#12
-mensaje calenturiento de divulgación-
¿Puede usted decir cuál ha sido el encuentro capital de su vida? ¿Hasta qué punto este encuentro le ha dado, le da la impresión de ser fortuito o necesario? André Breton
PROSA |
Lolita | Vladimir Nabokov ||
La pista de hielo | Roberto Bolaño |
ETIMOLOGÍA | Espirar |
CUALQUIERA | Los enanos |
TALLER LITERARIO
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TURISMO | Deseo |
METEJÓN
POEMAS |
Vivamos, Lesbia mía |
Miserable Catulo | Catulo |
GRAFFITTI
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
Lolita (fragmento)
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta:
la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar
para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y
ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la
escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
¿Tuvo Lolita una precursora? Naturalmente que la tuvo. En
realidad, Lolita no hubiera podido existir para mí si un verano no hubiese amado
a otra niña iniciática. En un principado junto al mar. ¿Cuándo? Tantos años
antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano.
(...)
Ahora creo llegado el momento de presentar al lector algunas
consideraciones de orden general. Entre los límites de los nueve y los catorce
años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más
veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica (o sea
demoníaca); propongo llamar "nínfulas" a esas criaturas escogidas.
Se advertirá que reemplazo términos espaciales por
temporales. En realidad querría que el lector considerara los "nueve" y los
"catorce" como los límites -playas espejeantes, rocas rosadas- de una isla
encantada, habitada por esas nínfulas mías y rodeada por un mar vasto y brumoso.
Entre esos límites temporales, ¿son nínfulas todas las niñas? No, desde luego.
De lo contrario, quienes supiéramos el secreto, nosotros, los viajeros
solitarios, los ninfulómanos, habríamos enloquecido hace mucho tiempo. Tampoco
es la belleza la piedra de toque; y la vulgaridad -o al menos lo que una
comunidad determinada considera como tal- no daña forzosamente ciertas
características misteriosas, la gracia letal, el evasivo, cambiante, anonadante,
insidioso encanto mediante el cual la nínfula se distingue de esas
contemporáneas suyas que dependen incomparablemente más del mundo espacial de
fenómenos sincrónicos que de esa isla intangible de tiempo hechizado donde
Lolita juega con sus semejantes. Dentro de los mismos límites temporales, el
número de verdaderas nínfulas es harto inferior al de las jovenzuelas
provisionalmente feas, o tan sólo agradables, o "simpáticas", o hasta "bonitas"
y "atractivas", comunes, regordetas, informes, de piel fría, niñas esencialmente
humanas, vientrecitos abultados y trenzas, que acaso lleguen a transformarse en
mujeres de gran belleza (pienso en los toscos pudines con medias negras que se
convierten en deslumbrantes estrellas cinematográficas). Si pedimos a un hombre
normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de
colegialas o girl-scouts, no siempre señalará a la nínfula. Hay que ser
artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente
veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en
su sutil espinazo (¡oh, cómo tiene uno que rebajarse y esconderse!), para
reconocer de inmediato, por signos inefables -el diseño ligeramente felino de un
pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la
desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar-, al
pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; y allí está, no
reconocida e ignorante de su fantástico poder.
Vladimir Nabokov nació en 1899 en San Petersburgo (Rusia) y es, como Joseph Conrad, uno de esos escritores que abandonó su lengua materna para escribir en inglés. Estudió en Cambridge y emigró a Estados Unidos en 1940, donde publicó la mayor parte de su obra. Fue profesor de literatura rusa y europea en universidades norteamericanas. Su novela más famosa, Lolita, fue publicada con escándalo en la década del 50. Otros títulos: Ada o el ardor, El hechicero, Pálido fuego y La dádiva. Murió en Montreux (Suiza) en 1977.
La pista de hielo (fragmento)
Dicen que el amor hace a las personas generosas. No sé, no sé; a mí sólo me hizo generoso con Nuria, nada más. Con el resto de las gente me volví desconfiado y egoísta, mezquino, maligno, tal vez porque era consciente de mi tesoro (de la pureza inmaculada de mi tesoro) y lo comparaba con la putrefacción que los envolvía a ellos. En mi vida, lo digo sin miedo, nada hubo semejante a las meriendas-cenas que tomamos juntos en las escalinatas que descienden del Palacio al mar. Ella tenía una manera, no sé, única, de comer fruta con los ojos perdidos en el horizonte. Aquellos horizontes de auténtico privilegio. Casi no hablábamos. Yo me acomodaba un escalón por debajo y la miraba, aunque no mucho, mirarla demasiado era doloroso, y bebía mi té con delectación y parsimonia. Nuria tenía dos chandals, uno azul con rayas diagonales blancas, el oficial, creo, del equipo olímpico de patinaje, y uno negro ala de cuervo que resaltaba su pelo rubio y su cutis perfecto, arrebolado por el esfuerzo, de muchacha de Botticelli; éste último era un regalo de su madre. Para no mirarla a ella yo miraba los chandals y aún recuerdo cada pliegue, cada arruga, lo abombado que estaba el azul en las rodillas, el olor delicioso que desprendía el negro sobre el cuerpo de Nuria cuando la brisa del atardecer nos evitaba cualquier palabra. Olor a vainilla, olor a lavanda. A su lado, por supuesto, debí desentonar. A nuestras citas diarias yo acudía directamente del trabajo, no lo olvidéis, y a veces no tenía tiempo de quitarme el traje y la corbata. Otras veces, cuando Nuria tardaba en aparecer, sacaba del maletero unos pantalones vaqueros y una camiseta deportiva gruesa y holgada, una Snyder americana, y me cambiaba los zapatos por unos mocasines Di Albi que se llevan sin calcetines, aunque a veces olvidaba quitármelos, todo esto bajo el parral, sudando y escuchando el ruido de los insectos.
Roberto Bolaño nació en 1953 en Santiago de Chile,. Tras el golpe de estado de Pinochet se exilió en México y luego se radicó en España, donde murió en 2004. Publicó varios libros de poemas (entre ellos, Reinventar el amor, Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego, Fragmentos de la universidad desconocida), varias novelas como La senda de los elefantes, La literatura nazi en América, Estrella distante, La pista de hielo (de donde extrajimos el fragmento anterior), y dos libros de relatos Llamadas telefónicas, y Las putas asesinas.
ESPIRAR 'soplar, respirar' hacia 1400. Tomado del latín spirare ídem.
DERIV. Espíritu, 1220-50, tomado del latín spiritus propiamente 'soplo', 'aire'; espiritismo, 1581. Aspirar, principios del siglo XIII, latín aspirare 'echar el aliento hacia algo'. Conspirar, 1528, latín conspirare 'estar de acuerdo', 'conspirar', propiamente 'respirar juntos'. Expirar, hacia 1450, latín exspirare 'exhalar'. Inspirar, 1490, latín inspirare 'soplar dentro de algo', 'infundir ideas'. Respirar, 1220-50. Suspirar, hacia 1140, latín SUSPIRARE 'respirar hondo'. Transpirar, 1555, derivado culto del latín spirare, partiendo de la acepción 'exhalar'.
Los enanos
Cuando un enano joven adquiere conciencia de que es distinto, tiene que enfrentar la enorme tarea psicológica de adaptarse a la vida como lo que es. Un liliputiense nacido en Brooklyn, de padres ítaloamericanos, fue normal en su desarrollo hasta los seis años. En este punto se detuvo. Su familia le daba una alimentación especial y lo puso bajo el cuidado de médicos especialistas. Pero nada de eso sirvió. A los trece años todavía medía 1.10 metros. Cuando se dió cuenta de que era un enano, el muchacho decidió ser, por lo menos, un enano de categoría. Asistió a clases de gimnasia. Se alimentaba con optimismo, alentado siempre por la esperanza de que ciertos alimentos podrían activar su desarrollo. Se hizo hábil en la ejecución del violín, fué a Italia y estudió en el Real Conservatorio de Roma. Hoy día, excelente músico, dirige su propia orquesta de baile, compuesta totalmente por enanos.
Mario Roso de Luna en Titanes de lo extravagante y raro, Ed. Anaconda, Bs. As., 1946.
Encuentros semanales de lectura y escritura.
Coordinan: Alejandro Güerri - Fernando Aíta.
Comunicarse a estos teléfonos: 4896-0140 / 4205-4284.
O a la siguiente dirección:
niusleter@niusleter.com.ar
Reputada agencia de fotografía:
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Guiones de cine y TV (en inglés):
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TURISMO | Deseo |
En
portugués:
disejo
En francés: désir
En inglés: desire, wish
En alemán: Wunsch
En guaraní: potapy
En árabe: ragbatum o iradatum
En sueco: längta
En latín: desiderium
En esperanto: deziro
En italiano: desiderio
(De
meterse) Enamoramiento apasionado. // Afición desmedida por algo, deportes,
juego, etc.// Enredo, lío.
Del Nuevo Diccionario
de Americanismo e Indigenismos, de Marcos A. Moringo
Enamoramiento, apasionamiento. // Afición entusiasta por una persona o cosa. //
Endeudamiento.
Del Diccionario de
Voces Lunfardas y rioplatenses, de Mario E. Teruggi
Primera estrofa de un poema de Héctor Negro (enviada por Matías Puga desde
Barcelona):
Un soneto lunfardo me reclama
para batirte que te quiero entera.
Y sacudirte de vulgar manera
el metejón que el cuore me desgrana.
Vivamus, mea Lesbia
Vivamos, Lesbia mía, y amémonos. Y no nos importen un céntimo las murmuraciones de los viejos que se las dan de sabios. El sol puede ocultarse y volver a salir: nosotros, una vez que se oculte la breve luz de nuestra vida, tendremos que dormir una noche eterna. Dame mil besos, luego cien, luego otros mil y por segunda vez. Después, cuando hallamos acumulado muchos millares, perderemos la cuenta para que nosotros mismos no sepamos cuántos son y para que ningún envidioso pueda echarnos en cara el saber cuántos han sido los besos.
Miser Catulle
Triste Catulo, déjate de torpezas, y da por perdido lo que ves que se perdió. En otro tiempo brillaron para ti soles resplandecientes, cuando corrías adonde te llevaba una niña amada por mí como no amaré a ninguna. Entonces fueron aquellos tantos placeres que tú querías y que la niña no negaba. Verdad que en otro tiempo brillaron para ti soles resplandecientes. Ahora ella ya no quiere: tú, insensato, no lo quieras tampoco, y no persigas lo que huye, ni entristezcas tu vida, sino obstinadamente resiste, no cedas. Adiós, niña, Catulo no cede y no te buscará ni te solicitará contra tus deseos: pero tú te quejarás cuando nada se te pida. ¡Ay de ti, miserable! ¡Qué vida te espera! ¿Quién se acercará ahora a ti? ¿Quién te encontrará bella? ¿A quién amarás ahora? ¿De quién dirán que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios? Pero tú, Catulo, estate firme y no cedas.
Catulo, cuyo nombre completo es Cayo Valerio Catulo, nació en Verona en el año 87 antes de Cristo y murió cuarenta años después. Se lo considera el renovador de la lírica romana, ya que no sólo introdujo el erotismo y lo subjetivo en la poesía, sino que buscó nuevas métricas y formas cortas, como el epilio, en oposición a los poemas extensos al uso de la época. De su obra, sólo se conservaron 116 poemas. Ñusleter transcribe dos.
"A la Pradón le hice el trencito. Locomotora Castro" Visto en Concepción Arenal y Álvarez Thomas.
De regalo: "A Cacatúa no se le para. Toti" En la esquina de Puán y Valle, con aerosol negro.
A los
padres de Mariano Valcarce, Soporte Técnico, por tan bella criatura.
Liliana Migliore, por su bello genio, calidez humana en Ginebra.
Norberto Gimelfarb y Matías Puga
Julieta Estades
A quienes nos reciben.
A quienes nos escriben.
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