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-periódico careta de simulación literaria-
n s t r # 133
"En algún momento
sucedió lo que temía
y aquí estoy diciendo sucedió
y nada más." Celia Coido
"No soy un hombre de demasiadas caras:
la máscara que uso es una." Gordon Matthew Summoner
PROSA
| Otro impostor
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¿Cómo se enteró?
Por el peluquero, cuándo no.
En este barrio no tenés derecho ni siquiera a ser cornudo y no enterarte,
alguno te lo tiene que venir a decir. Encima me cortó como el orto.
P. Martínez
Primero me pidió un tiempo. Después se consiguió un apartamento y me dejó.
Por último me dijo la mitad de la verdad que parecía aceptable. Realmente me
enteré cuando la fui a buscar al trabajo y me prohibió que nunca más lo
volviera a hacer. Entonces vi la película entera, aunque por suerte a esa
altura ya no me importaba tanto.
Pedro
Me enteré de a poco, no por la
sutileza que tuvo al decírmelo, sino porque seguía negándome a ver, a
escuchar, a entender, a cambiar y a crecer. El día que cayeron los velos, la
sordera y la inmadurez, la verdad como un rayo, entró en mi vida, y aunque
dolió, estamos más cerca de la paz.
¿Estar en paz no es como estar muerto…?
Eva S.
No me enteré, lo confirmé. Bastó un timbrazo del teléfono para que la
sorpresa de mi padre ratificara lo que ya sabía. Sentí ese morbo culpable
que los años terminaron por vincular a mi recuerdo. Un accidente en
Acapulco. Mi madre murió sin que nadie lo esperara.
Juan Carlos Rico Díaz
Yo no iba habitualmente. Nunca
habíamos hablado, sólo buen día o qué linda mañana.
Había visto sus ojos, pero no cómo me miraban. No recordaba sus manos aunque
me rozaban cuando pagaba. Después me enteré que muchas veces, desde el
colectivo, había visto mi sombra en la ventana. O por la tarde, jugando con
los chicos en la plaza. Un día, junto con el pan, había una carta.
Marcelo Daniel
Domingo, 7 de la matina. Cazó el teléfono y la
llamó.
Recién volví del boliche y me di cuenta de una cosa: no quiero estar más con
vos.
Nadia Hardy
Miraba a diestra y siniestra buscando no sé
que, cuando la vi. Era la luna, se reflejaba con un tremendo desparrame de
esplendor, así de patética. Arrimé los ojos como para verlo todo mejor y
tratar de distinguir sus rasgos y todo parecía irradiar solemnidad. Pero una
manchita obscura en el costado derecho hacia arriba, me molestaba, porque no
coincidía con la imagen que tenía formada del astro. Hasta que por fin me
enteré. Era la cabeza del negro puto que estaba parado a mi lado que se
reflejaba en la vidriera.
Josef Carel
Otro impostor
Hubo una vez un playboy millonario que se
quemó la cara en un accidente de automóvil.
Después de lo cual se volvió un recluso, dejó de ver a todos sus amigos
y vivió en su gran casa de piedra, en un vasto predio del que no salía
nunca.
Rumores extravagantes corrían sobre él, sobre el esplendor de su vida,
sobre los vinos raros que bebía, y mujeres, allí había mujeres, se
susurraba, y decían que tenía grandes colecciones de cosas como obras de
arte y libros y tambores y dagas, y decían que mantenía peces vivos en su
piscina secreta, en algún lugar bien guardado por los muros de su casa
impenetrable.
Su teatro estaba en el techo, y solía contratar elencos enteros de
Broadway para que actuaran allí para él, y luminarias de la danza y el
concierto iban a interpretar para él.
Nunca hablaba con ninguna de las luminarias que iban a su casa, pero
ellas solían verlo casualmente más allá de las candilejas, con una máscara
negra cubriéndole la cara, lánguidamente arrellanado en su cómoda butaca, la
única butaca del teatro, fumando un cigarro o, tal vez, con una bebida
purpúrea.
El millonario no hablaba con nadie.
Su mensajero con el mundo era su mayordomo, que pagaba sus cuentas,
preparaba sus diversiones y era entrevistado por la prensa, y que, de esta
manera, a causa de su especial relación con el millonario, se hizo también
famoso.
Un día, un actor que se sentía muy deprimido porque no tenía trabajo,
estaba sentado en la cafetería del Waldorf, leyendo un diario.
Leyó un artículo sobre el millonario excéntrico y se dio cuenta —era
casi de la misma altura y de la misma contextura que este millonario, tenía
casi la misma edad— y se dio cuenta de que si él pudiese, de alguna manera,
matar al millonario y ocupar su lugar, sería fácil personificar a ese hombre
que no hablaba con nadie y usaba una máscara negra sobre su rostro.
Sin embargo, tuvo miedo del mayordomo.
De modo que estudió, en archivos de diarios y otras fuentes, los hábitos
y las características del mayordomo y del millonario.
En una noche oscura se deslizó dentro del predio y por suerte tropezó
con el millonario, quien estaba observando el interior de un viejo pozo en
la parte trasera de la casa.
De modo que golpeó al millonario en la cabeza y lo mató.
Estaba oscuro junto al pozo. Apresuradamente se puso las ropas del
millonario y la máscara negra en la cara, y arrojó el cuerpo del millonario
al pozo y advirtió en ese momento que el cuerpo no produjo ningún sonido de
agua.
Así vestido, el impostor se encaminó hacia la casa y hacia una vida de
comodidad y lujo.
¡Y encontró que era jauja!
Porque su mayordomo era: un perfecto mayordomo.
Él nunca tenía que dar una orden. El mayordomo sabía exactamente lo que
debía hacer. El mayordomo le traía su desayuno, le preparaba el baño, le
procuraba mujeres, lo proveía de cigarrillos de hachisch, se ocupaba de la
casa y le planeaba todas sus fabulosas diversiones.
Su vida transcurría sin esfuerzos.
Y después de un tiempo se dio cuenta: nadie descubriría jamás su
identidad. El plan era perfecto.
Y tenía razón.
Nadie descubriría jamás su identidad.
Pero la flaqueza de este hombre
estaba en su vanidad. Fíjense, nunca se le ocurrió que algún otro pudiera
tener la misma idea que él. Nunca se le ocurrió que el hombre al cual mató
no hubiera sido el millonario, sino un impostor, como él mismo, y que en un
par de meses aparecería otro impostor y lo mataría, y que en realidad
durante los últimos años había habido varios impostores, cada uno con la
misma flaqueza, la misma vanidad.
No, no, nadie supo jamás nada de esto. Excepto el mayordomo, claro, pero
nunca lo ha contado porque le gusta su trabajo.
Spencer Holst, nacido en Nueva York hace
sesenta o más años, narrador oral, autor de estos libros: El idioma de
los gatos, On Demons, 10.000 Reflections y The Zebra Storyteller.
Vivió en México y ahora, si sigue vivo, se dedica a la pintura.
MÁSCARA,
'careta',
1495; 'persona disfrazada', 1605. Probablemente del árabe máshara
'bufón, payaso', 'personaje risible', derivado de sahir 'burlarse (de
alguien)', probablemente por conducto del catalán, 1391 (más que del
italiano maschera, primera mitad del siglo XIV). En Europa el vocablo
árabe sufrió el influjo del italiano dialectal y occitano masca
'bruja', 643, de origen germánico o céltico.
DERIV. Mascarada, 1817, procedente de Italia por conducto del
francés Enmascarar, 139 (antes mascarar, 1495). Mascareta.
Mascarilla, mediados del S. XVII. Mascarón, hacia 1580.
Mascota, del francés mascotte 'amuleto', y éste del occitano
mascota 'embrujo', propiamente 'bruja, alcahueta', 1233, derivado del
citado masca.
Los talleres literarios de Ñusleter
se despiden de la Argentina.
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Danzante de doble máscara
(Coda)
Vasija funeral que duerme en el fondo de la Aldea. No quiero entender. Quiero entrar. Entera como el día en la noche de Baio, el hermano oscuro en cuyo brazo la lechuza despierta, solitaria y augural: la verdadera dueña. Un puñado de huesos pequeños y delicados, un humo apenas y la canción cantada en la testuz del sueño, con el niño a cuestas. Los espesos pantanos de seda. Las rebeliones sepultas envenenando el marasmo de los ríos, y una mano asida en la oscuridad, nudosa, viva, estertor traducido al lenguaje del cuerpo y el tacto. Baio: historia secreta, danzante de espantosa máscara, único territorio no colonizado.
Como se entra a un cuerpo. En lento descenso hacia el origen. Una voz nos llama hacia atrás y nos sostiene sobre la orilla fugitiva del presente. Viñetas en el álbum de la Aldea. Alma que abraza los océanos y se queda colgando sobre la nada. Hay agua bajo mis pies. La herrumbre de un arado y el polvo leve que marca el sitio, del pan, la escoba y la leche. Faenas invisibles que ninguna arqueología rescata. Lo que pertenece al cuerpo vuelve al cuerpo: muerte, alimento y rito. Vasija de arcilla americana.
Diana Bellessi es de Zavalla (Santa Fe, Argentina) y de 1946. Dio talleres en cárceles de mujeres. Poeta con estos libros: Destino y propagaciones, Crucero ecuatorial, Tributo del mudo, Danzante de doble máscara, Eroica, Buena travesía, Sur y otros. Colabora/ó en las revistas Feminaria, Diario de Poesía, ¿Último Reino?. Tradujo a Ursula K. Le Guin, Hilda Doolittle, Diane Di Prima y más. Vive en Buenos Aires.
"Detras de una mujer
feliz,
hay un machista abandonado.".
Enviado por Olalla, quien lo registró en Moreno y Entre Ríos.
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