No olvidemos que cuando se desarrollan
los primeros síntomas de la enfermedad ya es demasiado tarde para tratarla. En
todos los casos es fatal, pero esto puede ser prevenido si se toman las medidas
necesarias.
Primeros auxilios. Lave la herida, para arrastrar la
saliva y otras suciedades, con una gasa estéril, agua y jabón, y enjuáguela con
agua corriente. Ponga sobre la herida una solución de alcohol yodado y cúbrala
como cualquier otra. En todos los casos, sin falta, consulte con su médico,
quien le hará una cura definitiva y la profilaxis con la vacuna antirrábica, que
evitará en el cien por ciento de los casos todo peligro de esta temida
enfermedad.
Dentro de lo posible hay que encerrar el animal. Si a los
pocos días da señas de nerviosidad, apetito pervertido, incapacidad de deglutir
y luego parálisis, es prueba infalible de que el animal estaba enfermo. No mate
al animal a menos que corra el riesgo de morder a otro. No lo ate con soga
porque en su locura la morderá tratando de huir.
Si es necesario matar al perro, trate de mandar la cabeza al
Instituto Pasteur. Los técnicos usarán los sesos para comprobar si el animal
estaba o no enfermo.
Avise a la policía si sospecha de algún animal vagabundo que
muestre los signos de esta enfermedad.
En el Moderno Manual de Primeros Auxilios, Prof. Oreste Biaggi.
Dáro Cánovas
Mariano Valcarce
Nahuel Valcarce
Santiago
Vázquez
mei
Esteban y Fede Güerri
Carrara
Gastón Tessoni
Fede Merea
~ RANKING
A su criterio, ¿cuáles son los 5 (cinco) Mejores Gatos del Mundo? (No el/los de usted).
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
No estabas en mi umbral
No estabas en mi umbral
ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia
y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la frustración.
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
Venías condensándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés,
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura -el erizo de niebla,
el globo de lustrosos vilanos encendidos, la piedra imán
que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un ascua,
en torno de un temblor-.
Y ya habías aparecido en este mundo, intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola,
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire,
con tu porción de vida como una perla roja brillando entre los dientes.
Olga Orozco publicó este poema en Cantos a Berenice (1977). Nació en La Pampa (Argentina) en 1920 y en 1999 se murió. Como periodista, firmaba con seudónimo/s; integró "Tercera Vanguardia", un grupo de poesía surreal. Algunos otros libros: Las muertes, Los juegos peligrosos y Con esta boca, en este mundo.
Dios hizo al gato
Dios hizo al gato
para que podamos acariciar
al tigre
Dios hizo al tigre
para sentir nuestra piel
cuando acariciamos al gato
Guillermo Roig (Buenos Aires, 1954) publicó, entre otros, Sueño de metales, Tiempo de metales y Reino Clan Destino, de donde el felino. Formó parte de la revista Último Reino.
"Soy la lesbiana de la que tu madre te advirtió".
Con aerosol en la esquina de Paraná y B. Mitre. Lo vio María Fernanda.
"Los ratis fuman marihuana y toman cocaína y matan a los pibes".
Leído por Sheez en el viaducto de la ciudad de Zárate.
Guiones de cine y TV (en inglés)
¿En el lugar de quién se pondría?
En el lugar de esa señora que nunca duerme y que parece que está en la vida de
todos. Tiene línea directa con dios y con el diablo y uno no puede evitar darle la razón. Se hace la distraída en sus habilidades y con su boca toca
suavemente las mejillas de los mortales.
Pedro el ermitaño
Sin dudarlo, quisiera ser "ese" que se despierta a su lado todas las mañanas, quien inaugura y clausura la jornada con sus besos, quien la abraza en las noches de tormenta, quien visita el séptimo cielo muy cerca de su piel, quien regresa, irremediablemente, a sus caderas de fuego. Quiero ese lugar para mí. El único donde me siento a resguardo del mundo.
Javier Romero Dávalos
En lugar de quien me pondría... en el lugar de un pájaro... o en el lugar de alguien muy
indefenso... me pondría en el lugar del amor... de la furia... de la pasión...
me pondría en mi lugar...
acsolana
Lo primero que se me ocurre es ponerme en el lugar del que tiene lo que deseo. Pero no estoy dispuesto a lo que él, para mantenerlo. Después pensé en ponerme en el lugar del que es lo que quiero ser. Pero, la verdad, de esa fantasía sólo me quedó el recuerdo. Y luego me acordé de la cara de mi hijo cuando recibió su regalo del día del niño y dije: -¡quiero volver a ser un niño!
Y me acordé de que cuando era chico quería ser grande para escribir un cuento.
Esta es la historia del enano del jardín…
Marcelo Daniel
¿Estás loco?, en el lugar de nadie me pondría, bastante tengo con el mío como para pensar en otro, no, dejáme de joder, el día del casamiento de mi sobrina Julieta el padrino me dice, ¿sabés
cuánta guita gasté en esta fiesta?, no, le contesté, mientras calculaba que con todas las flores que había en la iglesia solamente, habría gastado una fortuna, 150.000 peso, me dijo y siguió, ponéte en mi lugar, yo soy el padre y no puedo quedar como un amarrete, ponéte en mi lugar, ah, le dije,
qué barbaridad, no, no, me pongo en tu lugar, de ninguna manera, Fito, no.
Estela
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