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-hipotético regreso con literatura-
# 1 1 7
"Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror... / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por // lo que no conocemos y apenas sospechamos [...]" Rubén Darío
"El tiempo pasado y el tiempo futuro / Lo que podría haber sido y lo que ha sido/ Apuntan a un fin único, que es siempre presente." Thomas S. Eliot
PROSA
| Subjuntivo
| Juan Sasturain |
TALLER
LITERARIO
| ¿Qué pasó? |
POEMAS | “Caperucita
Roja” que se nos fue | ¿No
te veremos más? | La
vuelta de “Caperucita”
| Evaristo Carriego |
RESPUESTAS
ENCUESTA
CUALQUIERA | No te amo más
|
FIGURITAS | Consejos para un cuentista | Roberto Bolaño |
ENLACES | Blogs |
Subjuntivo
Supongamos que te despiertes un día desnudo
en la cama de un cuarto vacío e impecable, que tu única certeza sea un vago
dolor por todo el cuerpo y que sientas que es sólo el residuo de un gran dolor
anterior, ya en retirada; que mires alrededor y no reconozcas el lugar ni tu
propio rostro en el espejo te diga nada; que disfrutes de la visión del parque
en la ventana, que sepas el nombre de las cosas pero no el tuyo. Que apenas el
idioma en que esté escrito el diario abandonado junto a tu cabecera te resulte
comprensible, pero no los personajes de los que hable, ni la ciudad ni la fecha
al pie de un título inexpresivo.
Que en cierto momento alguien entre al cuarto y sepas
quedarte sin preguntar pero además compruebes, con alivio inexplicable, que
tampoco te pregunten; que en horas y en días sucesivos personas formales e
impenetrables se ocupen de alimentarte, vestirte, mostrarte una ciudad que te
resulte vagamente familiar, como conocida en un sueño; que todo
transcurra de un modo natural, que nadie te ordené nada pero que sepas,
simplemente, qué ha de suceder cada día.
Que una noche te despierte el rumor del roce de las sábanas
a tu lado y sientas deslizarse un cuerpo desnudo y cálido; que la mujer o el
cuerpo que la represente sea joven y saludable, distante pese a la evidencia de
su entrega; que su piel tenga el sabor y los detalles de lo conocido; que no
sepa su nombre; que cuando respires junto a su boca sientas el aire usado, la
devolución de un aliento vivido.
Que te entregues dócil a esas sensaciones y esperes una
revelación inminente, y que no llegue.
Que esa noche puedan ser varias noches o una sola
interminable, que la mujer pueda ser otras mujeres o la misma, multiforme pero
siempre más cómoda y simple al exponer su pasión sin palabras, un silencio
elocuente que agradezcas. Que en la facilidad del contacto, en el modo en que la
busques cada vez, te acoples, y finalmente la penetres, exista una naturalidad
implacable, como si el cuerpo obrara con una rutina sensual que reconozcas pero
no puedas describir. Que ella se vuelque una y otra vez sobre ti, como oleadas
de cálida memoria que te invadieran desde los sentidos; que su lengua te
acaricie el interior de la boca como si no estuvieras allí y sólo existiera el
tanteo dulce e insistente en tu secreta oscuridad tras algo perdido que tú
poseas y ella busque para mostrarte; que sus pechos te revelen, sutiles, lentos
y fugaces, el vello erizado de propia espalda, un mapa ignorado que ella dibuje
con leves contactos espaciados, apenas pespuntes que evoquen un dolor ambiguo;
que sus muslos te rocen suavísimos pero reiterados, un modo de lijar
tiernamente tu piel, de buscar algo más por debajo, como si le quitaran capas
de pintura a un mueble antiguo y olvidado de su auténtica madera. Que todo esto
suceda una y otra vez y muchas veces pero que finalmente salgas de ese cuerpo y
su influencia como de una espiral, lentamente hacia afuera, alejándote de ese
centro oscuro hacia la luz, y que en el dragón tatuado sobre el tibio muslo
desvelado al amanecer reconozcas el mismo monstruo interrogante que te espere
cada mañana en el monograma de las toallas, en la loza de tu mesa diaria.
Que esa revelación no te quite el sueño pero que lo
pueble desde entonces.
Supongamos que finalmente, una mañana, alguien cortés pero no cordial te
lleve por pasillos largos y salones vacíos hacia la salida, que te suba a un
coche negro pero no sombrío, y que recorras con él la ciudad sin nombrarla;
que ya en las afueras lleguen a una casona de ladrillos gastados, vieja pero no
abandonada, donde tras las cortinas siempre sea de noche; que se te conduzca por
pasadizos sucesivos, franqueándote herméticas puertas de hierro y madera hasta
llegar a la habitación donde alguien te espere, y que el que te haya llevado le
diga, antes de dejarte a solas con él:
—Todo tuyo, Subjuntivo.
Que el hombre que te observe sentado sea gordo y viejo, con cara de niño ferozmente envejecido bajo la luz cenital y única que caiga sobre su escritorio desnudo, sólo ocupado por el ominoso dragón de bronce que reconozcas en un extremo; que sin decir una palabra meta una mano laxa en el interior de la chaqueta y que cuando esperes que extraiga un arma o alguna forma de amenaza sólo te extienda un sobre: que lo abras y descubras en el interior una fotografía en la que dos hombres, ante lo que has de suponer un repentino flash, antepongan las infructuosas palmas de las manos, se aterroricen. Que te resulten desconocidos y lo manifiestes, y que el llamado Subjuntivo no se muestre extrañado sino que te diga, precisa pero casi casualmente:
—Acaso te convenga averiguar quiénes hayan sido estos dos... Dónde, cuándo y por qué hayan estado ahí donde estuvieran en el momento de la foto.
Que al decirlo te señale con un dedo corto y blando el rectángulo en blanco y negro, una ampliación evidente, y que finalmente agregue:
—Hagamos de cuenta que para averiguarlo dispongas de dos semanas de plazo y que puedas utilizar todos los recursos que encuentres en este edificio, puestos a tu disposición.
—¿Una especie de test?—acaso preguntes.
—Supongamos que sí —se te conceda.
—Supongamos que no pueda ni deba negarme... —te atrevas a parodiar.
—...Y supongamos que cuando llegues al final, todo esto haya acabado —acaso concluya él.
Luego se levante, te dé una fría mano tatuada de dragones, y te deje solo.
Pueda ser que una vez más no preguntes nada, que aceptes la tarea con el alivio inexplicable de alguien que se sospechase culpable aunque no supiera de qué. Y pueda ser que durante los siguientes días te empeñes en cumplir tu misión y que no te resulte tan difícil, pues en ese extraño edificio todo y todos no hagan otra cosa que complacerte.
Que tu tiempo se divida desde entonces en largas jornadas diurnas de investigación y noches saturadas de fantasmas sin nombre. Que el día y la penumbra se alimenten ciegamente de una misma sustancia inasible: que durante la vigilia y el trabajo evoques a la reiterada mujer del dragón, luego al dragón aislado sobre la piel, como una rúbrica al final de un documento desconocido, pero que cuando vuelva la oscuridad te lleves al lecho, junto a ella, las obsesiones avivadas por los trabajos del día.
Que en dos semanas, con sorprendente facilidad y utilizando medios que te resulten oscuramente familiares —archivos gráficos completos, dossiers personales que imagines de acceso privado, todos los recursos propios de una organización secreta—, llegues a descubrir la identidad de los extraños; que luego identifiques el lugar, esa sala cinematográfica, ese teatro semiabandonado en el que hayan sido asesinados —pues de eso se trate— y finalmente averigües la fecha exacta, no muy lejana, del crimen. Que llegues a reunir, incluso, todos los datos sobre el asesino —no su identidad, sí sus peripecias: huida, captura y desaparición — y que te atrevas a pedir una reunión con Subjuntivo para mostrarle tus logros.
Que la entrevista te sea concedida y que sean escuchadas con atención tus deducciones sin duda correctas. Que finalmente, cuando hayas terminado tu exposición, Subjuntivo la apruebe con una sonrisa cansada y te diga que nunca hubiera esperado menos de ti. Que en ese momento se lleve por segunda vez la mano al bolsillo interior de la chaqueta y extraiga un nuevo sobre, un poco mayor y más abultado, y te lo entregue para que lo abras. Que saques una carta y una foto; que te detengas primero en ésta, que sea la misma que la anterior pero ampliada — que se pueda ver ahora el signo del dragón tatuado en las palmas de las manos tendidas hacia adelante de los desgraciados — y que, con mayor campo, ahora se te revele la presencia de alguien en primer plano, de espaldas pero reconocible — sobre todo para ti — disparándole a los dos aterrorizados.
Supongamos que el que dispare en la foto seas tú.
Que te asombres, que pidas o des explicaciones pero que Subjuntivo no se inmute ni parezca oírte y sólo te indique
que leas la carta.
Supongamos que la leas, que sea este mismo texto, que acaso en un relámpago de precaria lucidez se te revele ahora el sentido de la tarea encomendada, de esas amables visitas nocturnas, exploradoras sutiles no de tu cuerpo sino de tu memoria; supongamos que cuando levantes la mirada te encuentres con la mía y que yo mismo, Subjuntivo, te diga:
—Supongamos que hayas matado a dos de los míos y que no lo recuerdes. Que ni siquiera sepas quiénes sean los míos o los tuyos y que eso no importe ya. Que en el duro trámite de tu captura hayas perdido accidentalmente la memoria e identidad pero no aptitud y raciocinio. Que no hayamos querido matarte en la ignorancia —-esa forma sutil y tramposa de la inocencia— para que no lo creyeras injusto y te autocomplacieras en el dolor, te otorgaras alguna razón mentirosa.
Supongamos que te hayamos incitado por todos los accesos de la piel y de la mente para develarte tu oscuro secreto; que te desordenáramos los sentidos en el amor o su simulacro, que te entregáramos las claves para que tu inteligencia convocara a la memoria. Supongamos que hayamos creído que para que el castigo fuera tal debieras sentir culpa y no sólo miedo en este momento.
Supongamos, finalmente, que yo sólo haya querido que cuando saque este revólver, dispare y te mate, acaso no sepas quién muera pero sí entiendas por qué.
Juan Sasturain nació
en Buenos Aires, 1945. Profesor de letras, guionista de comics (hizo Perramus
con Alberto Brecchia). Escribió las novelas Manual de perdedores I y
II, Los sentidos del agua, La lucha continúa, Arena en los
zapatos, Pagaría por no verte, los cuentos de La mujer ducha
y las crónicas de fútbol El día del arquero.
¿Está al cuete? Combine en un papel:
una laguna
una mujer
noche de luna
un auto
algo que no es lo que parece
O pruebe otra variante.
Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.
Trabajen, Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Más información: acá
Consultas: niusleter@niusleter.com.ar
"Marcelo Gota de magistral Tu mujer cuando goza cierra los ojos porque piensa en otro Cuerpo de pera Puto La concha de tu madre."
"Ruiz Buchón Hijo de puta Que se muera tu vieja en el día de la madre."
Ambos en el baño de caballeros de La Cueva del Oso, bajo el puente Pueyrredón (Avellaneda).
“Caperucita Roja” que se nos
fue
¡Ah, si volvieras!... ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos...!
El menor de los chicos, ¡pobrecito!, te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que le des algo... Y a veces -¡si lo oyeras!-
para que como entonces le prepares la cama.
¡Como entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,
en la casita nuestra todo el mundo anda triste!
y temo que los viejos enfermen, ¡pobres viejos!
Mi madre disimula, pero a escondidas llora
con el supersticioso temor de verte lejos...
Caperucita roja, ¿dónde estarás ahora?
¿No te veremos más?
...¿Conque estás decidida? ¿No te detiene nada?
¿Ni siquiera el anuncio de este presentimiento?
¡No puedes negar que eres una desamorada:
te vas así, tranquila, sin un remordimiento!
¡Has sido tanto tiempo nuestra hermanita! Mira
si no te desearemos buen viaje y mejor suerte,
...tu decisión de anoche la creíamos mentira:
¡que tan acostumbrados estábamos a verte!
Nos quedaremos solos. ¡Y cómo quedaremos...!
De más fuera decirte cuánto te extrañaremos;
y tú, también, ¿es cierto que nos extrañarás ?
¡Pensar que entre nosotros ya no estarás mañana,
Caperucita roja que fuiste nuestra hermana,
Caperucita roja, ¿no te veremos más?
La vuelta de “Caperucita”
Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?
¡Si supieras la vida que llevamos pasada!
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto...
Los menores te extrañan todavía, y los otros
verán en ti a la hermana perdida que regresa:
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,
con el cariño de antes, un lugar en la mesa.
Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre.
Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre
el oculto motivo de tu distanciamiento;
ya demasiado sabes cuánto te hemos querido:
aquel día, ¿recuerdas? tuve un presentimiento...
¡Si no te hubieras ido!
Evaristo Carriego, en 1833, nació en Paraná (Entre Ríos). Colaboró con La Protesta, Caras y caretas y otras revistas. En vida editó Misas herejes, un libro de versos, cuatro años antes de morir en 1912. A su muerte, sus amigos reunieron su producción en Poemas póstumos y La canción del barrio.
Debido a que nuestro proveedor de correo se ha puesto jodido, y nadie recibió el último envío de Ñusleter (#116), no hubo respuestas a la encuesta de dicho número.
Muchas gracias.
Depto. de Respuestas.
Para que lo piense:
¿Qué haría si fuera usted pero con una joroba?
¿Qué habría hecho con su cabeza de ahora a los quince?
Si fuera un/a genio, ¿qué tres deseos le concedería a quién?
Envíe sus respuestas a:
NO TE AMO MÁS
MENTIRIA DICIENDO QUE
TODAVIA TE QUIERO COMO SIEMPRE TE QUISE
TENGO LA CERTEZA QUE
NADA FUE EN VANO
SIENTO DENTRO DE MI QUE
VOS NO SIGNIFICAS NADA
NO PODRIA DECIR JAMAS QUE
ALIMENTO UN GRAN AMOR
SIENTO CADA VEZ MAS QUE
¡YA TE OLVIDE!
Y JAMAS USARE LA FRASE
¡YO TE AMO! .
LO SIENTO PERO DEBO DECIR LA VERDAD
ES MUY TARDE...
AHORA LEE DE ABAJO PARA ARRIBA
________________________________________
Sr. Pasajero Gracias a su gran
corazón, puedo tener un plato de
comida, porque mi mamá no tiene
trabajo, muchas gracias
A Voluntad
Almanaque repartido en el ferrocarril Mitre/Suárez.
Tarda pero llega. Pídalo para usted y los suyos, de la siguiente forma:
Si desea recibir Ñusleter,
envíenos un mensaje con asunto "Yo También Quiero" a niusleter@niusleter.com.ar
Si le cuesta disfrutar,
envíenos un mensaje con asunto "Ya Estoy Harto" a niusleter@niusleter.com.ar
Esta
semana visitaron nuestra página de Brasil. Saludos, hermanas/os.
Consejos
para un cuentista
1) Nunca abordes los cuentos de uno en uno;
honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su
muerte.
2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de
cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve
o de quince en quince.
3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan
peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior
el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.
4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández
y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez.
Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni
a Umbral. Sé que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a
Cela y a Umbral.
5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela
y a Umbral, ni en pintura.
6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo,
pero es así.
7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus
Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intenten imitar a Petrus
Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero
la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de
Nerval!
8) Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse
como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre
todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.
9) La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de
sobra.
10) Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el
nueve. De ser posible: de rodillas.
11) Libros y autores altamente recomendables: De lo
sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip
Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; la Antología de Spoon River,
de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.
12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond
Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.
Den Impoco, Yani y Tommy
Valeria Dias de Lima.
mei.
A los que preguntaron por qué no llegaba.
Fede Merea.
Mariano, Sol, Eneas.
Andrés, Vanina, Violeta.
Fede Güerri.
A los que se comunican a través del deporte.
Emiliano Rodríguez Nuesch.
Eloísa Caballero.
Ignacio Hurtado.
Pablo
Martínez Masip.
Revista Riel.
A la playa.
A los astros.
A la pipeta.
MÁS
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