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r
-linaje periódico de divulgación mafiosa-
# 131
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HIJO
Las ventanas cerradas / Y algunas decoraciones deshojadas / La noche viene de los ojos ajenos / Al fondo de los años / Un ruiseñor cantaba en vano / La luna viva / Blanca de la nieve que caía / Y sobre los recuerdos / Una luz que agoniza entre los dedos / Mañana Primavera / Silencio familiar / Bajo las bujías florecidas / Una canción / asciende sobre el humo / Y tú / Hijo / Hermoso como un dios desnudo / Los arroyos que van lejos / Todo lo han visto los arroyos huérfanos / Un día tendrás recuerdos.
Vicente Huidobro
PROSA
| Honrarás a tu padre
| Gay Talese
|
DEFINICIÓN
| Malhechor |
TALLER LITERARIO
| Shh |
AGRADECIMIENTOS
POEMAS
| A
todos los criadores de cerdos
|
La Gran Guerra
| Charles Simic |
GRAFFITTI
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Bill Bonanno, un hombre de treinta y un años,
alto, corpulento, de cabello oscuro, cuya camisa deportiva y llena de
botones recordaba que había sido estudiante universitario en los años 50,
pero que se había dejado crecer el bigote recientemente para ayudar a
ocultar su identidad, estaba sentado en un apartamento escasamente amueblado
de Queens, y, cuando sonó el teléfono, lo escuchó atentamente. Pero no
contestó.
Sonó tres veces, se paró, volvió a sonar y se
paró, sonó unas cuantas veces más y se paró. Era la clave de Labruzzo.
Estaba en una cabina telefónica dando a
entender que iba a volver al apartamento. Al llegar a la casa, Labruzzo
repetiría la señal con el timbre de abajo y entonces el joven Bonanno
apretaría el botón que abría la puerta. Luego Bonanno esperaría, pistola en
mano, mirando por la mirilla para asegurarse de que era Labruzzo quien salía
del ascensor. El apartamento amueblado que compartían los dos hombres estaba
en el último piso de un edificio de ladrillo situado en un barrio de clase
media, y como la puerta de su apartamento estaba al final del corredor,
podían observar a todo el que entraba y salía del único ascensor de
autoservicio que había en la casa.
Estas precauciones las tomaban no sólo Bill
Bonanno y Frank Labruzzo, sino muchos otros miembros de la organización de
Josepb Bonanno que, durante las últimas semanas, habían estado escondidos en
edificios parecidos en Queens, Brooklyn y el Bronx. Eran momentos de tensión
para todos ellos. Sabían que en cualquier momento podían enfrentarse con
bandas rivales que tratarían de matarlos o con agentes del Gobierno que
tratarían de detenerlos e interrogarles acerca de los rumores de violentas
conjuras y vendettas que ahora circulaban por el mundo del hampa.
Recientemente, el Gobierno había llegado a la conclusión, en gran parte
gracias a la información obtenida a base de intervenir teléfonos y colocar
micrófonos ocultos, de que en esta disputa interna estaban implicados
personalmente incluso los más altos jefes de la Mafia, y de que Joseph
Bonanno, jefe poderoso desde hacía treinta años, estaba en el centro de la
controversia. Otros jefes le consideraban sospechoso de ambición excesiva,
de tratar de extender -a su costa y quizá pasando por encima de sus
cadáveres- la influencia que ya tenía en distintas zonas de Nueva York,
Canadá y el Sudoeste. Además, el reciente ascenso de su hijo Bill al tercer
puesto dentro de la organización Bonanno era considerado con escepticismo y
alarma no sólo por parte de unos cuantos jefes de otras bandas, sino también
por la de algunos miembros de la propia banda de Bonanno en Brooklyn,
compuesta de unos 300 hombres.
El joven Bonanno era considerado un tanto
excéntrico en el mundo del hampa, un producto privilegiado de escuelas
preparatorias y universidades cuya conducta y cuyos métodos, aun siendo
valerosos, eran en parte reflejo del espíritu temerario propio de un
activista estudiantil. Parecía impacientarse con el sistema, hablaba sin
rodeos y no tenía la finesse del Viejo Mundo tradicional en la Mafia.
Decía lo que pensaba, no alteraba el tono de voz cuando se dirigía a un
mafioso de rango superior y no perdía su aire de convicción juvenil ni
siquiera cuando hablaba en el antiguo dialecto siciliano que le había
enseñado su abuelo en Brooklyn cuando era niño. Con un metro ochenta y cinco
de altura, más de noventa kilos de peso, una postura erguida y una gran
rapidez mental, su aspecto era formidable y daba pie a la elevada opinión
que tenía de sí mismo, según la cual él era igual o superior a cualquier
hombre con el que estuviera asociado, posiblemente con una sola excepción:
la de su padre. Cuando estaba en compañía de su padre, Bill Bonanno parecía
perder un poco de atrevimiento y serenidad y se volvía más silencioso y
dubitativo, como si todas sus palabras y pensamientos fueran objeto de un
severo examen por parte de su padre. Con él parecía guardar distancias y
hacer cumplidos, y no se tomaba más libertades que con un extraño. Pero al
mismo tiempo estaba pendiente de los deseos de su padre y parecía
experimentar gran placer en complacerle. Era evidente que estaba sobrecogido
ante su padre y, aunque indudablemente le había temido y quizá seguía
temiéndole, lo adoraba.
Durante las últimas semanas no se había
alejado para nada de Joseph Bonanno, pero la noche pasada, como sabía que su
padre quería cenar solo con sus abogados y tenía la intención de pasar la
velada en casa de Maloney, Bill Bonanno pasó una noche tranquila en el
apartamento con Labruzzo, viendo la televisión, leyendo periódicos y
esperando noticias. Sin saber exactamente por qué, estaba ligeramente
nervioso. Quizás en parte por el artículo que había leído en The Daily
News, en donde se decía que la vida en el mundo del hampa se estaba
haciendo cada vez más peligrosa y se afirmaba que el viejo Bonanno acababa
de planear el asesinato de dos jefes rivales, Carlo Gambino y Thomas
Lucchese (“Three-Finger Brown”), plan que al parecer había fracasado porque
uno de los pistoleros había traicionado a Bonanno y había dado el soplo a
una de las víctimas propuestas. Aun cuando este informe fuera pura
invención, basada probablemente en retazos de conversaciones telefónicas de
mafiosos de poca categoría escuchadas por el FBI, al joven Bonanno le
preocupaba la publicidad que se le estaba dando porque sabía que podía
intensificar la suspicacia existente entre las distintas bandas entregadas a
sus actividades (ruletas, apuestas, estafas, prostitución, contrabando y
protección forzosa). Además la publicación podía despertar el clamor de los
políticos, provocar una persecución más intensa de la policía, y dar como
resultado más citaciones de los tribunales.
Ahora, en el mundo del hampa, la citación se
temía más que antes, porque había una ley federal nueva según la cual si
cogían a un sospechoso para interrogarlo y el tribunal le concedía
inmunidad, había de testificar o exponerse a que le condenaran por desacato.
Esto obligaba a los hombres de la Mafia a esconderse cada vez que se hablaba
del tema en los titulares de prensa si querían esquivar las citaciones.
Además la ley impedía que los jefes de la Mafia dirigieran a sus hombres
porque éstos, como habían de ser muy prudentes y a menudo tenían que
escabullirse, no siempre estaban donde debían en el momento convenido para
hacer un trabajo, y muchas veces no podían recibir las llamadas dispuestas
de antemano por el cuartel general, en cabinas telefónicas, concretas y en
momentos específicos, para pedir información sobre lo ocurrido. En una
sociedad secreta en la que la precisión era importante, el nuevo problema de
las comunicaciones estaba irritando los nervios ya alterados de muchos
importantes mafiosos.
La organización Bonanno, más progresiva que la
mayoría,en parte gracias a los métodos modernos introducidos por el joven
Bonanno; había resuelto su problema de comunicaciones hasta cierto punto,
mediante el Código de timbres y la creación de un servicio de respuestas
telefónicas. Quizás era la única banda de la Mafia que tenía un servicio de
respuestas. El servicio estaba registrado bajo el nombre ficticio del señor
Baxter, que era el nombre clave del joven Bonanno, y estaba conectado con el
teléfono del domicilio de la tía soltera de uno de los miembros, que casi no
hablaba inglés y era dura de oído. Durante el día, varios hombres clave
llamaban al servicio y se identificaban mediante alias convenidos, dejando a
continuación mensajes crípticos en los que confirmaban que estaban a salvo y
que las cosas seguían marchando como de costumbre. Si en un mensaje, estaban
las iniciales “IBM” –“sería conveniente que comprara más IBMs”- significaba
que el que estaba al habla era Frank Labruzzo, que en otros tiempos había
trabajado en la IBM. Si en el mensaje estaba la palabra “monje”, se trataba
de otro miembro de la organización, un hombre tonsurado que a menudo
ocultaba su identidad en público bajo un hábito de fraile. Cualquier
referencia a un “viajante de comercio” indicaba la identidad de uno de los
capitanes de Bonanno que, al margen de esto, era corredor de joyería; y
“flor” aludía a un pistolero cuyo padre era florista en Sicilia. El “señor
Boyd” era un miembro cuya madre vivía Boyd Street, en Long Island, y
“cigarro" era uno que siempre llevaba uno en la boca. A Joseph Bonanno se le
conocía en el servicio de respuesta como el “señor Shepherd”.
Uno de los motivos por los que Frank Labruzzo
había salido del apartamento que compartía con Bill Bonanno era el de
telefonear al servicio desde una cabina de la vecindad y además comprar los
periódicos de la primera edición, de la tarde para ver si había algún
acontecimiento de interés especial. Como siempre, Labruzzo iba con el perro
que vivía con ellos en el apartamento. Había sido Bill Bonanno quien había
sugerido la idea de que todos los miembros de la banda que se escondieran
tuvieran perros en sus apartamentos, y aunque esto, al principio, había
hecho más difícil que los hombres encontraran habitaciones, porque algunos
propietarios ponían objeciones a los animales, más tarde convinieron con
Bonanno en que un perro les hacía estar más alerta a los sonidos producidos
al otro lado de la puerta y además era un compañero útil cuando salían a
pasear. Un hombre con un perro por la calle despertaba pocas sospechas.
Daba la casualidad de que a Bonanno y a
Labruzzo les gustaban los perros -ésta era una de las muchas cosas que
tenían en común-, lo cual contribuía a hacer compatibles sus vidas en un
apartamento tan pequeño. Frank Labruzzo era un hombre tranquilo, indolente,
algo rechoncho, de cincuenta y tres años, con gafas y cabello oscuro que
empezaba a encanecer; era un miembro antiguo de la organización de Bonanno y
de su familia más próxima; la hermana de Labruzzo, Fay, era la mujer de
Joseph Bonanno y madre de Bill Bonanno, y Labruzzo, en algunos aspectos,
tenía más intimidad con el hijo que su propio padre. Entre estos dos no
había tirantez ni tensión, ni competencia o problemas de vanidad y de ego.
Labruzzo, que no era terriblemente ambicioso, no se movía tanto como Joseph
Bonanno ni era tan inquieto como el hijo, estaba contento con su puesto
secundario en el mundo, reconociendo que el mundo, era un lugar mucho mayor
de lo que parecían creer los Bonanno.
Labruzzo había ido a la universidad, y se
había dedicado a una serie de cosas sin hacer ninguna durante mucho tiempo.
Además de trabajar en la IBM, había llevado un almacén de tejidos, había
sido agente de seguros y empresario de pompas fúnebres. Durante un tiempo, y
asociado con Joseph Bonanno, había sido dueño de una funeraria situada en
Brooklyn, cerca de la casa donde había nacido en el centro de un barrio en
el que se habían instalado miles de inmigrantes sicilianos a principios de
siglo. Fue en éste barrio donde Bonanno padre cortejó a Fay Labruzzo, hija
de un próspero carnicero que fabricaba vino durante la Prohibición. El
carnicero estaba orgulloso de tener a Bonanno por yerno... [...]
Gay Talese nació en 1932 en Nueva Jersey, hijo de un sastre italiano. A los quince años empezó su carrera como periodista escribiendo crónicas del secundario y colaborando con periódicos locales. Luego estudió en la Universidad de Alabama y en los '60 se convirtió en uno de los protagonistas del llamado "Nuevo Periodismo". Entre sus libros se cuentan El reino y el poder (1969), Fama y oscuridad (1961-64), La mujer del vecino (1982), Unto the sons (1992), y Honrarás a tu padre (1971, de cuyo primer capítulo transcribimos parte).
MALHECHOR, sustantivo. El principal factor en el progreso de la raza humana.
Del Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce.
-Si los veías en la cena de fin de año eran el colmo de la respetabilidad y las buenas maneras. Ahora, para Reyes, cuando las mujeres vertían sus informes, te enterabas de que el primo X levantaba quiniela y tenía un asuntito con su cuñada, que era bebedora secreta y escondía botellas por toda la casa. Estaba medio separada: el marido se había asumido; compartían la casa pero no la cama. Al parecer el tipo, muy creyente, andaba con un seminarista. La prima Y, que supuestamente iba a estudiar inglés a Irlanda en un plan de intercambio, en realidad estaba en una granja de rehabilitación. El tío Z no se estaba llenando de oro con la imprenta sino con su participación en dos saunas de Once. Y la abuela A les debía a distintos parientes casi mil pesos que se había gastado en bingos y tragamonedas en los últimos dos meses. Yo no tengo nada que ocultar, mi problemita ya lo sabe todo el mundo...
Discreción garantizada o le devolvemos la diferencia.
Taller Literario. Encuentros de lectura y escritura.
Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para más información,
comunicarse al
4896-0140 o al
4205-4284.
O a la siguiente dirección:
Martín Schiffino.
Fede Güerri.
Chevy, Campa.
Eneas Carrara.
Juan y Ana Chacón.
Juan Ré.
A todos los criadores de cerdos, mis antepasados
Cuando como cerdo, el asunto es solemne.
Me estoy comiendo a mis ancestros.
Me estoy comiendo la tierra en que ellos trabajaban.
Borrachos cabezas de nabo, ladrones de caballos,
libertinos, brutos, trabajadores sucios,
los revivo dentro de mi sangre.
Si le añado ajo a mi cerdo
es por aquel que llegó a clérigo,
dejó la tierra, se ató a la ciudad
y se cambió de nombre para nunca más aparecer.
La Gran Guerra
Jugábamos a la guerra durante la guerra,
Margaret. Había mucha demanda de soldados de juguete,
aquellos hechos de arcilla.
Los de plomo los habían convertido en balas, supongo.
¡Nunca se vio algo tan bello
como aquellos regimientos de arcilla! Solía tirarme al suelo
por horas mirándolos a los ojos.
Recuerdo que me miraban a su vez maravillados.
Cuán extraño deben haberme sentido
parados tiesos en atención
ante una enorme e incomprensible criatura
con un bigote de leche.
Con el tiempo se quebraron o yo los quebré a propósito.
Había alambre en el interior de sus piernas,
dentro de sus pechos, ¡pero nada en las cabezas!
Margaret, me aseguré.
Charles Simic (1938) nació en Belgrado, otrora Yugoslavia. Emigró a los Estados Unidos (1953), donde reside y vive como profesor de inglés. Su primer libro de poemas (1966) se llamó What the Grass Says. Le siguieron Dismantling the silence (1971), Charon's Cosmology (1977), Jackstraws (1999), Walking the Black Cat (1996), Wedding in Hell (1994), The World Doesn't End: Prose Poems (1990) y algunos más. En 1976, editó una antología de poetas europeos y sudamericanos, de nombre Another Republic. En castellano se consigue algo de su obra.
"Felices sin razón". Visto desde el 98 por Luis Luizo en Av. Independencia 1200, mano impar.
"Sexo, droga y más droga". En Charlone entre Olleros y Maure (Chacarita).
¿Puede en 60 palabras dar una mala noticia sin ser muy bruta/o?
"Querida Tía Tita: ¿cómo te va? yo bien, disfrutando de la nieve. sí, ya sé que nunca te escribo. es que me encargaste tanto que lo cuide al fabián, que nosotros somos medio tarambanas, que él es el más chico, que cuidado donde lo llevamos de campamento, que qué se yo, ¡ya sueño con con tus recomendaciones! ja ja ja ja. bueno, te mando un beso, quedate tranquila que fabián ya está bien. si querés llamalo al 023-34567, decile a la enfermera que le ponga manos libres así te puede hablar. Un beso, Ferchu".
P. Martínez
Lamento comunicarles, queridos lectores, que tras una larga investigación, hemos descubierto que estamos siendo atacados por una gran ola de D.A. El sindrome de Desinterés Absoluto... que infecta y contamina hasta la muerte el alma humana. Y depende de nosotros el combatirlo o no. Sólo en nuestras manos está la cura. Amémosnos más, hagamos más el amor, pintemos, escribámos, leamos, meditemos, cantemos, saludemos, mirémosnos a los ojos, no al suelo... Tenemos todo lo necesario para ser felices... Tenemos la capacidad de amar y de crear... No seamos más necios... No permitamos que el D. A. nos opaque el alma...
Ana Clara Solana
Estando alguna vez un familiar enfermo, e internado, a mi madre, la llamaron por teléfono desde la clínica, y le dijeron: "La salud de ... ha empeorado, por favor venga a nuestra clínica. Véngase sin esperanzas", y eso fueron sólamente y tras contarlas con cuidado, treinta y cinco palabras, ahora, contándolas a todas, llegamos a un valor definitivo de exactamente 60.
Alejandro Thamm
"A esos parientes que sólo ve en fiestas y velorios: mándeles Ñusleter, una forma de mantenerse en contacto sin llegar a la pesadez."
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